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Capella - Los Ciudadanos Siervos

FRAGMENTO Capella - Los Ciudadanos Siervos

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  y Y 4   ullacIED uotuni uunf SOAnTS sourpepop SOL  CONTENIDO COLECCION ESTRUCTUR S Y PROCESOS Serie Derecho resentación El tiempo del «progreso» 3 La acción en el laberinto 3 La vuelta a la Naturaleza 7 II Límites de la democratización capitalista 5 Transformaciones del Estado contemporáneo 3 Una visita al concepto de soberanía 7 Los ciudadanos siervos 35 Primera edición: 1993 Segunda edición: 1993 © Juan Ramón Capella 1993 @ Editorial Trotta S.A. 1993 Altamirano 34.   28008 Madrid Teléfono: 549 14 43 Fax: 549 16 15 Diseño Joaquín Gallego ISBN: 84-87699-53-7 Depósito Legal: VA-455/93 Impresión Simancas Ediciones S.A. Pols Ind. Son Cristóbal C/ Estaño parcela 152 47012 Valladolid III Leer el Manifiesto comunista hoy Otra manera de hacer política Lo «orgánico» y lo «institucional» en la acción colectiva emancipatoria 157 207 225  5 6 LOS CIUDADANOS SIERVOS tado, que además busca en la tecnología un método de autolegiti-mación suficiente en sí mismo. Y que encuentra también una ex- cusa (¿o «una buena razón»?) para ello en las limitaciones mani-fiestas de la doctrina tradicional de la representación, del instituto que según la doctrina del Estado moderno obra el tránsito de la soberanía del pueblo al poder público. LOS CIUDADANOS SIERVOS El concepto de «ciudadano» tiene un creciente carácter ambiguo y problemático. Tal yuppie, sin duda «ciudadano», prolonga desmedidamente la jornada de trabajo sindicalmente acordada —pues la empresa, el Dios nuevo, todo lo ve—. Tal campesino, «ciudadano» con libertad de expresión, oculta sus convicciones al servidor público que ha de darle subvenciones, o «peonadas». Tal «ciudadano» contribuyente evade ingresos al fisco del gobier- no que ha votado, sin rubor. Tal «ciudadano» robado «lo deja estar»: no denuncia el pequeño robo ante la inutilidad de la poli-cía. Tal «ciudadano» objetor de conciencia se ve insultado, des- preciado, en la picota, sospechado públicamente por las autori-dades. Tal «ciudadano» queda despedido del trabajo en su edad madura, en paro y sin subsidio pero con derechos sociales que le garantizan trabajo o subsidio. Tal «ciudadana» agredida sufre en solitario su tragedia: ¿qué más van a hacer los policías, los jueces, los periodistas? Tal «ciudadano» en edad de leva forzosa se ve im- plicado en una guerra que legalmente no existe, en la que su país no participa. Tal «ciudadano» cuyo objeto de deseo sexual o cuya lengua no es el mayoritario aparenta normalizarse para no ser discriminado. Tales «ciudadanas» ven su voluntad de abortar fis-calizada por ojos impersonales graduados en superior competen- cia... moral. Tal «ciudadano» es condenado a tantos años y un sida. Tal «ciudadana» se hace esterilizar por temor a perder su em- pleo'. Tal «ciudadano» anciano aguarda durante años el recono- cimiento de una pensión, de una obligación del Estado, la revisión de un juicio... Pero hay más: Hordas de ciudadanos celebran un triunfo deportivo: alaridos y bocinazos no se detienen ante los hospitales donde partidarios 1. Vid. El País, 1 de junio de 1992. Miles de ciudadanas alemanas de la antigua RDA se hacen esterilizar para obtener empleo o para no perderlo en la nueva Alemania unificada. 4  LOS CIUDADANOS SIERVOS del mismo equipo están muriendo. Muchedumbres de ciudadanos entran en trances garantizados, rítmicamente programados y a veces públicamente subvencionados, con dos guitarras multipli-cadas a millones de decibelios. Las «audiencias» de ciudadanos se disparan cuanto más burdo y hortera es el programa de la televi- sión. Entran a saco en los hipermercados para llevarse todos el mismo gadget, la misma ropa, comercialmente distinta eso sí de la comprada la vez anterior. Todos los ciudadanos han visto las fotos, reproducidas billones de veces, de los mismos idola: un hombre musculado fuera de toda medida, una mujer medio des- nuda y de gestos obscenos fuera de toda medida: ambos cotidia-nizados, normalizados por tanto. Millones de ciudadanos disfru- tan el privilegio de llaves de paso personalizadas: tarjetas de crédito, de club, de hipermercado, «individuales». Multitudes