Preview only show first 10 pages with watermark. For full document please download

Psicologia Social Perspectivas Teoricas Y Metodologicas Alvaro

   EMBED


Share

Transcript

PSICOLOGIA SOCIAL: PERS PERSPECTIVA PECTI VAS S T E Ó RICA RI CAS S  Y MET ME T O D O L Ó G I CAS' CAS'" por  mi a n a  J o sé  L u i s A l v a r o  E s t r a mi m  siglo veintiuno editores MÉXICO ESPAÑA PSICOLOGIA SOCIAL: PERS PERSPECTIVA PECTI VAS S T E Ó RICA RI CAS S  Y MET ME T O D O L Ó G I CAS' CAS'" por  mi a n a  J o sé  L u i s A l v a r o  E s t r a mi m  siglo veintiuno editores MÉXICO ESPAÑA I ÍNDICE J% \ siglo veintiuno editores, sa oC CERRO DEL AGUA. 248 043 10 MfcXICO D F siglo veintiuno de españa editores, sa C PLAZA í> 28043 MADRID ESPAÑA * ki H M Z.S! f)< tt,, £ ?   c. , p. 444]. Algunos de los elementos utilizados por T ajfel en la construcción de su paradigma como, por ejemplo, los diseños experimentales sobre el grupo mínimo, han sido objeto de numerosas críticas (véase Brown, 1988; H uici, 1987c). También ha sido objeto de crítica su énfasis en los procesos intergrupales a expensas de los intragrupales (Morales, 1987) o su insuficiente articulación entre los procesos psicológicos y sociales en la explicación del comportamiento intergrupal (véase Huici, 1987b). Sin negar la pertinencia de algunas de estas críticas, la aportación de Tajfel a la psicología social es relevante no sólo 66  JoséL uis A lvaro E strami ana  I. RELACIO NE S INT ERGRUPALES, IDENTI DAD SOCIAL  Y CA TE GO RIZ ACI ÓN La aportación de Tajfel a la psicología social es fundamental para entender el desarrollo de los estudios sobre relaciones intergrupales e identidad social (véase Huici, 1987b, 1987c). La perspectiva de Tajfel supone no sólo la inclusión de una dimensión de carácter más social en los estudios tanto sobre las relaciones intergrupales como sobre la identidad, sino que en su esquema teórico es imposible el estudio de uno de dichos campos sin referencia al otro. De esta manera, las relaciones intergrupales son indispensables para entender la identidad social de las personas: [...] los aspectos psicológicos y las consecuencias de la pertenencia aun grupo son capaces de cualquier tipo de definición sólo a causa de su inserción en una estructura multigrupal. En consecuencia, la identidad social de un individuo, entendida como su conocimiento de que pertenece a ciertos grupos sociales, junto con alguna importancia de valor y emocional para él de su pertenencia a ese grupo, sólo puede ser definida a través de los efectos de la categorización social que divide el entorno entre su propio grupo y los otros [Tajfel, 1983, p. 195]. Esta idea de que tanto la identidad personal como el comportamiento individual y colectivo deben ser entendidos como parte de la pertenencia aun grupo es una constante del trabajo de este autor (véase  Tajfel, 1982#). Es importante recordar aquí la utilización por parte de  Tajfel (1981, 1982#), así como de otros autores (Turner, 1982), del concepto de categoría social. Con la introducción de este término se pretende dar una perspectiva más social a la teoría, al entender las relaciones interpersonales en el contexto más amplio de la pertenencia a diferentes categorías sociales. Al mismo tiempo, la pertenencia a diferentes categorías sociales da lugar a diferentes formas de categorización social. La categorización social puede ser entendida como: [...] proceso que consiste en la organización de la información recibida del medio en diversas maneras. Así, tendemos aignorar ciertas diferencias entre objetos individuales si estos objetos son equivalentes para ciertos propósitos [...]. Al mismo tiempo, tendemos a ignorar ciertas similitudes de los objetos si éstos son irrelevantes para nuestros propósitos, si revelan una falta de equi- 68 José L uis A lvaro E stramiana  definitiva, de la discriminación, estereotipos, prejuicios, etc., que per mean una gran parte de dichas relaciones. El haber sabido integrar esta nueva perspectiva con una teoría de la identidad es otro de sus méritos. Los supuestos teóricos que subyacen a los procesos de categorización e identidad descritos con anterioridad y su aplicación a la explicación de la conducta intergrupal no sólo han dado lugar a un gran número de estudios, sino que también han constituido la base sobre la que se han asentado nuevas formulaciones teóricas, entre las que podríamos destacar, por un lado, la llevada a cabo por diferentes autores de la escuela de Ginebra *como Doise y Deschamps (véase Huici, 1987b; Huici y Morales, 1991) y, por otro, la de Turner (1987/90). La teoría de la categorización del yo de Turner está basada en un conjunto de postulados e hipótesis entre los que destacan tres conceptos fundamentales como son los de «metacontraste», «prototipi calidad» y «despersonalización» de la percepción del yo individual. El último concepto es clave para la formación de una conducta grupal y supone la tendencia a la percepción del yo como ejemplar intercambiable de alguna categoría social, más allá de la percepción del yo como persona única, definida por las diferencias individuales respecto a los demás [...] es el cambio desde el nivel de identidad personal al social [Turner, 1987/ 90, p. 84]. Aunque Turner afirma que la identificación como miembro de un grupo no supone una pérdida de identidad, pudiendo incluso representar una «ganancia» en la misma, la contraposición que establece entre identidad personal y social no es correcta (véaseJahoda, 1986#). En otro lugar, Turner (1988, p. 106) vuelve a referirse a esta idea, al ' indicar que [...] alguien puede definirse a sí mismo simultáneamente tanto en el nivel personal como al nivel social. A l mismo tiempo cabría pensar que la percepción del yo varía alo largo de un continuo en el que un extremo es simplemente la percepción personal del yo y el otro extremo es la percepción social del yo o identidad social, de tal forma que existe un continuo en esc sentido. L a psicología social europea  67 valencia en relación con nuestras acciones, creencias, actitudes, intenciones o sentimientos [Tajfel, \ 978a, p. 305]. Este proceso de categorización es esencial para explicar las relaciones intra e intergrupales. De acuerdo con Tajfel (1982b),  el proceso de categorización lleva tanto a una acentuación de las diferencias intergrupales como a una asimilación de las diferencias endogrupales. Proceso ya observado con anterioridad por Tajfel en relación a otros procesos cognitivos, así como en los estudios sobre el paradigma del grupo mínimo, en donde Tajfel y otros (1971) describen las condiciones mínimas de categorización social que generan conductas discri minativas en contra del exogrupo y conductas de favoritismo con respecto al endogrupo. De manera análoga, el propio Tajfel (1981) indica que los estereotipos sociales pueden ser entendidos según el proceso de categorización descrito con anterioridad. En resumen, la teoría de Tajfel representa una teoría tanto de la identidad social como de las relaciones intergrupales desde una perspectiva no individualista: [...] las necesidades de la identidad social, en relación con la naturaleza de las relaciones objetivas y subjetivas entre los grupos, con el funcionamiento de las comparaciones sociales intergrupales, y con el significado de la legitimidad percibida en su funcionamiento, nos permite considerar la conducta intergrupal en contextos sociales reales, por encima y más allá de su determinación por las necesidades o motivos que se supone que operan con anterioridad o independientemente de los sistemas sociales en los que viven las personas [Tajfel, 1978¿>, p. 444]. Algunos de los elementos utilizados por T ajfel en la construcción de su paradigma como, por ejemplo, los diseños experimentales sobre el grupo mínimo, han sido objeto de numerosas críticas (véase Brown, 1988; H uici, 1987c). También ha sido objeto de crítica su énfasis en los procesos intergrupales a expensas de los intragrupales (Morales, 1987) o su insuficiente articulación entre los procesos psicológicos y sociales en la explicación del comportamiento intergrupal (véase Huici, 1987b). Sin negar la pertinencia de algunas de estas críticas, la aportación de Tajfel a la psicología social es relevante no sólo por sus propuestas teóricas, que se sitúan en un nivel de explicación psicosocial (véase Stroebe, 1979), sino también por su contribución a una comprensión más profunda de las relaciones intergrupales y, en L a psi cología social eur opea  69 suelve desde un punto de vista teorico esta supuesta contradicción: toda persona ni es una réplica de losrotros ni un yo único. En cuanto a la noción de «metacontraste», ésta hace referencia al proceso mediante el cual cualquier conjunto de individuos se catego rizará como grupo en la medida en que, en las «dimensiones pertinentes de comparación», las diferencias subjetivas intragrupales sean menores que las intergrupales. El concepto de «prototipicalidad» se refiere al grado en que el miembro de una categoría es visto como representativo de dicha categoría. Turner, basándose en estos supuestos, establece una serie de hipótesis genéricas sobre la conducta grupal. La teoría de la categorización del yo recoge algunos aspectos de la teoría de las relaciones intergrupales de Tajfel, al tiempo que presenta aspectos diferenciados. En palabras del propio Turner (1987/90, p. 19): La teoría de la categorización del yo contempla la identidad social como la base cognitiva de la conducta de grupo, el mecanismo que la hace posible (y no sólo los aspectos del yo derivados de la pertenencia al grupo), y afirma que la función de las categorizaciones del yo en distintos niveles de abstracción hace que tanto la conducta de grupo como la individual se produzcan desde el yo. Como podemos comprobar por esta cita, la teoría de Turner tiene un marcado carácter cognitivista y, si bien se formula como una teoría no individualista (véase también Turner y Oakes, 1986), introduce un cierto sesgo psicologista. Aunque Turner es muy claro al afirmar que la conducta grupal no puede ser interpretada en términos exclusivamente psicológicos, lo cierto es que su explicación del proceso a través del cual se actúa como un grupo está anclada en una perspectiva que sitúa al yo como eje central de su esquema teórico. Un yo en cierta manera ahistórico y que es conceptualizado como estructura cognitiva. Si bien la teoría elaborada por Turner ha sido objeto de una buena acogida por parte de diferentes psicólogos sociales europeos, también ha recibido duras críticas, como las de Willer (1989, p. 646), quien describe la teoría deTurner (1987/90) en los siguientes términos: 68 José L uis A lvaro E stramiana  definitiva, de la discriminación, estereotipos, prejuicios, etc., que per mean una gran parte de dichas relaciones. El haber sabido integrar esta nueva perspectiva con una teoría de la identidad es otro de sus méritos. Los supuestos teóricos que subyacen a los procesos de categorización e identidad descritos con anterioridad y su aplicación a la explicación de la conducta intergrupal no sólo han dado lugar a un gran número de estudios, sino que también han constituido la base sobre la que se han asentado nuevas formulaciones teóricas, entre las que podríamos destacar, por un lado, la llevada a cabo por diferentes autores de la escuela de Ginebra *como Doise y Deschamps (véase Huici, 1987b; Huici y Morales, 1991) y, por otro, la de Turner (1987/90). La teoría de la categorización del yo de Turner está basada en un conjunto de postulados e hipótesis entre los que destacan tres conceptos fundamentales como son los de «metacontraste», «prototipi calidad» y «despersonalización» de la percepción del yo individual. El último concepto es clave para la formación de una conducta grupal y supone la tendencia a la percepción del yo como ejemplar intercambiable de alguna categoría social, más allá de la percepción del yo como persona única, definida por las diferencias individuales respecto a los demás [...] es el cambio desde el nivel de identidad personal al social [Turner, 1987/ 90, p. 84]. Aunque Turner afirma que la identificación como miembro de un grupo no supone una pérdida de identidad, pudiendo incluso representar una «ganancia» en la misma, la contraposición que establece entre identidad personal y social no es correcta (véaseJahoda, 1986#). En otro lugar, Turner (1988, p. 106) vuelve a referirse a esta idea, al ' indicar que [...] alguien puede definirse a sí mismo simultáneamente tanto en el nivel personal como al nivel social. A l mismo tiempo cabría pensar que la percepción del yo varía alo largo de un continuo en el que un extremo es simplemente la percepción personal del yo y el otro extremo es la percepción social del yo o identidad social, de tal forma que existe un continuo en esc sentido. Sin embargo, la identidad personal no puede ser entendida más que como identidad social (véase Torregrosa, 1983). En este sentido, el interaccionismo simbólico, en sus conceptos de “yo” y “mí”, re- 70 José L uis A lvaro E stramiana  L a psi cología social eur opea  suelve desde un punto de vista teorico esta supuesta contradicción: toda persona ni es una réplica de losrotros ni un yo único. En cuanto a la noción de «metacontraste», ésta hace referencia al proceso mediante el cual cualquier conjunto de individuos se catego rizará como grupo en la medida en que, en las «dimensiones pertinentes de comparación», las diferencias subjetivas intragrupales sean menores que las intergrupales. El concepto de «prototipicalidad» se refiere al grado en que el miembro de una categoría es visto como representativo de dicha categoría. Turner, basándose en estos supuestos, establece una serie de hipótesis genéricas sobre la conducta grupal. La teoría de la categorización del yo recoge algunos aspectos de la teoría de las relaciones intergrupales de Tajfel, al tiempo que presenta aspectos diferenciados. En palabras del propio Turner (1987/90, p. 19): La teoría de la categorización del yo contempla la identidad social como la base cognitiva de la conducta de grupo, el mecanismo que la hace posible (y no sólo los aspectos del yo derivados de la pertenencia al grupo), y afirma que la función de las categorizaciones del yo en distintos niveles de abstracción hace que tanto la conducta de grupo como la individual se produzcan desde el yo. Como podemos comprobar por esta cita, la teoría de Turner tiene un marcado carácter cognitivista y, si bien se formula como una teoría no individualista (véase también Turner y Oakes, 1986), introduce un cierto sesgo psicologista. Aunque Turner es muy claro al afirmar que la conducta grupal no puede ser interpretada en términos exclusivamente psicológicos, lo cierto es que su explicación del proceso a través del cual se actúa como un grupo está anclada en una perspectiva que sitúa al yo como eje central de su esquema teórico. Un yo en cierta manera ahistórico y que es conceptualizado como estructura cognitiva. Si bien la teoría elaborada por Turner ha sido objeto de una buena acogida por parte de diferentes psicólogos sociales europeos, también ha recibido duras críticas, como las de Willer (1989, p. 646), quien describe la teoría deTurner (1987/90) en los siguientes términos: La teoría de la categorización del yo de Turner y colaboradores no es una teoría en un sentido técnico, sino una perspectiva orientativa que ofrece su visión del mundo. Los términos que forman esta perspectiva no se exponen con precisión y las hipótesis no están formuladas de manera que puedan ser L a psicología social europea  contrastadas. Tampoco han tenido en cuenta las aportaciones de otras investigaciones [...]. II. LA PSICOL OGÍ A SOCIA L DEL CAMBIO. LA INFLUEN CIA MINORITARIA Al igual que en el siglo XIX se da un incipiente protagonismo político de las masas, en la segunda mitad del XX tienen lugar diversos acontecimientos sociales en los que son las minorías las que ocupan un papel destacado. Éste es el caso, entre otros, de los movimientos de protesta contra la guerra de Argelia en Francia, contra la guerra de Vietnan en América, la revuelta checoslovaca o el movimiento del mayo francés. Movimientos “minoritarios” que irrumpen con fuerza en la escena política y a los que se pretende dar una respuesta desde la psicología social. Atento espectador de su época, Moscovici plantea el estudio de este “nuevo” protagonista histórico, confrontando una psicología de las mayorías con una psicología de las minorías, una psicología social funcionalista cuya principal preocupación es el orden social, el equilibrio y los procesos de influencia frente a una psicología genética preocupada por el conflicto como motor del cambio social. Para lograr este objetivo propone que el individualismo del funcionalismo psicológico sea transformado en interacción y la dependencia en interdependencia, y que la relación entre mayorías y minorías sea vista de forma no mecanicista o simétrica. Los contrastes entre ambos modelos quedan reflejados en el cuadro de la página siguiente. Se trata, por tanto, de una perspectiva contraria y a la vez complementaria a la psicología de masas. Una psicología de las minorías activas que para Moscovici queda definida de la siguiente forma: Se ha descrito y estudiado la conformidad desde el triple punto de vista del control social sobre los individuos, de la eliminación de las diferencias entre éstos —la desindividuación, para ser más precisos— y de la aparición de uniformidades colectivas [...]. H a llegado la hora de cambiar de orientación, de 69 71 M odelo  Funcionalista  M odelo  G ené tico  Naturaleza de las relaciones entre la fuente y el blanco Asimétricas Simétricas Objetivos de la interacción Control social Cambio social Factor de interacción Incertidumbre y reducción de la incertidumbre Conflicto, negociación del conflicto Dependencia Estilos de comportamiento  Tipo de variables independientes Normas determinantes de la Objetividad interacción Objetividad, preferencia, originalidad Modalidades de la influencia Conformidad, normalización, innovación FUENTE: Conformidad Moscovici, 1976/ 81, p. 261. Moscovici (1976/ 81) señala las condiciones que requiere el comportamiento de una minoría para ejercer influencia social. Estas condiciones son «independientes» del poder o estatus de la minoría y se derivan de su capacidad de consistencia, de su coherencia y no de su competencia. Del consenso intraminoritario, de su consistencia interna, derivaría su visibilidad y reconocimiento social, características esenciales de su posible influencia social. L a capacidad de influencia de una minoría sobre una mayoría sólo es posible si aquélla asume de forma consistente un sistema de normas y valores interiorizados que sirvan de guía a su comportamiento: Sólo un grupo nómico, sea a favor o en contra de la norma, es capaz de ejercer 70 José L uis A lvaro E stramiana  L a psicología social europea  contrastadas. Tampoco han tenido en cuenta las aportaciones de otras investigaciones [...]. II. LA PSICOL OGÍ A SOCIA L DEL CAMBIO. LA INFLUEN CIA MINORITARIA Al igual que en el siglo XIX se da un incipiente protagonismo político de las masas, en la segunda mitad del XX tienen lugar diversos acontecimientos sociales en los que son las minorías las que ocupan un papel destacado. Éste es el caso, entre otros, de los movimientos de protesta contra la guerra de Argelia en Francia, contra la guerra de Vietnan en América, la revuelta checoslovaca o el movimiento del mayo francés. Movimientos “minoritarios” que irrumpen con fuerza en la escena política y a los que se pretende dar una respuesta desde la psicología social. Atento espectador de su época, Moscovici plantea el estudio de este “nuevo” protagonista histórico, confrontando una psicología de las mayorías con una psicología de las minorías, una psicología social funcionalista cuya principal preocupación es el orden social, el equilibrio y los procesos de influencia frente a una psicología genética preocupada por el conflicto como motor del cambio social. Para lograr este objetivo propone que el individualismo del funcionalismo psicológico sea transformado en interacción y la dependencia en interdependencia, y que la relación entre mayorías y minorías sea vista de forma no mecanicista o simétrica. Los contrastes entre ambos modelos quedan reflejados en el cuadro de la página siguiente. Se trata, por tanto, de una perspectiva contraria y a la vez complementaria a la psicología de masas. Una psicología de las minorías activas que para Moscovici queda definida de la siguiente forma: Se ha descrito y estudiado la conformidad desde el triple punto de vista del control social sobre los individuos, de la eliminación de las diferencias entre éstos —la desindividuación, para ser más precisos— y de la aparición de uniformidades colectivas [...]. H a llegado la hora de cambiar de orientación, de buscar una psicología de la influencia social que sea también una psicología de las minorías consideradas como fuente.de innovación y cambio social [Moscovici, 1976/ 81; p. 23]. v ' 72 José L uis A lvaro E stramiana  El desarrollo de la teoría de las minorías activas, ha permitido, gracias a la contribución de posteriores aportaciones, tanto del propio Moscovici (1980, 1985¿»), con su inclusión del concepto de conversión, como de diferentes psicólogos sociales de la escuela de Ginebra, ir avanzando en algunos aspectos iniciales de la teoría. A sí, por ejemplo, algunos diseños experimentales iniciales que se utilizaron como sostén empírico de la teoría de Moscovici (1976/ 81) inducían a identificar una posición minoritaria en función del número de miembros que la formaban y no por el lugar que ocupaban en una estructura de poder social. Sin embargo, desarrollos posteriores inciden en considerar a una minoría desde el punto de vista de su posición social. Así se expresa Mugny (1981, p. 8): Adelantamos que nosotros definimos el hecho de ser mayoritario o minoritario no en términos de relaciones interindividuales inmediatas, numéricas sobre todo, sino en términos de respuestas que en un momento histórico son dominantes o no en un sistema social. Así, incluso si diez personas responden de manera distinta que el sujeto experimental de Asch, no los consideramos mayoritarios, sino minoritarios, puesto que defienden una posición que, sin la menor duda, podemos afirmar es impopular, no dominante, en el medio social en que evolucionan los sujetos considerados. En segundo lugar, los teóricos de la influencia minoritaria han hecho hincapié en analizar el conflicto desde una perspectiva social, y no meramente interindividual. Mientras que en el primer enfoque desarrollado por Moscovici se destaca el intercambio de conocimientos divergentes, en el segundo se enfatiza la confrontación de intereses antagónicos entre grupos sociales diferentes dentro de la dinámica de cambio social generada por una minoría. Asimismo, si bien los experimentos iniciales de Moscovici se refieren básicamente a la emisión de juicios sobre tareas de carácter perceptivo en las que están «excluidas» las relaciones de poder, los estudios posteriores sobre influencia minoritaria han tenido en cuenta este hecho y han estudiado otros aspectos más anclados en la realidad social, como la contaminación, la xenofobia, el aborto, etc. (Mugny, 1981; Pérez y Mugny, 1988). La elección de estos temas hace más viable entender la situación minoritaria en el contexto de la dominación social y de las relaciones de po- 71 M odelo  Funcionalista  M odelo  G ené tico  Naturaleza de las relaciones entre la fuente y el blanco Asimétricas Simétricas Objetivos de la interacción Control social Cambio social Factor de interacción Incertidumbre y reducción de la incertidumbre Conflicto, negociación del conflicto Dependencia Estilos de comportamiento  Tipo de variables independientes Normas determinantes de la Objetividad interacción Objetividad, preferencia, originalidad Modalidades de la influencia Conformidad, normalización, innovación FUENTE: Conformidad Moscovici, 1976/ 81, p. 261. Moscovici (1976/ 81) señala las condiciones que requiere el comportamiento de una minoría para ejercer influencia social. Estas condiciones son «independientes» del poder o estatus de la minoría y se derivan de su capacidad de consistencia, de su coherencia y no de su competencia. Del consenso intraminoritario, de su consistencia interna, derivaría su visibilidad y reconocimiento social, características esenciales de su posible influencia social. L a capacidad de influencia de una minoría sobre una mayoría sólo es posible si aquélla asume de forma consistente un sistema de normas y valores interiorizados que sirvan de guía a su comportamiento: Sólo un grupo nómico, sea a favor o en contra de la norma, es capaz de ejercer influencia en su entorno social. Dicho de otro modo, es el carácter nómico o anémico de un grupo social lo que importa, y no el hecho de ocupar una posición de poder o de constituir o no una mayoría [Moscovici, 1976/ 81; p. 120]. L a psicología social eur opea  73 fluencia mayoritaria, poniendo de manifiesto sus diferencias y, a través de ellas, los diferentes procesos mediante los que se produce la influencia social. El mérito de Moscovici consiste en haber construido una teoría psicosocial de las condiciones requeridas para un cambio dentro de las relaciones entre grupos que ocupan distintas posiciones en la estructura social, en contraposición a una psicología social preocupada tan sólo por las uniformidades de la conducta humana y la influencia de las estructuras sociales en el comportamiento individual. Estudios posteriores se han encargado de describir las distintas formas de influencia minoritaria, los mecanismos cognitivos implicados en dicha influencia, su anclaje en un modelo explicativo caracterizado por un constructivismo sociocognitivo, su interpretación en términos de pensamiento divergente en contraste con el pensamiento convergente de la influencia mayoritaria, su estudio desde el punto de vista de la conversión, el análisis de la resistencia a la minoría mediante la psicologización de su comportamiento, etc. (véanse estudios incluidos en Canto, 1994; Moscovici, M ugny y Pérez, 1991, o Moscovici, Mugny y Van Avermaet, 1985). Todas estas aportaciones teóricas suponen un encomiable punto de partida para una psicología social de la influencia minoritaria. Cabe, sin embargo, realizar dos críticas a la teoría. En primer lugar, indicar que la identificación entre minoría y cambio e innovación social y mayoría y orden social no es necesariamente correcta. T ambién el cambio y la innovación social pueden ser promovidos por una mayoría, existiendo minorías que mantienen posiciones dominantes y contrarias al cambio social. En este sentido, y de una forma paradó jica, existe una confluencia, todo lo indirecta e inintencionada que se quiera, pero real, entre los teóricos de la influencia minoritaria y los teóricos de principios de siglo sobre el comportamiento de masas. Ambos “comparten” una idea “negativa” del comportamiento colectivo en un caso y de la influencia mayoritaria en otro. A simismo, el uso de una metodología experimental para el estudio de la influencia minoritaria resulta insuficiente para abordar un tema de la complejidad del que nos ocupa. Si se entiende el cambio social como un proceso diacrónico e histórico, difícilmente puede estudiarse utilizando exclusivamente una metodología experimental. E studiar un fenómeno tan complejo requiere de la utilización de una metodología va- 72 José L uis A lvaro E stramiana  El desarrollo de la teoría de las minorías activas, ha permitido, gracias a la contribución de posteriores aportaciones, tanto del propio Moscovici (1980, 1985¿»), con su inclusión del concepto de conversión, como de diferentes psicólogos sociales de la escuela de Ginebra, ir avanzando en algunos aspectos iniciales de la teoría. A sí, por ejemplo, algunos diseños experimentales iniciales que se utilizaron como sostén empírico de la teoría de Moscovici (1976/ 81) inducían a identificar una posición minoritaria en función del número de miembros que la formaban y no por el lugar que ocupaban en una estructura de poder social. Sin embargo, desarrollos posteriores inciden en considerar a una minoría desde el punto de vista de su posición social. Así se expresa Mugny (1981, p. 8): Adelantamos que nosotros definimos el hecho de ser mayoritario o minoritario no en términos de relaciones interindividuales inmediatas, numéricas sobre todo, sino en términos de respuestas que en un momento histórico son dominantes o no en un sistema social. Así, incluso si diez personas responden de manera distinta que el sujeto experimental de Asch, no los consideramos mayoritarios, sino minoritarios, puesto que defienden una posición que, sin la menor duda, podemos afirmar es impopular, no dominante, en el medio social en que evolucionan los sujetos considerados. En segundo lugar, los teóricos de la influencia minoritaria han hecho hincapié en analizar el conflicto desde una perspectiva social, y no meramente interindividual. Mientras que en el primer enfoque desarrollado por Moscovici se destaca el intercambio de conocimientos divergentes, en el segundo se enfatiza la confrontación de intereses antagónicos entre grupos sociales diferentes dentro de la dinámica de cambio social generada por una minoría. Asimismo, si bien los experimentos iniciales de Moscovici se refieren básicamente a la emisión de juicios sobre tareas de carácter perceptivo en las que están «excluidas» las relaciones de poder, los estudios posteriores sobre influencia minoritaria han tenido en cuenta este hecho y han estudiado otros aspectos más anclados en la realidad social, como la contaminación, la xenofobia, el aborto, etc. (Mugny, 1981; Pérez y Mugny, 1988). La elección de estos temas hace más viable entender la situación minoritaria en el contexto de la dominación social y de las relaciones de poder establecidas en una sociedad. Los estudios sobre el impacto de las minorías han supuesto, en definitiva, un avance y complementación de los estudios sobre in- 74 José L uis A lvaro E stramiana  rios y minoritarios, las condiciones sociales e históricas que permiten o dificultan el acceso de una minoría al poder, son todos ellos procesos que requieren para su consumación de periodos extensos de tiempo, inaprehensibles en su complejidad mediante una herramienta metodológica como el experimento que, como todas, tiene sus limitaciones. Pese a las críticas señaladas, los trabajos de Moscovici y de otros estudiosos de la influencia minoritaria tienen la virtud de haber traído al campo de la psicología social una polémica de origen sociológico, si bien no soy tan optimista como Jaspars (1986), cuando afirma que, con sus estudios sobre las minorías activas, Moscovici ha introducido una orientación sociológica en los estudios de psicología social. III . LA “TE ORÍ A” DE LAS REPRESENTACI ON ES SOCIA LES Una de las teorías que mayor impacto ha tenido en la psicología social europea ha sido y sigue siendo la “teoría” de las representaciones sociales presentada por M oscovici (1961), y que este autor define inicialmente como: [...] sistema de valores, nociones y prácticas que proporciona a los individuos los medios para orientarse en el contexto social [...] un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias alas cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidianade intercambios [...] [Moscovici, 1961/ 79, p. 18]. El concepto de representación social se construye a partir de la crítica que Moscovici realiza al concepto durkheimniano de representación colectiva, y se propone como una alternativa al concepto de actitud. La “teoría” de las representaciones sociales ha dado lugar a un gran número de investigaciones. Al igual que en su día científicos sociales como Thomas y Znaniecki (191820) propusieron el estudio científico de las actitudes como objeto de la psicología social, en la actualidad numerosos psicólogos sociales han propuesto el estudio de L a psicología social eur opea  73 fluencia mayoritaria, poniendo de manifiesto sus diferencias y, a través de ellas, los diferentes procesos mediante los que se produce la influencia social. El mérito de Moscovici consiste en haber construido una teoría psicosocial de las condiciones requeridas para un cambio dentro de las relaciones entre grupos que ocupan distintas posiciones en la estructura social, en contraposición a una psicología social preocupada tan sólo por las uniformidades de la conducta humana y la influencia de las estructuras sociales en el comportamiento individual. Estudios posteriores se han encargado de describir las distintas formas de influencia minoritaria, los mecanismos cognitivos implicados en dicha influencia, su anclaje en un modelo explicativo caracterizado por un constructivismo sociocognitivo, su interpretación en términos de pensamiento divergente en contraste con el pensamiento convergente de la influencia mayoritaria, su estudio desde el punto de vista de la conversión, el análisis de la resistencia a la minoría mediante la psicologización de su comportamiento, etc. (véanse estudios incluidos en Canto, 1994; Moscovici, M ugny y Pérez, 1991, o Moscovici, Mugny y Van Avermaet, 1985). Todas estas aportaciones teóricas suponen un encomiable punto de partida para una psicología social de la influencia minoritaria. Cabe, sin embargo, realizar dos críticas a la teoría. En primer lugar, indicar que la identificación entre minoría y cambio e innovación social y mayoría y orden social no es necesariamente correcta. T ambién el cambio y la innovación social pueden ser promovidos por una mayoría, existiendo minorías que mantienen posiciones dominantes y contrarias al cambio social. En este sentido, y de una forma paradó jica, existe una confluencia, todo lo indirecta e inintencionada que se quiera, pero real, entre los teóricos de la influencia minoritaria y los teóricos de principios de siglo sobre el comportamiento de masas. Ambos “comparten” una idea “negativa” del comportamiento colectivo en un caso y de la influencia mayoritaria en otro. A simismo, el uso de una metodología experimental para el estudio de la influencia minoritaria resulta insuficiente para abordar un tema de la complejidad del que nos ocupa. Si se entiende el cambio social como un proceso diacrónico e histórico, difícilmente puede estudiarse utilizando exclusivamente una metodología experimental. E studiar un fenómeno tan complejo requiere de la utilización de una metodología variada que sea capaz de dar una explicación del fenómeno de forma más precisa. La formación de minorías, el éxito en la implantación de sus ideas, las tensiones y conflictos entre grupos sociales mayorita L a psi cología social eur opea  75 Antes de adentrarnos en otros aspectos de las representaciones sociales es imprescindible analizar brevemente las relaciones de este concepto o teoría con otros conceptos o teorías similares en ciencias sociales. Durkheim utiliza el concepto de representaciones colectivas para referirse a «la forma en que el grupo piensa en relación con los objetos que le afectan» (Durkheim, 1895/ 1976, p. 16). Tal y como señala Lukes (1973), el concepto de representación en Durkheim se refiere tanto a los aspectos formales del pensamiento como al contenido de lo representado. Estas «formas de representarse la sociedad a sí misma» son para Durkheim de una naturaleza distinta a las representaciones individuales. Las representaciones colectivas, como los mitos, las leyendas populares o la religión, no pueden explicarse, según Durkheim, por la psicología individual. Estos hechos sociales de carácter simbólico que son las representaciones colectivas resultan de las asociación de mentes individuales que acaban por ser externos a cada una de dichas conciencias tomadas por separado y se imponen sobre los individuos reforzando su cohesión: Los hachos sociales no difieren sólo en calidad de los hechos psíquicos; tienen otiro sustrato, no evolucionan en el mismo medio ni dependen de las mismas condiciones. Esto no significa que no sean también psíquicos de alguna manera, ya que todos consisten en formas de pensar o actuar. Pero los estados de la conciencia colectiva son de naturaleza distinta que los estados de la conciencia individual; son representaciones de otro tipo: tienen sus leyes propias [Durkheim, 1895/1976, p. 15]. Como ya quedó indicado, el concepto de representación social en psicología social arranca de la crítica realizada por M oscovici (1961/ 79) al concepto durkheimniano de representación colectiva. Para Moscovici, lo que diferencia alas representaciones colectivas de las representaciones sociales es el carácter dinámico de estas últimas frente al carácter estático de las primeras. Las representaciones sociales son definidas por Moscovici como explicaciones de sentido común, formas de entender y comunicar lo ya sabido que se crean y recrean en el curso de las conversaciones cotidianas.