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La Verdadera Historia De Los Tres Cerditos Y El Lobo Feroz

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La verdadera historia de los tres cerditos y el lobo feroz La historia que voy a relatar es un secreto conocido por algunos

de los animales del bosque, aunque la mayoría ha preferido olvidarla y se cuenta la versión que todos hemos oído. La historia real es muy diferente. Los lobos todavía se enfurecen si alguien se atreve a contar la verdadera historia. Si lees este cuento o te lo cuentan en voz alta y hay un lobo cerca es posible que se ponga a aullar. En cuanto al resto de los animales, a la mayoría les avergüenza lo que ocurrió. Para ellos todo aquello que ocurrió desafiaba las costumbres del bosque y, aunque las costumbres son sólo eso, costumbres, a muchos animales les parecía que hacer las cosas como siempre se habían hecho debería de ser obligatorio, y además una ley de las que se respetan o pena de muerte. La historia que seguramente conocéis es la de mamá cerdita diciéndole a sus cerditos que ya eran mayores para buscarse la vida y que de ahora en adelante volvieran sólo para visitarla y no para quedarse a vivir. Los puso a los tres de patitas en la calle y les ordenó construirse una casa cada uno. Pero la historia real empieza mucho antes. Cuando los tres cerditos eran tan sólo unos cochinillos. A papá cerdo le gustaba mucho Africa porque en aquel continente había muchos países en los que no comen jamón así que iba mucho de viaje por allí. Mamá cerdita no le acompañaba porque se mareaba al viajar y los cerditos eran demasiado pequeños para ir de aventuras. Por desgracia en un viaje a Mali le picó una mosca tsetse y le entró la enfermedad del sueño. Al pobre lo trajeron dormido y así es como se quedó, soñando para el resto de su vida con su cerdita, sus hijos y su amada África. Al final se acostumbraron a que papá cerdito siempre estuviese durmiendo. Todo el tiempo estaba sonriendo así que era evidente que sus sueños eran agradables y, a veces, los cochinillos hasta le tenían envidia. Un día en que mamá cerdita salió a pasear con sus hijos por el bosque se encontraron un pequeñito lobezno que temblaba de frio acurrucado entre la maleza. Los cochinillos comenzaron a jugar con él y el lobezno se puso muy contento. A mamá cerdita no le hacía demasiada gracia que sus hijos jugaran con una cría de lobo pero estaba claro que a sus padres debía haberles pasado algo y se había quedado sólo. Los cochinillos le cogieron cariño, les encantaba su pelaje. Lo acariciaban y se hacían cosquillas al acercarles el hocico. Sintieron mucha lástima por él cuando mamá les dijo que había que volver a casa. Estaba claro que el lobezno se moriría si lo dejaban allí. Mamá cerdita, pensando que se cansarían del animal aquel igual que se habían cansado de todos sus juguetes, del conejo que adoptaron y de la lagartija a la que, para divertirse le quitaban la cola cada vez que le volvía a crecer, aceptó traerlo a casa con ellos. El lobezno era cariñoso, juguetón y los cerditos lo trataban como a un hermano pequeño. A pesar de que los lobos son carnívoros no le hacía ningún asco a todas las verduras que le daban para comer, hasta frutas comía el pequeño lobo.

Muchos de los vecinos del bosque habían callado por no querer meterse donde no les llamaban cuando la familia de los cerditos adoptó al lobezno, pero cuando empezó a crecer y las zarpas se le hicieron grandes. Cuando los colmillos del lobezno dejaron de ser unos graciosos dientecillos que le sobresalían para empezar a parecer cuchillos de carnicero, los vecinos comenzaron a murmurar. Señalaban a mamá cerdita y a su extraña familia y se apartaban de su camino cuando iba a hacer la compra. A mamá cerdita aquella situación se le hacía cada vez más insoportable. No había contado con que el lobito se adaptaría tan bien a la familia, ni que sus hijos lo acabarían queriendo de verdad, pero tenía que hacer algo. El bosque entero estaba contra ellos. Lobos de las cercanías lanzaban trozos de carne fresca a la puerta de casa, con la intención de abrir el apetito del lobito y que viera a sus hermanos adoptivos como a suculentos manjares, pero mamá cerdita siempre los encontraba primero y los metía en el fondo del cubo de la basura Los compañeros de escuela de los cerditos les llamaban chuletones, tocinillos de cielo y pancetas para la panza, la del lobo, claro. Por eso, Un día, mamá cerdita decidió terminar con aquella situación. Se llevó al lobito al centro del bosque metido en la bolsa de la compra para que no reconociera el camino y allí lo ató con unas longanizas a un árbol y lo abandonó. Mamá cerdita sabía que el lobo, siendo vegetariano no sobreviviría en el bosque. Para liberarse tendría que comerse las longanizas y entonces descubriría que es lo que realmente le gusta comer, sería entonces un lobo carnívoro normal y sobreviviría. Los tres cerditos lloraron muchísimo, gritaron, se enfadaron con su madre y se encerraron en su habitación durante días sin probar bocado. Como un cerdo no aguanta mucho sin comer, acabaron saliendo, claro, pero seguían llorando por la pérdida de su hermano. Al cabo de una semana mamá cerdita ya no pudo soportar más los lloros de sus cerditos y se fue con ellos a buscar al lobezno. Buscaron por todo el bosque pero no lo encontraron. Pasaron los meses primero, después los años y, mientras los cerditos crecían, historias de un lobo feroz que atacaba piaras enteras comiéndose cerdos de hasta cien kilos sembraban el terror en la región entera. Pero la vida seguía y mamá cerdita decidió un día que sus hijos tenían que empezar a vivir como cerdos mayores. Como todos sabemos los tres cerditos tenían caracteres muy diferentes. El más perezoso se contentaba con una casa hecha con fajos de paja. Era suficiente para protegerse de la lluvia y si no le gustaba el vecindario siempre podía desmontarla e irse a otro lado. El cerdito medianamente trabajador se hizo una casa de madera. Si hubiese estudiado un poco antes de ponerse a construirla, le hubiese salido casi tan sólida como la del cerdito trabajador pero siempre pensó que tenía que ser muy fácil construir una casa de madera. Así vistas desde fuera, no parecía complicado. Pones una tabla aquí, otra allá, las clavas,