in- mensas de ciudadanos consumen drogas cuyo tráfico denuncia su diario favorito. El cual se alarma por el «fracaso escolar» de los futuros ciudadanos, que abren con televisor y música de moda el libro de texto. Los ciudadanos se integran en los anuncios publi- citarios de las ropas que visten, de los motores que les transportan. Se extasían con los espectáculos de Estado: panis et circenses, con «mando a distancia»... Los ciudadanos no deciden ya las políticas que presiden su vida. El valor o pérdida de valor de sus ahorros, las condiciones en que serán tratados como ancianos o las que reunirá su lecho de muerte, sus ingresos, el alcance de sus pensiones de jubilación, la viabilidad de las empresas en las que trabajan, la calidad de los servicios de la ciudad que habitan, el funcionamiento del correo, las comunicaciones y los transportes estatales, la enseñanza que re- ciben sus hijos, los impuestos que soportan y su destino... Todo ello es producto de decisiones en las que no cuentan, sobre las que no pesan, adoptadas por poderes inasequibles y a menudo inubi-cables. Que golpean con la inevitabilidad de una fuerza de la Na-turaleza. Y los ciudadanos votan. Pero su voto no determina nin- gún «programa de gobierno». (Determina si acaso, cuando el estado de ánimo colectivo se condensa periódicamente en rechazo, que uno de los equipos o clanes de profesionales de la política quede en minoría, apaciente su turno de vacas flacas, se desgarre y recomponga en la oposición). El «ciudadano» del relato político (como el «camarada», co-mo el «caballero», como el «burgués») viene de un ámbito discur- sivo distinto: de un discurso «civil». ¿«Ciudadano» contrapues- LOS CIUDADANOS SIERVOS to a «campesino»? El lenguaje de la revolución inglesa de 1668 es casi crematístico: a la hora de distribuir derechos políticos se habla de freeholders (propietarios y arrendatarios de por vida), leaseholders (meros arrendatarios), copyholders (enfiteutas), «padres de familia» y... «habitantes». Un mosaico sin pretensión universalista'. Pero el citoyen es ya otra cosa. Procede de la Re- pública de Ginebra, de un ciudadano de Ginebra —naturalmente, J.-J. Rousseau—, de la obsesión de la Revolución francesa por citar a la antigua Roma —y a los orgullosos ciudadanos roma- nos—. El citoyen va aux armes, toma la Bastilla, instaura el Ré-gimen Republicano de los derechos iguales. ¿Libertad? ¿Igual- dad? ¿Fraternidad? Los ciudadanos fueron los habitantes de las ciudades; de los hourgs, pero ya no (sólo) los bourgeois. También los desarrapa- dos. Los burgueses —que pagaban impuestos— eran en el Antiguo Régimen un tercer estamento, al lado de la nobleza y el clero. Cuando llegó la hora de su dominio también en el ámbito político, esta clase hubo de renunciar a ejercerlo manifiesta, declarada-mente (como la aristocracia feudal). No había luchado sola. Los desharrapados —como en 1647 los levellers — querían igualdad. Consiguieron (pero sólo los varones) la ciudadanía: igualdad de derechos. Una democracia de representantes. La burguesía no tenía asignado formalmente un lugar privilegiado en el sistema po- lítico, una cuota especial de poder como garantía de que el Estado era ahora suyo. Su dominio había de pasar, por tanto, a través de la representación. Las revoluciones que hoy llamamos burguesas no fueron mo- tines: protestas por el pan, o por diezmos y alcabalas; tampoco fueron la igualdad anabaptista o leveller. Muy complicada y ge-neralizadamente, completaron un cambio srcinado en una zona de la vida social al parecer distinta de la estatal: en la vida coti- diana, en el hacer para vivir. De ahí que hayan sido vistas como un desarrollo orgánico. Doscientos o trescientos años que contem- plan, en Europa, el surgimiento de nuevos ricos que ya no depen- den sólo, como los antiguos, de la sangre que derraman en sus guerras, de sus calculados matrimonios, del cereal arrancado al campesino: también —los vicios no se dejan sin necesidad, y en las nuevas vidas burguesas hubo de todo— del ingenio comercial e in- dustrial, de un modo de explotación diferente que permitía consi- 2. Vid. Bryan S. Turner, Citizenship and capitalism, Allen & Unwin, London, 1986, y J. M. Barbalet, Citizenship, Oxford University Press, 1988, espec. cap. 3.