^A diferencia de las representaciones colectivas, lejos de imponerse sobre la conciencia, 74 José L uis A lvaro E stramiana  rios y minoritarios, las condiciones sociales e históricas que permiten o dificultan el acceso de una minoría al poder, son todos ellos procesos que requieren para su consumación de periodos extensos de tiempo, inaprehensibles en su complejidad mediante una herramienta metodológica como el experimento que, como todas, tiene sus limitaciones. Pese a las críticas señaladas, los trabajos de Moscovici y de otros estudiosos de la influencia minoritaria tienen la virtud de haber traído al campo de la psicología social una polémica de origen sociológico, si bien no soy tan optimista como Jaspars (1986), cuando afirma que, con sus estudios sobre las minorías activas, Moscovici ha introducido una orientación sociológica en los estudios de psicología social. III . LA “TE ORÍ A” DE LAS REPRESENTACI ON ES SOCIA LES Una de las teorías que mayor impacto ha tenido en la psicología social europea ha sido y sigue siendo la “teoría” de las representaciones sociales presentada por M oscovici (1961), y que este autor define inicialmente como: [...] sistema de valores, nociones y prácticas que proporciona a los individuos los medios para orientarse en el contexto social [...] un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias alas cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidianade intercambios [...] [Moscovici, 1961/ 79, p. 18]. El concepto de representación social se construye a partir de la crítica que Moscovici realiza al concepto durkheimniano de representación colectiva, y se propone como una alternativa al concepto de actitud. La “teoría” de las representaciones sociales ha dado lugar a un gran número de investigaciones. Al igual que en su día científicos sociales como Thomas y Znaniecki (191820) propusieron el estudio científico de las actitudes como objeto de la psicología social, en la actualidad numerosos psicólogos sociales han propuesto el estudio de las representaciones sociales como objeto de la misma (véase Doise y Palmonari, 1986). L a psi cología social eur opea  75 Antes de adentrarnos en otros aspectos de las representaciones sociales es imprescindible analizar brevemente las relaciones de este concepto o teoría con otros conceptos o teorías similares en ciencias sociales. Durkheim utiliza el concepto de representaciones colectivas para referirse a «la forma en que el grupo piensa en relación con los objetos que le afectan» (Durkheim, 1895/ 1976, p. 16). Tal y como señala Lukes (1973), el concepto de representación en Durkheim se refiere tanto a los aspectos formales del pensamiento como al contenido de lo representado. Estas «formas de representarse la sociedad a sí misma» son para Durkheim de una naturaleza distinta a las representaciones individuales. Las representaciones colectivas, como los mitos, las leyendas populares o la religión, no pueden explicarse, según Durkheim, por la psicología individual. Estos hechos sociales de carácter simbólico que son las representaciones colectivas resultan de las asociación de mentes individuales que acaban por ser externos a cada una de dichas conciencias tomadas por separado y se imponen sobre los individuos reforzando su cohesión: Los hachos sociales no difieren sólo en calidad de los hechos psíquicos; tienen otiro sustrato, no evolucionan en el mismo medio ni dependen de las mismas condiciones. Esto no significa que no sean también psíquicos de alguna manera, ya que todos consisten en formas de pensar o actuar. Pero los estados de la conciencia colectiva son de naturaleza distinta que los estados de la conciencia individual; son representaciones de otro tipo: tienen sus leyes propias [Durkheim, 1895/1976, p. 15]. Como ya quedó indicado, el concepto de representación social en psicología social arranca de la crítica realizada por M oscovici (1961/ 79) al concepto durkheimniano de representación colectiva. Para Moscovici, lo que diferencia alas representaciones colectivas de las representaciones sociales es el carácter dinámico de estas últimas frente al carácter estático de las primeras. Las representaciones sociales son definidas por Moscovici como explicaciones de sentido común, formas de entender y comunicar lo ya sabido que se crean y recrean en el curso de las conversaciones cotidianas.^A diferencia de las representaciones colectivas, lejos de imponerse sobre la conciencia, son producidas por las personas y los grupos en la interacción social. En palabras de Moscovici: 238310  76 José L uis A lvaro E stramiana  En el sentido clásico, las representaciones colectivas son un mecanismo explicativo, y se refieren a una clase general de ideas o creencias (ciencia, mito, religión, etc.); para nosotros son fenómenos que necesitan ser descritos y explicados. Fenómenos específicos que se relacionan con una manera particular de entender y comunicar —manera que crea la realidad y el sentido común—. Es para enfatizar esta distinción por lo que utilizo el término “social” en vez de colectivo [M oscovici, 1984, p. 19]. A mi juicio, el concepto de representación social es difícilmente distinguible del de representación colectiva. La idea de Durkheim como defensor de una mente grupal es, en parte, incorrecta, y se debe a una interpretación parcial del pensamiento durkheimniano realizada por F. H . Allport (1962) y no rectificada por los teóricos de las representaciones sociales. En este sentido, parece importante destacar que la noción de representación colectiva hace referencia a una construcción simbólica de carácter social generada en el curso de la interacción. El propio Durkheim es claro al afirmar que: Si es posible afirmar que las representaciones sociales son, en cierto sentido, externas a las conciencias individuales, lo que queremos decir es que no se derivan de los individuos aislados, sino de los mismos considerados como agregado, y esto es una cuestión bien distinta. Sin lugar a dudas, en la elaboración del resultado común cada uno contribuye en su medida, pero los sentimientos individuales se transforman en sociales sólo bajo el impulso de fuerzas desarrolladas en la asociación [...]. Éste es el sentido en que la síntesis es exterior a los individuos. N o hay duda de que contiene algo de cada uno de éstos, pero no se encuentra por entero en ninguno de ellos [D urkheim, 1898/ 1950, pp. 3536]. Pero no sólo el concepto durkheimniano de representación colectiva está relacionado con el de representación social. También en la sociología de orientación marxista[la noción de sistemas ideológicos actuaría como equivalente del concepto de representación social, si bien derivaría hacia los problemas de falsa identificación, entendida esta última como falsa conciencia o alienación. De igual forma, enfoques similares al propuesto por Moscovici los encontramos en la teoría construccionista propuesta por Berger y Luckman (1967/79), para quienes la realidad material es una realidad de sentido común construida socialmente y objetivada a través del lenguaje. En esta misma L a psicología social eur opea  77 como la teoría del interaccionismo simbólico, tal y como es interpretada por Blumer, comparten con la teoría de las representaciones sociales elementos comunes que las hacen difícilmente distinguibles salvo en aspectos no centrales, como es el mayor énfasis empírico de la teoría propuesta por Moscovici. Asimismo, la distinción que Moscovici establece entre universos reificados —conocimiento científico— y consensúales —conocimiento de sentido común—, característico este último de las representaciones sociales, situaría a esta “teoría” en la tradición de la psicología de Heider (1958). Tampoco las distinciones entre el modelo de la psicología de los constructos de K elly (1955) y el modelo de representaciones sociales de Moscovici son nítidas. Tal y como señala Fransella (1984, p. 161), si bien los constructos de K elly pueden equipararse a las representaciones individuales de Durkheim, nada impide que se les pueda considerar desde un punto de vista grupal o social: Podemos permanecer de pie en el Monte Olimpo y abstraer ciertas propiedades comunes a ciertos grupos y darle el nombre de “culturas” a estas diferencias y similitudes. También podemos bajar en el nivel de abstracción y considerar que, como personas, nuestros constructos nos llevan a esperar ciertas actitudes y comportamientos de ciertas personas en determinados contextos. La teoría de las representaciones sociales, si bien reconoce algunos puntos de conexión con algunos aspectos de algunas de estas teorías (Moscovici, 1988), no ha elaborado un análisis exhaustivo con el que comparar las aportaciones diferenciales de aquélla, problema éste que afecta a su estatuto como teoría dentro de las ciencias sociales. Ciertamente, aunque la similitud no implica una misma identidad, sigue siendo necesaria una mayor clarificación cuando se quiere presentar un producto del pensamiento como paradigmático de todo un área de las ciencias sociales como es la psicología social. Muy probablemente esto último no sea posible mientras la propia definición de representación social se presente, en ocasiones, de forma tan ambigua como la que nos recuerda Sangrador (199l£, p. 79), al criticar su falta de precisión conceptual en el siguiente texto extraído del manual de psicología social de Moscovici: 76 José L uis A lvaro E stramiana  En el sentido clásico, las representaciones colectivas son un mecanismo explicativo, y se refieren a una clase general de ideas o creencias (ciencia, mito, religión, etc.); para nosotros son fenómenos que necesitan ser descritos y explicados. Fenómenos específicos que se relacionan con una manera particular de entender y comunicar —manera que crea la realidad y el sentido común—. Es para enfatizar esta distinción por lo que utilizo el término “social” en vez de colectivo [M oscovici, 1984, p. 19]. A mi juicio, el concepto de representación social es difícilmente distinguible del de representación colectiva. La idea de Durkheim como defensor de una mente grupal es, en parte, incorrecta, y se debe a una interpretación parcial del pensamiento durkheimniano realizada por F. H . Allport (1962) y no rectificada por los teóricos de las representaciones sociales. En este sentido, parece importante destacar que la noción de representación colectiva hace referencia a una construcción simbólica de carácter social generada en el curso de la interacción. El propio Durkheim es claro al afirmar que: Si es posible afirmar que las representaciones sociales son, en cierto sentido, externas a las conciencias individuales, lo que queremos decir es que no se derivan de los individuos aislados, sino de los mismos considerados como agregado, y esto es una cuestión bien distinta. Sin lugar a dudas, en la elaboración del resultado común cada uno contribuye en su medida, pero los sentimientos individuales se transforman en sociales sólo bajo el impulso de fuerzas desarrolladas en la asociación [...]. Éste es el sentido en que la síntesis es exterior a los individuos. N o hay duda de que contiene algo de cada uno de éstos, pero no se encuentra por entero en ninguno de ellos [D urkheim, 1898/ 1950, pp. 3536]. Pero no sólo el concepto durkheimniano de representación colectiva está relacionado con el de representación social. También en la sociología de orientación marxista[la noción de sistemas ideológicos actuaría como equivalente del concepto de representación social, si bien derivaría hacia los problemas de falsa identificación, entendida esta última como falsa conciencia o alienación. De igual forma, enfoques similares al propuesto por Moscovici los encontramos en la teoría construccionista propuesta por Berger y Luckman (1967/79), para quienes la realidad material es una realidad de sentido común construida socialmente y objetivada a través del lenguaje. En esta misma dirección se manifiestan autores como Gaskell y Smith (1982), quienes señalan que la teoría construccionista de Berger y Luckman, así  78 José L uis A lvar o E stramiana  permiten interpretar lo que nos sucede, categorías que permiten clasificar las circunstancias, los fenómenos y los individuos, teorías que permiten establecer hechos sobre ellos. Y amenudo [...] todo ello junto. Esta cita nos ilustra sobre el grado de ambigüedad definicional, lo que no sólo dificulta su comparación con otras teorías, tal y como acaba de quedar señalado, sino que cuestiona su valor como herramienta de investigación. La introducción en psicología social del concepto de representación social no ha supuesto un avance en la clarificación del confuso panorama definicional constituido por otros conceptos básicos en la disciplina como los de actitud, creencia, opinión, valor o estereotipo (véase, Montero, 1994b). Las diversas matizaciones introducidas en la teoría, acorde con los intereses particulares de cada investigador, han dado lugar a que algunos autores consideren las representaciones sociales como una herramienta heurística antes que una teoría claramente definida. Así, mientras algunos autores acentúan los aspectos comunicativos de la teoría (Farr, 1986b), otros destacan que forma parte de un conocimiento de sentido común (J odelet, 1986), o enfatizan su carácter dependiente de la estructura social (Doise, 1984), su nivel de estructuración (D i Giacomo, 1987), etc. La propia ambigüedad definicional, a la que me he referido, hace confusos sus límites y contornos así como su diferenciación con teorías afines. A este respecto creo conveniente incluir en este apartado el consejo dado por otro psicólogo social como Billig (1991, pp. 7071): Los teóricos deben estudiar también lo que no son representaciones sociales. La paradoja consiste en que los teóricos de las representaciones sociales deben buscar aquellos aspectos de las creencias sociales compartidas que no pueden ser clasificados como representaciones sociales, de la misma forma en que dichos teóricos se preocupan de estudiar las representaciones sociales. Esto implicaría un cambio en el rumbo de la investigación [...]. Sin una estrategia que fuerce al investigador a establecer contrastes, éste se dejará llevar por la tendencia adeslizarse hacia una concepción cada vez más universal de representación social, en la medida en que fenómenos de todo tipo empiecen a etiquetarse de «representaciones sociales». De esta forma el concepto se volverá cada vez más y más amorfo. L a psicología social eur opea  77 como la teoría del interaccionismo simbólico, tal y como es interpretada por Blumer, comparten con la teoría de las representaciones sociales elementos comunes que las hacen difícilmente distinguibles salvo en aspectos no centrales, como es el mayor énfasis empírico de la teoría propuesta por Moscovici. Asimismo, la distinción que Moscovici establece entre universos reificados —conocimiento científico— y consensúales —conocimiento de sentido común—, característico este último de las representaciones sociales, situaría a esta “teoría” en la tradición de la psicología de Heider (1958). Tampoco las distinciones entre el modelo de la psicología de los constructos de K elly (1955) y el modelo de representaciones sociales de Moscovici son nítidas. Tal y como señala Fransella (1984, p. 161), si bien los constructos de K elly pueden equipararse a las representaciones individuales de Durkheim, nada impide que se les pueda considerar desde un punto de vista grupal o social: Podemos permanecer de pie en el Monte Olimpo y abstraer ciertas propiedades comunes a ciertos grupos y darle el nombre de “culturas” a estas diferencias y similitudes. También podemos bajar en el nivel de abstracción y considerar que, como personas, nuestros constructos nos llevan a esperar ciertas actitudes y comportamientos de ciertas personas en determinados contextos. La teoría de las representaciones sociales, si bien reconoce algunos puntos de conexión con algunos aspectos de algunas de estas teorías (Moscovici, 1988), no ha elaborado un análisis exhaustivo con el que comparar las aportaciones diferenciales de aquélla, problema éste que afecta a su estatuto como teoría dentro de las ciencias sociales. Ciertamente, aunque la similitud no implica una misma identidad, sigue siendo necesaria una mayor clarificación cuando se quiere presentar un producto del pensamiento como paradigmático de todo un área de las ciencias sociales como es la psicología social. Muy probablemente esto último no sea posible mientras la propia definición de representación social se presente, en ocasiones, de forma tan ambigua como la que nos recuerda Sangrador (199l£, p. 79), al criticar su falta de precisión conceptual en el siguiente texto extraído del manual de psicología social de Moscovici: Las representaciones sociales se presentan bajo formas variadas, imágenes que condensan un conjunto de significados, sistemas de referencia que nos L a psicología social europea  79 su sencillez como para no caer en saco roto por parte de los teóricos de las representaciones sociales. Algunos intentos llevados a cabo en esta dirección (Elejabarrieta, 1991), ayudarían a conseguir una mayor precisión conceptual, si bien esto está aún lejos de conseguirse mientras se mantenga que la ambigüedad del concepto de representación social supone un estímulo y una necesidad para el desarrollo de la teoría. Otro de los aspectos centrales en la polémica entre los partidarios y detractores de la “teoría” de las representaciones sociales es su afinidad o diferencia con respecto al concepto de actitud. Al contrario que en el caso de las actitudes, donde encontramos una discusión sobre las similitudes y diferencias entre éstas y otros conceptos afines, la teoría de las representaciones ha dado por supuestas dichas diferencias, siendo escasos los estudios (Crespo, 1991b] Ibáñez, 1988; Jaspars y Fraser, 1984; Montero, 1994b) donde se realiza un análisis comparativo con conceptos similares. En este sentido, algunos autores han expresado sus dudas acerca de si la teoría de las representaciones sociales se diferencia de otras áreas de estudio como la de las actitudes. En un sentido negativo se pronuncian  Jaspars y Fraser (1984) cuando señalan que las diferencias entre las representaciones sociales y las actitudes sólo aparecen si comparamos alas primeras con una determinada concepción de estas últimas, más concretamente la que deviene de la definición dadapor G. W. Allport (1935, p. 810) y que considera a las actitudes como disposiciones psíquicas que se encuentran en el individuo: Una actitud es un estado mental o neural de alerta, organizado a través de la experiencia, que ejerce una influencia directiva o dinámica sobre las respuestas individuales a cualquier clase de situaciones y objetos con los que se relaciona. Para Jaspars y Fraser (1984, p. 123) es bajo la influencia de este último autor como «el concepto de actitud sevuelve más y más individualizado y es normalmente interpretado como una disposición de respuesta individual, combinada, en ocasiones, con una representación cognitiva individual». Si bien esta idea de las actitudes ha sido la predominante en psi- 78 José L uis A lvar o E stramiana  permiten interpretar lo que nos sucede, categorías que permiten clasificar las circunstancias, los fenómenos y los individuos, teorías que permiten establecer hechos sobre ellos. Y amenudo [...] todo ello junto. Esta cita nos ilustra sobre el grado de ambigüedad definicional, lo que no sólo dificulta su comparación con otras teorías, tal y como acaba de quedar señalado, sino que cuestiona su valor como herramienta de investigación. La introducción en psicología social del concepto de representación social no ha supuesto un avance en la clarificación del confuso panorama definicional constituido por otros conceptos básicos en la disciplina como los de actitud, creencia, opinión, valor o estereotipo (véase, Montero, 1994b). Las diversas matizaciones introducidas en la teoría, acorde con los intereses particulares de cada investigador, han dado lugar a que algunos autores consideren las representaciones sociales como una herramienta heurística antes que una teoría claramente definida. Así, mientras algunos autores acentúan los aspectos comunicativos de la teoría (Farr, 1986b), otros destacan que forma parte de un conocimiento de sentido común (J odelet, 1986), o enfatizan su carácter dependiente de la estructura social (Doise, 1984), su nivel de estructuración (D i Giacomo, 1987), etc. La propia ambigüedad definicional, a la que me he referido, hace confusos sus límites y contornos así como su diferenciación con teorías afines. A este respecto creo conveniente incluir en este apartado el consejo dado por otro psicólogo social como Billig (1991, pp. 7071): Los teóricos deben estudiar también lo que no son representaciones sociales. La paradoja consiste en que los teóricos de las representaciones sociales deben buscar aquellos aspectos de las creencias sociales compartidas que no pueden ser clasificados como representaciones sociales, de la misma forma en que dichos teóricos se preocupan de estudiar las representaciones sociales. Esto implicaría un cambio en el rumbo de la investigación [...]. Sin una estrategia que fuerce al investigador a establecer contrastes, éste se dejará llevar por la tendencia adeslizarse hacia una concepción cada vez más universal de representación social, en la medida en que fenómenos de todo tipo empiecen a etiquetarse de «representaciones sociales». De esta forma el concepto se volverá cada vez más y más amorfo. Si bien no veo que el consejo de Billig se tenga que derivar, necesariamente, de un enfoque retórico de la psicología social, tal y como propugna este psicólogo sociales lo suficientemente clarividente en 80 José L uis A lvaro E stramiana  niecki (191820) en su libro sobre el campesinado polaco y se caracterizaría por ser una concepción más social de las actitudes, lo que no la hace tan lejana del concepto de representación social. Si bien para  Thomas y Znaniecki (191820) las actitudes son entendidas como manifestaciones individuales, estas últimas se refieren a valores cuya naturaleza es social en un doble sentido: por su origen cultural y por ser compartidos por grupos sociales que se sirven de ellos para guiar, su acción. De igual forma, son numerosos los estudios en los que encontramos una concepción de las actitudes no como mecanismos de respuesta individuales sino como un conjunto de creencias que tiene un origen social y que son compartidas por un conjunto de individuos o grupos sociales. Este énfasis en los aspectos sociales es, por ejemplo, el que guió la investigación llevada a cabo por Jahoda, La zarsfeld y Zeisel (1933/72) y donde se estudiaron las actitudes de los desempleados de una comunidad austríaca en la que tras el cierre de la única fábrica todos los habitantes se quedaron sin empleo. L as actitudes bajo condiciones de desempleo descritas por J ahoda y otros (1933/ 72) están muy lejos de ser definidas como mecanismos de respuesta individual para ser entendidas como conjunto de creencias y comportamientos compartidos cuyo origen es social. Una concepción sociológica de las actitudes es la que Torregrosa (1968) nos proponía hace ya unos cuantos años. Merece la pena citar a este psicólogo social, ya que, como ha quedado señalado, la crítica fundamental al concepto de actitud es la de su carácter individual: Quiero poner de manifiesto que muchas actitudes no son sólo sociales en el sentido de que su objeto es un valor social cuya contrapartida subjetiva son las actitudes, o que éstas están socialmente determinadas —son aprendidas en los procesos de interacción social—, sino también en el sentido de que constituyen propiedades o características de grupos y situaciones sociales, creencias y modos de evaluación de los mismos, independientemente de que lo sean de los miembros individuales de tales grupos y situaciones; y que, por tanto, la perspectiva teórica adecuada para su comprensión y explicación debe ser unaperspectiva sociológica [Torregrosa, 1968, p. 157]. Más recientemente, encontramos formulaciones de las actitudes que muy bien podrían haber sido realizadas con el fin de definir con- L a psicología social europea  79 su sencillez como para no caer en saco roto por parte de los teóricos de las representaciones sociales. Algunos intentos llevados a cabo en esta dirección (Elejabarrieta, 1991), ayudarían a conseguir una mayor precisión conceptual, si bien esto está aún lejos de conseguirse mientras se mantenga que la ambigüedad del concepto de representación social supone un estímulo y una necesidad para el desarrollo de la teoría. Otro de los aspectos centrales en la polémica entre los partidarios y detractores de la “teoría” de las representaciones sociales es su afinidad o diferencia con respecto al concepto de actitud. Al contrario que en el caso de las actitudes, donde encontramos una discusión sobre las similitudes y diferencias entre éstas y otros conceptos afines, la teoría de las representaciones ha dado por supuestas dichas diferencias, siendo escasos los estudios (Crespo, 1991b] Ibáñez, 1988; Jaspars y Fraser, 1984; Montero, 1994b) donde se realiza un análisis comparativo con conceptos similares. En este sentido, algunos autores han expresado sus dudas acerca de si la teoría de las representaciones sociales se diferencia de otras áreas de estudio como la de las actitudes. En un sentido negativo se pronuncian  Jaspars y Fraser (1984) cuando señalan que las diferencias entre las representaciones sociales y las actitudes sólo aparecen si comparamos alas primeras con una determinada concepción de estas últimas, más concretamente la que deviene de la definición dadapor G. W. Allport (1935, p. 810) y que considera a las actitudes como disposiciones psíquicas que se encuentran en el individuo: Una actitud es un estado mental o neural de alerta, organizado a través de la experiencia, que ejerce una influencia directiva o dinámica sobre las respuestas individuales a cualquier clase de situaciones y objetos con los que se relaciona. Para Jaspars y Fraser (1984, p. 123) es bajo la influencia de este último autor como «el concepto de actitud sevuelve más y más individualizado y es normalmente interpretado como una disposición de respuesta individual, combinada, en ocasiones, con una representación cognitiva individual». Si bien esta idea de las actitudes ha sido la predominante en psicología social, también es posible detectar otra concepción diferente de las actitudes. Esta otra tradición arrancaría, siguiendo a Jaspars y Fraser (1984), de la introducción del concepto por Thomas y Zna L a psi cología social eur opea  81 miento. Punto de vista muy similar al de otros teóricos de las actitudes como K erlinger (1984), para quien las actitudes son sociales en un triple sentido. En primer lugar, suponen estructuras compartidas de creencias sociales. En segundo lugar, se dirigen a objetos sociales del medio y a comportamientos hacia esos mismos objetos y, por último, para su mantenimiento o cambio es preciso la interacción con otros. Si bien Kerlinger (1984, p. 1) destaca el carácter reactivo de las actitudes frente a la realidad social, éstas son consideradas como una forma de construcción simbólica de la misma: Las actitudes representan reacciones emocionales, motivacionales y cogniti vas de la gente hacia los «objetos sociales» del medio y su predisposición a actuar hacia esos objetos sociales. Tal y como señala William James, las actitudes dan sentido al medio. Otro de los aspectos que se ha señalado como distintivo de las representaciones sociales frente a las actitudes es el hecho de que las primeras determinan tanto el estímulo como la respuesta a ese estímulo, mientras que las últimas son entendidas como meras respuestas a un estímulo externo (Moscovici, 1984). De nuevo, nos encontramos ante una crítica, no al concepto de actitud, sino a una concepción conductista delas actitudes (véase Crespo, 1991b). En resumen, pese al poco eco que entre los teóricos de las representaciones han tenido las dudas expresadas por algunos psicológos sociales acerca de que el concepto de representación social difiera del de actitud, estas críticas deberían tenerse más en cuenta. Esta opinión es la expresada, por ejemplo por Fraser (1986), para quien el concepto de representación social no se diferencia del de actitud social, proponiendo que el estudio de las representaciones sociales se centre en lo que denomina sistemas de creencias compartidas y que podemos entendercomo sistemas estructurados de actitudes sociales (Fraser y Gaskell, 1990). A juicio de Fraser (1986) los estudios sobre representaciones sociales no han sido capaces de confirmar la existencia de diehas representaciones. El propio Fraser (1986, p. 9) ejemplifica su posición realizando una crítica al trabajo original de Moscovici (1961/ 79) sobre el psicoanálisis en los siguientes términos: 80 José L uis A lvaro E stramiana  niecki (191820) en su libro sobre el campesinado polaco y se caracterizaría por ser una concepción más social de las actitudes, lo que no la hace tan lejana del concepto de representación social. Si bien para  Thomas y Znaniecki (191820) las actitudes son entendidas como manifestaciones individuales, estas últimas se refieren a valores cuya naturaleza es social en un doble sentido: por su origen cultural y por ser compartidos por grupos sociales que se sirven de ellos para guiar, su acción. De igual forma, son numerosos los estudios en los que encontramos una concepción de las actitudes no como mecanismos de respuesta individuales sino como un conjunto de creencias que tiene un origen social y que son compartidas por un conjunto de individuos o grupos sociales. Este énfasis en los aspectos sociales es, por ejemplo, el que guió la investigación llevada a cabo por Jahoda, La zarsfeld y Zeisel (1933/72) y donde se estudiaron las actitudes de los desempleados de una comunidad austríaca en la que tras el cierre de la única fábrica todos los habitantes se quedaron sin empleo. L as actitudes bajo condiciones de desempleo descritas por J ahoda y otros (1933/ 72) están muy lejos de ser definidas como mecanismos de respuesta individual para ser entendidas como conjunto de creencias y comportamientos compartidos cuyo origen es social. Una concepción sociológica de las actitudes es la que Torregrosa (1968) nos proponía hace ya unos cuantos años. Merece la pena citar a este psicólogo social, ya que, como ha quedado señalado, la crítica fundamental al concepto de actitud es la de su carácter individual: Quiero poner de manifiesto que muchas actitudes no son sólo sociales en el sentido de que su objeto es un valor social cuya contrapartida subjetiva son las actitudes, o que éstas están socialmente determinadas —son aprendidas en los procesos de interacción social—, sino también en el sentido de que constituyen propiedades o características de grupos y situaciones sociales, creencias y modos de evaluación de los mismos, independientemente de que lo sean de los miembros individuales de tales grupos y situaciones; y que, por tanto, la perspectiva teórica adecuada para su comprensión y explicación debe ser unaperspectiva sociológica [Torregrosa, 1968, p. 157]. Más recientemente, encontramos formulaciones de las actitudes que muy bien podrían haber sido realizadas con el fin de definir conceptualmente a las representaciones sociales. A sí, por ejemplo, Eiser (1986, p. 36) señala que las actitudes están condicionadas socialmente y dependen de sistemas compartidos de representación y conoci- 82 José L uis A lvaro E stramiana  una representación social del psicoanálisis más que la de un conjunto inconexo de actitudes sobre el psicoanálisis. En respuesta alas críticas realizadas acerca de la no diferencia entre los conceptos de representación y actitud, el propio M oscovici (1988) afirma que pese a su proximidad conceptual, lo que les diferencia es el hecho de que las actitudes hacia un objeto de la realidad social son, en cualquier caso, el resultado de representaciones previas sobre dicho objeto. De nuevo, Moscovici (1988) reduce el concepto de actitud a uno de sus componentes, como es el comportamental, excluyendo intencionadamente la función cognitivoevaluativa de las actitudes. El elemento representacional en la forma de percepciones, evaluaciones, etc., forma parte de las definiciones multidimensionales de las actitudes y no es, tal y como considera Moscovici (1988), un nuevo factor o dimensión que se derive de la teoría de las representaciones sociales. En resumen, aunque la teoría ha dado lugar a un gran número de investigaciones (véase Ibáñez, 1988) no parece tan claro que suponga una alternativa al concepto de actitud, y mucho menos el eje central de la psicología social. Si bien es cierto que el paradigma dominante