pones otra tabla y, en poco tiempo ya tienes un lugar al que llamar hogar. Como sabemos por la historia, su construcción casi ni se tenía en pie. El caso es que, cuando los tres cerditos habían terminado de construir sus casas apareció el tan temido lobo feroz con intención de zamparse al más perezoso, al huir este a casa del medianamente trabajador y echarla también abajo siguió a los cerditos en su huida hasta la casa del trabajador y ahí dice la historia que el lobo, tras soplar y soplar sin conseguir derribar ni la puerta se metió por la chimenea. Se supone que el cerdito trabajador, al ver lo que el lobo se traía entre manos puso un caldero a cocer justo en la chimenea y cuando el lobo cayó en el agua hirviendo se escaldó todo el trasero y salió de la casa corriendo y aullando de dolor. Pero, es que hay alguien que sea capaz de creerse semejante tontería. ¡Venga ya!. Aún suponiendo que la chimenea tuviera sitio para meter un gran caldero la leña habría tardado un tiempo en empezar a arder y el agua tarda aún más en empezar a hervir. El lobo, como mucho se hubiese dado un baño en agua templada antes de zamparse a los tres cerditos. La verdad es que el lobo sí que entró por la chimenea y ninguno de los tres cerditos se lo esperaba. Entró y, sucio de hollín de la cabeza a los pies, pero con unos enormes y blanquísimos dientes, de los que destacaban sus afiladísimos colmillos se reía como un bellaco cuando se los encontró a los tres, totalmente desprevenidos, mirando por la ventana, buscándolo por entre los árboles. Cuando los tres cerditos se giraron y vieron al lobo feroz avanzar hacia ellos sin prisa, babeando y riendo, se daban ya por zampados. El lobo feroz levantó una zarpa para, con sus potentes garras hacer trizas al cerdito perezoso y, justo cuando se decidió a lanzar el golpe, se paró. Una foto de familia, vista de reojo, le llamó la atención. En ella se veía a los tres cerditos, de pequeños, con su madre y un pequeño lobezno. El lobo feroz se fue hacia la pared donde colgaba la foto en un marco y, mirándola, se puso a llorar. ¿Sois vosotros? Mis hermanos ¿Lobezno?, ¿eres tú?, ¿de verdad?, dijeron los tres cerditos al mismo tiempo. Os he odiado durante años. He atacado a todos los cerdos, lechones y cochinillos que he tenido fuerzas para devorar. He arrasado piaras enteras con la esperanza de que estuvierais entre las víctimas. Pero nunca me imaginé que, si os encontraba, dudaría entre haceros pedazos, en seguida o,… Lobezno, nosotros te queríamos. No nos hagas daño, dijo el cerdito trabajador O haceros una pregunta y me vengaré después de que la contestéis. ¿Qué es?, ¿qué es lo que quieres saber?. ¿Por qué me abandonasteis?

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Los tres cerditos le contaron que su madre se había arrepentido de abandonarle. Le dijeron lo mucho que lo habían echado de menos y, la foto de familia con él de pequeño, le convenció de que todos aquellos años devorando cerdos como venganza había estado equivocado. Todo su odio hacia los cerditos desapareció en un instante. El lobo feroz se sintió muy triste por haber hecho tanto daño a tantos inocentes. Los tres cerditos le abrazaron y comenzaron a acariciarle. Su pelaje ya no era suave, como de cachorro, ni les hacía cosquillas a los hocicos pero era su lobezno, el lobito por cuya ausencia tanto habían llorado. El lobo feroz se lavó por primera vez en años, se arregló el pelaje y salió de la casa prometiendo volver. Se fue al bosque a hablar con los otros lobos y a decirles que desde aquel instante sólo iba a comer carne de pescado, especialmente de trucha que le encantaba y que se iba a vivir con los tres cerditos. Muchos lobos, que hasta entonces le habían considerado su héroe, el más fiero y brutal de todos, una leyenda viva, recibieron la noticia como la mayor tragedia de sus vidas. Aquella noche se oyeron mucho aullidos de tristeza en el bosque. Los tres cerditos causaron también un gran asombro en la región cuando los demás cerdos se enteraron de que el mismísimo lobo feroz se había ido a vivir con ellos. Nadie, aparte de sus tres cerditas vecinas, que los conocían de toda la vida, comprendió de qué iba la cosa. Ellas se fueron a verlos para ofrecerles su amistad y su apoyo y les gustó tanto la valentía de los tres cerditos que acabaron casándose con ellos. El lobo feroz se lo pasaba muy bien cuidando de los cochinillos y todos juntos vivieron felices comiendo frutas, verduras, truchas y perdices.