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Clase 2- Militarización

Clase sobre la militarización de Buenos Aires en 1806-1807

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  Clase II  –  Invasiones Inglesas y militarización de Buenos Aires Existen varias formas de explicar los acontecimientos de Mayo de 1810 en el Río de la Plata. La mayoría de los autores que tenemos para leer concuerdan en diagnosticar la influencia de los asuntos españoles en los eventos que van de 1808 a 1820, es decir, toda la década revolucionaria y sus causas más inmediatas. Sin embargo, en esta clase intentaremos ver, a través del análisis de los años anteriores al inicio de la revolución los cambios atravesados por el Imperio Español en los momentos finales de la colonia. Para hacerlo, nos nutriremos de los textos de Noemí Goldman, Marcela Ternavasio y Tulio Halperín. Nos centraremos también en varias cuestiones fácticas, es decir, hechos políticos propiamente dichos que nos harán el marco general a la crisis de la monarquía ibérica. La aplicación de las reformas borbónicas que crearon el virreinato en 1776 y proclamaron capital a BsAs, junto con la creación de Intendencias, se intentó fortalecer el poder monárquico. Internamente, las novedades políticas y sociales generadas a partir de las invasiones inglesas serán también un factor altamente influyente en los inicios de la revolución. Pero serán los eventos de 1808, la invasión napoleónica y la vacancia del trono lo que generará la crisis final del imperio español. En 1806 y 1807, la ciudad de Buenos Aires recibió dos invasiones que fueron repelidas luego de una corta ocupación. A pesar de la brevedad de la presencia inglesa en BsAs, sus efectos se hicieron sentir fuertemente y fueron disruptivos para el orden colonial. Por un lado, porque desnudó la debilidad del sistema de defensa español (que había sido intervenido durante el proceso de reformas) y, por el otro, porque las autoridades españolas en América fueron ambiguas y juzgadas como cobardes por los criollos. La primera invasión, comandada por el capitán William Beresford fue muy débilmente resistida e incluso algunos funcionarios y miembros de la élite juraron fidelidad a Jorge III de Inglaterra. Para la mayor parte de los vasallos españoles, la fidelidad a la Corona era un valor al que no se podía renunciar fácilmente. La pasividad de las autoridades se vio aún empeorada con la retirada del virrey Sobremonte a Córdoba para proteger las Cajas Reales, tal y como estipulaba el manual. Frente a la pasividad de las autoridades virreinales, algunas figuras locales se encargaron de organizar una resistencia a partir de la convocatoria de fuerzas voluntarias que, a un mes de la llegada de los británicos, lograron expulsarlos. Estos personajes eran: Santiago de Liniers, Juan Martín de Pueyrredón y Martín de Álzaga. La victoria de las milicias no hizo otra cosa más que empeorar los sentimientos de descontento hacia la autoridad virreinal. En medio de ese clima  caldeado, en agosto de 1806 se convocó a un Cabildo Abierto que delegó las funciones militares de la ciudad de Buenos Aires en el héroe de la reconquista: Liniers. Obviamente, esto dejaba muy desprestigiada a la autoridad virreinal. Tan solo unos meses después, el desprestigio se vería acrecentado a partir de la segunda invasión, producida en febrero de 1807. Los ingleses tomaron Montevideo con el objetivo de preparar su embestida sobre Buenos Aires. El virrey Sobremonte demostró una incapacidad total para proteger la ciudad oriental. Liniers dio aviso a las milicias, que se encontraban mucho mejor preparadas que el año anterior, y estas exigieron la deposición de Sobremonte. La presión de los comandantes de milicias y de la población de Buenos Aires fue tan fuerte que finalmente se logró convocar a un Cabildo Abierto en el que se decidió la conformación de una junta de guerra y la suspensión de las funciones del virrey. La entrada en BsAs de las tropas inglesas comandadas por John Whitelocke encontró una feroz oposición. Álzaga había levantado barricadas y animado a los vecinos a apoyar la defensa desde sus casas para complicar el avance de las tropas. Las precarias fuerzas voluntarias creadas por Liniers se hicieron mucho más numerosas y mucho mejor organizadas. Buenos Aires tenía para 1806/7 alrededor de 40000 habitantes. La milicia organizada para enfrentar a los ingleses contaba con 8 mil hombres. Antes de 1806 la mayor parte de la elite porteña rechazaba la idea de hacer carrera en el ejército. Sin embargo, las invasiones señalaron fuertemente las debilidades del gobierno español a pesar de los intentos de reforzamiento que la ciudad capital del virreinato había tenido desde su creación, en especial, para enfrentarse a los desafíos que el imperio portugués le proponía desde Colonia del Sacramento en la provincia oriental. En una ciudad de crecimiento vertiginoso como Buenos Aires a fines del siglo XVIII, los militares debieron compartir el poder político con un nuevo grupo de comerciantes beneficiados por la liberalización del comercio desde 1778. El lugar que ocupaban los oficiales en el conjunto de la burocracia imperial era secundario y de un relativo aislamiento. Esto se veía matizado en las zonas rurales, donde los oficiales lograban acceder a lugares más preeminentes a través de políticas de matrimonios. Pero, en términos generales, los militares profesionales no pudieron ubicarse en un lugar indisputado dentro de la elite colonial por sus limitados recursos económicos en medio de una sociedad que lograba acceder a los beneficios del comercio atlántico. Como mencionamos antes, solo la audaz reacción de Liniers logró salvar a Buenos Aires de la invasión. Comerciantes, funcionarios, tenderos se precipitaron a las milicias creadas