en psicología social ha hecho de este último un concepto excesivamente psicologista, otras perspectivas más sociales de las actitudes han seguido presentes en la psicología social. La crítica que los teóricos de las representaciones sociales hacen del concepto de actitud sólo está justificada, por tanto, para una determinada concepción de las mismas. La “teoría” de las representaciones sociales constituye un loable esfuerzo por reorientar la psicología social hacia una perspectiva más social que la que se deriva de la utilización del concepto de actitud, aunque tal vez innecesario si se tiene en cuenta que, en realidad, dicha crítica ha de circunscribirse al enfoque más psicologista de las actitudes. L a psi cología social eur opea  81 miento. Punto de vista muy similar al de otros teóricos de las actitudes como K erlinger (1984), para quien las actitudes son sociales en un triple sentido. En primer lugar, suponen estructuras compartidas de creencias sociales. En segundo lugar, se dirigen a objetos sociales del medio y a comportamientos hacia esos mismos objetos y, por último, para su mantenimiento o cambio es preciso la interacción con otros. Si bien Kerlinger (1984, p. 1) destaca el carácter reactivo de las actitudes frente a la realidad social, éstas son consideradas como una forma de construcción simbólica de la misma: Las actitudes representan reacciones emocionales, motivacionales y cogniti vas de la gente hacia los «objetos sociales» del medio y su predisposición a actuar hacia esos objetos sociales. Tal y como señala William James, las actitudes dan sentido al medio. Otro de los aspectos que se ha señalado como distintivo de las representaciones sociales frente a las actitudes es el hecho de que las primeras determinan tanto el estímulo como la respuesta a ese estímulo, mientras que las últimas son entendidas como meras respuestas a un estímulo externo (Moscovici, 1984). De nuevo, nos encontramos ante una crítica, no al concepto de actitud, sino a una concepción conductista delas actitudes (véase Crespo, 1991b). En resumen, pese al poco eco que entre los teóricos de las representaciones han tenido las dudas expresadas por algunos psicológos sociales acerca de que el concepto de representación social difiera del de actitud, estas críticas deberían tenerse más en cuenta. Esta opinión es la expresada, por ejemplo por Fraser (1986), para quien el concepto de representación social no se diferencia del de actitud social, proponiendo que el estudio de las representaciones sociales se centre en lo que denomina sistemas de creencias compartidas y que podemos entendercomo sistemas estructurados de actitudes sociales (Fraser y Gaskell, 1990). A juicio de Fraser (1986) los estudios sobre representaciones sociales no han sido capaces de confirmar la existencia de diehas representaciones. El propio Fraser (1986, p. 9) ejemplifica su posición realizando una crítica al trabajo original de Moscovici (1961/ 79) sobre el psicoanálisis en los siguientes términos: Kl estudio de Moscovici sobre la representación social del psicoanálisis [...] no presenta sus datos en forma tal que nos fuerce a admitir la existencia de 5. DEL IN DI VID UALI SMO AL SUBJETI VISMO. ¿UNA NUEVA PSICOLO GÍA SOCIA L? Si bien hay autores para quienes la reivindicación del individuo como única realidad psicológica o social (por ejemplo, Turner y Oakes, 1986) ha caído en un descrédito científico, la reemergencia del modelo individualista sigue ocupando un lugar predominante en la explicación del comportamiento humano. Como ilustración de la importancia que dicho modelo sigue teniendo en la psicología social actual, cabe analizar las propuestas que para la psicología social hacen autores como Gergen (1973, 1982) Gergen y Gergen (1982) o BarTal y BarTal (1988). En las páginas siguientes se realiza un análisis crítico de los mismos. El fin de dicho análisis no es tanto el de describir de forma pormenorizada los planteamientos teóricos y epistemológicos de estos autores como el de rescatar algunos temas teóricos y metodológicos centrales en el debate actual entre diferentes concepciones de la psicología social. I. NATURALE ZA, HISTORIA Y RELATIVIDAD DEL CONOCIMIEN TO SOCIAL La postura manifestada por Gergen (1973), en un artículo ya clásico pero aún con una notoria influencia —«Social psychology as his tory»—, parte de una clara división entre ciencias del comportamiento social y ciencias naturales. Para Gergen, la interacción humana, al contrario que los fenómenos de carácter físico, está sujeta a una inestabilidad y cambios continuos a lo largo del tiempo, lo que hace imposible la formulación de leyes universales sobre el compor- 82 José L uis A lvaro E stramiana  una representación social del psicoanálisis más que la de un conjunto inconexo de actitudes sobre el psicoanálisis. En respuesta alas críticas realizadas acerca de la no diferencia entre los conceptos de representación y actitud, el propio M oscovici (1988) afirma que pese a su proximidad conceptual, lo que les diferencia es el hecho de que las actitudes hacia un objeto de la realidad social son, en cualquier caso, el resultado de representaciones previas sobre dicho objeto. De nuevo, Moscovici (1988) reduce el concepto de actitud a uno de sus componentes, como es el comportamental, excluyendo intencionadamente la función cognitivoevaluativa de las actitudes. El elemento representacional en la forma de percepciones, evaluaciones, etc., forma parte de las definiciones multidimensionales de las actitudes y no es, tal y como considera Moscovici (1988), un nuevo factor o dimensión que se derive de la teoría de las representaciones sociales. En resumen, aunque la teoría ha dado lugar a un gran número de investigaciones (véase Ibáñez, 1988) no parece tan claro que suponga una alternativa al concepto de actitud, y mucho menos el eje central de la psicología social. Si bien es cierto que el paradigma dominante en psicología social ha hecho de este último un concepto excesivamente psicologista, otras perspectivas más sociales de las actitudes han seguido presentes en la psicología social. La crítica que los teóricos de las representaciones sociales hacen del concepto de actitud sólo está justificada, por tanto, para una determinada concepción de las mismas. La “teoría” de las representaciones sociales constituye un loable esfuerzo por reorientar la psicología social hacia una perspectiva más social que la que se deriva de la utilización del concepto de actitud, aunque tal vez innecesario si se tiene en cuenta que, en realidad, dicha crítica ha de circunscribirse al enfoque más psicologista de las actitudes. 84 José L uis A lvaro E stramiana  dejan de tener carácter predictivo. Las personas, tras el conocimiento de los principios que regulan su comportamiento, pueden reaccionar de forma diferente a la esperada, desconfirmando los supuestos teóricos que pretendían explicar su conducta. La conclusión que Gergen (1973) deriva de estos supuestos es que como consecuencia de la imposibilidad de predecir el comportamiento humano, toda teoría social que se formule sobre el mismo está sujeta a alteraciones, propo( niendo para la psicología social un enfoque histórico. Sin negar la validez de una concepción histórica para la psicología social, la contraposición entre conocimiento histórico y conocimiento científico no está, en mi opinión, justificada: el que la psicología social deba adoptar una perspectiva histórica en la explicación del comportamiento humano no significa que no pueda ser una ciencia. Munné (1986, pp. 159160) formula la misma opinión con gran claridad cuando escribe que: No se puede contraponer la psicología social como ciencia ala psicología social como historia. Ciertamente la psicología social no puede prescindir del tiempo y, por consiguiente, tampoco de la historia. El conocimiento psicoso cial está fuertemente condicionado por la temporalidad del acontecer. Pero la psicología social tampoco puede prescindir de la espacialidad de ese acontecer que se da en sendos procesos de estructuración constante, cuya ignorancia no sólo impide un conocimiento en términos científicos sino que desvirtúa gravemente la realidad social. Por esto, el radicalismo gergeniano es rechazable. Para no perder la realidad como proceso borra la realidad como estructura. Reduce, de esta manera, las constancias y diferencias culturales. Así pues, no parece haber contradicción alguna en señalar que tanto la historia —el hombre como «deudor del pasado», diría Laín Entralgo— como el análisis empírico de la realidad, constituyen elementos indispensables del quehacer cientifíco de una psicología social del acontecer humano (véase, por ejemplo, Zaiter Mejía, 1992). El relativismo epistemológico de Gergen le lleva a afirmar que el conocimiento humano no puede ser validado por critéTrosGientíficos, sino a través de principios de carácter ideolpgicoevaluativo (Gergen, 1982). En opinión de este autor, son elementos de carácter metateó rico y generativo los que sustituyen a los de carácter científico en la elección de las teorías más adecuadas para la descripción del compor 5. DEL IN DI VID UALI SMO AL SUBJETI VISMO. ¿UNA NUEVA PSICOLO GÍA SOCIA L? Si bien hay autores para quienes la reivindicación del individuo como única realidad psicológica o social (por ejemplo, Turner y Oakes, 1986) ha caído en un descrédito científico, la reemergencia del modelo individualista sigue ocupando un lugar predominante en la explicación del comportamiento humano. Como ilustración de la importancia que dicho modelo sigue teniendo en la psicología social actual, cabe analizar las propuestas que para la psicología social hacen autores como Gergen (1973, 1982) Gergen y Gergen (1982) o BarTal y BarTal (1988). En las páginas siguientes se realiza un análisis crítico de los mismos. El fin de dicho análisis no es tanto el de describir de forma pormenorizada los planteamientos teóricos y epistemológicos de estos autores como el de rescatar algunos temas teóricos y metodológicos centrales en el debate actual entre diferentes concepciones de la psicología social. I. NATURALE ZA, HISTORIA Y RELATIVIDAD DEL CONOCIMIEN TO SOCIAL La postura manifestada por Gergen (1973), en un artículo ya clásico pero aún con una notoria influencia —«Social psychology as his tory»—, parte de una clara división entre ciencias del comportamiento social y ciencias naturales. Para Gergen, la interacción humana, al contrario que los fenómenos de carácter físico, está sujeta a una inestabilidad y cambios continuos a lo largo del tiempo, lo que hace imposible la formulación de leyes universales sobre el comportamiento. Al mismo tiempo, las teorías, métodos y conceptos utilizados para describir la realidad social, en la medida en que son difundidas entre la población y forman parte del conocimiento colectivo, D el i ndi viduali smo al subjetivi smo. ¿Una nueva psicología social ?  85 conducta humana, de cuestionar el conocimiento adquirido. En resumen, para Gergen la realidad objetiva se convierte en un conjunto de convenciones sociales que regulan modos diversos de comunicación, en formas diferentes de describir la realidad, en modelos generales de comunicación verbal sobre los que no es posible establecer supuestos de validez científica (Gergen, 1982). Otra de las características del pensamiento de Gergen es su re duccionismo psicológico, o subjetivismo si se quiere, que le lleva a afirmar que: «Si la persona construye conceptualmente el medio, el medio es esencialmente un producto de la persona» (Gergen, 1982, p. 157). La idea de hombre que subyace es la de un organismo autónomo que no sólo percibe sino que también construye el mundo a su manera. Se elimina así toda posibilidad de conocimiento objetivo. Al mismo tiempo, la abstracción que hace Gergen del medio sitúa al individuo en un vacío social que invalida el contenido histórico que él mismo atribuye ala conducta humana. En el análisis de Gergen se olvida que la agencia es el reconocimiento de una necesidad y que el acceso a la misma es una condición para que aquélla se pueda ejercer. No es el individuo en abstracto, sino su posición en un grupo o clase social y en un momento histórico lo que determina el grado de autonomía alcanzado. H ablar de persona o individuo sin referencia aningún marco cultural o histórico no deja de ser una paradoja en uno de los mayores defensores del método histórico para la psicología social (para una crítica a la psicología social de K enneth Gergen, véase G. Jahoda, 1986). Las opiniones expresadas por Gergen con respecto a la psicología social tienen una clara continuación en autores como BarT al y Bar  Tal (1988). En opinión de estos psicólogos sociales, tres son los elementos que deben caracterizar una nueva perspectiva en psicología social: el subjetivismo, la distinción entre generalizaciones particulares y universales y la filosofía no justificacionista. El primer supuesto está basado en la idea de la persona como constructor activo del medio. L a segunda distinción hace referencia a la inviabilidad de establecer generalizaciones que no estén referidas a individuos particulares o situaciones concretas. El tercer aspecto señalado por estos autores sostiene que toda forma de conocimiento, incluido el científico, es arbitraria, lo que hace imposible cualquier 84 José L uis A lvaro E stramiana  dejan de tener carácter predictivo. Las personas, tras el conocimiento de los principios que regulan su comportamiento, pueden reaccionar de forma diferente a la esperada, desconfirmando los supuestos teóricos que pretendían explicar su conducta. La conclusión que Gergen (1973) deriva de estos supuestos es que como consecuencia de la imposibilidad de predecir el comportamiento humano, toda teoría social que se formule sobre el mismo está sujeta a alteraciones, propo( niendo para la psicología social un enfoque histórico. Sin negar la validez de una concepción histórica para la psicología social, la contraposición entre conocimiento histórico y conocimiento científico no está, en mi opinión, justificada: el que la psicología social deba adoptar una perspectiva histórica en la explicación del comportamiento humano no significa que no pueda ser una ciencia. Munné (1986, pp. 159160) formula la misma opinión con gran claridad cuando escribe que: No se puede contraponer la psicología social como ciencia ala psicología social como historia. Ciertamente la psicología social no puede prescindir del tiempo y, por consiguiente, tampoco de la historia. El conocimiento psicoso cial está fuertemente condicionado por la temporalidad del acontecer. Pero la psicología social tampoco puede prescindir de la espacialidad de ese acontecer que se da en sendos procesos de estructuración constante, cuya ignorancia no sólo impide un conocimiento en términos científicos sino que desvirtúa gravemente la realidad social. Por esto, el radicalismo gergeniano es rechazable. Para no perder la realidad como proceso borra la realidad como estructura. Reduce, de esta manera, las constancias y diferencias culturales. Así pues, no parece haber contradicción alguna en señalar que tanto la historia —el hombre como «deudor del pasado», diría Laín Entralgo— como el análisis empírico de la realidad, constituyen elementos indispensables del quehacer cientifíco de una psicología social del acontecer humano (véase, por ejemplo, Zaiter Mejía, 1992). El relativismo epistemológico de Gergen le lleva a afirmar que el conocimiento humano no puede ser validado por critéTrosGientíficos, sino a través de principios de carácter ideolpgicoevaluativo (Gergen, 1982). En opinión de este autor, son elementos de carácter metateó rico y generativo los que sustituyen a los de carácter científico en la elección de las teorías más adecuadas para la descripción del comportamiento humano. En último término, la validez del conocimiento descansaría en su capacidad de generar direcciones alternativas en la 86  José L uis A lvaro E stramiana  II. SUBJETIVI SMO Y OBJETIVID AD EN PSICOLO GÍA SOCIAL Claramente, la teoría del conocimiento mantenida por BarTal y Bar  Tal necesita de claras matizaciones. En primer lugar, el subjetivismo por el que abogan estos autores no supone en realidad más que una forma extrema de cognitivismo en la que la realidad objetiva es asimilada a la experiencia perceptiva. Dado que existen tantas realidades como individuos que perciben la realidad, no es posible, según ambos autores, ninguna forma de conocimiento objetivo. Nada es verdad o mentira, tan solo mera conjetura en la mente de individuos o grupos sociales. El único mundo existente es aquél del cual tenemos conciencia. L a realidad exterior deja de tener una entidad propia para convertirse en un caleidoscopio en el que la mano azarosa de quien lo maneja va determinando una de las múltiples combinaciones en que la realidad se nos presenta y es posteriormente evaluada. Se elimina así el problema de la falsa conciencia, pues todo acto cognitivo es en sí mismo igualmente válido y plausible. Se olvida, asimismo, que el ser, las condiciones objetivas de existencia, condicionan modos prevalecientes de cognición; en otras palabras, que los procesos cognitivos no son procesos ni autónomos ni individuales, sino ante todo formas ideológicas de representación de la realidad en las que juegan un importantísimo papel las diferencias entre grupos sociales con intereses antagónicos. Dichas cogniciones son en el plano individual el reflejo de condicionantes sociales que pueden, en el curso de la interacción, devenir en nuevos repertorios cognitivos que a su vez sirven de guías en los procesos de transformación o mantenimiento del orden social existente. Es esta concepción, más sociológica y que está ausente del núcleo argumental defendido por ambos psicólogos, lasque a mi juicio debería adoptar la psicología social. J unto a esta forma de entender los procesos cognitivos, anclada en la tradición del pensamiento sociológico marxista, se encuentra la escuela psicológica representada perr Vigotski (18961934), Luria (19011978) y Leontiev (19031979), quienes ponen de manifiesto, como ya quedó señalado anteriormente, el carácter social y cultural de los procesos psíquicos superiores. El compromiso intelectual que este enfoque realiza con el carácter social e histórico de toda la actividad cognitiva no es incompatible D el i ndi viduali smo al subjetivi smo. ¿Una nueva psicología social ?  85 conducta humana, de cuestionar el conocimiento adquirido. En resumen, para Gergen la realidad objetiva se convierte en un conjunto de convenciones sociales que regulan modos diversos de comunicación, en formas diferentes de describir la realidad, en modelos generales de comunicación verbal sobre los que no es posible establecer supuestos de validez científica (Gergen, 1982). Otra de las características del pensamiento de Gergen es su re duccionismo psicológico, o subjetivismo si se quiere, que le lleva a afirmar que: «Si la persona construye conceptualmente el medio, el medio es esencialmente un producto de la persona» (Gergen, 1982, p. 157). La idea de hombre que subyace es la de un organismo autónomo que no sólo percibe sino que también construye el mundo a su manera. Se elimina así toda posibilidad de conocimiento objetivo. Al mismo tiempo, la abstracción que hace Gergen del medio sitúa al individuo en un vacío social que invalida el contenido histórico que él mismo atribuye ala conducta humana. En el análisis de Gergen se olvida que la agencia es el reconocimiento de una necesidad y que el acceso a la misma es una condición para que aquélla se pueda ejercer. No es el individuo en abstracto, sino su posición en un grupo o clase social y en un momento histórico lo que determina el grado de autonomía alcanzado. H ablar de persona o individuo sin referencia aningún marco cultural o histórico no deja de ser una paradoja en uno de los mayores defensores del método histórico para la psicología social (para una crítica a la psicología social de K enneth Gergen, véase G. Jahoda, 1986). Las opiniones expresadas por Gergen con respecto a la psicología social tienen una clara continuación en autores como BarT al y Bar  Tal (1988). En opinión de estos psicólogos sociales, tres son los elementos que deben caracterizar una nueva perspectiva en psicología social: el subjetivismo, la distinción entre generalizaciones particulares y universales y la filosofía no justificacionista. El primer supuesto está basado en la idea de la persona como constructor activo del medio. L a segunda distinción hace referencia a la inviabilidad de establecer generalizaciones que no estén referidas a individuos particulares o situaciones concretas. El tercer aspecto señalado por estos autores sostiene que toda forma de conocimiento, incluido el científico, es arbitraria, lo que hace imposible cualquier forma de conocimiento objetivo. Estos tres aspectos me servirán de pretexto para comentar algunas cuestiones centrales sobre la psicología social actual. D el in divi duali smo al subjeti vismo. ¿Una n ueva psicología social ?  87 ducta social, y que sigue constituyendo una de las principales aportaciones de la psicología social de origen guestáltico (A sch, 1932/87; Heider, 1958, etc. Véase Eiser, 1986; Fiske y Taylor, 1984). Ambas tradiciones de pensamiento pueden contribuir a una mejor comprensión de la conducta. Otro de los aspectos que se derivan de esta concepción subjeti vista es la asunción de que el relato que la persona hace sobre su conducta es la única base posible de análisis de la misma y que su explicación sólo puede estar basada en un proceso de negociación lingüística. Claros representantes de esta posición son H arré y el método etogénico —que desde un punto de vista empírico tan pocos resultados ha dado, si exceptuamos el ya clásico estudio de Marsh, Roser y Harré (1978) sobre la violencia entre “aficionados” británicos al fútbol—, así como Potter y Whetherell (1987) y su análisis del discurso. También el sociorracionalismo de Gergen y Morawski (1980) y Gergen (1982) y el constructivismo social de Gergen (1985) pueden incluirse en esta concepción. Sus defensores olvidan que, si bien la reflexivilidad   sobre el comportamiento es una característica del ser humano, la capacidad de autoconciencia del mismo es dependiente de las condiciones sociales. No todas las personas tienen el mismo grado de conciencia sobre los condicionantes tanto externos como internos que regulan su comportamiento, ni tampoco la misma capacidad para articularlo. Tampoco cualquier medio social permite un desarrollo igual de dicha capacidad autorreflexiva. Son estos dos aspectos los que hacen inviable el que la explicación última del comportamiento de las personas esté sometida siempre a un proceso de negociación sobre el significado adscrito a la acción. Como nos recuerda otro psicólogo social (Billig, 1977) en su estudio sobre el fascismo, se trata de una nueva forma de relativismo cultural en el que el respeto por los puntos de vista de los otros y la defensa de que el investigador adopte el punto de vista de las personas investigadas lleva a ignorar el antagonismo entre los contenidos ideológicos de las personas y los del investigador. Otro de los riesgos en que incurren estas orientaciones teóricometodológicas es el de un idealismo extremo, al reducir la realidad social a contenidos de carácter lingüístico. Riesgo al que apunta Crespo (1991#, p. 96) cuando señala que: 86  José L uis A lvaro E stramiana  II. SUBJETIVI SMO Y OBJETIVID AD EN PSICOLO GÍA SOCIAL Claramente, la teoría del conocimiento mantenida por BarTal y Bar  Tal necesita de claras matizaciones. En primer lugar, el subjetivismo por el que abogan estos autores no supone en realidad más que una forma extrema de cognitivismo en la que la realidad objetiva es asimilada a la experiencia perceptiva. Dado que existen tantas realidades como individuos que perciben la realidad, no es posible, según ambos autores, ninguna forma de conocimiento objetivo. Nada es verdad o mentira, tan solo mera conjetura en la mente de individuos o grupos sociales. El único mundo existente es aquél del cual tenemos conciencia. L a realidad exterior deja de tener una entidad propia para convertirse en un caleidoscopio en el que la mano azarosa de quien lo maneja va determinando una de las múltiples combinaciones en que la realidad se nos presenta y es posteriormente evaluada. Se elimina así el problema de la falsa conciencia, pues todo acto cognitivo es en sí mismo igualmente válido y plausible. Se olvida, asimismo, que el ser, las condiciones objetivas de existencia, condicionan modos prevalecientes de cognición; en otras palabras, que los procesos cognitivos no son procesos ni autónomos ni individuales, sino ante todo formas ideológicas de representación de la realidad en las que juegan un importantísimo papel las diferencias entre grupos sociales con intereses antagónicos. Dichas cogniciones son en el plano individual el reflejo de condicionantes sociales que pueden, en el curso de la interacción, devenir en nuevos repertorios cognitivos que a su vez sirven de guías en los procesos de transformación o mantenimiento del orden social existente. Es esta concepción, más sociológica y que está ausente del núcleo argumental defendido por ambos psicólogos, lasque a mi juicio debería adoptar la psicología social. J unto a esta forma de entender los procesos cognitivos, anclada en la tradición del pensamiento sociológico marxista, se encuentra la escuela psicológica representada perr Vigotski (18961934), Luria (19011978) y Leontiev (19031979), quienes ponen de manifiesto, como ya quedó señalado anteriormente, el carácter social y cultural de los procesos psíquicos superiores. El compromiso intelectual que este enfoque realiza con el carácter social e histórico de toda la actividad cognitiva no es incompatible con el énfasis que numerosos psicólogos sociales cognitivistas ponen en el carácter mediador que los procesos cognitivos tienen en la con- 88  José L uis A lvaro E stramiana  (económicas, sexuales...) en el mantenimiento y cambio de las condiciones de existencia y en la construcción social de la realidad. El que la realidad social sea una realidad simbólica, es decir, dotada de significado, y que no exista independientemente de las personas, no supone que no ejerza una presión directa sobre éstas (véase Berger y L uckman, 1967/ 79; Páez y otros, 1992^). III. PARTICULARISMO V ERSUS   PSICOLOG ÍA SOCIAL TRAN SCULTU RAL El segundo aspecto al que hacen referencia BarTal y BarTal es su propuesta de un enfoque particularista para la psicología social. Aun estando de acuerdo con este supuesto, es necesario hacer algunas ma tizaciones al mismo. BarTal y BarTal (1988, p. 99) definen este enfoque de la siguiente manera: La investigación particularista centra su atención en el estudio de los contenidos con la finalidad de caraterizar cierto tipo de individuos, grupos o situaciones. Los estudios particularistas, por ejemplo, pueden describir el repertorio de cogniciones de un determinado grupo en un campo específico para así describir las cogniciones que caracterizan a ese grupo específico en una situación dada, o estudiar las relaciones existentes entre cogniciones y conducta en un grupo y en una situación determinada. Es clara la necesidad en psicología social de un nivel de análisis' particularista como el defendido por BarTal y BarTal, pero dicho enfoque es insuficiente para comprender el comportamiento social si no se corresponde con un análisis transcultural a través del cual poder describir y explicar lo que caracteriza la conducta de individuos o grupos específicos, pues es sólo en el contraste entre grupos de personas de culturas diferentes como podemos llegar a establecer lo que es específico de cada uno de ellos (véase Alvaro y Marsh, 1993; Marsh y Alvaro, 1990). No se trata tanto de establecer principios teóricos de carácter general, allí donde tales principios se den, como de destacar la variabilidad y especificidad cultural de la conducta humana inmersa en el devenir de la historia (véase Bond, 1988). En re- D el in divi duali smo al subjeti vismo. ¿Una n ueva psicología social ?  87 ducta social, y que sigue constituyendo una de las principales aportaciones de la psicología social de origen guestáltico (A sch, 1932/87; Heider, 1958, etc. Véase Eiser, 1986; Fiske y Taylor, 1984). Ambas tradiciones de pensamiento pueden contribuir a una mejor comprensión de la conducta. Otro de los aspectos que se derivan de esta concepción subjeti vista es la asunción de que el relato que la persona hace sobre su conducta es la única base posible de análisis de la misma y que su explicación sólo puede estar basada en un proceso de negociación lingüística. Claros representantes de esta posición son H arré y el método etogénico —que desde un punto de vista empírico tan pocos resultados ha dado, si exceptuamos el ya clásico estudio de Marsh, Roser y Harré (1978) sobre la violencia entre “aficionados” británicos al fútbol—, así como Potter y Whetherell (1987) y su análisis del discurso. También el sociorracionalismo de Gergen y Morawski (1980) y Gergen (1982) y el constructivismo social de Gergen (1985) pueden incluirse en esta concepción. Sus defensores olvidan que, si bien la reflexivilidad   sobre el comportamiento es una característica del ser humano, la capacidad de autoconciencia del mismo es dependiente de las condiciones sociales. No todas las personas tienen el mismo grado de conciencia sobre los condicionantes tanto externos como internos que regulan su comportamiento, ni tampoco la misma capacidad para articularlo. Tampoco cualquier medio social permite un desarrollo igual de dicha capacidad autorreflexiva. Son estos dos aspectos los que hacen inviable el que la explicación última del comportamiento de las personas esté sometida siempre a un proceso de negociación sobre el significado adscrito a la acción. Como nos recuerda otro psicólogo social (Billig, 1977) en su estudio sobre el fascismo, se trata de una nueva forma de relativismo cultural en el que el respeto por los puntos de vista de los otros y la defensa de que el investigador adopte el punto de vista de las personas investigadas lleva a ignorar el antagonismo entre los contenidos ideológicos de las personas y los del investigador. Otro de los riesgos en que incurren estas orientaciones teóricometodológicas es el de un idealismo extremo, al reducir la realidad social a contenidos de carácter lingüístico. Riesgo al que apunta Crespo (1991#, p. 96) cuando señala que: Los enfoques discursivos están necesitados con frecuencia de una teoría del “poder” que explique la relación de estructuras discursivas y no discursivas D el indivi dualismo al subjeti vismo. ¿Una n ueva psicología social ?  89 gía social psicológica a ignorar las variaciones culturales del comportamiento, dándonos en última instancia una visión etnocéntrica del mismo. Una psicología social que hasta el momento se caracteriza, en gran medida, por la pretensión, no justificada, de establecer como universal lo que en la inmensa mayoría de los casos no es representativo ni tan siquiera del contexto cultural que se pretende analizar (véase Georgudi y Rosnow, 1985; Jahoda, 1988). Es por esto por lo que la psicología social debería adoptar un carácter transcultural, es decir, tender más hacia una psicología social comparada. Para el establecimiento de comparaciones, Berry (1979) hace una interesante propuesta que consiste en proponer diferentes criterios sobre los que basar diversos niveles de equivalencia: equivalencia funcional —cuando las conductas observadas cumplen idéntica función—, equivalencia conceptual —cuando los significados de los conceptos utilizados en la investigación son iguales—, y equivalencia métrica —cuando las propiedades psicométricas del material empírico utilizado son las mismas—. La propuesta de Berry (1979) pretende hacer compatible el análisis de los problemas sociales locales con el desarrollo de teorías de carácter más general. Ejemplos de análisis en los que se utiliza la metodología propuesta por Berry los encontramos en trabajos como los de Triandis sobre la construcción de tipologías de comportamientos sociales, en los estudios del propio Berry sobre el etnocentrismo, o, más recientemente, en los estudios de Hofstede (1984) acerca de las variaciones culturales en valores sociales. El estudio transcultural de la conducta no se debe centrar tanto en la observación de universales, es decir, de «un proceso psicológico o relación que ocurre en todas las culturas» (Triandis, 1978), como en la observación de las relaciones entre las personas y los grupos sociales y su medio cultural. Si bien en un nivel no complejo de la conducta humana es posible establecer universales —ejemplos de esto los encontramos en el campo de la percepción, más concretamente en la «percepción indirecta» y en ciertos aspectos de la «representación pictórica» (J ahoda, 1981), así como en el campo de las emociones y, más concretamente, en la expresión facial de las mismas (Ekman y Friesen, 1971/82)—, la conducta humana se caracteriza por un mayor grado de complejidad que el referido en estos estudios. La explicación en estos casos debe dejar paso a un enfoque en el que se describan las condiciones culturales que dan lugar a determinado tipo 88  José L uis A lvaro E stramiana  (económicas, sexuales...) en el mantenimiento y cambio de las condiciones de existencia y en la construcción social de la realidad. El que la realidad social sea una realidad simbólica, es decir, dotada de significado, y que no exista independientemente de las personas, no supone que no ejerza una presión directa sobre éstas (véase Berger y L uckman, 1967/ 79; Páez y otros, 1992^). III. PARTICULARISMO V ERSUS   PSICOLOG ÍA SOCIAL TRAN SCULTU RAL El segundo aspecto al que hacen referencia BarTal y BarTal es su propuesta de un enfoque particularista para la psicología social. Aun estando de acuerdo con este supuesto, es necesario hacer algunas ma tizaciones al mismo. BarTal y BarTal (1988, p. 99) definen este enfoque de la siguiente manera: La investigación particularista centra su atención en el estudio de los contenidos con la finalidad de caraterizar cierto tipo de individuos, grupos o situaciones. Los estudios particularistas, por ejemplo, pueden describir el repertorio de cogniciones de un determinado grupo en un campo específico para así describir las cogniciones que caracterizan a ese grupo específico en una situación dada, o estudiar las relaciones existentes entre cogniciones y conducta en un grupo y en una situación determinada. Es clara la necesidad en psicología social de un nivel de análisis' particularista como el defendido por BarTal y BarTal, pero dicho enfoque es insuficiente para comprender el comportamiento social si no se corresponde con un análisis transcultural a través del cual poder describir y explicar lo que caracteriza la conducta de individuos o grupos específicos, pues es sólo en el contraste entre grupos de personas de culturas diferentes como podemos llegar a establecer lo que es específico de cada uno de ellos (véase Alvaro y Marsh, 1993; Marsh y Alvaro, 1990). No se trata tanto de establecer principios teóricos de carácter general, allí donde tales principios se den, como de destacar la variabilidad y especificidad cultural de la conducta humana inmersa en el devenir de la historia (véase Bond, 1988). En resumen, el enfoque particularista que BarTal y BarTal (1988) nos proponen es insuficiente para contrarrestar la tendencia de la psicolo- 90 José L uis A lvaro E stramiana  empeñada en el estudio de procesos universales. M uy al contrario, dichos procesos no son entendidos como mecanismos que operan en todos los individuos independientemente del contexto sociocultural, sino que este último es entendido como una parte, tanto de la definición que la persona hace del medio en que tiene lugar su conducta, como de los límites impuestos a su acción. IV. CONSTRUCTIVISMO V ERSUS OBJETIVIDAD El último punto defendido por BarTal y BarTal es el de la imposibilidad de un conocimiento objetivo de la realidad. BarT al y BarTal (1988, p. 87) definen a la teoría no justificacionista de la siguiente forma: De acuerdo con este enfoque, el conocimiento nunca puede ser probado como verdadero ni justificado apelando a una autoridad superior. En consecuencia, éste consiste en información en forma de opiniones y conjeturas. La postura defendida por estos autores es coincidente con las del sociorracionalismo (Gergen y Morawski, 1980), teoría generativa (Gergen, 1982) y constructivismo (G ergen, 1985). De ser consecuentes con este argumento, y llevándolo hasta sus últimas consecuencias, la psicología social, así como todas las ciencias sociales, debería desaparecer. Si nada permite distinguir el conocimiento generado por el «hombre de la calle» del generado por un estudio psicosocial (cosa que en algunos casos no deja de ser cierta), la propia disciplina queda en tela de juicio. La actitud más acertada, de seguir este razonamiento hasta sus últimas consecuencias, sería pedir que se cerrasen todos los centros donde se enseñan “ciencias sociales”. Una crítica a este tipo de razonamiento la encontramos en un brillante, aunque poco conocido, artículo de Lazarsfeld (1949). En él, el autor describe seis proposiciones de «sentido común» relativas a diferentes aspectos del estudio de Stouffer y otros, The American Soldier   (1949). N inguna de las proposiciones enunciadas encontró verificación empírica. Al contrario de lo esperado, todas y cada una de ellas fueron refutadas (véase Lazarsfeld, 1949, pp. 378380). Sin D el indivi dualismo al subjeti vismo. ¿Una n ueva psicología social ?  89 gía social psicológica a ignorar las variaciones culturales del comportamiento, dándonos en última instancia una visión etnocéntrica del mismo. Una psicología social que hasta el momento se caracteriza, en gran medida, por la pretensión, no justificada, de establecer como universal lo que en la inmensa mayoría de los casos no es representativo ni tan siquiera del contexto cultural que se pretende analizar (véase Georgudi y Rosnow, 1985; Jahoda, 1988). Es por esto por lo que la psicología social debería adoptar un carácter transcultural, es decir, tender más hacia una psicología social comparada. Para el establecimiento de comparaciones, Berry (1979) hace una interesante propuesta que consiste en proponer diferentes criterios sobre los que basar diversos niveles de equivalencia: equivalencia funcional —cuando las conductas observadas cumplen idéntica función—, equivalencia conceptual —cuando los significados de los conceptos utilizados en la investigación son iguales—, y equivalencia métrica —cuando las propiedades psicométricas del material empírico utilizado son las mismas—. La propuesta de Berry (1979) pretende hacer compatible el análisis de los problemas sociales locales con el desarrollo de teorías de carácter más general. Ejemplos de análisis en los que se utiliza la metodología propuesta por Berry los encontramos en trabajos como los de Triandis sobre la construcción de tipologías de comportamientos sociales, en los estudios del propio Berry sobre el etnocentrismo, o, más recientemente, en los estudios de Hofstede (1984) acerca de las variaciones culturales en valores sociales. El estudio transcultural de la conducta no se debe centrar tanto en la observación de universales, es decir, de «un proceso psicológico o relación que ocurre en todas las culturas» (Triandis, 1978), como en la observación de las relaciones entre las personas y los grupos sociales y su medio cultural. Si bien en un nivel no complejo de la conducta humana es posible establecer universales —ejemplos de esto los encontramos en el campo de la percepción, más concretamente en la «percepción indirecta» y en ciertos aspectos de la «representación pictórica» (J ahoda, 1981), así como en el campo de las emociones y, más concretamente, en la expresión facial de las mismas (Ekman y Friesen, 1971/82)—, la conducta humana se caracteriza por un mayor grado de complejidad que el referido en estos estudios. La explicación en estos casos debe dejar paso a un enfoque en el que se describan las condiciones culturales que dan lugar a determinado tipo de relaciones sociales. La idea defendida en este libro no es la de una psicología social D el i ndividual ismo al subjeti vismo. ¿ U na nueva psicología social ?  91 delimitado por el contexto cultural en que se produce, y sin necesidad de llegar a contraposiciones extremas entre verdades absolutas y relativismos extremos, podemos concebir la objetividad como un conocimiento de la realidad social delimitado por su mayor o menor aproximación a la misma. Sirva como ejemplo las dos formas de conocimiento divergentes que caracterizan a Don Quijote y a Sancho Panza acerca de su polémica sobre los molinos. En este caso, la terca realidad se encargó de enseñar al bueno de Don Q uijote que, en verdad, y tal y como le recordase Sancho antes de emprenderla a lanzadas, no setrataba de gigantes sino de molinos de viento. Pero dejemos a ambos personajes y volvamos a la psicología social. Supongamos que, por ejemplo, nos encontramos ante dos opiniones divergentes ante un mismo problema como las expresadas por los dos textos siguientes: Es un hecho bien establecido, sin embargo, que la inteligencia de la raza blanca es de una versatilidad y complejidad superior a la de la raza negra [Allport, 1924, p. 386], La función del prejuicio es la de facilitar la segregación de grupos opuestos entre ellos [Y oung, 1945, p. 258]. I Estas dos formas ¡deconocimiento de las relaciones raciales difieren radicalmente. Mieittras que Floyd Allport da una explicación de las diferencias raciales en función de la inferioridad de la raza negra,  Young encuentra que las diferencias entre ambas son fruto del prejuicio social. De acuerdo con las diferentes versiones de la postura no  justificacionista (sociorracionalismo, enfoque constructivista, etc.), defendida por BarTal y BarTal, no es posible distinguir cúal de las dos interpretaciones de un mismo problema, en nuestro caso las diferencias raciales, es la verdadera, ya que ninguno de los argumentos que forman el razonamiento de ambos psicólogos puede ser probado o rechazado. En conclusión, el conocimiento generado por ambas líneas de pensamiento revelaría formas de conocimiento igual de erróneas o igual de verdaderas, puesto que cualquier «hipótesis puede ser verificada o falsada» (Gergen y Morawski, 1980). En resumen, no me parece correcta la afirmación de que no existe ninguna autoridad o criterio que confirme o desconfirme nuestras 90 José L uis A lvaro E stramiana  empeñada en el estudio de procesos universales. M uy al contrario, dichos procesos no son entendidos como mecanismos que operan en todos los individuos independientemente del contexto sociocultural, sino que este último es entendido como una parte, tanto de la definición que la persona hace del medio en que tiene lugar su conducta, como de los límites impuestos a su acción. IV. CONSTRUCTIVISMO V ERSUS OBJETIVIDAD El último punto defendido por BarTal y BarTal es el de la imposibilidad de un conocimiento objetivo de la realidad. BarT al y BarTal (1988, p. 87) definen a la teoría no justificacionista de la siguiente forma: De acuerdo con este enfoque, el conocimiento nunca puede ser probado como verdadero ni justificado apelando a una autoridad superior. En consecuencia, éste consiste en información en forma de opiniones y conjeturas. La postura defendida por estos autores es coincidente con las del sociorracionalismo (Gergen y Morawski, 1980), teoría generativa (Gergen, 1982) y constructivismo (G ergen, 1985). De ser consecuentes con este argumento, y llevándolo hasta sus últimas consecuencias, la psicología social, así como todas las ciencias sociales, debería desaparecer. Si nada permite distinguir el conocimiento generado por el «hombre de la calle» del generado por un estudio psicosocial (cosa que en algunos casos no deja de ser cierta), la propia disciplina queda en tela de juicio. La actitud más acertada, de seguir este razonamiento hasta sus últimas consecuencias, sería pedir que se cerrasen todos los centros donde se enseñan “ciencias sociales”. Una crítica a este tipo de razonamiento la encontramos en un brillante, aunque poco conocido, artículo de Lazarsfeld (1949). En él, el autor describe seis proposiciones de «sentido común» relativas a diferentes aspectos del estudio de Stouffer y otros, The American Soldier   (1949). N inguna de las proposiciones enunciadas encontró verificación empírica. Al contrario de lo esperado, todas y cada una de ellas fueron refutadas (véase Lazarsfeld, 1949, pp. 378380). Sin negar que los criterios de validación del conocimiento están sujetos a cambios históricos, que el desarrollo del conocimiento se encuentra 92 José L uis A lvaro E stramiana  psicólogo social, la contrastación empírica no es un criterio apropiado de validación teórica, y propone una nueva forma de validación del conocimiento consistente en comparar teorías alternativas en función de [...] su capacidad para poner en cuestión los principios esenciales de una cultura, para indicar problemas fundamentales de la vida social contemporánea, para reconsiderar lo que se considera como ya establecido y en consecuencia generar nuevas alternativas para la acción social. La idea defendida en estas páginas es opuesta a la expresada, entre otros psicólogos sociales, por Gergen o BarTal y BarTal, pues considero que es en última instancia esa misma realidad social la que debe encargarse de corregir o confirmar el conocimiento de la misma. Esto no quiere decir que dicha validación sea aproblemática, tal y como queda reflejado en el capítulo metodológico. Los criterios expuestos por Gergen no pueden ser un principio de validez del conocimiento generado en ciencias sociales sino un objetivo de la propia psicología social, independientemente de cúales sean los modelos teóricos y prácticas metodológicas que utilicemos. En resumen, no se trata de abogar por un empiricismo asistemático y meramente acumulativo, pero sí de defender que todo desarrollo teórico debe ser validado mediante su contrastación con la realidad. La posición sostenida en este libro es contraria, tanto al relativismo en ciencias sociales, como a la pretensión de establecer una ciencia única resultado de la acumulación del saber y cuya pretensión final sea el establecimiento de leyes universales del comportamiento, tal y como se desprende de la idea de algunos psicólogos sociales, quienes señalan como la principal debilidad de la disciplina su incapacidad para haber constituido una teoría genérica compuesta por proposiciones que puedan ser falsables y enfocada al estudio de efectos de carácter acumulativo (véase Pettigrew, 1991). Frente a ambos extremos, es posible defender una posición según la cual todo conocimiento debe ser contrastado con la realidad, al tiempo que se propugna que no existen teorías correctas y teorías incorrectas, tal y como es defendido por el enfoque contextualista en psicología social (véase Axsom, 1989; McGuire, 1983). A l mismo tiempo, es necesaria una perspectiva transcultural e histórica para darnos cuenta no sólo de la imposibili- D el i ndividual ismo al subjeti vismo. ¿ U na nueva psicología social ?  91 delimitado por el contexto cultural en que se produce, y sin necesidad de llegar a contraposiciones extremas entre verdades absolutas y relativismos extremos, podemos concebir la objetividad como un conocimiento de la realidad social delimitado por su mayor o menor aproximación a la misma. Sirva como ejemplo las dos formas de conocimiento divergentes que caracterizan a Don Quijote y a Sancho Panza acerca de su polémica sobre los molinos. En este caso, la terca realidad se encargó de enseñar al bueno de Don Q uijote que, en verdad, y tal y como le recordase Sancho antes de emprenderla a lanzadas, no setrataba de gigantes sino de molinos de viento. Pero dejemos a ambos personajes y volvamos a la psicología social. Supongamos que, por ejemplo, nos encontramos ante dos opiniones divergentes ante un mismo problema como las expresadas por los dos textos siguientes: Es un hecho bien establecido, sin embargo, que la inteligencia de la raza blanca es de una versatilidad y complejidad superior a la de la raza negra [Allport, 1924, p. 386], La función del prejuicio es la de facilitar la segregación de grupos opuestos entre ellos [Y oung, 1945, p. 258]. I Estas dos formas ¡deconocimiento de las relaciones raciales difieren radicalmente. Mieittras que Floyd Allport da una explicación de las diferencias raciales en función de la inferioridad de la raza negra,  Young encuentra que las diferencias entre ambas son fruto del prejuicio social. De acuerdo con las diferentes versiones de la postura no  justificacionista (sociorracionalismo, enfoque constructivista, etc.), defendida por BarTal y BarTal, no es posible distinguir cúal de las dos interpretaciones de un mismo problema, en nuestro caso las diferencias raciales, es la verdadera, ya que ninguno de los argumentos que forman el razonamiento de ambos psicólogos puede ser probado o rechazado. En conclusión, el conocimiento generado por ambas líneas de pensamiento revelaría formas de conocimiento igual de erróneas o igual de verdaderas, puesto que cualquier «hipótesis puede ser verificada o falsada» (Gergen y Morawski, 1980). En resumen, no me parece correcta la afirmación de que no existe ninguna autoridad o criterio que confirme o desconfirme nuestras teorías tal y como supone la postura no justificacionista, y que tanto eco ha tenido en autores como Gergen (1982, pp. 108109). Para este D el in divi dualismo al subjeti vismo. ¿Una nueva psicología social?  93 principios metodológicos pueden ser apropiados en un contexto cultural, en otro pueden no serlo. Se trata en definitiva de abogar por una pluralidad teórica y metodológica. La psicología social abarca un campo tan amplio de temas y situaciones que ninguno de los presupuestos de una teoría puede abarcarlos en su totalidad. E sta visión se aleja de todo relativismo al afirmar que toda proposición teórica puede ser contrastada con la realidad y que no toda explicación de la realidad social es igual de correcta. 92 José L uis A lvaro E stramiana  psicólogo social, la contrastación empírica no es un criterio apropiado de validación teórica, y propone una nueva forma de validación del conocimiento consistente en comparar teorías alternativas en función de [...] su capacidad para poner en cuestión los principios esenciales de una cultura, para indicar problemas fundamentales de la vida social contemporánea, para reconsiderar lo que se considera como ya establecido y en consecuencia generar nuevas alternativas para la acción social. D el in divi dualismo al subjeti vismo. ¿Una nueva psicología social?  93 principios metodológicos pueden ser apropiados en un contexto cultural, en otro pueden no serlo. Se trata en definitiva de abogar por una pluralidad teórica y metodológica. La psicología social abarca un campo tan amplio de temas y situaciones que ninguno de los presupuestos de una teoría puede abarcarlos en su totalidad. E sta visión se aleja de todo relativismo al afirmar que toda proposición teórica puede ser contrastada con la realidad y que no toda explicación de la realidad social es igual de correcta. La idea defendida en estas páginas es opuesta a la expresada, entre otros psicólogos sociales, por Gergen o BarTal y BarTal, pues considero que es en última instancia esa misma realidad social la que debe encargarse de corregir o confirmar el conocimiento de la misma. Esto no quiere decir que dicha validación sea aproblemática, tal y como queda reflejado en el capítulo metodológico. Los criterios expuestos por Gergen no pueden ser un principio de validez del conocimiento generado en ciencias sociales sino un objetivo de la propia psicología social, independientemente de cúales sean los modelos teóricos y prácticas metodológicas que utilicemos. En resumen, no se trata de abogar por un empiricismo asistemático y meramente acumulativo, pero sí de defender que todo desarrollo teórico debe ser validado mediante su contrastación con la realidad. La posición sostenida en este libro es contraria, tanto al relativismo en ciencias sociales, como a la pretensión de establecer una ciencia única resultado de la acumulación del saber y cuya pretensión final sea el establecimiento de leyes universales del comportamiento, tal y como se desprende de la idea de algunos psicólogos sociales, quienes señalan como la principal debilidad de la disciplina su incapacidad para haber constituido una teoría genérica compuesta por proposiciones que puedan ser falsables y enfocada al estudio de efectos de carácter acumulativo (véase Pettigrew, 1991). Frente a ambos extremos, es posible defender una posición según la cual todo conocimiento debe ser contrastado con la realidad, al tiempo que se propugna que no existen teorías correctas y teorías incorrectas, tal y como es defendido por el enfoque contextualista en psicología social (véase Axsom, 1989; McGuire, 1983). A l mismo tiempo, es necesaria una perspectiva transcultural e histórica para darnos cuenta no sólo de la imposibilidad de establecer una ciencia unificada generadora de principios universales, sino también de que, mientras unas explicaciones teóricas y 6. EL MODE LO ESTRATI FICAD O DE LA ACCI ÓN  Y E NF OQUES TE ÓRI COS AFINE S. PROPUESTAS PARA LA PSICOLO GÍA SOCIAL E l modelo estrat if icado de la acción y enfoques teóricos afines  95 para centrarse en lo que Giddens (1982, p. 180) denomina consecuencias no intencionadas de la acción social: La historia no es un proyecto intencional. Toda actividad intencional tiene lugar en el contexto de instituciones sedimentadas a lo largo de extensos periodos de tiempo. Las consecuencias no intencionadas de la acción son de una trascendental importancia para una teoría social, especialmente en la medida en que son incorporadas sistemáticamente en el proceso de reproducción de las instituciones. La polémica entre las concepciones derivadas de las nociones de acción humana y estructura es interesante no sólo desde un punto de vista histórico, sino también desde la perspectiva de la explicación del comportamiento humano. Frente a la tradición que representan interaccionistas simbólicos como Blumer, o enfoques teóricos como la etogenia, la etnometodo logía o el enfoque dramatúrgico, encontramos los modelos estructu ralistas, así como los enfoques funcionalistas del comportamiento humano, predominantes hasta hace poco tiempo en las ciencias sociales. De acuerdo con Giddens (1967/ 87), mientras que los teóricos de la acción social han centrado su atención en la reflexibilidad del comportamiento sin haber desarrollado ninguna idea de la estructura social, el estructuralismo y el funcionalismo tienden a caracterizar la conducta como el resultado mecánico derivado de un proceso de reproducción de estructuras sociales preexistentes. Una polémica que, en parecidos términos, observamos entre las escuelas de pensamiento conductista y cognitivista en el caso de la psicología. Las posturas representadas por ambos modelos teóricos no son sin embargo incompatibles. Junto a una concepción del comportamiento humano en la que se destaca el carácter intencional y propositivo del mismo y en la que los actores sociales tienen la capacidad de dirección reflexiva de su acción y el conocimiento de las condiciones sociales en las que áquella se desarrolla, también es posible una interpretación estructural en la que se tengan en cuenta los condicionamientos y constricciones institucionales que facilitan el cambio o reproducción de la estructura social. Como indica Giddens (1967/87), el dominio de la actividad humana es limitado; los hombres producen la sociedad, pero lo hacen como actores históricamente situados, no El modelo estratificado de la acción propuesto por Giddens y retomado por otros autores como Manicas (1982) es compatible con la concepción socioestructural del interaccionismo simbólico de Stry ker (1983), y que propone como modelo teórico para la psicología social. En la visión del interaccionismo simbólico de Stryker, los sistemas de significados que sirven de guía al comportamiento deben ser interpretados en función de las divisiones sociales en clases y diferencias de poder: La idea de que se debe situar a las personas formando parte de relaciones entre roles, determinadas por estructuras sociales más generales, al igual que la idea más tradicional del interaccionismo simbólico de que el comportamiento de las personas esta mediado por el significado de la identidad personal, de sí y de los demás, que deriva de la localización y de la interacción sociales, todas estas ideas son las que tienen más importancia intelectual para la psicología social [Stryker, 1983, p. 59]. Más recientemente, el mismo autor (Stryker, 1991, p. 88) vuelve a hacer hincapié en su propuesta de una psicología social sociológica al afirmar que: Claramente, concebir una estructura social significa admitir que existe una realidad social que va más allá de procesos psicológicos individuales y que condicionan aestos últimos de una forma importante. El reconocimiento de este argumento significa que hay que ir más allá de procesos psicológicos individuales, por no mencionar los procesos de interacción social. La perspectiva teórica de Stryker es muy semejante a la sociología del conocimiento de Berger y Luckman (1967/ 79), para quienes la rea- 6. EL MODE LO ESTRATI FICAD O DE LA ACCI ÓN  Y E NF OQUES TE ÓRI COS AFINE S. PROPUESTAS PARA LA PSICOLO GÍA SOCIAL E l modelo estrat if icado de la acción y enfoques teóricos afines  95 para centrarse en lo que Giddens (1982, p. 180) denomina consecuencias no intencionadas de la acción social: La historia no es un proyecto intencional. Toda actividad intencional tiene lugar en el contexto de instituciones sedimentadas a lo largo de extensos periodos de tiempo. Las consecuencias no intencionadas de la acción son de una trascendental importancia para una teoría social, especialmente en la medida en que son incorporadas sistemáticamente en el proceso de reproducción de las instituciones. La polémica entre las concepciones derivadas de las nociones de acción humana y estructura es interesante no sólo desde un punto de vista histórico, sino también desde la perspectiva de la explicación del comportamiento humano. Frente a la tradición que representan interaccionistas simbólicos como Blumer, o enfoques teóricos como la etogenia, la etnometodo logía o el enfoque dramatúrgico, encontramos los modelos estructu ralistas, así como los enfoques funcionalistas del comportamiento humano, predominantes hasta hace poco tiempo en las ciencias sociales. De acuerdo con Giddens (1967/ 87), mientras que los teóricos de la acción social han centrado su atención en la reflexibilidad del comportamiento sin haber desarrollado ninguna idea de la estructura social, el estructuralismo y el funcionalismo tienden a caracterizar la conducta como el resultado mecánico derivado de un proceso de reproducción de estructuras sociales preexistentes. Una polémica que, en parecidos términos, observamos entre las escuelas de pensamiento conductista y cognitivista en el caso de la psicología. Las posturas representadas por ambos modelos teóricos no son sin embargo incompatibles. Junto a una concepción del comportamiento humano en la que se destaca el carácter intencional y propositivo del mismo y en la que los actores sociales tienen la capacidad de dirección reflexiva de su acción y el conocimiento de las condiciones sociales en las que áquella se desarrolla, también es posible una interpretación estructural en la que se tengan en cuenta los condicionamientos y constricciones institucionales que facilitan el cambio o reproducción de la estructura social. Como indica Giddens (1967/87), el dominio de la actividad humana es limitado; los hombres producen la sociedad, pero lo hacen como actores históricamente situados, no en condiciones de su propia elección. El concepto de estructura deja de tener así un contenido determinista o exclusivamente coercitivo, 96 José L uis A lvaro E stramiana  humano. En el enfoque construccionista de estos autores la sociedad sólo puede ser interpretada en la dialéctica entre realidad objetiva y subjetiva. Como nos recuerda Eberle (1993, p. 12) en un oportuno artículo, en el que se argumenta la importancia de la sociología del conocimiento de estos autores para el desarrollo teórico de la psicología social: La psicología no puede ser otra cosa que psicología social. Los mundos sub jetivos no pueden ser separados de los procesos en cuyo seno son construidos, comunicados y mantenidos [...] las identidades personales no pueden ser separadas de la estructura social en la cual son constituidas. De una forma similar, Totman (1980) indica que la psicología social dejaría inacabado el análisis de la acción social si no analizase ésta en términos de normas y seguimiento de normas. Su distinción entre reglas constitutivas y reglas normativas es de un gran valor heurístico. Las reglas constitutivas posibilitan el entendimiento de la conducta en un contexto cultural específico. Las reglas normativas definen y dirigen la acción social, permitiendo ciertos tipos de conducta y sancionando otros. Ciertamente, la capacidad de dirección de la acción social y el conocimiento que permite al actor dar razón de la misma —conciencia discursiva— y llevarla a cabo —conciencia práctica— no se dan en un vacío normativo. Una teoría psicosocial es incompleta en tanto no considere las condiciones sociales en que viven las personas y su influencia en las creencias y comportamiento colectivos. Más concretamente, una concepción de la conducta humana en la que no se tengan en cuenta conceptos de carácter estructural puede llegar a convertirse en una nueva forma de idealismo social. Como nos recuerda Tajfel (1977, pp. 653654): Cualquier sociedad en la que haya diferencias de estatus, poder y prestigio entre sus grupos sociales —y en todas las hay— nos sitúa en diferentes categorías sociales vitales en la definición de nosotros mismos. Dichas definiciones que creemos compartir con otros son las que hacen que nos comportemosde la forma en que lo hacemos. El modelo estratificado de la acción propuesto por Giddens y retomado por otros autores como Manicas (1982) es compatible con la concepción socioestructural del interaccionismo simbólico de Stry ker (1983), y que propone como modelo teórico para la psicología social. En la visión del interaccionismo simbólico de Stryker, los sistemas de significados que sirven de guía al comportamiento deben ser interpretados en función de las divisiones sociales en clases y diferencias de poder: La idea de que se debe situar a las personas formando parte de relaciones entre roles, determinadas por estructuras sociales más generales, al igual que la idea más tradicional del interaccionismo simbólico de que el comportamiento de las personas esta mediado por el significado de la identidad personal, de sí y de los demás, que deriva de la localización y de la interacción sociales, todas estas ideas son las que tienen más importancia intelectual para la psicología social [Stryker, 1983, p. 59]. Más recientemente, el mismo autor (Stryker, 1991, p. 88) vuelve a hacer hincapié en su propuesta de una psicología social sociológica al afirmar que: Claramente, concebir una estructura social significa admitir que existe una realidad social que va más allá de procesos psicológicos individuales y que condicionan aestos últimos de una forma importante. El reconocimiento de este argumento significa que hay que ir más allá de procesos psicológicos individuales, por no mencionar los procesos de interacción social. La perspectiva teórica de Stryker es muy semejante a la sociología del conocimiento de Berger y Luckman (1967/ 79), para quienes la realidad está constituida por universos de significado compartidos socialmente que, al institucionalizarse, controlan el comportamiento El modelo estr ati fi cado de la acción y enfoques teóri cos afin es  97 construccionista de Berger y Luckman (1967/79) o la perspectiva contextualista de Georgudi y Rosnow (1985), así como algunos aspectos de la perspectiva dialéctica —como son su insistencia en un enfoque contextual e histórico, así como su consideración de la persona y el medio social como realidades no contrapuestas (Georgudi, 1983; MartínBaró, 1985)—, constituyen enfoques y nociones desde los que es posible realizar un análisis no reduccionista de la conducta y la interacción social. 96 José L uis A lvaro E stramiana  humano. En el enfoque construccionista de estos autores la sociedad sólo puede ser interpretada en la dialéctica entre realidad objetiva y subjetiva. Como nos recuerda Eberle (1993, p. 12) en un oportuno artículo, en el que se argumenta la importancia de la sociología del conocimiento de estos autores para el desarrollo teórico de la psicología social: La psicología no puede ser otra cosa que psicología social. Los mundos sub jetivos no pueden ser separados de los procesos en cuyo seno son construidos, comunicados y mantenidos [...] las identidades personales no pueden ser separadas de la estructura social en la cual son constituidas. El modelo estr ati fi cado de la acción y enfoques teóri cos afin es  97 construccionista de Berger y Luckman (1967/79) o la perspectiva contextualista de Georgudi y Rosnow (1985), así como algunos aspectos de la perspectiva dialéctica —como son su insistencia en un enfoque contextual e histórico, así como su consideración de la persona y el medio social como realidades no contrapuestas (Georgudi, 1983; MartínBaró, 1985)—, constituyen enfoques y nociones desde los que es posible realizar un análisis no reduccionista de la conducta y la interacción social. De una forma similar, Totman (1980) indica que la psicología social dejaría inacabado el análisis de la acción social si no analizase ésta en términos de normas y seguimiento de normas. Su distinción entre reglas constitutivas y reglas normativas es de un gran valor heurístico. Las reglas constitutivas posibilitan el entendimiento de la conducta en un contexto cultural específico. Las reglas normativas definen y dirigen la acción social, permitiendo ciertos tipos de conducta y sancionando otros. Ciertamente, la capacidad de dirección de la acción social y el conocimiento que permite al actor dar razón de la misma —conciencia discursiva— y llevarla a cabo —conciencia práctica— no se dan en un vacío normativo. Una teoría psicosocial es incompleta en tanto no considere las condiciones sociales en que viven las personas y su influencia en las creencias y comportamiento colectivos. Más concretamente, una concepción de la conducta humana en la que no se tengan en cuenta conceptos de carácter estructural puede llegar a convertirse en una nueva forma de idealismo social. Como nos recuerda Tajfel (1977, pp. 653654): Cualquier sociedad en la que haya diferencias de estatus, poder y prestigio entre sus grupos sociales —y en todas las hay— nos sitúa en diferentes categorías sociales vitales en la definición de nosotros mismos. Dichas definiciones que creemos compartir con otros son las que hacen que nos comportemosde la forma en que lo hacemos. En resumen, los modelos propuestos por Giddens, Stryker o  Totman, a los que se podrían añadir otros, como la propuesta de una psicología social no reduccionista de M. Jahoda (1986b), el enfoque 7. PERSPECTI VAS METODOLÓ GI CAS EN PSICOLOG ÍA SOCIAL En páginas anteriores he tratado de exponer un análisis crítico de algunos de los enfoques teóricos sobre los que se ha ido constituyendo la psicología social, ofreciendo un conjunto de perspectivas desde las que enmarcar el estudio de la conducta social. Estas consideraciones tendrían un carácter parcial si no se considerasen a un mismo tiempo los aspectos metodológicos de la disciplina, pues si bien considero acertada la ya conocida frase de Kurt Lewin de que no hay nada tan práctico como una buena teoría, no es menos cierto que todo avance teórico debe tener en la contrastación con la realidad que pretende analizar su fuente de validación. Teoría einvestigación son dos partes de un mismo proceso: de reproducción y creación del conocimiento. Queda implícito en la aseveración antes realizada un punto de vista opuesto a la perspectiva de la teoría sociorracional (Gergen, 1982) y/ o constructivista del conocimiento en psicología social (Gergen, 1985) —que no tiene que ver ni con la crítica constructivista que McGuire hace al empiricismo lógico tradicional ni con el enfoque desarrollado por Berger y L uckman—, según la cual no existe un conocimiento ob jetivo de la realidad, pues éste responde a convenciones de carácter lingüístico, considerando el método científico como una forma discursiva más. En realidad, si esto fuese así, debería admitirse que el conocimiento científico no es en absoluto superior al conocimiento religioso o al deuna secta. Como nos recuerda con agudeza Marsh (1982, p. 52): N o debemos confundir un relativismo moral con un relativismo lógico y argumentar que, dado que es equivocado considerar a una cultura como moralmente superior a otra, es igualmente equivocado decir que cualquier explicación sobre el mundo, desde la religiosa a la mágica, tienen el mismo tipo de estatus. Al igual que en el caso de los enfoques teóricos, la discusión en Perspectivas metodol ógi cas en psicología social  99 Polémica a la que no es ajena la psicología social, y que adopta la forma de posiciones contrapuestas entre los partidarios y detractores de posiciones dicotómicas expresadas por términos antónimos, como los de técnicas cualitativas o cuantitativas, paradigma racional frente a paradigma naturalista, explicación causal versus  interpretación hermenéutica, método hipotéticodeductivo frente a método inductivo, modelo ideográfico de explicación frente a modelo nomotético, etcétera. Otro aspecto fundamental en la polémica acerca de la metodología apropiada para la psicología social lo constituye la polarización existente entre los defensores y detractores del método experimental, aspecto éste clave para entender el porqué de la llamada crisis en psicología social, uno de cuyos pilares fue el cuestionamiento de dicho enfoque metodológico. Las páginas siguientes se centran en dos polémicas que podríamos resumir en, por un lado, la contraposición entre los enfoques cualitativos y cuantitativos y, por otro, la crítica al uso del experimento de laboratorio como paradigma metodológico para la psicología social. I. TÉCN ICAS CUANTI TATI VAS V ERSUS  TÉCNI CAS CUALITATIVAS La característica fundamental de las técnicas cuantitativas en ciencias sociales es la creencia en la posibilidad de obtener un conocimiento objetivo de la realidad. Dicho conocimiento se caracterizaría por un monismo metodológico según el cual los métodos de las ciencias naturales se consideran directamente aplicables al estudio de la realidad social. Como contrapartida, los partidarios de la utilización de una metodología cualitativa señalan que los métodos utilizados en las ciencias naturales son inapropiados para el estudio del comportamiento social. Desde esta perspectiva se insiste en que el mundo social se diferencia del mundo físico en que el primero es construido en la interacción social y que, por tanto, es una realidad de significados compartidos. Este énfasis en la realidad como construcción simbólica hace que los partidarios de una metodología cualitativa enfaticen que la investigación debe tener por finalidad el estudio de lo social desde el punto de vista de los actores implicados. A sí se expresa Cicourel (1982, pp. 11y 289) cuando afirma que: 7. PERSPECTI VAS METODOLÓ GI CAS EN PSICOLOG ÍA SOCIAL Perspectivas metodol ógi cas en psicología social  En páginas anteriores he tratado de exponer un análisis crítico de algunos de los enfoques teóricos sobre los que se ha ido constituyendo la psicología social, ofreciendo un conjunto de perspectivas desde las que enmarcar el estudio de la conducta social. Estas consideraciones tendrían un carácter parcial si no se considerasen a un mismo tiempo los aspectos metodológicos de la disciplina, pues si bien considero acertada la ya conocida frase de Kurt Lewin de que no hay nada tan práctico como una buena teoría, no es menos cierto que todo avance teórico debe tener en la contrastación con la realidad que pretende analizar su fuente de validación. Teoría einvestigación son dos partes de un mismo proceso: de reproducción y creación del conocimiento. Queda implícito en la aseveración antes realizada un punto de vista opuesto a la perspectiva de la teoría sociorracional (Gergen, 1982) y/ o constructivista del conocimiento en psicología social (Gergen, 1985) —que no tiene que ver ni con la crítica constructivista que McGuire hace al empiricismo lógico tradicional ni con el enfoque desarrollado por Berger y L uckman—, según la cual no existe un conocimiento ob jetivo de la realidad, pues éste responde a convenciones de carácter lingüístico, considerando el método científico como una forma discursiva más. En realidad, si esto fuese así, debería admitirse que el conocimiento científico no es en absoluto superior al conocimiento religioso o al deuna secta. Como nos recuerda con agudeza Marsh (1982, p. 52): N o debemos confundir un relativismo moral con un relativismo lógico y argumentar que, dado que es equivocado considerar a una cultura como moralmente superior a otra, es igualmente equivocado decir que cualquier explicación sobre el mundo, desde la religiosa a la mágica, tienen el mismo tipo de estatus. Al igual que en el caso de los enfoques teóricos, la discusión en torno a la metodología adecuada para las ciencias sociales constituye uno de los aspectos que ha suscitado y suscita una mayor polémica. 