por el  emigrado francés. Organizó las milicias con un criterio regional: dos de patricios (srcinarios de Buenos Aires), una de arribeños (venidos de las ciudades del Interior), una de negros libres, mulatos e indios, y una de cada una de las regiones españolas (catalanes, vascos, cantábricos, gallegos, y andaluces). Los diversos regimientos, menciona Halperín, comenzaron a competir entre sí a través, por ejemplo, de sus uniformes. Así, la riqueza, que era un factor informal de diferenciación social durante la colonia se transforma en un factor decisivo en la creación de un cuerpo de oficiales milicianos. La milicia estaba compuesta por unidades voluntarias y por un largo tiempo no se recurrió al reclutamiento compulsivo. Los nuevos soldados se reunían en asamblea para elegir a sus comandantes, esto dio oportunidades a los que no habían nacido con fortuna o formación militar, aunque el surgimiento de liderazgos basados en la popularidad no era bien visto. La creación de las milicias cambió irreversiblemente el equilibrio de poder en Buenos Aires. Antes que alentar una igualación entre la elite y la plebe, la militarización supuso una nueva igualdad dentro de la elite misma. Los criollos ganaron estatus como resultado de su superioridad numérica en las filas. Un ejemplo cabal de esto es Cornelio Saavedra, líder de los patricios. Sin ser un advenedizo, perteneciendo a los sectores criollos acomodados, Saavedra logró concentrar un poder muy importante producto de la comandancia de la unidad armada más grande de la ciudad, por lo que su apoyo resultaba esencial para cualquiera que quisiera gobernar el virreinato. Si las grandes tiendas y el comercio menor estaban en manos de los mercaderes españoles, la militarización proveyó un marco para que los criollos pudieran acrecentar su posición social. De hecho, cuando se produce la reforma de las milicias ya en 1807, solo las unidades criollas se ven afectadas por la profesionalización creciente. La mayor parte de los criollos estuvo dispuesta a renunciar a sus actividades para percibir los 12 pesos de paga mensual por integrar los cuerpos milicianos. Las consecuencias de esta distinta organización no se hizo sentir de inmediato. En junio de 1807, la defensa exitosa fue todavía tarea conjunta de Liniers y el Cabildo. La posición de Liniers se vio consolidada y la Corona lo nombró virrey interino. La manutención de estos nuevos cuerpos de milicias implicaron un reordenamiento fiscal. Esto generó luchas internas por el poder entre el virrey interino y el Cabildo. Martín de Álzaga intentó conformar una junta comandada por los peninsulares a través del derrocamiento de Liniers. Este hecho se conoce como la “asonada de Álzaga”, que resultó frustrad a por la intervención de los Patricios. Esta fue una muestra del poder de Saavedra para controlar las fuerzas militares criollas y plebeyas.  En lugar de Liniers se nombró a un nuevo virrey: Baltazar Hidalgo de Cisneros. Cisneros no disolvió los batallones remunerados de criollos pero intentó debilitarlos. Por el peso asfixiante que implicaba el mantenimiento de los cuerpos milicianos en 1809 otorgó una autorización provisoria de librecomercio con Inglaterra. Igualmente, el rol de las milicias ya había sido cuestionado porque los peligros excepcionales ya habían pasado debido al reacomodamiento del sistema de alianzas en Europa: como veremos a continuación, tras la invasión napoleónica a España, Portugal e Inglaterra pasaban ahora, aunque no sin sospechas, a integrar el grupo de aliados, mientras que Francia se convertía en enemigo. La formación de milicias urbanas integradas por criollos les había dado a estos una fuerza militar considerable que obligaba al poder en Buenos Aires a tomarlos en cuenta. Por primera vez, tenían un canal de participación que era independiente de las viejas estructuras administrativas y militares. Se formaba así un liderazgo alternativo y criollo, en el contexto de crisis de las autoridades coloniales por los eventos que estaban sucediendo en Europa. En mayo de 1810, la Revolución mostró la fuerza de este nuevo liderazgo y la pérdida de poder de las autoridades virreinales. No es de extrañar que Cornelio Saavedra se encuentre liderando el nuevo gobierno: era él el líder del cuerpo miliciano más importante de la ciudad. El frente militar abierto en el Río de la Plata, pronto se mostró como la primera etapa de una guerra complicada y larga. España estaba atravesando su propia guerra de independencia de las fuerzas de Napoleón y la guerra en América fue vista como una guerra civil. La victoria militar ocupó un rol principal en los objetivos del gobierno revolucionario y, en consecuencia, el ejército se transformó en un actor vital dentro del estado, a la vez que se lo sometió a una completa transformación. Se aceptó el ideal de militarización de toda la sociedad, cobrando el ejército cada vez más prestigio, por encima de la administración y el cuerpo eclesiástico. En el ambiente bélico de la guerra revolucionaria, los  jefes militares gozaban de un prestigio no comparable con otros políticos. De hecho, el lugar privilegiado que ocuparon los militares fue una excepción dentro de un marco en el que la tendencia era a la igualación: una vez destituidos los burócratas de srcen español, los salarios y honores recibidos decayeron considerablemente. La reforma del ejército, que se profesionalizó y fue fuertemente disciplinado, generó resentimientos entre los veteranos de 1806 y 1807 que estaban acostumbrados a un trato menos severo. En abril de 1811 los patricios se sublevaron contra el Primer Triunvirato y recibieron una derrota importante que Halperín considera que se trató del final de período de militarización abierto en 1806 y el comienzo de una nueva etapa. Se pasó a un tipo de reclutamiento