100 José L uis A lvaro E stramiana  cación de cómo piensan, sienten y actúan las personas al ocuparse de sus asuntos en la vida cotidiana [...]• La expresión cuantitativa de los resultados cosifica necesariamente los hechos de estudio, pero nuestras interpretaciones —aun tras las habituales excusas y advertencias formales sobre su generalidad y precisión— se toman como conclusiones positivas que se finge creer válidas y repetibles. A sí, se viene ahacer de la investigación algo concluso, en vez de una búsqueda de conocimiento sobre una época determinada. En su versión contemporánea, esta posición crítica con respecto al uso de las técnicas cuantitativas tomaría como punto de referencia diferentes tradiciones de pensamiento, como son la fenomenología, especialmente a través de los escritos de Schutz, el interaccionismo simbólico, el enfoque etnometodológico y la etogenia. Frente a las posiciones extremas de unos y otros encontramos una tercera posición que trataré de argumentar en las páginas siguientes, y que es aquella que defiende la necesidad de considerar a ambos enfoques metodológicos no como contrapuestos sino como complementarios. Dicho punto de vista sostiene que es en la definición del objeto de estudio y de los objetivos de la investigación donde se configuran los límites en la elección tanto del paradigma metodológico a utilizar como de las técnicas de análisis. Esta perspectiva parte, en definitiva, del supuesto de que la utilización de diferentes recursos metodológicos puede, en un mismo estudio, darnos una visión más enri quecedora de la realidad que se está estudiando. En resumen, el argumento principal que se desarrolla en las siguientes páginas es el de que, aun reconociendo que las tradiciones metodológicas en las que se basan las técnicas de análisis cuantitativo y cualitativo hunden sus raíces en posiciones epistemológicas diferentes, no existe contradicción alguna en utilizarlas de forma conjunta en la investigación social. II. TÉCNI CAS CUANTITAT IVAS Y TÉCNICAS CUALITATI VAS: ¿SÓLO UNA CUESTIÓN EPISTEMOLÓGICA? Cabe señalar, en primer lugar, que la elección de un tipo u otro de metodología es algo que tiene implicaciones que trascienden los as- 99 Polémica a la que no es ajena la psicología social, y que adopta la forma de posiciones contrapuestas entre los partidarios y detractores de posiciones dicotómicas expresadas por términos antónimos, como los de técnicas cualitativas o cuantitativas, paradigma racional frente a paradigma naturalista, explicación causal versus  interpretación hermenéutica, método hipotéticodeductivo frente a método inductivo, modelo ideográfico de explicación frente a modelo nomotético, etcétera. Otro aspecto fundamental en la polémica acerca de la metodología apropiada para la psicología social lo constituye la polarización existente entre los defensores y detractores del método experimental, aspecto éste clave para entender el porqué de la llamada crisis en psicología social, uno de cuyos pilares fue el cuestionamiento de dicho enfoque metodológico. Las páginas siguientes se centran en dos polémicas que podríamos resumir en, por un lado, la contraposición entre los enfoques cualitativos y cuantitativos y, por otro, la crítica al uso del experimento de laboratorio como paradigma metodológico para la psicología social. I. TÉCN ICAS CUANTI TATI VAS V ERSUS  TÉCNI CAS CUALITATIVAS La característica fundamental de las técnicas cuantitativas en ciencias sociales es la creencia en la posibilidad de obtener un conocimiento objetivo de la realidad. Dicho conocimiento se caracterizaría por un monismo metodológico según el cual los métodos de las ciencias naturales se consideran directamente aplicables al estudio de la realidad social. Como contrapartida, los partidarios de la utilización de una metodología cualitativa señalan que los métodos utilizados en las ciencias naturales son inapropiados para el estudio del comportamiento social. Desde esta perspectiva se insiste en que el mundo social se diferencia del mundo físico en que el primero es construido en la interacción social y que, por tanto, es una realidad de significados compartidos. Este énfasis en la realidad como construcción simbólica hace que los partidarios de una metodología cualitativa enfaticen que la investigación debe tener por finalidad el estudio de lo social desde el punto de vista de los actores implicados. A sí se expresa Cicourel (1982, pp. 11y 289) cuando afirma que: El argumento general, repetimos, es que quizá no podamos comprender cuál será un método apropiado para examinar o verificar una teoría sin una expli- Perspectivas metodológicas en psicología social  101 Cuando hablamos de metodologías cuantitativas o cualitativas, estamos hablando, finalmente, de un conjunto de premisas interrelacionadas acerca del mundo social que son filosóficas, ideológicas y epistemológicas. Conlleva, en resumen, algo más que unas técnicas de recogida de datos. El problema surge, sin embargo, cuando se intenta especificar el tipo de implicaciones que ambas metodologías conllevan. La utilización de un tipo u otro de metodología no supone, necesariamente, la adscripción a todo un conjunto de postulados metateóricos o epistemológicos. Incluso es posible concebir un paradigma teórico en el que conviven paradigmas metodológicos y técnicas de análisis contrapuestas. El caso del interaccionismo simbólico y la contraposición metodológica de las escuelas de Chicago y I owa es ilustrativa. Así, por ejemplo, mientras que para Blumer (1982, p. 35) «la postura metodológica del interaccionismo simbólico es la del examen directo del mundo empírico social», criticando la utilización de los tests de hipótesis y la operacionalización de variables, autores como Kuhn y McPartland (1954) desarrollan, dentro de la teoría del interaccionismo simbólico, un instrumento de medida de las actitudes hacia el yo  — «T we nt y Sta tem ent s Tes t »— cuya descripción y contenido, así como el análisis propuesto, se enmarcan en la orientación científica del naturalismo (véase Meltzer, Petras y Reynolds, 1975). Las cuestiones anteriormente expuestas llevan a la conclusión de que si bien la utilización de un tipo específico de metodología, así como sus correspondientes técnicas de análisis, no puede desligarse de ciertos supuestos epistemológicos y teóricos en los que se fundamenta, tampoco implica una aceptación global de todos y cada uno de los mismos. No debe extrañarnos, por tanto, que la utilización de un mismo enfoque metodológico parta de supuestos epistemológicos divergentes eincluso contrarios, o que dos metodologías supuestamente contrapuestas partan de un mismo enfoque teórico y epistemológico. III. MÉTODO HIPOTÉ TICODEDUCTI VO V ERSUS   MÉTODO IND UCTIVO. EL PAPEL DE LA TEORÍA 100 José L uis A lvaro E stramiana  cación de cómo piensan, sienten y actúan las personas al ocuparse de sus asuntos en la vida cotidiana [...]• La expresión cuantitativa de los resultados cosifica necesariamente los hechos de estudio, pero nuestras interpretaciones —aun tras las habituales excusas y advertencias formales sobre su generalidad y precisión— se toman como conclusiones positivas que se finge creer válidas y repetibles. A sí, se viene ahacer de la investigación algo concluso, en vez de una búsqueda de conocimiento sobre una época determinada. En su versión contemporánea, esta posición crítica con respecto al uso de las técnicas cuantitativas tomaría como punto de referencia diferentes tradiciones de pensamiento, como son la fenomenología, especialmente a través de los escritos de Schutz, el interaccionismo simbólico, el enfoque etnometodológico y la etogenia. Frente a las posiciones extremas de unos y otros encontramos una tercera posición que trataré de argumentar en las páginas siguientes, y que es aquella que defiende la necesidad de considerar a ambos enfoques metodológicos no como contrapuestos sino como complementarios. Dicho punto de vista sostiene que es en la definición del objeto de estudio y de los objetivos de la investigación donde se configuran los límites en la elección tanto del paradigma metodológico a utilizar como de las técnicas de análisis. Esta perspectiva parte, en definitiva, del supuesto de que la utilización de diferentes recursos metodológicos puede, en un mismo estudio, darnos una visión más enri quecedora de la realidad que se está estudiando. En resumen, el argumento principal que se desarrolla en las siguientes páginas es el de que, aun reconociendo que las tradiciones metodológicas en las que se basan las técnicas de análisis cuantitativo y cualitativo hunden sus raíces en posiciones epistemológicas diferentes, no existe contradicción alguna en utilizarlas de forma conjunta en la investigación social. II. TÉCNI CAS CUANTITAT IVAS Y TÉCNICAS CUALITATI VAS: ¿SÓLO UNA CUESTIÓN EPISTEMOLÓGICA? Cabe señalar, en primer lugar, que la elección de un tipo u otro de metodología es algo que tiene implicaciones que trascienden los aspectos puramente metodológicos. En este sentido creo acertada la opinión de autores como Rist (1977, p. 62), cuando señala que: 102 José L uis A lvaro E stramiana  se erigen los estudios cuantitativos. Estos estudios tienen en dicho modelo el eje sobre el que se establecen las diferentes fases de la investigación científica. Según el mismo, todo proceso de investigación debe seguir unas fases que irían desde la formulación de una teoría o modelo del cual poder derivar un conjunto de hipótesis empíricamente observables hasta la obtención de datos que remitirían a la teoría enunciada. Si bien este modelo es considerado como ejemplo de racionalidad científica, lo cierto es que, como nos recuerda Bryman (1988), una gran parte de la investigación cuantitativa en ciencias sociales no sigue dicha lógica, y en muchos casos no es la teoría la que guía la investigación sino que es esta última la que sirve de guía a la teoría. Esto no quiere decir que se abogue por un empiricismo desligado de toda formulación teórica. Como nos recuerda Marie Jahoda (1989, p. 77): Concentrarse en la teoría es, ciertamente, una importante función de la investigación, pero no la única [...]. Más aún, la investigación orientada exclusivamente por la teoría puede actuar en algunas ocasiones como una camisa de fuerza para el pensamiento y la observación, siendo en parte responsable de la falta de preocupación por la validez externa. A su vez, los que critican los enfoques cualitativos señalan que en éstos no se considera a la teoría como un antecedente del análisis empírico sino como una consecuencia del mismo. Se trata, en definitiva, de una crítica al modelo inductivo como inferior al hipotéticodeduc tivo. Se olvida en esta crítica el hecho de que, al igual que muchos estudios realizados desde un enfoque cuantitativista no siguen dicho modelo hipotéticodeductivo, numerosos estudios cualitativos parten de marcos teóricos que guían la investigación, siendo la finalidad principal de los mismos comprobar el poder explicativo de las teorías utilizadas, tal y como, de nuevo, nos recuerda Bryman (1988). En último análisis, la polémica está basada en una falsa contradicción entre ambos modelos. T oda investigación incluye necesariamente ambos procesos, inductivo y deductivo, independientemente de que se trate de un estudio cuantitativo o cualitativo. Desde este punto de vista, resulta irrelevante si el proceso de investigación se origina en la formulación de un enfoque teórico o parte de la observación de la realidad finalmente a ibar a una te ía. L lémi s parecid Perspectivas metodológicas en psicología social  101 Cuando hablamos de metodologías cuantitativas o cualitativas, estamos hablando, finalmente, de un conjunto de premisas interrelacionadas acerca del mundo social que son filosóficas, ideológicas y epistemológicas. Conlleva, en resumen, algo más que unas técnicas de recogida de datos. El problema surge, sin embargo, cuando se intenta especificar el tipo de implicaciones que ambas metodologías conllevan. La utilización de un tipo u otro de metodología no supone, necesariamente, la adscripción a todo un conjunto de postulados metateóricos o epistemológicos. Incluso es posible concebir un paradigma teórico en el que conviven paradigmas metodológicos y técnicas de análisis contrapuestas. El caso del interaccionismo simbólico y la contraposición metodológica de las escuelas de Chicago y I owa es ilustrativa. Así, por ejemplo, mientras que para Blumer (1982, p. 35) «la postura metodológica del interaccionismo simbólico es la del examen directo del mundo empírico social», criticando la utilización de los tests de hipótesis y la operacionalización de variables, autores como Kuhn y McPartland (1954) desarrollan, dentro de la teoría del interaccionismo simbólico, un instrumento de medida de las actitudes hacia el yo  — «T we nt y Sta tem ent s Tes t »— cuya descripción y contenido, así como el análisis propuesto, se enmarcan en la orientación científica del naturalismo (véase Meltzer, Petras y Reynolds, 1975). Las cuestiones anteriormente expuestas llevan a la conclusión de que si bien la utilización de un tipo específico de metodología, así como sus correspondientes técnicas de análisis, no puede desligarse de ciertos supuestos epistemológicos y teóricos en los que se fundamenta, tampoco implica una aceptación global de todos y cada uno de los mismos. No debe extrañarnos, por tanto, que la utilización de un mismo enfoque metodológico parta de supuestos epistemológicos divergentes eincluso contrarios, o que dos metodologías supuestamente contrapuestas partan de un mismo enfoque teórico y epistemológico. III. MÉTODO HIPOTÉ TICODEDUCTI VO V ERSUS   MÉTODO IND UCTIVO. EL PAPEL DE LA TEORÍA La utilización de un método hipotéticodeductivo puede ser considerada como un supuesto derivado de la lógica positivista sobre la que Perspecti vas metodológicas en psicología social  103 modelo hipotéticodeductivo no es una premisa necesaria de los estudios basados sobre una metodología cuantitativa. De igual forma, tampoco constituye una premisa de los métodos cualitativos la utilización de un modelo inductivo. Más aún, la discusión entre la superioridad de uno u otro modelo carece de fundamento, pues todo estudio en ciencias sociales debe considerar a ambos como parte del mismo proceso de investigación (véase Sarabia, 1992). IV. LA ACUMULATIVO)AD DEL CONOCIMIEN TO CIENTÍFI CO Una de las premisas sobre las que se asienta el positivismo es la creencia en la acumulatividad del conocimiento científico. De acuerdo con la misma, el refinamiento metodológico y el perfeccionamiento de las técnicas de análisis llevaría a un conocimiento cada vez más preciso de la realidad. E sta premisa parte de la idea de progreso aplicada adicho conocimiento. Un ejemplo de esto lo constituyen los denominados metaanálisis. En ellos se pretende realizar una revisión de todos los resultados obtenidos en un área de estudio específico con el fin de llegar a una conclusión final sobre la misma. D ichos análisis se basan en la creencia de que el avance del conocimiento es el resultado de una acumulación de evidencia empírica. Así, por ejemplo, al estudiar la asociación entre dos variables se tienen en cuenta todos los resultados obtenidos en diferentes estudios de los que se dispone de información estadística. De esta manera, se pretende obtener la significati vidad estadística media o magnitud de la asociación entre las variables y, finalmente, dar una conclusión definitiva acerca de la existencia o no de asociación entre las variables consideradas. Si bien en este tipo de análisis se emplean criterios selectivos en la elección de las investigaciones que entran a formar parte del metaanálisis y se utilizan rigurosos procedimientos estadísticos, el objetivo principal de los mismos es el resultado acumulativo final. Si bien la acumulación de evidencia no es incompatible con la explicación de la variación de los resultados en estudios diferentes (véase BangertD rowns, 1986), predomina el intento de encontrar una tendencia central en los resultados de un conjunto de investigaciones. Este objetivo relega, en el me- 102 José L uis A lvaro E stramiana  se erigen los estudios cuantitativos. Estos estudios tienen en dicho modelo el eje sobre el que se establecen las diferentes fases de la investigación científica. Según el mismo, todo proceso de investigación debe seguir unas fases que irían desde la formulación de una teoría o modelo del cual poder derivar un conjunto de hipótesis empíricamente observables hasta la obtención de datos que remitirían a la teoría enunciada. Si bien este modelo es considerado como ejemplo de racionalidad científica, lo cierto es que, como nos recuerda Bryman (1988), una gran parte de la investigación cuantitativa en ciencias sociales no sigue dicha lógica, y en muchos casos no es la teoría la que guía la investigación sino que es esta última la que sirve de guía a la teoría. Esto no quiere decir que se abogue por un empiricismo desligado de toda formulación teórica. Como nos recuerda Marie Jahoda (1989, p. 77): Concentrarse en la teoría es, ciertamente, una importante función de la investigación, pero no la única [...]. Más aún, la investigación orientada exclusivamente por la teoría puede actuar en algunas ocasiones como una camisa de fuerza para el pensamiento y la observación, siendo en parte responsable de la falta de preocupación por la validez externa. A su vez, los que critican los enfoques cualitativos señalan que en éstos no se considera a la teoría como un antecedente del análisis empírico sino como una consecuencia del mismo. Se trata, en definitiva, de una crítica al modelo inductivo como inferior al hipotéticodeduc tivo. Se olvida en esta crítica el hecho de que, al igual que muchos estudios realizados desde un enfoque cuantitativista no siguen dicho modelo hipotéticodeductivo, numerosos estudios cualitativos parten de marcos teóricos que guían la investigación, siendo la finalidad principal de los mismos comprobar el poder explicativo de las teorías utilizadas, tal y como, de nuevo, nos recuerda Bryman (1988). En último análisis, la polémica está basada en una falsa contradicción entre ambos modelos. T oda investigación incluye necesariamente ambos procesos, inductivo y deductivo, independientemente de que se trate de un estudio cuantitativo o cualitativo. Desde este punto de vista, resulta irrelevante si el proceso de investigación se origina en la formulación de un enfoque teórico o parte de la observación de la realidad para finalmente arribar a una teoría. La polémica es parecida a aquella otra con que nos deleitaban cuando éramos niños sobre qué era antes, si el huevo o la gallina. En resumen, la utilización de un 104 José L uis A lvar o E stramiana  dos, antes que dar por confirmada o refutada una hipótesis o asociación entre variables. Podemos considerar a este tipo de análisis como una errónea metáfora de la acumulatividad del conocimiento psicosocial.  Ya en páginas anteriores ha quedado expuesta mi opinión acerca de la imposibilidad de establecer una ciencia social unificada o, lo que es lo mismo, establecer principios o leyes generales del comportamiento social. La utilización de una metodología cuantitativa no supone, tampoco, una necesaria adscripción a este postulado del positivismo. Si bien hay que reconocer que en las tradiciones de pensamiento en las que se basan los métodos cualitativos se hace hincapié en los aspectos situacionales, la utilización de una metodología cuantitativa no es incompatible con una interpretación de la realidad social analizada en términos del contexto social y culturalnacional en el que se realiza la investigación. Ciertamente, éste no es un hecho frecuente en psicología social (véase Bond, 1988; Marsh y A lvaro, 1990), pero no debemos interpretar esto como una consecuencia de la metodología y técnicas de investigación dominantes, sino como un aspecto más del etnocentrismo que permea todos los aspectos de nuestra vida social y a los que la psicología social, tanto americana como europea —anglosajona al fin y al cabo—, no es ajena. Una concepción histórica tanto de la conducta social como de las formas del conocimiento no es, en resumen, una cuestión que esté ligada necesariamente a una u otra metodología. V. RAZÓN CAUSAL FRENTE A INTERPRETACIÓN La contraposición entre comprensión y explicación es otro de los ejes centrales en la polémica sobre el método apropiado para las ciencias sociales. En Dilthey (18331911), ya encontramos este dualismo en el que se sitúan las ciencias naturales y las ciencias sociales. Para este autor las ciencias del espíritu deben utilizar una metodología cuya finalidad sea la comprensión y no la explicación. Siguiendo esta tradición del pensamiento, la psicología debería tener un carácter ideográfico en el que el objetivo final fuese de carácter hermenéutico; revelar, en definitiva, através de la observación, la subjetividad de los actores Perspecti vas metodológicas en psicología social  103 modelo hipotéticodeductivo no es una premisa necesaria de los estudios basados sobre una metodología cuantitativa. De igual forma, tampoco constituye una premisa de los métodos cualitativos la utilización de un modelo inductivo. Más aún, la discusión entre la superioridad de uno u otro modelo carece de fundamento, pues todo estudio en ciencias sociales debe considerar a ambos como parte del mismo proceso de investigación (véase Sarabia, 1992). IV. LA ACUMULATIVO)AD DEL CONOCIMIEN TO CIENTÍFI CO Una de las premisas sobre las que se asienta el positivismo es la creencia en la acumulatividad del conocimiento científico. De acuerdo con la misma, el refinamiento metodológico y el perfeccionamiento de las técnicas de análisis llevaría a un conocimiento cada vez más preciso de la realidad. E sta premisa parte de la idea de progreso aplicada adicho conocimiento. Un ejemplo de esto lo constituyen los denominados metaanálisis. En ellos se pretende realizar una revisión de todos los resultados obtenidos en un área de estudio específico con el fin de llegar a una conclusión final sobre la misma. D ichos análisis se basan en la creencia de que el avance del conocimiento es el resultado de una acumulación de evidencia empírica. Así, por ejemplo, al estudiar la asociación entre dos variables se tienen en cuenta todos los resultados obtenidos en diferentes estudios de los que se dispone de información estadística. De esta manera, se pretende obtener la significati vidad estadística media o magnitud de la asociación entre las variables y, finalmente, dar una conclusión definitiva acerca de la existencia o no de asociación entre las variables consideradas. Si bien en este tipo de análisis se emplean criterios selectivos en la elección de las investigaciones que entran a formar parte del metaanálisis y se utilizan rigurosos procedimientos estadísticos, el objetivo principal de los mismos es el resultado acumulativo final. Si bien la acumulación de evidencia no es incompatible con la explicación de la variación de los resultados en estudios diferentes (véase BangertD rowns, 1986), predomina el intento de encontrar una tendencia central en los resultados de un conjunto de investigaciones. Este objetivo relega, en el me jor de los casos, a un segundo plano lo que debería ser tarea principal del conocimiento: la contextualización sociohistórica de los resulta Perspecti vas metodológicas en psi cologí a social  105 samiento en ciencias sociales, y más específicamente en psicología social. En ciencias sociales, podemos resaltar la posición de los fenome nólogos y, especialmente, la sociología de la acción de Max Weber. En psicología social, diferentes teorías enfatizan la importancia del significado que los sujetos dan a su conducta. Tanto para los interac cionistas simbólicos como para las diferentes teorías “afines” (la etnometodología, la etogenia, etc.), éste es un aspecto central, primándose una metodología cualitativa como la más apropiada para captar el significado que los actores sociales dan a su conducta. Esta postura queda bien ejemplificada en la siguiente cita de I báñez (1990, pp. 247248), cuando afirma, refiriéndose a los enfoques cuantitativo y cualitativo, que: Es obvio que apartir del momento en que se está convencido de la importancia que tienen las dimensiones simbólicas de lo social, y del papel que desempeñan los significados, se llega lógicamente a la conclusión de que las técnicas interpretativas son efectivamente las más adecuadas ala naturaleza del objeto social. El problema surge en la medida en que el significado es, por propia definición, inaprensible en los formalismos necesarios para proceder a una cuantificación. A mi juicio, la idea de que sólo la utilización de técnicas de análisis cualitativo puede llevarnos a una comprensión de la conducta social no es correcta. Esta idea está basada, fundamentalmente, en dos supuestos erróneos. El primero se refiere ala idea de que la utilización de una metodología cuantitativa supone la imposición de categorías del conocimiento que no se encuentran presentes en los sujetos investigados. De esta forma, entre investigador einvestigado no sería posible establecer un conjunto de significados compartidos, lo que invalidaría los resultados de la investigación. El segundo supuesto parte de la idea de que para comprender la conducta basta con adoptar el punto de vista de los sujetos investigados. Además de los problemas que se derivan de adoptar ciertos puntos de vista (véase Billig, 1977), es poco acertado no tener en cuenta que las descripciones que una persona nos da de su comportamiento no tienen por qué ser necesariamente correctas, y no me refiero a que los su jetos que forman parte de una investigación tengan la posibilidad de engañar al investigador, sino al hecho de que no siempre somos consci del po ué de nuestros actos. L consciencia de los mi 104 José L uis A lvar o E stramiana  dos, antes que dar por confirmada o refutada una hipótesis o asociación entre variables. Podemos considerar a este tipo de análisis como una errónea metáfora de la acumulatividad del conocimiento psicosocial.  Ya en páginas anteriores ha quedado expuesta mi opinión acerca de la imposibilidad de establecer una ciencia social unificada o, lo que es lo mismo, establecer principios o leyes generales del comportamiento social. La utilización de una metodología cuantitativa no supone, tampoco, una necesaria adscripción a este postulado del positivismo. Si bien hay que reconocer que en las tradiciones de pensamiento en las que se basan los métodos cualitativos se hace hincapié en los aspectos situacionales, la utilización de una metodología cuantitativa no es incompatible con una interpretación de la realidad social analizada en términos del contexto social y culturalnacional en el que se realiza la investigación. Ciertamente, éste no es un hecho frecuente en psicología social (véase Bond, 1988; Marsh y A lvaro, 1990), pero no debemos interpretar esto como una consecuencia de la metodología y técnicas de investigación dominantes, sino como un aspecto más del etnocentrismo que permea todos los aspectos de nuestra vida social y a los que la psicología social, tanto americana como europea —anglosajona al fin y al cabo—, no es ajena. Una concepción histórica tanto de la conducta social como de las formas del conocimiento no es, en resumen, una cuestión que esté ligada necesariamente a una u otra metodología. V. RAZÓN CAUSAL FRENTE A INTERPRETACIÓN La contraposición entre comprensión y explicación es otro de los ejes centrales en la polémica sobre el método apropiado para las ciencias sociales. En Dilthey (18331911), ya encontramos este dualismo en el que se sitúan las ciencias naturales y las ciencias sociales. Para este autor las ciencias del espíritu deben utilizar una metodología cuya finalidad sea la comprensión y no la explicación. Siguiendo esta tradición del pensamiento, la psicología debería tener un carácter ideográfico en el que el objetivo final fuese de carácter hermenéutico; revelar, en definitiva, através de la observación, la subjetividad de los actores sociales. Destacar la importancia del significado que los actores dan a su acción es una característica común a diferentes tradiciones de pen- 106 José L uis A lvaro Estramiana  nes, trascienden los relatos que los actores dan de su conducta. Esto no supone ni despreciar las interpretaciones que los sujetos dan a su acción ni considerar ésta como la única fuente válida de conocimiento. Además, cabe señalar que los métodos cuantitativos no son incompatibles con el estudio del significado que las personas investigadas dan a su propia acción (véase Bryman, 1988). Con respecto a la investigación cualitativa, tampoco es correcto afirmar que su utilización es incompatible con el establecimiento de relaciones de causalidad. E xisten dos formas diferentes de llegar a establecer las relaciones de causalidad entre los fenómenos sociales estudiados. Los métodos cuantitativos enfatizan los aspectos metodológicos en el establecimiento de relaciones de causaefecto entre variables. Pero ésta no es la única forma de establecer dicho tipo de conexiones entre variables. L as relaciones de causalidad también se pueden establecer de forma lógicodiscursiva. Tal objetivo no pasaría tanto por el control riguroso de variables como por la plausibilidad argumentativa. Este es el caso, por ejemplo, de los análisis de carácter histórico. Es posible llegar a establecer las causas que llevaron a la Revolución francesa sin que nos veamos tentados a confirmar nuestros resultados con simulaciones experimentales. El establecimiento de relaciones de causalidad no es, por tanto, incompatible con ninguna metodología en concreto. Lo que varía son las formas de establecer dichas relaciones. En resumen, si bien los métodos cuantitativos ponen el énfasis en el análisis causal y los métodos cualitativos en el análisis interpretativo, ninguno es incompatible con ninguna de ambas finalidades. Más aún, tal y como señala Weber, explicación e interpretación, causa y significado, no son términos contrapuestos sino parte de un mismo proceso de inteligibilidad de la acción social. VI. EL EXPERIMENTO DE LABORATORIO. DISEÑOS EXPERIMENTALES O DISEÑOSCORRELACIONALES Existe la creencia, muy extendida entre los psicólogos sociales de diferentes orientaciones teóricas y metodológicas, de que sólo con los diseños experimentales es posible establecer relaciones de causa efecto, postulado fundamental en las ciencias naturales. A este res- Perspecti vas metodológicas en psi cologí a social  105 samiento en ciencias sociales, y más específicamente en psicología social. En ciencias sociales, podemos resaltar la posición de los fenome nólogos y, especialmente, la sociología de la acción de Max Weber. En psicología social, diferentes teorías enfatizan la importancia del significado que los sujetos dan a su conducta. Tanto para los interac cionistas simbólicos como para las diferentes teorías “afines” (la etnometodología, la etogenia, etc.), éste es un aspecto central, primándose una metodología cualitativa como la más apropiada para captar el significado que los actores sociales dan a su conducta. Esta postura queda bien ejemplificada en la siguiente cita de I báñez (1990, pp. 247248), cuando afirma, refiriéndose a los enfoques cuantitativo y cualitativo, que: Es obvio que apartir del momento en que se está convencido de la importancia que tienen las dimensiones simbólicas de lo social, y del papel que desempeñan los significados, se llega lógicamente a la conclusión de que las técnicas interpretativas son efectivamente las más adecuadas ala naturaleza del objeto social. El problema surge en la medida en que el significado es, por propia definición, inaprensible en los formalismos necesarios para proceder a una cuantificación. A mi juicio, la idea de que sólo la utilización de técnicas de análisis cualitativo puede llevarnos a una comprensión de la conducta social no es correcta. Esta idea está basada, fundamentalmente, en dos supuestos erróneos. El primero se refiere ala idea de que la utilización de una metodología cuantitativa supone la imposición de categorías del conocimiento que no se encuentran presentes en los sujetos investigados. De esta forma, entre investigador einvestigado no sería posible establecer un conjunto de significados compartidos, lo que invalidaría los resultados de la investigación. El segundo supuesto parte de la idea de que para comprender la conducta basta con adoptar el punto de vista de los sujetos investigados. Además de los problemas que se derivan de adoptar ciertos puntos de vista (véase Billig, 1977), es poco acertado no tener en cuenta que las descripciones que una persona nos da de su comportamiento no tienen por qué ser necesariamente correctas, y no me refiero a que los su jetos que forman parte de una investigación tengan la posibilidad de engañar al investigador, sino al hecho de que no siempre somos conscientes del porqué de nuestros actos. La consciencia de los mismos está sujeta a condicionamientos estructurales que, en ocasio- Perspecti vas m etodol ógicas en psicología social  107 La idea de que se conoce (con todas las reservas de verificación) la causa de un fenómeno desemboca en esta otra idea: que el mejor medio de validar este conocimiento es hacer aparecer y producir un fenómeno, voluntariamente si puede decirse, introduciendo uno mismo, en un campo donde no está naturalmente presente ni es empíricamente localizable, el hecho que se quiere demostrar que es la causa del fenómeno estudiado. Desde este ángulo, la validación experimental de la prueba es siempre una acción: se trata de producir un dato que de otra forma estaría dormido. Una idea similar es la que expresa Fernández Dols (1990, p. 78) cuando escribe que «el experimento es la única herramienta que, en último término, nos va a permitir construir modelos explicativos sobre la realidad». Esta aseveración la podemos encontrar en numerosos manuales de metodología de nuestra disciplina. Es un hecho incuestionable que el desarrollo de los diseños experimentales ha tenido una influencia beneficiosa en el rigor metodológico y en las precauciones que se deben tomar antes de inferir relaciones de tipo causal entre variables. Sin embargo, no es menos cierto que los defensores del método experimental se olvidan de que la asignación aleatoria de sujetos no es la única forma de control de variables. También es posible la igualación de los grupos en aquellas variables relevantes en el fenómeno observado, reduciendo la posibilidad de encontrar relaciones espúreas, el control de variables ex post facto (véase Blalock, 1971; Marsh, 1982, 1988), así como la aplicación de técnicas de análisis multivariado, como el análisis de caminos. Estos procedimientos nos permiten establecer la importancia de un con junto de variables en la varianza de unavariable “dependiente”. Aunque los diseños correlaciónales o transversales ofrecen serios problemas metodológicos para poder establecer algo más que asociaciones entre variables, la estructura misma de las variables consideradas y el perfeccionamiento de las técnicas de análisis hacen posible el establecimiento de teorías e hipótesis causales en diseños de investigación no experimentales (Marsh, 1988; Saris y Stronkhorst, 1984). Además, los diseños longitudinales, en donde las observaciones de los mismos grupos se realizan en diferentes momentos del tiempo, permiten eliminar los errores característicos de los diseños correlaciónales con respecto al establecimiento de inferencias causales entre variables. La polémica entre diseños correlaciónales versus diseños experimentales debería dar paso a lo que hace ya tiempo Cronbach (1981) 106 José L uis A lvaro Estramiana  nes, trascienden los relatos que los actores dan de su conducta. Esto no supone ni despreciar las interpretaciones que los sujetos dan a su acción ni considerar ésta como la única fuente válida de conocimiento. Además, cabe señalar que los métodos cuantitativos no son incompatibles con el estudio del significado que las personas investigadas dan a su propia acción (véase Bryman, 1988). Con respecto a la investigación cualitativa, tampoco es correcto afirmar que su utilización es incompatible con el establecimiento de relaciones de causalidad. E xisten dos formas diferentes de llegar a establecer las relaciones de causalidad entre los fenómenos sociales estudiados. Los métodos cuantitativos enfatizan los aspectos metodológicos en el establecimiento de relaciones de causaefecto entre variables. Pero ésta no es la única forma de establecer dicho tipo de conexiones entre variables. L as relaciones de causalidad también se pueden establecer de forma lógicodiscursiva. Tal objetivo no pasaría tanto por el control riguroso de variables como por la plausibilidad argumentativa. Este es el caso, por ejemplo, de los análisis de carácter histórico. Es posible llegar a establecer las causas que llevaron a la Revolución francesa sin que nos veamos tentados a confirmar nuestros resultados con simulaciones experimentales. El establecimiento de relaciones de causalidad no es, por tanto, incompatible con ninguna metodología en concreto. Lo que varía son las formas de establecer dichas relaciones. En resumen, si bien los métodos cuantitativos ponen el énfasis en el análisis causal y los métodos cualitativos en el análisis interpretativo, ninguno es incompatible con ninguna de ambas finalidades. Más aún, tal y como señala Weber, explicación e interpretación, causa y significado, no son términos contrapuestos sino parte de un mismo proceso de inteligibilidad de la acción social. VI. EL EXPERIMENTO DE LABORATORIO. DISEÑOS EXPERIMENTALES O DISEÑOSCORRELACIONALES Existe la creencia, muy extendida entre los psicólogos sociales de diferentes orientaciones teóricas y metodológicas, de que sólo con los diseños experimentales es posible establecer relaciones de causa efecto, postulado fundamental en las ciencias naturales. A este respecto, Deconchy (1992, p. 331) señala lo siguiente: 108 José L uis A lvaro E stramiana  ferencias interindividuales propio de los análisis correlaciónales se viese complementado con el estudio de las diferencias entre tratamientos, así como con la interacción entre ambos tipos de variables. VIL EL EXPERIMENTO DE LABORATORIO: ¿UN PARADIGMA METODOLÓGICO PARA LA PSICOLOGÍ A SOCIAL? La polémica sobre la adecuación o inadecuación del método experimental en psicología social es uno de los temas sobre los que más han escrito los psicólogos sociales. Existen multitud de argumentos en pro y en contra de la utilización del experimento como paradigma metodológico en psicología social (véase Aronson y otros, 1990; Campbell y Stanley, 1982; Jiménez Burillo, 1985; Leyens, 1982; Morales, 1981a; Sarabia, 1983; Harré y Secord, 1972; Manstead y Semin, 1988, etc.). Hasta el momento, dicha polémica sólo ha servido para que se haya producido una mayor apertura metodológica y para que entre los psicólogos sociales exista una mayor preocupación por la utilización de diseños correlaciónales así como por el empleo de enfoques cualitativos. Pese a todo, el experimento de laboratorio sigue teniendo un papel central en la psicología social contemporánea, incluso entre los psicólogos sociales que podríamos considerar como críticos de la psicología social individualista (Doise, Moscovici, Tajfel, etcétera). Dos son los objetivos fundamentales de los experimentos de laboratorio: contrastar hipótesis y establecer relaciones de causalidad entre las variables. Estas dos cuestiones son las que guían el proceso de investigación psicosocial llevado a cabo en el laboratorio. Con relación a dichos objetivos surge el problema de la validez experimental. Más concretamente, los psicólogos sociales que utilizan esta metodología se plantean, además de la validez de constructo o equivalencia entre las concepciones teóricas de las variables y su opera cionalización, dos tipos de validez: interna y externa. A lgunos autores incluyen un tercer tipo de validez diferenciada de las dos anteriores y que denominan validez ecológica (M orales, 1981¿í ).  Por validez interna, los experimentalistas entienden el hecho de que las variaciones observadas en la variable dependiente sean una consecuencia de las manipulaciones realizadas sobre la(s) variable(s) inde- Perspecti vas m etodol ógicas en psicología social  107 La idea de que se conoce (con todas las reservas de verificación) la causa de un fenómeno desemboca en esta otra idea: que el mejor medio de validar este conocimiento es hacer aparecer y producir un fenómeno, voluntariamente si puede decirse, introduciendo uno mismo, en un campo donde no está naturalmente presente ni es empíricamente localizable, el hecho que se quiere demostrar que es la causa del fenómeno estudiado. Desde este ángulo, la validación experimental de la prueba es siempre una acción: se trata de producir un dato que de otra forma estaría dormido. Una idea similar es la que expresa Fernández Dols (1990, p. 78) cuando escribe que «el experimento es la única herramienta que, en último término, nos va a permitir construir modelos explicativos sobre la realidad». Esta aseveración la podemos encontrar en numerosos manuales de metodología de nuestra disciplina. Es un hecho incuestionable que el desarrollo de los diseños experimentales ha tenido una influencia beneficiosa en el rigor metodológico y en las precauciones que se deben tomar antes de inferir relaciones de tipo causal entre variables. Sin embargo, no es menos cierto que los defensores del método experimental se olvidan de que la asignación aleatoria de sujetos no es la única forma de control de variables. También es posible la igualación de los grupos en aquellas variables relevantes en el fenómeno observado, reduciendo la posibilidad de encontrar relaciones espúreas, el control de variables ex post facto (véase Blalock, 1971; Marsh, 1982, 1988), así como la aplicación de técnicas de análisis multivariado, como el análisis de caminos. Estos procedimientos nos permiten establecer la importancia de un con junto de variables en la varianza de unavariable “dependiente”. Aunque los diseños correlaciónales o transversales ofrecen serios problemas metodológicos para poder establecer algo más que asociaciones entre variables, la estructura misma de las variables consideradas y el perfeccionamiento de las técnicas de análisis hacen posible el establecimiento de teorías e hipótesis causales en diseños de investigación no experimentales (Marsh, 1988; Saris y Stronkhorst, 1984). Además, los diseños longitudinales, en donde las observaciones de los mismos grupos se realizan en diferentes momentos del tiempo, permiten eliminar los errores característicos de los diseños correlaciónales con respecto al establecimiento de inferencias causales entre variables. La polémica entre diseños correlaciónales versus diseños experimentales debería dar paso a lo que hace ya tiempo Cronbach (1981) definió como una «disciplina unificada» en la que el estudio de las di- Perspecti vas metod ológi cas en psicología social  109 través de la asignación aleatoria de sujetos a las condiciones experimental y de control, asegurándose de esta forma la no influencia de otras variables que no sea aquélla que el experimentador pretende manipular o, en el caso de los diseños factoriales, de aquellas variables independientes que el experimentador maneja. L a validez interna de los experimentos constituye una premisa fundamental de los mismos (Campbell y Stanley, 1982), pues, si ésta no es conseguida por el experimentador, los otros tipos de validez dejan, a su vez, de ser posibles. Entre los factores que pueden afectar a la validez interna de los experimentos cabe destacar dos. El primero, señalado por Orne (1962), nos alerta sobre la posibilidad de que los sujetos experimentales puedan reaccionar frente a la ambigüedad del escenario experimental en función del tipo de indicios que ellos creen observar en la propia situación experimental, es decir, en función de las características de la demanda. El segundo factor es indicado por Rosenthal (1966), quien señala que tanto las características personales del investigador como las expectativas del mismo pueden incidir en la obtención de resultados acordes con sus hipótesis. En realidad, las críticas que se derivan de los problemas de reactividad de los sujetos experimentales, señalados por Orne y Rosenthal, no han supuesto un abandono de la metodología experimental sino que, o bien han sido refutadas por su falta de rigor metodológico (véase Clemente, 1992), o bien han sido incorporadas a la lógica del experimento, haciendo que pasen a formar parte de variables que hay que controlar con el fin de que no alteren las características y objetivos de la situación experimental (véase Collier y otros, 1991; Morales, 1981a). Otra de las críticas a la validez interna es la que señala la incapacidad de los experimentalistas para replicar los resultados de sus experimentos (I báñez, 1990). En efecto, la posibilidad de replicar los resultados constituye un elemento de vital importancia para verificar la validez interna del experimento. El problema surge ante la imposibilidad de replicar directamente un experimento, es decir, reproducir de forma exacta las condiciones en que se produjo. Toda réplica es, por tanto, sistemática (véase Aronson y otros, 1990). Es decir, a lo sumo supone un reflejo de aquella situación experimental con la que se pretende comparar. El problema surge a la hora de interpretar los resultados de los experimentos que sirven como réplica y compararlos con los obtenidos en l experimento original. E l caso de obtengamos unos resulta- 108 José L uis A lvaro E stramiana  ferencias interindividuales propio de los análisis correlaciónales se viese complementado con el estudio de las diferencias entre tratamientos, así como con la interacción entre ambos tipos de variables. VIL EL EXPERIMENTO DE LABORATORIO: ¿UN PARADIGMA METODOLÓGICO PARA LA PSICOLOGÍ A SOCIAL? La polémica sobre la adecuación o inadecuación del método experimental en psicología social es uno de los temas sobre los que más han escrito los psicólogos sociales. Existen multitud de argumentos en pro y en contra de la utilización del experimento como paradigma metodológico en psicología social (véase Aronson y otros, 1990; Campbell y Stanley, 1982; Jiménez Burillo, 1985; Leyens, 1982; Morales, 1981a; Sarabia, 1983; Harré y Secord, 1972; Manstead y Semin, 1988, etc.). Hasta el momento, dicha polémica sólo ha servido para que se haya producido una mayor apertura metodológica y para que entre los psicólogos sociales exista una mayor preocupación por la utilización de diseños correlaciónales así como por el empleo de enfoques cualitativos. Pese a todo, el experimento de laboratorio sigue teniendo un papel central en la psicología social contemporánea, incluso entre los psicólogos sociales que podríamos considerar como críticos de la psicología social individualista (Doise, Moscovici, Tajfel, etcétera). Dos son los objetivos fundamentales de los experimentos de laboratorio: contrastar hipótesis y establecer relaciones de causalidad entre las variables. Estas dos cuestiones son las que guían el proceso de investigación psicosocial llevado a cabo en el laboratorio. Con relación a dichos objetivos surge el problema de la validez experimental. Más concretamente, los psicólogos sociales que utilizan esta metodología se plantean, además de la validez de constructo o equivalencia entre las concepciones teóricas de las variables y su opera cionalización, dos tipos de validez: interna y externa. A lgunos autores incluyen un tercer tipo de validez diferenciada de las dos anteriores y que denominan validez ecológica (M orales, 1981¿í ).  Por validez interna, los experimentalistas entienden el hecho de que las variaciones observadas en la variable dependiente sean una consecuencia de las manipulaciones realizadas sobre la(s) variable(s) independiente^). La consecución de dicha validez interna se consigue a 110 José L uis A lvaro E stramiana  de si dicha igualdad se debe a una confirmación de los resultados obtenidos en el primer experimento o a los cambios introducidos en la nueva situación experimental. Por otro lado, y tal y como señala Popper (1962), la confirmación de resultados no prueba una hipótesis o teoría sino que ésta se establece a través de un proceso de falsación deductiva. Esta observación, si bien no es, en absoluto, incompatible con la lógica experimental, en numerosas ocasiones es ignorada en los experimentos de psicología social. Lo dicho anteriormente sobre la validez interna nos lleva directamente a considerar la validez externa de los experimentos, la cual se refiere a la posibilidad de generalización de los resultados derivados de la situación experimental. De las amenazas a la validez externa del experimento señaladas por Campbell y Stanley (1982), dos son especialmente relevantes en los estudios de psicología social experimental. L a primera hace referencia a los efectos de interacción de los sesgos de selección y la variable experimental. La segunda, a los efectos reactivos de los dispositivos experimentales. En el primer caso, la duda acerca de la posibilidad de extrapolar los resultados experimentales a otras poblaciones es consecuencia de los sesgos introducidos por el experimentador en la selección de los sujetos experimentales. Un número considerable de estudios experimentales utilizan como sujetos de observación a estudiantes universitarios. Los resultados obtenidos en dichos estudios pueden ser una consecuencia de la interacción entre las características particulares de estos sujetos y las variables experimentales, con lo que cualquier generalización a otros grupos poblacionales estaría fuera de lugar. En otros casos, la participación voluntaria de los sujetos experimentales arroja serias dudas sobre la posibilidad de obtener conclusiones que vayan más allá de los límites del laboratorio. L a segunda amenaza a la validez externa del experimento radica en la propia artificiosidad de la situación experimental. Autores como Harré y Secord (1972) han señalado la imposibilidad de reducir la complejidad de la vida social a su representación experimental. Esta artificiosidad experimental puede provocar que las reacciones de los sujetos que participan en la situación experimental se deban a la misma situación experimental. Ciertamente, en la medida en que se sigan realizando experimentos de laboratorio, éstos seguirán formando parte de la realidad, tal y como reclaman autores como Perspecti vas metod ológi cas en psicología social  109 través de la asignación aleatoria de sujetos a las condiciones experimental y de control, asegurándose de esta forma la no influencia de otras variables que no sea aquélla que el experimentador pretende manipular o, en el caso de los diseños factoriales, de aquellas variables independientes que el experimentador maneja. L a validez interna de los experimentos constituye una premisa fundamental de los mismos (Campbell y Stanley, 1982), pues, si ésta no es conseguida por el experimentador, los otros tipos de validez dejan, a su vez, de ser posibles. Entre los factores que pueden afectar a la validez interna de los experimentos cabe destacar dos. El primero, señalado por Orne (1962), nos alerta sobre la posibilidad de que los sujetos experimentales puedan reaccionar frente a la ambigüedad del escenario experimental en función del tipo de indicios que ellos creen observar en la propia situación experimental, es decir, en función de las características de la demanda. El segundo factor es indicado por Rosenthal (1966), quien señala que tanto las características personales del investigador como las expectativas del mismo pueden incidir en la obtención de resultados acordes con sus hipótesis. En realidad, las críticas que se derivan de los problemas de reactividad de los sujetos experimentales, señalados por Orne y Rosenthal, no han supuesto un abandono de la metodología experimental sino que, o bien han sido refutadas por su falta de rigor metodológico (véase Clemente, 1992), o bien han sido incorporadas a la lógica del experimento, haciendo que pasen a formar parte de variables que hay que controlar con el fin de que no alteren las características y objetivos de la situación experimental (véase Collier y otros, 1991; Morales, 1981a). Otra de las críticas a la validez interna es la que señala la incapacidad de los experimentalistas para replicar los resultados de sus experimentos (I báñez, 1990). En efecto, la posibilidad de replicar los resultados constituye un elemento de vital importancia para verificar la validez interna del experimento. El problema surge ante la imposibilidad de replicar directamente un experimento, es decir, reproducir de forma exacta las condiciones en que se produjo. Toda réplica es, por tanto, sistemática (véase Aronson y otros, 1990). Es decir, a lo sumo supone un reflejo de aquella situación experimental con la que se pretende comparar. El problema surge a la hora de interpretar los resultados de los experimentos que sirven como réplica y compararlos con los obtenidos en el experimento original. En el caso de que obtengamos unos resultados iguales en ambos casos, el experimentador no puede estar seguro Perspectivas metodológicas en psicología social  111 falta de «realismo experimental» como en su representatividad social o «realismo mundano». En la lógica que rige la metodología experimental, este último aspecto está relacionado con un tercer tipo de validez: la validez ecológica. Esta se refiere a la representatividad de la situación experimental, es decir, a la simetría alcanzada entre las características del medio experimental y las características del medio social al que aquél representa. Dejando a un lado la de por sí problemática distinción entre validez externa y ecológica (véase Morales, 1981a), ambas se refieren a una misma cuestión: la de la representatividad de los resultados obtenidos en las condiciones definidas por la práctica experimental.  Toda situación experimental será real si es percibida como real por los sujetos experimentales, pero la situación experimental, tanto si se realiza en el laboratorio como en un medio natural, siempre estará sujeta a las condiciones de control impuestas sobre los sujetos del experimento. En dichas condiciones, no queda más que asumir que se han escogido las variables pertinentes y que todo lo que queda marginado de la situación experimental es irrelevante. Este es un problema que ni el experimento de laboratorio ni la experimentación en un medio social pueden resolver, pues es el control de toda situación social externa a la situación experimental la premisa fundamental de dicho enfoque metodológico. Conviene resaltar, con respecto a la validez externa, que para algunos destacados psicólogos sociales su planteamiento carece de sentido, pues los experimentos de laboratorio no pretenden ser representativos de la realidad sino tan sólo servir de contraste empírico de modelos teóricos. A sí se expresan, por ejemplo, Doise, Deschamps y Mugny (1985, p. XXIII) cuando afirman que: Grisez describe certeramente una consecuencia importante de esta concepción de la situación experimental: [...] no se trata de reproducir en el laboratorio, a escala reducida, las condiciones exactas de situaciones reales [...]. Es decir, lo que se simula no es la realidad social, sino una teoría de esta realidad, de tal forma que ante una experiencia no debemos preguntarnos si representa bien la realidad, sino qué teoría se supone que representa y si la representa bien. Esta afirmación no deja de sorprender si tenemos en cuenta que si 110 José L uis A lvaro E stramiana  de si dicha igualdad se debe a una confirmación de los resultados obtenidos en el primer experimento o a los cambios introducidos en la nueva situación experimental. Por otro lado, y tal y como señala Popper (1962), la confirmación de resultados no prueba una hipótesis o teoría sino que ésta se establece a través de un proceso de falsación deductiva. Esta observación, si bien no es, en absoluto, incompatible con la lógica experimental, en numerosas ocasiones es ignorada en los experimentos de psicología social. Lo dicho anteriormente sobre la validez interna nos lleva directamente a considerar la validez externa de los experimentos, la cual se refiere a la posibilidad de generalización de los resultados derivados de la situación experimental. De las amenazas a la validez externa del experimento señaladas por Campbell y Stanley (1982), dos son especialmente relevantes en los estudios de psicología social experimental. L a primera hace referencia a los efectos de interacción de los sesgos de selección y la variable experimental. La segunda, a los efectos reactivos de los dispositivos experimentales. En el primer caso, la duda acerca de la posibilidad de extrapolar los resultados experimentales a otras poblaciones es consecuencia de los sesgos introducidos por el experimentador en la selección de los sujetos experimentales. Un número considerable de estudios experimentales utilizan como sujetos de observación a estudiantes universitarios. Los resultados obtenidos en dichos estudios pueden ser una consecuencia de la interacción entre las características particulares de estos sujetos y las variables experimentales, con lo que cualquier generalización a otros grupos poblacionales estaría fuera de lugar. En otros casos, la participación voluntaria de los sujetos experimentales arroja serias dudas sobre la posibilidad de obtener conclusiones que vayan más allá de los límites del laboratorio. L a segunda amenaza a la validez externa del experimento radica en la propia artificiosidad de la situación experimental. Autores como Harré y Secord (1972) han señalado la imposibilidad de reducir la complejidad de la vida social a su representación experimental. Esta artificiosidad experimental puede provocar que las reacciones de los sujetos que participan en la situación experimental se deban a la misma situación experimental. Ciertamente, en la medida en que se sigan realizando experimentos de laboratorio, éstos seguirán formando parte de la realidad, tal y como reclaman autores como Zajonk (1989); tan parte de la realidad como los barracones de un cuartel, una discoteca o un bar. L a diferencia no estriba tanto en su 112 Perspectivas metodológicas en psicología social  111 falta de «realismo experimental» como en su representatividad social o «realismo mundano». En la lógica que rige la metodología experimental, este último aspecto está relacionado con un tercer tipo de validez: la validez ecológica. Esta se refiere a la representatividad de la situación experimental, es decir, a la simetría alcanzada entre las características del medio experimental y las características del medio social al que aquél representa. Dejando a un lado la de por sí problemática distinción entre validez externa y ecológica (véase Morales, 1981a), ambas se refieren a una misma cuestión: la de la representatividad de los resultados obtenidos en las condiciones definidas por la práctica experimental.  Toda situación experimental será real si es percibida como real por los sujetos experimentales, pero la situación experimental, tanto si se realiza en el laboratorio como en un medio natural, siempre estará sujeta a las condiciones de control impuestas sobre los sujetos del experimento. En dichas condiciones, no queda más que asumir que se han escogido las variables pertinentes y que todo lo que queda marginado de la situación experimental es irrelevante. Este es un problema que ni el experimento de laboratorio ni la experimentación en un medio social pueden resolver, pues es el control de toda situación social externa a la situación experimental la premisa fundamental de dicho enfoque metodológico. Conviene resaltar, con respecto a la validez externa, que para algunos destacados psicólogos sociales su planteamiento carece de sentido, pues los experimentos de laboratorio no pretenden ser representativos de la realidad sino tan sólo servir de contraste empírico de modelos teóricos. A sí se expresan, por ejemplo, Doise, Deschamps y Mugny (1985, p. XXIII) cuando afirman que: Grisez describe certeramente una consecuencia importante de esta concepción de la situación experimental: [...] no se trata de reproducir en el laboratorio, a escala reducida, las condiciones exactas de situaciones reales [...]. Es decir, lo que se simula no es la realidad social, sino una teoría de esta realidad, de tal forma que ante una experiencia no debemos preguntarnos si representa bien la realidad, sino qué teoría se supone que representa y si la representa bien. Esta afirmación no deja de sorprender si tenemos en cuenta que si el experimento de laboratorio sirve para contrastar una teoría, sirve, en definitiva, para confirmar o refutar aquella parte de la realidad a la José L uis A lvaro E stramiana  que dicha teoría se refiere. Si se entiende por teoría un conjunto articulado de explicaciones acerca de la realidad social, entonces el experimento de laboratorio se refiere a la realidad social, con lo que el problema de la validez externa del mismo sigue siendo un aspecto ineludible. Incluso admitiendo la afirmación extraída del libro de Doise y otros (1985) como correcta, la controversia sobre la adecuación del método experimental para contrastar una teoría sigue abierta entre los psicólogos sociales, como podemos comprobar por esta cita de Ibáñez (1991, p. 63): Los experimentos tienen ciertamente una utilidad, pero ésta queda limitada a sugerir “ideas” para la investigación, o a comprobar si alguna hipótesis merece ulteriores desarrollos, y nunca para demostrar la legitimidad de determinados planteamientos teóricos, ni para demostrar que se tiene razón en defensa de una postura teórica. Si hacemos un breve repaso histórico de la disciplina, nos encontramos con que los resultados de experimentos tradicionales como los de Asch, Sheriff, M ilgram o Festinger han sido objeto de posteriores reinterpretaciones teóricas (véase Grisez, 1977; Moscovici, 1976/ 81; Pennington, 1988; Sarabia, 1983), lo que viene a indicar que el rigor metodológico de los diseños experimentales no presupone una correcta interpretación teórica. Como nos recuerdan Elejaba rrieta y Wagner (1992, p. 237): [...] la identificación de una formulación experimental correcta con una formulación metodológica válida conduce, no sólo a un debilitamiento de la concepción metodológica en sentido amplio, sino también a eludir y camuflar la fundamentación teórica bajo los criterios de validez experimental. De lo dicho anteriormente no debe extraerse como conclusión que la experimentación sea inútil o irrelevante como forma de investigación social. E xperimentos como los de Asch, Sheriff, Milgram o Festinger han contribuido al desarrollo de la disciplina utilizando como herramienta de trabajo este instrumento metodológico. Lo que he querido señalar son algunos de los problemas del experimento como instrumento deanálisis de la realidad social. D ichos problemas Perspecti vas metodológicas en psi cología social  113 rácter práctico o ético, me llevan a discrepar de autores como Fernández Dols (1990, p. 78), quien señala que «el objetivo final, la actividad por excelencia de cualquier científico o protocientífico, es sin duda el experimento». Entre esta afirmación y la de Billig (1989, p. 302), para quien «todos los paradigmas experimentales limitan el desarrollo teórico», cabe un punto de vista intermedio. En resumen, el experimento de laboratorio está sujeto a limitaciones y tiene como cualquier metodología sus ventajas y sus inconvenientes. Pese a las consideraciones contrarias de algunos experi mentalistas (véase Turner, 1988), la extrapolación a la vida real sigue constituyendo un objetivo ineludible de todo científico social. En relación con esta última consideración cabría incluir en los diseños experimentales un tipo de validez a la que los experimentalistas prestan poca atención, como es la validez histórica de sus conclusiones. En cualquier caso, el hecho de que muchos aspectos de la realidad social queden marginados de la posibilidad de un estudio experimental hace que ni situándonos del lado de los defensores a ultranza del uso del experimento de laboratorio sea posible argumentar que dicha metodología es la meta final de todo científico social, o que del hecho de que sea posible f 1estudio experimental de un problema social se derive la necesidad o conveniencia de estudiarlo experimentalmente. Lo mismo que ocurre con las teorías en psicología social, los métodos no son ni buenos ni malos en sí mismos, sino en la medida en que contribuyen a arrojar luz sobre la realidad social que pretendemos explicar, en la medida en que nos ayudan a comprender y actuar sobre aquellos problemas que preocupan a las personas. En definitiva, el rigor metodológico, tanto en los diseños experimentales como en los correlaciónales, es un prerrequisito para la ciencia, pero son los modos de teorizar los que dan lugar al conocimiento científico (véase Sloan, 1994). No quisiera finalizar este apartado dedicado a la metodología sin referirme a la reflexión histórica que realiza House (1991, p. 49) cuando nos recuerda que: Para la psicología social, el periodo que va de 1930 a 1960 fue un periodo de innovación teórica y metodológica, utilización práctica y considerable uni- 112 José L uis A lvaro E stramiana  Perspecti vas metodológicas en psi cología social  que dicha teoría se refiere. Si se entiende por teoría un conjunto articulado de explicaciones acerca de la realidad social, entonces el experimento de laboratorio se refiere a la realidad social, con lo que el problema de la validez externa del mismo sigue siendo un aspecto ineludible. Incluso admitiendo la afirmación extraída del libro de Doise y otros (1985) como correcta, la controversia sobre la adecuación del método experimental para contrastar una teoría sigue abierta entre los psicólogos sociales, como podemos comprobar por esta cita de Ibáñez (1991, p. 63): Los experimentos tienen ciertamente una utilidad, pero ésta queda limitada a sugerir “ideas” para la investigación, o a comprobar si alguna hipótesis merece ulteriores desarrollos, y nunca para demostrar la legitimidad de determinados planteamientos teóricos, ni para demostrar que se tiene razón en defensa de una postura teórica. Si hacemos un breve repaso histórico de la disciplina, nos encontramos con que los resultados de experimentos tradicionales como los de Asch, Sheriff, M ilgram o Festinger han sido objeto de posteriores reinterpretaciones teóricas (véase Grisez, 1977; Moscovici, 1976/ 81; Pennington, 1988; Sarabia, 1983), lo que viene a indicar que el rigor metodológico de los diseños experimentales no presupone una correcta interpretación teórica. Como nos recuerdan Elejaba rrieta y Wagner (1992, p. 237): [...] la identificación de una formulación experimental correcta con una formulación metodológica válida conduce, no sólo a un debilitamiento de la concepción metodológica en sentido amplio, sino también a eludir y camuflar la fundamentación teórica bajo los criterios de validez experimental. De lo dicho anteriormente no debe extraerse como conclusión que la experimentación sea inútil o irrelevante como forma de investigación social. E xperimentos como los de Asch, Sheriff, Milgram o Festinger han contribuido al desarrollo de la disciplina utilizando como herramienta de trabajo este instrumento metodológico. Lo que he querido señalar son algunos de los problemas del experimento como instrumento deanálisis de la realidad social. D ichos problemas, unidos a la imposibilidad de estudiar diferentes aspectos de la realidad social mediante el experimento de laboratorio por razones de ca- 114 José L uis A lvaro Estrami ana  ción natural para estudiar un amplio conjunto de problemas tanto de la vida civil como militar. Recuperar ese espíritu, nos recuerda House (1991), es todavía hoy una buena forma de dar respuesta a alguno de los interrogantes que dieron lugar a la crisis de la psicología social. VII I. REFLEXIONES FINALES PERO INACABADAS EN TORNO A LA METODOLOGÍA Por lo expuesto hasta aquí, queda clara la postura defendida en este libro de la no incompatibilidad entre los diferentes enfoques o diseños metodológicos. Reconocer que los diversos enfoques, tanto cuantitativos como cualitativos, arrancan de posiciones epistemológicas diferentes, no significa asumir que cualquier investigador que utilice uno de ellos necesariamente tenga que adscribirse a todos los postulados implicados en las posiciones epistemológicas desde los que emergen. Por otro lado, las críticas cruzadas entre cuantitativistas y cualitativistas deberían servir para apreciar mejor las limitaciones de cada método en particular (Stephan y otros, 1991). Mientras que la investigación cuantitativa ha supuesto un considerable avance en la reflexión sobre aspectos de la investigación tan fundamentales como la medición, control de las variables y representatividad, los estudios cualitativos nos alertan sobre la importancia del lenguaje y de la comunicación, y abren una nueva perspectiva de comprensión de lo humano, al poner el énfasis en el análisis de la realidad social desde el punto de vista de los propios sujetos investigados. Sólo la pluralidad, tanto en la metodología como en las técnicas de investigación, puede llevarnos a un conocimiento más profundo de la realidad analizada (véase como ejemplo el estudio de Jahoda, L azarsfeld y Zeisel 1933/72). Las ideas expuestas con anterioridad pueden quedar resumidas en lasiguiente opinión de Ibáñez (1990, p. 238): El determinante en última instancia del saber producido no radica tanto en las características de los métodos utilizados como en la encia, el rigor y la 113 rácter práctico o ético, me llevan a discrepar de autores como Fernández Dols (1990, p. 78), quien señala que «el objetivo final, la actividad por excelencia de cualquier científico o protocientífico, es sin duda el experimento». Entre esta afirmación y la de Billig (1989, p. 302), para quien «todos los paradigmas experimentales limitan el desarrollo teórico», cabe un punto de vista intermedio. En resumen, el experimento de laboratorio está sujeto a limitaciones y tiene como cualquier metodología sus ventajas y sus inconvenientes. Pese a las consideraciones contrarias de algunos experi mentalistas (véase Turner, 1988), la extrapolación a la vida real sigue constituyendo un objetivo ineludible de todo científico social. En relación con esta última consideración cabría incluir en los diseños experimentales un tipo de validez a la que los experimentalistas prestan poca atención, como es la validez histórica de sus conclusiones. En cualquier caso, el hecho de que muchos aspectos de la realidad social queden marginados de la posibilidad de un estudio experimental hace que ni situándonos del lado de los defensores a ultranza del uso del experimento de laboratorio sea posible argumentar que dicha metodología es la meta final de todo científico social, o que del hecho de que sea posible f 1estudio experimental de un problema social se derive la necesidad o conveniencia de estudiarlo experimentalmente. Lo mismo que ocurre con las teorías en psicología social, los métodos no son ni buenos ni malos en sí mismos, sino en la medida en que contribuyen a arrojar luz sobre la realidad social que pretendemos explicar, en la medida en que nos ayudan a comprender y actuar sobre aquellos problemas que preocupan a las personas. En definitiva, el rigor metodológico, tanto en los diseños experimentales como en los correlaciónales, es un prerrequisito para la ciencia, pero son los modos de teorizar los que dan lugar al conocimiento científico (véase Sloan, 1994). No quisiera finalizar este apartado dedicado a la metodología sin referirme a la reflexión histórica que realiza House (1991, p. 49) cuando nos recuerda que: Para la psicología social, el periodo que va de 1930 a 1960 fue un periodo de innovación teórica y metodológica, utilización práctica y considerable unidad e integración entre y a través de los límites de la disciplina. Psicólogos sociales provenientes de la sociología o la psicología colaboraron entre ellos y con otros científicos sociales utilizando encuestas, experimentos y observa- Perspectivas metodológicas en psi cología social  115 como los argumentos racionales. En este sentido estoy convencido de que el eclecticismo metodológico no produce efectos tan negativos como los que resultan del eclecticismo teórico o epistemológico. En definitiva, la psicología social por la que se aboga en este libro considera que es la utilización de una metodología plural la única vía de desarrollo del conocimiento psicosocial. 114 José L uis A lvaro Estrami ana  ción natural para estudiar un amplio conjunto de problemas tanto de la vida civil como militar. Recuperar ese espíritu, nos recuerda House (1991), es todavía hoy una buena forma de dar respuesta a alguno de los interrogantes que dieron lugar a la crisis de la psicología social. Perspectivas metodológicas en psi cología social  115 como los argumentos racionales. En este sentido estoy convencido de que el eclecticismo metodológico no produce efectos tan negativos como los que resultan del eclecticismo teórico o epistemológico. En definitiva, la psicología social por la que se aboga en este libro considera que es la utilización de una metodología plural la única vía de desarrollo del conocimiento psicosocial. VII I. REFLEXIONES FINALES PERO INACABADAS EN TORNO A LA METODOLOGÍA Por lo expuesto hasta aquí, queda clara la postura defendida en este libro de la no incompatibilidad entre los diferentes enfoques o diseños metodológicos. Reconocer que los diversos enfoques, tanto cuantitativos como cualitativos, arrancan de posiciones epistemológicas diferentes, no significa asumir que cualquier investigador que utilice uno de ellos necesariamente tenga que adscribirse a todos los postulados implicados en las posiciones epistemológicas desde los que emergen. Por otro lado, las críticas cruzadas entre cuantitativistas y cualitativistas deberían servir para apreciar mejor las limitaciones de cada método en particular (Stephan y otros, 1991). Mientras que la investigación cuantitativa ha supuesto un considerable avance en la reflexión sobre aspectos de la investigación tan fundamentales como la medición, control de las variables y representatividad, los estudios cualitativos nos alertan sobre la importancia del lenguaje y de la comunicación, y abren una nueva perspectiva de comprensión de lo humano, al poner el énfasis en el análisis de la realidad social desde el punto de vista de los propios sujetos investigados. Sólo la pluralidad, tanto en la metodología como en las técnicas de investigación, puede llevarnos a un conocimiento más profundo de la realidad analizada (véase como ejemplo el estudio de Jahoda, L azarsfeld y Zeisel 1933/72). Las ideas expuestas con anterioridad pueden quedar resumidas en lasiguiente opinión de Ibáñez (1990, p. 238): El determinante en última instancia del saber producido no radica tanto en las características de los métodos utilizados como en la potencia, el rigor y la adecuación del marco teórico y de los supuestos epistemológicos que guían lainvestigación y que permiten interpretar tanto las observaciones empíricas 8. NO TAS FIN ALE S ACE RCA DE LAS CARACTE RÍSTI CAS  Y OBJETO DE L A PSICO LOG ÍA SOCI AL De manera muy resumida, varias son las conclusiones que podemos extraer del análisis crítico de los enfoques teóricos, prácticas metodológicas y conceptos desarrollados en páginas anteriores. De ellos se deriva una concepción del devenir humano, y por tanto de la propia psicología social, de la que podrían extraerse las siguientes notas: En primer lugar, llamar la atención sobre los procesos colectivos, sobre la importancia de no reducir la psicología social a los aspectos diádicos o individuales del comportamiento. El énfasis de la psicología social psicológica en los procesos intra o interindividuales en detrimento de las relaciones intergrupales, y en los que la estructura social e ideológica ha quedado bien relegada a un segundo plano o simplemente ignorada, constituye un lastre para el estudio de aspectos colectivos del comportamiento humano. El énfasis puesto en los procesos intrapsíquicos nos da un conocimiento sesgado de los procesos de interacción social. Los procesos de comunicación e influencia social no pueden ser entendidos más que como elementos constitutivos de la interacción social. Del mismo modo, el estudio situacional de la interacción es ininteligible si no se sitúa en el contexto más amplio de la estructura social (véase Stryker, 1991). En este sentido tiene interés la contribución de Doise (1980) al indicar la posibilidad de integrar diferentes niveles de explicación que van de lo intraindividual e interindividual a la consideración de la posición social de los actores y la influencia de la ideología. En segundo lugar, se hace necesario añadir un quinto nivel de explicación a los ya establecidos por Doise. Me refiero al nivel histórico. La consideración histórica del comportamiento humano no supone necesariamente un apoyo al relativismo propugnado por Gergen (1973), según el cual la psicología social no es más que un conjunto de relatos de historia contemporánea. La concepción del N otasfi na les acerca de las característi cas y obj eto de la psicologí a social  117 subraya que toda conducta debe ser entendida en el contexto histórico en que se produce, al tiempo que reconoce la influencia de los condicionamientos sociohistóricos en la construcción del conocimiento psicosocial. Esto significa no sólo dar cuenta de los aspectos sociales que definen un periodo histórico, sino que lleva implícito el reconocimiento de la necesidad de enfocar dicho estudio desde una perspectiva transcultural (véase Bond, 1988). Desde este punto de vista, la concepción histórica aquí propugnada coincide con la perspectiva contextualista descrita por Georgudi y Rosnow (1985, p. 12) cuando escriben que: En psicología social, el énfasis en la variabilidad y el cambio nos sitúa en contra de la creencia de que la conducta social puede ser explicada acudiendo a principios invariables o leyes inmutables de validez transcontextual. Por el contrario, afirma la relevancia de los contextos para nuestra comprensión de la acción humana [...] y señala la necesidad de especificar con detalle los contextos en los que se realizan ciertas afirmaciones acerca del conocimiento y la verdad. En tercer lugar, a pesar de periodos de crisis y poscrisis en la psicología social contemporánea, sigue estando vigente la llamada de atención realizada por diferentes autores acerca de una psicología social más preocupada por los aspectos sociales. Y al decir sociales quiero decirlo en un amplio sentido, es decir, una preocupación mayor por el contexto social, en el cual se incluyen aspectos económicos, políticos e ideológicos hasta ahora bastante descuidados (véase Fraser, 1980; House, 1991; MartínBaró, 1985; Montero, 1994a\ T orregrosa, 1982). El consejo de Evans (1976, citado en House, 1991) para lograr una psicología social innovadora es tan sencillo como clarividente: [...] si se me fuerza a dar un consejo, yo diría que la investigación debe orientarse a la resolución de problemas; sigue tu instinto allá donde te guíen los problemas. Entonces, si surge algo de interés y que requiere técnicas y conocimiento con los que no estás familiarizado, apréndelo. En cuarto lugar, indicar la necesidad de una psicología social con textual. La psicología social tal y como se ha desarrollado hasta nuestros días es un producto del contexto de las sociedades occidentales avanzadas (véase Wexler, 1983; Martín Cebollero, 1988). Los psicó- 8. NO TAS FIN ALE S ACE RCA DE LAS CARACTE RÍSTI CAS  Y OBJETO DE L A PSICO LOG ÍA SOCI AL De manera muy resumida, varias son las conclusiones que podemos extraer del análisis crítico de los enfoques teóricos, prácticas metodológicas y conceptos desarrollados en páginas anteriores. De ellos se deriva una concepción del devenir humano, y por tanto de la propia psicología social, de la que podrían extraerse las siguientes notas: En primer lugar, llamar la atención sobre los procesos colectivos, sobre la importancia de no reducir la psicología social a los aspectos diádicos o individuales del comportamiento. El énfasis de la psicología social psicológica en los procesos intra o interindividuales en detrimento de las relaciones intergrupales, y en los que la estructura social e ideológica ha quedado bien relegada a un segundo plano o simplemente ignorada, constituye un lastre para el estudio de aspectos colectivos del comportamiento humano. El énfasis puesto en los procesos intrapsíquicos nos da un conocimiento sesgado de los procesos de interacción social. Los procesos de comunicación e influencia social no pueden ser entendidos más que como elementos constitutivos de la interacción social. Del mismo modo, el estudio situacional de la interacción es ininteligible si no se sitúa en el contexto más amplio de la estructura social (véase Stryker, 1991). En este sentido tiene interés la contribución de Doise (1980) al indicar la posibilidad de integrar diferentes niveles de explicación que van de lo intraindividual e interindividual a la consideración de la posición social de los actores y la influencia de la ideología. En segundo lugar, se hace necesario añadir un quinto nivel de explicación a los ya establecidos por Doise. Me refiero al nivel histórico. La consideración histórica del comportamiento humano no supone necesariamente un apoyo al relativismo propugnado por Gergen (1973), según el cual la psicología social no es más que un conjunto de relatos de historia contemporánea. La concepción del comportamiento humano como histórico no supone, tampoco, negar la posibilidad de un conocimiento científico de la conducta, sino que José L uis A lvaro E stramia-na  dar un paradigma teórico sin tener en cuenta el contexto social en que dicho paradigma es aplicable. N os adscribimos a una u otra teoría como si fueran marcos de comprensión válidos para cualquier cultura y periodo histórico. La psicología social no es un cuerpo reifi cado de saberes, sino que tanto en sus temas de estudio como en la aplicación teórica e investigación empírica debe ser guiada por la realidad que pretende explicar (véanse a este respecto los diferentes artículos de psicólogos sociales latinoamericanos incluidos en Páez y Blanco, 1994). La principal razón de este olvido o no consideración del contexto social reside en una concepción y utilización específica del empiri cismo lógico aplicado al diseño experimental, caracterizada por la utilización de un enfoque hipotéticodeductivo en el que predomina la lógica de la verificación de hipótesis. E sta situación ha llevado a la psicología social a centrar su interés en comprobar la plausibilidad de la teoría sobre la que el investigador experimental desarrolla sus hipótesis. Frente a este tipo de orientación, nos encontramos con perspectivas metodológicas contrapuestas, como es el caso del enfoque contextualista. Como nos indica Axsom (1989, pp. 5455): El rasgo fundamental de la perspectiva contextualista es su rechazo del estilo de investigación de la lógica empiricista que caracteriza auna gran parte de la psicología (así como a otras disciplinas). De acuerdo con el punto de vista de la lógica empiricista, algunas teorías son correctas y otras son incorrectas. La clave está en diseñar pruebas empíricas cruciales que hacen posible distinguir entre alternativas derivadas de teorías contrapuestas. Más queconsiderar a algunas teorías como correctas y a otras como falsas, el enfoque contextualista considera que la mayoría de las teorías son correctas en la medida en que nos revelan aspectos importantes de la conducta humana. El análisis contextual estará más preocupado por determinar, no la verificación de la teoría, sino el nivel de explicación alcanzado por teorías diferentes en contextos sociales diversos. El análisis empírico y la contrastación de la teoría con la realidad no tiene, por tanto, que seguir, necesariamente, los postulados de una lógica verificacionista, preocupada por la exclusiva aceptación o rechazo de las hipótesis del investigador, sino que debe indicar el grado de explicación alcanzado por los modelos explicativos propuestos. Tal y como indica McGuire (1983, p. 27): Un conjunto diverso de procesos teóricos puede ser operativo con una gran variabilidad de una situación a otra en la proporción de la varianza común N otasfi na les acerca de las característi cas y obj eto de la psicologí a social  117 subraya que toda conducta debe ser entendida en el contexto histórico en que se produce, al tiempo que reconoce la influencia de los condicionamientos sociohistóricos en la construcción del conocimiento psicosocial. Esto significa no sólo dar cuenta de los aspectos sociales que definen un periodo histórico, sino que lleva implícito el reconocimiento de la necesidad de enfocar dicho estudio desde una perspectiva transcultural (véase Bond, 1988). Desde este punto de vista, la concepción histórica aquí propugnada coincide con la perspectiva contextualista descrita por Georgudi y Rosnow (1985, p. 12) cuando escriben que: En psicología social, el énfasis en la variabilidad y el cambio nos sitúa en contra de la creencia de que la conducta social puede ser explicada acudiendo a principios invariables o leyes inmutables de validez transcontextual. Por el contrario, afirma la relevancia de los contextos para nuestra comprensión de la acción humana [...] y señala la necesidad de especificar con detalle los contextos en los que se realizan ciertas afirmaciones acerca del conocimiento y la verdad. En tercer lugar, a pesar de periodos de crisis y poscrisis en la psicología social contemporánea, sigue estando vigente la llamada de atención realizada por diferentes autores acerca de una psicología social más preocupada por los aspectos sociales. Y al decir sociales quiero decirlo en un amplio sentido, es decir, una preocupación mayor por el contexto social, en el cual se incluyen aspectos económicos, políticos e ideológicos hasta ahora bastante descuidados (véase Fraser, 1980; House, 1991; MartínBaró, 1985; Montero, 1994a\ T orregrosa, 1982). El consejo de Evans (1976, citado en House, 1991) para lograr una psicología social innovadora es tan sencillo como clarividente: [...] si se me fuerza a dar un consejo, yo diría que la investigación debe orientarse a la resolución de problemas; sigue tu instinto allá donde te guíen los problemas. Entonces, si surge algo de interés y que requiere técnicas y conocimiento con los que no estás familiarizado, apréndelo. En cuarto lugar, indicar la necesidad de una psicología social con textual. La psicología social tal y como se ha desarrollado hasta nuestros días es un producto del contexto de las sociedades occidentales avanzadas (véase Wexler, 1983; Martín Cebollero, 1988). Los psicólogos sociales tendemos con demasiada frecuencia a validar o invali- N otas fi nales acerca de las característi cas y obj eto de la psicologí a social  119 explicada por cada uno de los procesos mediadores [...]. Un diseño de investigación que incluya variables de interacción provenientes cada una de ellas de una teoría diferente es un ejemplo del valor heurístico de un enfoque contextualista. De lo dicho anteriormente no se deduce que sea imposible criticar unas u otras teorías o establecer principios teóricos que guíen nuestra investigación. E sta perspectiva, que McGuire (1980, p. 77) define también como constructivista, no niega la utilidad del análisis empírico: «El constructivismo afirma que todas y cada una de las diferentes teorías que existen son verdaderas y que el trabajo empírico revela bajo qué condiciones son verdaderas». La defensa de esta perspectiva supone la defensa de un pluralismo teórico: pluralismo necesario, pues contribuiría a superar los diálogos de sordos y polémicas estériles que, en ocasiones, surgen en este área de conocimiento, al garantizar la posibilidad de una crítica externa, es decir, la crítica de un paradigma teórico desde los postulados de otros paradigmas teóricos (véase Munné, 1991, 1993). Conviene reseñar aquí que la perspectiva contextualista no es ampliamente aceptada, siendo objeto de numerosas críticas. Así, por ejemplo, Páez, Valencia y Echevarría (1992a, pp. 4647) escriben que: Al margen de su valor como visión del mundo, el contextualismo no puede conformar la plataforma de un programa de investigación, a menos que la ciencia abandone su objetivo de reducir de lo particular a lo general y de crear un cuerpo organizado de conocimiento [...]. Por las limitaciones intrínsecas al contextualismo y por el hecho de que lo que falta es generalización teórica —y no contextualización del conocimiento, ya de por sí bastante local e inductivo—, es por lo que creemos que esta alternativa no es correcta. A mi juicio, tanto si se parte de teorías generales como de alcance medio, la perspectiva contextualista sigue siendo válida. A cualquier desarrollo teórico no le queda otra opción que contrastar el nivel de generalidad obtenido en contextos sociales y culturales diversos. Este punto de vista es, asimismo, compatible con una concepción de la psicología social como una ciencia de carácter probabilístico. L a pretensión de diseñar una psicología social a imitación del modelo positivista diseñado por las ciencias naturales ha llevado a considerar la predicción del comportamiento como un objetivo irrenunciable de la misma. Frente a esta concepción, en este libro se propone que el carácter contextualista e histórico de la psicología social es compati- José L uis A lvaro E stramia-na  dar un paradigma teórico sin tener en cuenta el contexto social en que dicho paradigma es aplicable. N os adscribimos a una u otra teoría como si fueran marcos de comprensión válidos para cualquier cultura y periodo histórico. La psicología social no es un cuerpo reifi cado de saberes, sino que tanto en sus temas de estudio como en la aplicación teórica e investigación empírica debe ser guiada por la realidad que pretende explicar (véanse a este respecto los diferentes artículos de psicólogos sociales latinoamericanos incluidos en Páez y Blanco, 1994). La principal razón de este olvido o no consideración del contexto social reside en una concepción y utilización específica del empiri cismo lógico aplicado al diseño experimental, caracterizada por la utilización de un enfoque hipotéticodeductivo en el que predomina la lógica de la verificación de hipótesis. E sta situación ha llevado a la psicología social a centrar su interés en comprobar la plausibilidad de la teoría sobre la que el investigador experimental desarrolla sus hipótesis. Frente a este tipo de orientación, nos encontramos con perspectivas metodológicas contrapuestas, como es el caso del enfoque contextualista. Como nos indica Axsom (1989, pp. 5455): El rasgo fundamental de la perspectiva contextualista es su rechazo del estilo de investigación de la lógica empiricista que caracteriza auna gran parte de la psicología (así como a otras disciplinas). De acuerdo con el punto de vista de la lógica empiricista, algunas teorías son correctas y otras son incorrectas. La clave está en diseñar pruebas empíricas cruciales que hacen posible distinguir entre alternativas derivadas de teorías contrapuestas. Más queconsiderar a algunas teorías como correctas y a otras como falsas, el enfoque contextualista considera que la mayoría de las teorías son correctas en la medida en que nos revelan aspectos importantes de la conducta humana. El análisis contextual estará más preocupado por determinar, no la verificación de la teoría, sino el nivel de explicación alcanzado por teorías diferentes en contextos sociales diversos. El análisis empírico y la contrastación de la teoría con la realidad no tiene, por tanto, que seguir, necesariamente, los postulados de una lógica verificacionista, preocupada por la exclusiva aceptación o rechazo de las hipótesis del investigador, sino que debe indicar el grado de explicación alcanzado por los modelos explicativos propuestos. Tal y como indica McGuire (1983, p. 27): Un conjunto diverso de procesos teóricos puede ser operativo con una gran variabilidad de una situación a otra en la proporción de la varianza común 120 José L uis A lvaro E str amiana  ble con un análisis probabilístico del comportamiento. Dentro de esta perspectiva no se considera el término probabilidad en un sentido ontológico sino como una propiedad de la situación. L a adscripción a un enfoque constructivista —en el sentido dado por M cGuire, no en el utilizado por Gergen— y la perspectiva probabilística, no sólo deben suponer una disposición por parte del investigador social a adoptar diferentes marcos teóricos para la explicación de un proceso social, sino que significa también un compromiso con la realidad social que se está analizando. Ni los marcos teóricos, ni la metodología, ni el propio investigador pueden permanecer al margen del contexto social en que se inscribe su investigación. Como ejemplos paradigmáticos de esta forma de entender la psicología social podríamos citar la propuesta de investigaciónacción de K urt Lewin o el compromiso ideológico de Ignacio M artínBaró. Desde este punto de vista, la pretensión de una teoría global que incluya diferentes niveles de análisis me parece una pretensión desacertada. La posibilidad de una ciencia social o psicosocial unificada sólo tiene sentido si es referida a un mundo social unificado. N uestro mundo social contemporáneo se caracteriza por una multiplicidad de realidades sociales. Es en el ámbito de ese caleidoscopio social, en el que las diferencias de clase social, de género, religiosas, educativas, políticas, culturales etc., forman, en cada movimiento, las diferentes imágenes del mismo, donde debemos situar la validez de los marcos teóricos utilizados. En quinto lugar, en estas páginas se ha propuesto una concepción de la psicología social que es posible identificar con perspectivas teóricas como las propuestas por Giddens con su modelo estratificado de la acción, o las de Stryker con su interaccionismo simbólico es tructuralista, o el modelo normativo de Totman. Todos estos modelos teóricos confluyen en una perspectiva teórica que se aleja tanto de una concepción aleatoria y autodeterminada del comportamiento humano como de una idea mecanicista del mismo. Tal y como expresa Marie Jahoda (1986b, p. 28): [...] la tendencia a dar forma a nuestra propia vida desde dentro hacia fuera opera dentro de las posibilidades y límites de las condiciones sociales que aceptamos pasivamente y que determinan la vida desde lo externo a lo interno. Resumiendo, el estudio de las propiedades estructurales de la actividad humana es un requisito imprescindible en la construcción de la psicología social. Es identificando las condiciones estructurales e N otas fi nales acerca de las característi cas y obj eto de la psicologí a social  119 explicada por cada uno de los procesos mediadores [...]. Un diseño de investigación que incluya variables de interacción provenientes cada una de ellas de una teoría diferente es un ejemplo del valor heurístico de un enfoque contextualista. De lo dicho anteriormente no se deduce que sea imposible criticar unas u otras teorías o establecer principios teóricos que guíen nuestra investigación. E sta perspectiva, que McGuire (1980, p. 77) define también como constructivista, no niega la utilidad del análisis empírico: «El constructivismo afirma que todas y cada una de las diferentes teorías que existen son verdaderas y que el trabajo empírico revela bajo qué condiciones son verdaderas». La defensa de esta perspectiva supone la defensa de un pluralismo teórico: pluralismo necesario, pues contribuiría a superar los diálogos de sordos y polémicas estériles que, en ocasiones, surgen en este área de conocimiento, al garantizar la posibilidad de una crítica externa, es decir, la crítica de un paradigma teórico desde los postulados de otros paradigmas teóricos (véase Munné, 1991, 1993). Conviene reseñar aquí que la perspectiva contextualista no es ampliamente aceptada, siendo objeto de numerosas críticas. Así, por ejemplo, Páez, Valencia y Echevarría (1992a, pp. 4647) escriben que: Al margen de su valor como visión del mundo, el contextualismo no puede conformar la plataforma de un programa de investigación, a menos que la ciencia abandone su objetivo de reducir de lo particular a lo general y de crear un cuerpo organizado de conocimiento [...]. Por las limitaciones intrínsecas al contextualismo y por el hecho de que lo que falta es generalización teórica —y no contextualización del conocimiento, ya de por sí bastante local e inductivo—, es por lo que creemos que esta alternativa no es correcta. A mi juicio, tanto si se parte de teorías generales como de alcance medio, la perspectiva contextualista sigue siendo válida. A cualquier desarrollo teórico no le queda otra opción que contrastar el nivel de generalidad obtenido en contextos sociales y culturales diversos. Este punto de vista es, asimismo, compatible con una concepción de la psicología social como una ciencia de carácter probabilístico. L a pretensión de diseñar una psicología social a imitación del modelo positivista diseñado por las ciencias naturales ha llevado a considerar la predicción del comportamiento como un objetivo irrenunciable de la misma. Frente a esta concepción, en este libro se propone que el carácter contextualista e histórico de la psicología social es compati- N otasfi nales acerca de las característicasy obj eto de la psicología social  históricas de la acción social como la actividad humana se convierte en consciente e intencional (véase Manicas, 1982). I dea que coincide con la concepción que de la psicología social tienen sociólogos como Mannheim (1963, p. 258), cuando escribe que el comportamiento social no puede ser explicado suficientemente por intenciones subjetivas, y añade que: el error de los psicólogos introspectivos es el aislamiento de la experiencia del individuo del ambiente social e histórico, que da lugar a la ilusión de que la motivación subjetiva es la fuente final y fundamental de actos sociales. La defensa de una psicología social más social, hilo conductor en las ideas expresadas en estas páginas, no significa invalidar el conocimiento tanto teórico como metodológico generado por la psicología social psicológica. No se trata, por tanto, de abogar por posiciones que sociólogos como Martín L ópez (1983) caracterizarían como hipertrofias del pensamiento sociológico. El énfasis que una psicología social sociológica pone en los determinantes estructurales del comportamiento no es contradictorio con la consideración de los aspectos individuales del mismo. En este sentido, la existencia de estereotipos negativos entre los defensores y detractores de una y otra concepción de la psicología social supone una barrera que obstaculiza una mejor comprensión de ambos enfoques (véase Stephan y Stephan, 1991). Los modelos teóricos a los que acabo de hacer referencia, si bien provenientes de una concepción más sociológica del comportamiento social, constituyen un equilibrio entre las perspectivas psicológica y sociológica, salvando los determinismos en los que ambas concepciones pueden incurrir. En sexto lugar, la idea de que la realidad es simbólicamente construida no es incompatible con el reconocimiento del impacto diferencial de diferentes medios sobre la conducta de los individuos. La idea del hombre como sujeto activo de su historia individual y colectiva es una imagen prototípica de nuestra cultura occidental, pero incompleta en sociedades donde las necesidades más básicas no tienen una cobertura generalizada. Por otro lado, sin negar que la realidad es construida a través de nuestras acciones, cogniciones y estructuras simbólicas, no es menos cierto que éstas, a su vez, dependen de marcos de interpretación sedimentados en el desarrollo histórico de cada cultura. Lo que debe guiar al psicólogo social no es tanto la búsqueda 120 José L uis A lvaro E str amiana  ble con un análisis probabilístico del comportamiento. Dentro de esta perspectiva no se considera el término probabilidad en un sentido ontológico sino como una propiedad de la situación. L a adscripción a un enfoque constructivista —en el sentido dado por M cGuire, no en el utilizado por Gergen— y la perspectiva probabilística, no sólo deben suponer una disposición por parte del investigador social a adoptar diferentes marcos teóricos para la explicación de un proceso social, sino que significa también un compromiso con la realidad social que se está analizando. Ni los marcos teóricos, ni la metodología, ni el propio investigador pueden permanecer al margen del contexto social en que se inscribe su investigación. Como ejemplos paradigmáticos de esta forma de entender la psicología social podríamos citar la propuesta de investigaciónacción de K urt Lewin o el compromiso ideológico de Ignacio M artínBaró. Desde este punto de vista, la pretensión de una teoría global que incluya diferentes niveles de análisis me parece una pretensión desacertada. La posibilidad de una ciencia social o psicosocial unificada sólo tiene sentido si es referida a un mundo social unificado. N uestro mundo social contemporáneo se caracteriza por una multiplicidad de realidades sociales. Es en el ámbito de ese caleidoscopio social, en el que las diferencias de clase social, de género, religiosas, educativas, políticas, culturales etc., forman, en cada movimiento, las diferentes imágenes del mismo, donde debemos situar la validez de los marcos teóricos utilizados. En quinto lugar, en estas páginas se ha propuesto una concepción de la psicología social que es posible identificar con perspectivas teóricas como las propuestas por Giddens con su modelo estratificado de la acción, o las de Stryker con su interaccionismo simbólico es tructuralista, o el modelo normativo de Totman. Todos estos modelos teóricos confluyen en una perspectiva teórica que se aleja tanto de una concepción aleatoria y autodeterminada del comportamiento humano como de una idea mecanicista del mismo. Tal y como expresa Marie Jahoda (1986b, p. 28): N otasfi nales acerca de las característicasy obj eto de la psicología social  históricas de la acción social como la actividad humana se convierte en consciente e intencional (véase Manicas, 1982). I dea que coincide con la concepción que de la psicología social tienen sociólogos como Mannheim (1963, p. 258), cuando escribe que el comportamiento social no puede ser explicado suficientemente por intenciones subjetivas, y añade que: el error de los psicólogos introspectivos es el aislamiento de la experiencia del individuo del ambiente social e histórico, que da lugar a la ilusión de que la motivación subjetiva es la fuente final y fundamental de actos sociales. Resumiendo, el estudio de las propiedades estructurales de la actividad humana es un requisito imprescindible en la construcción de la psicología social. Es identificando las condiciones estructurales e La defensa de una psicología social más social, hilo conductor en las ideas expresadas en estas páginas, no significa invalidar el conocimiento tanto teórico como metodológico generado por la psicología social psicológica. No se trata, por tanto, de abogar por posiciones que sociólogos como Martín L ópez (1983) caracterizarían como hipertrofias del pensamiento sociológico. El énfasis que una psicología social sociológica pone en los determinantes estructurales del comportamiento no es contradictorio con la consideración de los aspectos individuales del mismo. En este sentido, la existencia de estereotipos negativos entre los defensores y detractores de una y otra concepción de la psicología social supone una barrera que obstaculiza una mejor comprensión de ambos enfoques (véase Stephan y Stephan, 1991). Los modelos teóricos a los que acabo de hacer referencia, si bien provenientes de una concepción más sociológica del comportamiento social, constituyen un equilibrio entre las perspectivas psicológica y sociológica, salvando los determinismos en los que ambas concepciones pueden incurrir. En sexto lugar, la idea de que la realidad es simbólicamente construida no es incompatible con el reconocimiento del impacto diferencial de diferentes medios sobre la conducta de los individuos. La idea del hombre como sujeto activo de su historia individual y colectiva es una imagen prototípica de nuestra cultura occidental, pero incompleta en sociedades donde las necesidades más básicas no tienen una cobertura generalizada. Por otro lado, sin negar que la realidad es construida a través de nuestras acciones, cogniciones y estructuras simbólicas, no es menos cierto que éstas, a su vez, dependen de marcos de interpretación sedimentados en el desarrollo histórico de cada cultura. Lo que debe guiar al psicólogo social no es tanto la búsqueda 122 N otasfi nales acerca de las características y obj eto de la psicologí a social  [...] la tendencia a dar forma a nuestra propia vida desde dentro hacia fuera opera dentro de las posibilidades y límites de las condiciones sociales que aceptamos pasivamente y que determinan la vida desde lo externo a lo interno. José L uis A lvaro Estrami ana  de principios universales como el estudio de la relación entre dichos marcos y las representaciones imperantes en ese momento histórico. En séptimo lugar, reclamar la conveniencia de un mayor pluralismo metodológico. El encapsulamiento de la disciplina en la lógica experimental, o a lo sumo en una metodología cuantitativista, ha provocado el que muchos temas de investigación, como por ejemplo la psicología de las masas u otros fenómenos de carácter colectivo, no hayan conocido el desarrollo de otros temas afines de investigación, como por ejemplo el de las minorías activas. La búsqueda de relaciones de causalidad ha llevado a una injustificada hipertrofia del experi mentalismo, olvidándose que, desde un punto de vista estrictamente metodológico, la descripción de procesos de causalidad entre variables diferentes no se consigue sólo dentro del laboratorio. A simismo, se ha olvidado que cada objeto de análisis y el tipo de preguntas que sobre dicho objeto nos hacemos deben guiar nuestra elección del método más apropiado y que, en definitiva, el que un fenómeno social pueda estudiarse experimentalmente no significa que dicho método sea el más apropiado para su estudio. Las conclusiones aquí expuestas deben ser interpretadas como una visión personal de la psicología social, en la que, implícitamente, han estado presentes algunos de los elementos que caracterizaron a la llamada crisis de la psicología social de los años setenta. El resultado de esa crisis es difícil de juzgar. Va desde las evaluaciones negativas de Jiménez Burillo y otros (1992) y de Páez y otros (1992b),  en las que se destaca que persisten algunos rasgos característicos que originaron dicha crisis —como el individualismo, la insuficiente preocupación teórica, o la indefinición del concepto y objeto de la psicología social—, a las visiones más optimistas, como la expresada por House (1991), Collier y otros (1991), o por Montero (1994a), para quien desde los años setenta, y como consecuencia de la crisis de la psicología social, se ha venido gestando en la disciplina un nuevo paradigma caracterizado por el énfasis en los aspectos históricos, dialécticos y simbólicos de la conducta humana, el interés por la ideología, el reconocimiento del carácter activo de las personas, la preocupación por el cambio y la resolución de problemas sociales, el estudio de la vida cotidiana y la utilización de métodos alternativos de investigación. Resulta difícil evaluar la evolución de los elementos que originaron dicha crisis, pero creo que el balance es en cualquier caso positivo. Algunas de las ideas expuestas en estas conclusiones son una 123 consecuencia directa de la preocupación de los psicólogos sociales por superar algunas de las barreras señaladas en la crisis. En el caso de la denominada psicologíajsocial europea, al menos, el balance es positivo. Varios hechos lo demuestran. En primer lugar, la reivindicación de una psicología social más social es uno de los elementos programáticos de esa psicología social europea. Tres teorías fundamentales, como son la de la identidad social de Tajfel, la psicología de las minorías activas y la teoría de las representaciones sociales, comparten esa preocupación por lograr una psicología social más social. En segundo lugar, el predominio del experimentalismo ha dado paso a una pluralidad metodológica cada vez más amplia. Por último, asistimos a toda una serie de estudios en los que la búsqueda de una relevancia social es tenida en consideración. Sin traspasar nuestras fronteras, los estudios recientes de la psicología social española así lo demuestran. Véanse, por ejemplo, los estudios sobre el trabajo y las organizaciones (Peiró, 1992; Rodríguez, 1995), el desempleo (Alvaro, 1992; Bergere, 1989; Blanch, 1990; Garrido L uque, 1992), el nacionalismo, (Ramírez D orado, 1992), la salud mental (A lvaro, T orregrosa y Garrido L uque, 1992; Páez, 1986) o la delincuencia femenina (Clemente, 1986), por reseñar tan sólo algunos de los múltiples ejemplos que es posible citar. Cabe preguntarse finalmente por el objeto de la psicología social. A ello no se me ocurre mejor respuesta que la de hacer cada vez más inteligible y llevadero aquello que un excelente novelista como es Carlos Fuentes, define como: un cruce de caminos entre los destinos individual y colectivo de hombres y mujeres. Ambos tentativos, ambos inacabados, pero ambos narrables y mínimamente inteligibles si previamente se dice y se entiende que la verdad es la búsqueda de la verdad. Así veo yo la psicología social, cada vez más atenta a ese cruce de caminos que, a pesar de los pesares, no debe en ningún caso relevarnos de la tarea de seguir construyendo una psicología social más coherente y sistemática, más auténticamente científica y más sensible a los problemas reales con que se enfrentan los hombres concretos de nuestros días [Torregrosa, 1982, p. 52J. 122 José L uis A lvaro Estrami ana  de principios universales como el estudio de la relación entre dichos marcos y las representaciones imperantes en ese momento histórico. En séptimo lugar, reclamar la conveniencia de un mayor pluralismo metodológico. El encapsulamiento de la disciplina en la lógica experimental, o a lo sumo en una metodología cuantitativista, ha provocado el que muchos temas de investigación, como por ejemplo la psicología de las masas u otros fenómenos de carácter colectivo, no hayan conocido el desarrollo de otros temas afines de investigación, como por ejemplo el de las minorías activas. La búsqueda de relaciones de causalidad ha llevado a una injustificada hipertrofia del experi mentalismo, olvidándose que, desde un punto de vista estrictamente metodológico, la descripción de procesos de causalidad entre variables diferentes no se consigue sólo dentro del laboratorio. A simismo, se ha olvidado que cada objeto de análisis y el tipo de preguntas que sobre dicho objeto nos hacemos deben guiar nuestra elección del método más apropiado y que, en definitiva, el que un fenómeno social pueda estudiarse experimentalmente no significa que dicho método sea el más apropiado para su estudio. Las conclusiones aquí expuestas deben ser interpretadas como una visión personal de la psicología social, en la que, implícitamente, han estado presentes algunos de los elementos que caracterizaron a la llamada crisis de la psicología social de los años setenta. El resultado de esa crisis es difícil de juzgar. Va desde las evaluaciones negativas de Jiménez Burillo y otros (1992) y de Páez y otros (1992b),  en las que se destaca que persisten algunos rasgos característicos que originaron dicha crisis —como el individualismo, la insuficiente preocupación teórica, o la indefinición del concepto y objeto de la psicología social—, a las visiones más optimistas, como la expresada por House (1991), Collier y otros (1991), o por Montero (1994a), para quien desde los años setenta, y como consecuencia de la crisis de la psicología social, se ha venido gestando en la disciplina un nuevo paradigma caracterizado por el énfasis en los aspectos históricos, dialécticos y simbólicos de la conducta humana, el interés por la ideología, el reconocimiento del carácter activo de las personas, la preocupación por el cambio y la resolución de problemas sociales, el estudio de la vida cotidiana y la utilización de métodos alternativos de investigación. Resulta difícil evaluar la evolución de los elementos que originaron dicha crisis, pero creo que el balance es en cualquier caso positivo. Algunas de las ideas expuestas en estas conclusiones son una N otasfi nales acerca de las características y obj eto de la psicologí a social  123 consecuencia directa de la preocupación de los psicólogos sociales por superar algunas de las barreras señaladas en la crisis. En el caso de la denominada psicologíajsocial europea, al menos, el balance es positivo. Varios hechos lo demuestran. En primer lugar, la reivindicación de una psicología social más social es uno de los elementos programáticos de esa psicología social europea. Tres teorías fundamentales, como son la de la identidad social de Tajfel, la psicología de las minorías activas y la teoría de las representaciones sociales, comparten esa preocupación por lograr una psicología social más social. En segundo lugar, el predominio del experimentalismo ha dado paso a una pluralidad metodológica cada vez más amplia. Por último, asistimos a toda una serie de estudios en los que la búsqueda de una relevancia social es tenida en consideración. Sin traspasar nuestras fronteras, los estudios recientes de la psicología social española así lo demuestran. Véanse, por ejemplo, los estudios sobre el trabajo y las organizaciones (Peiró, 1992; Rodríguez, 1995), el desempleo (Alvaro, 1992; Bergere, 1989; Blanch, 1990; Garrido L uque, 1992), el nacionalismo, (Ramírez D orado, 1992), la salud mental (A lvaro, T orregrosa y Garrido L uque, 1992; Páez, 1986) o la delincuencia femenina (Clemente, 1986), por reseñar tan sólo algunos de los múltiples ejemplos que es posible citar. Cabe preguntarse finalmente por el objeto de la psicología social. A ello no se me ocurre mejor respuesta que la de hacer cada vez más inteligible y llevadero aquello que un excelente novelista como es Carlos Fuentes, define como: un cruce de caminos entre los destinos individual y colectivo de hombres y mujeres. Ambos tentativos, ambos inacabados, pero ambos narrables y mínimamente inteligibles si previamente se dice y se entiende que la verdad es la búsqueda de la verdad. Así veo yo la psicología social, cada vez más atenta a ese cruce de caminos que, a pesar de los pesares, no debe en ningún caso relevarnos de la tarea de seguir construyendo una psicología social más coherente y sistemática, más auténticamente científica y más sensible a los problemas reales con que se enfrentan los hombres concretos de nuestros días [Torregrosa, 1982, p. 52J. EPÍLOGO  Y así, hemos llegado al final. Final que no quiere ser más que un punto y seguido en esta incursión por algunas de las avenidas de la psicología social. A ti lector, sólo me queda agradecer tu paciente lectura de estas páginas. Igual agradecimiento a todos aquellos que a lo largo de estos años me han ayudado a superar la pereza o desgana que a todos, o a casi todos, nos embarga cuando nos enfrentamos con una cuartilla en blanco. EPÍLOGO  Y así, hemos llegado al final. Final que no quiere ser más que un punto y seguido en esta incursión por algunas de las avenidas de la psicología social. A ti lector, sólo me queda agradecer tu paciente lectura de estas páginas. Igual agradecimiento a todos aquellos que a lo largo de estos años me han ayudado a superar la pereza o desgana que a todos, o a casi todos, nos embarga cuando nos enfrentamos con una cuartilla en blanco. BIBLIOGRAFÍA Abranson, L. Y.; Seligman, M. E. P., y Teasdale, J. D. (1978), «Learned help lessness in humans: critique and reformulation», Jour nal of A bnormal  Psychology,  87, pp. 4974. Adorno, T. W.; FrehkelBrunswik, E.; Levinson, D. J., y Sanford, R. N. (1950), T he A utori tarian Personality, Nueva York, H arper. Alvaro, J. L. (1992), D esempleo y bi enestar psicológico, Madrid, Siglo XXI. —, y Marsh, C. (1993), «Cultural mediation of political responses to unem ployment: a comparison of Spain and The United K ingdom», Internatio  nal Jour nal of Sociology, 13, 34, pp. 77107. —; Torregrosa, J. R., y Garrido Luque, A. (1992), I nfl uencias sociales y psico  lógicas en la salud mental, Madrid, Siglo XXI. todos de  Alvira, F.; Avia, M. D.; Calvo, R., y Morales, J. F. (1981), L os dos mé las ciencias social es  , Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas. Allport, F. (1924), Social P sychology, Boston, Houghton Mifflin. Allport, F. H. (1962), «A structuronomic conception of behavior: individual and collective. Structural theory and the master problem of social psychology», Jour nal of A bnormal and Social P sychology, 64, pp. 330. Allport, G. W. (1935), «Attitudes», en C. M. Murchison (comp.), H andbook  of Social Psychology, Worcester (MA), Clark University Press. — (1954), «The historical background of modern social psychology», en G. Lindzey (comp.), H andbook of Social Psychology,  Reading, Mass., AddisonWesley. — (1985), «The historical background of social psychology», en G. L indzey y E. Aronson (comps.), H andbook of Social Psychology,  Nueva Y ork, Random House. Ardrey, R. (1970), El insti nto de dominio, Barcelona, Hispanoeuropea. Aronson, E. (1980), «Persuasión via selfjustification: Large commitments for small rewards», en L. Festinger (comp.), R etrospections on social psy  chology,  Nueva York, Oxford University Press. —; Ellsworth, P. E.; Carlsmith, J. M., y Gonzalos, M. H. (1990), M ethods of  research in social psychology, Nueva York, McGrawHill. Asch, S. (1946), «Forming impressions of personality», Jour nal of A bnormal  and Social Psychology, 41, pp. 258290. — (1952/ 87), Social psychology, Oxford, Oxford University Press. Axsom, D. (1989), «A contextualist approach to the tensión between in 128 Bibl iografía  trapsychic and imprcssion management models of behavior», en M. R. Leary (comp.), The State of social p sychol ogy. I ssues, t b e m e s , and contr o-  versies, Londres, Sage, pp. 5362. Bandura, A. (1962), «Social lcarning through imitation», en M. R. Jones (comp.), N ebrask a symposiu m on moti vati on, Lincoln, University of Ne braska Press. — (1976/ 82), T eoría del apr endizaje social, Madrid, Espasa Universitaria. — (1977), «Selfefficacy: Toward a unifying theory of behavioral change»,  Psycbological Revi ew, 84, pp. 191215. — (1987), Pensamiento y acción. F undamentos sociales  , Barcelona, Martínez Roca. —, y Walters, R. H. (1963/ 74), A prendiz aje social y desarroll o de la persona  lidad,  Madrid, Alianza Universidad. BangertD rowns, R. L. (1986), «Review of developments in metaanalytic method», Psycbological B ull eti n , 3, pp. 388399. BarT al, D., y BarTal, Y. (1988), «A new perspective for social psycho logy», en D. BarT al y A. W. K ruglanski (comps.), T he social psychol ogy  of k nowledge, Cambridge, Cambridge University Press. Bartlett, F. C. (1932), R ememberi ng, Cambridge, Cambridge University Press. Bem, D. (1967), «Selfperception: An alternative interpretation of cognitive dissonance phenomena», Psycbological R eview,  74, pp. 183200. Berger, P., y Luckman, T. (1967/ 79), L a constr ucción social de la reali dad, Buenos Aires, Amorrortu. Bergere, J. (1988), «El periodo postbélico, 19391948. De la revista Psi cotec-  nia   a la Revista de Psicología G eneral y A plicada, un ejemplo de acomodación ideológica del saber», Psi cología social de l os pr obl emas sociales, Universidad de Granada, pp. 663667. — (1989), L asacti tu des ideológico-pol iticas de los trabajadores en situación de  desempleo,  Madrid, Universidad Complutense. Berkowitz, L. (1962), A gression: A social psycbological anal ysis, N ueva York, McGrawHill. — (1983), A dvances in E x peri mental Social Psychology, vol. 16, Nueva York, Academic Press. Berry, J. W. (1979), «Comparative social psychology: Societal roots and uni versals goals», en Lloyd H. Strickland (comp.), Soviet and western pers-  pecti ves in social psychology , Oxford, Pergamon. Billig, M. (1977), «The new social psychology and fascism», E uropean Jour   nal of social psychology, 7, pp. 393432. — (1989), «Una conversación con Michael Billig» (entrevista de J. M. Sabu cedo), R evi sta de Psi cología Social, 4, 3, pp. 301307. — (1991), I deology and opinions. Studies in rh etor i cal psychology, Londres, Sa§e‘ Blalock, H. (1971), I nt r oducci ón a la in vesti gación social ,  Buenos Aires, Amorrortu. 130 Bi bli ografía  en M. Clemente (comp.), Psicología Social. M é todos y t é cni cas de i nvesti  gación , Madrid, Eudema, pp. 5586. Collier, G.; Minton, H. L., y Reynolds, G. (1991), Cur rents of T bought i n  A meri can Social P sychol ogy, Oxford, Oxford University Press. Crespo, E. (1982), «La motivación hacia la consonancia cognoscitiva», en  J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studios básicos de psi cología so  cial, Barcelona, Hora. — (1991a), «Lenguaje y acción: el análisis del discurso», I nt eracción Social , 1, pp. 89101. — (1991¿>), «Representaciones sociales y actitudes: una visión periférica», en C. F ernández V illanueva, J . R. T orregrosa, F. Jiménez Burillo y F. Munné, C uesti ones de psi cología social, pp. 97105. Cronbach, L. J. (1981), «Las dos disciplinas de la psicología científica», en F. Alvira, M. D. Avia, R. Calvo, y J. F. Morales (1981), L os dos mé todos  de l as ciencias soáal es,  Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas. Dazinger, K. (1983), «Origins and basic principies of W undt' s V ólk erpsycho  logie», Br it ish Jour nal of Social P sychology, 22, pp. 303313. Deconchy, J. P. (1992), «La experiencia en medios sociales naturales: dilemas, articulaciones y proyectos, en D. Páez, J. Valencia, J. F. M orales, B. Sara bia y N. U rsua (comps.), T eoría y mé todo en psi cología social , Barcelona, Anthropos, pp. 289369. Deutsch, M., y Krauss, R. M. (1965/ 84), T eorías en psi cología social , Buenos Aires, Paidós. Di Giacomo, J. P. (1987), «Teoría y métodos de análisis de las representaciones sociales», en D. Páez (comp.), Pensamiento, i ndi vid uo y sociedad. C ogni ción y represent ación social , Madrid, Fundamentos. Doise, W. (1980), «Levels of explanation in the European Journal of Social Psychology», E uropean Jour nal of Social Psychology, 10, pp. 213231. — (1984), «Social representations, intergroup experiments and levels of ana lysis», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social Represent ati ons, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 255268. tude des repr é sentat ions sociales, N euchatel, —, y Palmonari, A. (1986), L 'é Delachaux et Niestlé. —; Deschamps, J. C., y M ugny, G. (1985), Psi cología social ex perimental . A utonomí a, di ferenciación e int egración, Barcelona, H ispanoeuropea. Dollard, J.; Doob, L.; Miller, N. E.; Mowrer, O. H., y Sears, R. R. (1939), F rustrati on and agression, N ew Haven, Yale University Press. todo sociol ógico, Buenos Aires, Durkheim, E. (1895/1976), L as reglas del m é Schapire Editor. — (1898/ 1950), Sociol ogie et phi losophie, Paris, Presses Universitaires de France. Eberle, T. S. (1993), «Social P sychology and the Sociology of K nowledge» Bi bli ografía  129 Blanco, A. (1988), Cinco tradi ciones en l a psicología social,  Madrid, Morata. — (1991), «El estudiado equilibrio epistemológico de K urt Lewin», en K. Lewin, E pistemología compar ada, Madrid, Tecnos, pp. 2191. — (1993), «Paternidades y filiaciones en la psicología social», Psicothema, 5, pp. 1329. Blanch, J. M . (1982), Psicologías sociales. A proxi mación histórica,  Barcelona, Hora. — (1990), D el vi ejo al nu evo paro. Un análi sis psicológico y social , Barcelona, PPU. Blau, P. (1964/ 82), I nt ercambi o y poder en l a vida social ,  Barcelona, Hora. Blumer, H. (1969/82), El int eraccioni smo simbólico: P erspectiva y mé todo, Barcelona, Hora. Bogardus, E. S. (1924), «Discussion of Allport on the group fallacy», A meri  can Journ al of Sociology, 29, pp. 703704. — (1925a),  «Social distance and its origins», Jour nal of A pplied Sociology, 9, pp.216226. — (1925¿?), «Measuring social distance», Jour nal of A pplied Sociology, 11, pp. 272287. Bond, M. H. (1988), T he cross-cul tu ral chal lenge to social psychol ogy,  Londres, Sage. Brown, R. (1988), «Intergroup relations», en M. H ewstone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), I nt roducti on t o social psychology, Oxford, Basil Blackwell. Bryman, A. (1988), Q uanti ty and qual it y in social research, Londres, Unwin Hyman. Budilova, E. A. (1984), «On the history of social psychology in Russia», en L. H. Strickland (comp.), D ir ecti ons in Sovi et Social P sychology, Nueva  York, SpringerVerlag. Buss, A. R. (1978), «The structure of psychological revolutions», Journal of  the H istory of th e Behavi oral Sciences, 14, pp. 5764. Caballero, J. J. (1991), «Etnometodología: una explicación de la construcción social de la realidad», R evista E spañ ola de I nvesti gacion es Sociológicas, 56, pp. 83114. os ex peri mentales y cuasiex peri-  Campbell, D., y Stanley, J. (1966/ 82), D iseñ mental es en la i nvesti gación social , Buenos Aires, Amorrortu. Canto, J. M. (1994), Psicología social e infl uencia , Málaga, Aljibe. Carabaña, J., y Lamo de Espinosa, E. (1978), «La teoría social del interaccionismo simbólico: análisis y valoración crítica», R evista E spañ ola de I n  vesti gacion es Sociológicas, 1, pp. 159203. Cicourel, A. V. (1964/82), El mé todo y la medi da en sociología,  Madrid, Editora Nacional. Clemente, M. (1986), «Análisis de la etiqueta de delincuente como criterio clasificador de una muestra de mujeres», R evista d e Psicología Social, 1, pp. 167179. — (1992), «Los métodos de investigación y su papel en la psicología social», Bi bli ografía  131 Echevarría, A. (1991), Psi cología social soci ocogni tiva,   Bilbao, D esclée de Brouwer. EiblEibesfeldt, I. (1983), El hombr e pr eprogramado, Madrid, Alianza. Eiser, J. R. (1986), Social psychology. A tti tudes, cogni ti on an d social behavi or, Cambridge, Cambridge University Press. Ekman, P., y Friesen, W. V. (1971/ 82), «Constantes culturales en la expresión facial y la emoción», en J. R. T orregrosa y E. Crespo (comps.), E stu  di os básicos depsi cología social , Barcelona, Hora. Elejabarrieta, F. J. (1991), «Las representaciones sociales», en A. Echevarría (comp.), Psicología social sociocognitiva,  Bilbao, Desclée de Brouwer. —, y Wagner, W. (1992), «El nivel de las teorías en psicología social», en D. Páez, J. Valencia, J. F. Morales, B. Sarabia y N. Ursua (comps.), T eoría y  mé todo en psicología social , Barcelona, Anthropos, pp. 223248. Farr, R. M. (1983), «Wilhelm Wundt (18321920) and the origins of psychology as an experimental and social Science», Bri ti sh Jour nal of Social Psy  chol ogy, 22, pp. 289301. — (1986«), «Theoretical cohesion vs. a sophisticated eclecticism: Some sobcr questions about contrasting valúes», Bri ti sh Journ al of Social Psychology, 25, pp. 193194. — (1986¿?), «Las representaciones sociales», en S. Moscovici (comp.), Psicolo  gía social I I . Pensami ent o y vida social . Psicología social y probl emas so  ciales, Barcelona, Paidós. — (1990), «Waxing and waning of interest in societal psychology: a historical perspective», en H. T. H immelweit y G. Gaskell (comps.), Societal Psy  chology, Londres, Sage. o de la psicología social , Fernández Dols, J. M. (1990), Patrones par a el di señ Madrid, Morata. Festinger, L. (1957/75), T eoría de la di sonancia cognoscitiva,   Madrid, Instituto de Estudios Políticos. —, y Aronson, E. (1968/ 82), «Activación y reducción de la disonancia en contextos sociales», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studios  básicos de psicología social, Barcelona, H ora, pp. 281297. Fiske, S. T., y Taylor, S. T. (1984), Social cogni ti on,  Londres, AddisonWesley. Forgas, J. P. (1981), «What is social about social cognition», en J. P. Forgas (comp.), Social cogni ti on, Londres, Academic Press. Fransella, F. (1984), «K elly's constructs and Durkheim's representations», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social R epr esent at ions,  Cambridge, Cambridge University Press, pp. 149164. Fraser, C. (1980), «The social psychology of unemployement», en M. Jeeves (comp.), Psychol ogy Survey, núm. 3, Londres, Alien and Unwin. — (1986), «Attitudes, social representations and widespread beliefs», Con  greso I nt er nacional de Psicologí a Social A plicada, Jerusalén (julio). , y Gaskell, P. (1990), T he social and psychological stu dy o f wi despread be  130 Bi bli ografía  en M. Clemente (comp.), Psicología Social. M é todos y t é cni cas de i nvesti  gación , Madrid, Eudema, pp. 5586. Collier, G.; Minton, H. L., y Reynolds, G. (1991), Cur rents of T bought i n  A meri can Social P sychol ogy, Oxford, Oxford University Press. Crespo, E. (1982), «La motivación hacia la consonancia cognoscitiva», en  J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studios básicos de psi cología so  cial, Barcelona, Hora. — (1991a), «Lenguaje y acción: el análisis del discurso», I nt eracción Social , 1, pp. 89101. — (1991¿>), «Representaciones sociales y actitudes: una visión periférica», en C. F ernández V illanueva, J . R. T orregrosa, F. Jiménez Burillo y F. Munné, C uesti ones de psi cología social, pp. 97105. Cronbach, L. J. (1981), «Las dos disciplinas de la psicología científica», en F. Alvira, M. D. Avia, R. Calvo, y J. F. Morales (1981), L os dos mé todos  de l as ciencias soáal es,  Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas. Dazinger, K. (1983), «Origins and basic principies of W undt' s V ólk erpsycho  logie», Br it ish Jour nal of Social P sychology, 22, pp. 303313. Deconchy, J. P. (1992), «La experiencia en medios sociales naturales: dilemas, articulaciones y proyectos, en D. Páez, J. Valencia, J. F. M orales, B. Sara bia y N. U rsua (comps.), T eoría y mé todo en psi cología social , Barcelona, Anthropos, pp. 289369. Deutsch, M., y Krauss, R. M. (1965/ 84), T eorías en psi cología social , Buenos Aires, Paidós. Di Giacomo, J. P. (1987), «Teoría y métodos de análisis de las representaciones sociales», en D. Páez (comp.), Pensamiento, i ndi vid uo y sociedad. C ogni ción y represent ación social , Madrid, Fundamentos. Doise, W. (1980), «Levels of explanation in the European Journal of Social Psychology», E uropean Jour nal of Social Psychology, 10, pp. 213231. — (1984), «Social representations, intergroup experiments and levels of ana lysis», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social Represent ati ons, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 255268. tude des repr é sentat ions sociales, N euchatel, —, y Palmonari, A. (1986), L 'é Delachaux et Niestlé. —; Deschamps, J. C., y M ugny, G. (1985), Psi cología social ex perimental . A utonomí a, di ferenciación e int egración, Barcelona, H ispanoeuropea. Dollard, J.; Doob, L.; Miller, N. E.; Mowrer, O. H., y Sears, R. R. (1939), F rustrati on and agression, N ew Haven, Yale University Press. todo sociol ógico, Buenos Aires, Durkheim, E. (1895/1976), L as reglas del m é Schapire Editor. — (1898/ 1950), Sociol ogie et phi losophie, Paris, Presses Universitaires de France. Eberle, T. S. (1993), «Social P sychology and the Sociology of K nowledge», R evista de Psi cología Social, 8, 1, pp. 513. 132 Bi bliografía  Freud, S. (1921/69), Psicología de l as masas , Madrid, Alianza. Garfinkel, H. (1967), Studi es in E thn ometodology,  Englewood Cliffs, Pren tice Hall. Garrido Luque, A. (1992), E fectos psicosocial es de las tr ansi ciones de los j óve  nes al m ercado de trabaj o,  Madrid, Universidad Complutense. Garzón, A. (1984), «La psicología social cognitiva», Boletín de Psicología,  3, pp. 7798. —, y Rodríguez, A. (1989), «El individuo y los procesos colectivos», en A. Rodríguez y J. Seoane (comps.), Creencias, acti tu des y val ores,  Madrid, Alhambra. Gaskell, G. (1990), «Collective behavior in a societal context», en H. T. Himmelweit y G. Gaskell (comps.), Societal Psychology,   Londres, Sage, pp. 252272. —, y Smith, P. (1982), Social representat ions: a conceptu al clar if icati on, Department of Social P sychology, London School of E conomics, Mimeo. Georgudi, M. (1983), «Modern dialectics in social psychology: a reapprai sal», E ,uropean Jour nal o f Social Psychology,  13, pp. 7793. —, y Rosnow, R. L. (1985), «Notes toward a contextualist understanding of social psychology», Personalit y and Social Psychology Bul letin,   11, pp. 522. Gergen, K. (1973), «Social psychology as history», Journ al of P ersonalit y  and Social Psychology,  26, pp. 309320. — (1982), T oward t ransformaron in social k nowledge,  N ueva York, Sprin gerV erlag. — (1985), «The social constructionist mouvement in social psychology», A meri can Psychologist,  40, 3, pp. 266275. —, y Gergen, M. M. (1982), «Explaining human conduct: form and func tion», en P. F. Secord (comp.), E x plaining human hehaviour,  Londres, Sage. —, y Morawski, J. (1980), «An alternative metatheory for social psychology», R evi ew of P ersonali ty a nd Social Psychology,  vol. 1, Londres, Sage. t odo sociológi co,  Buenos Giddens, A. (1967/87), L as nu evas reglas del m é Aires, Amorrortu. — (1982), «On the relation of sociology to philosophy», en P. F. Secord (comp.), E xplaining human behavior,  Londres, Sage. Goffman, E. (1959/87), L a pr esent ación de la persona en la vi da coti diana, Buenos Aires, Amorrortu. — (1961/ 70), I nt ernados. E nsayos sobre la situación soci al de los enf ermos  mentales, Buenos Aires, Amorrortu. — (1963/ 70), E sti gma, Buenos Aires, Amorrortu. — (1983), «The interaction order», A meri can Sociological R eview,  48, pp. 117. Grande, P., y Rosa, A. (1993), «Antecedentes y aparición de la psicología del procesamiento de la información: un estudio histórico», E studi os de Psi  Bi bli ografía  131 Echevarría, A. (1991), Psi cología social soci ocogni tiva,   Bilbao, D esclée de Brouwer. EiblEibesfeldt, I. (1983), El hombr e pr eprogramado, Madrid, Alianza. Eiser, J. R. (1986), Social psychology. A tti tudes, cogni ti on an d social behavi or, Cambridge, Cambridge University Press. Ekman, P., y Friesen, W. V. (1971/ 82), «Constantes culturales en la expresión facial y la emoción», en J. R. T orregrosa y E. Crespo (comps.), E stu  di os básicos depsi cología social , Barcelona, Hora. Elejabarrieta, F. J. (1991), «Las representaciones sociales», en A. Echevarría (comp.), Psicología social sociocognitiva,  Bilbao, Desclée de Brouwer. —, y Wagner, W. (1992), «El nivel de las teorías en psicología social», en D. Páez, J. Valencia, J. F. Morales, B. Sarabia y N. Ursua (comps.), T eoría y  mé todo en psicología social , Barcelona, Anthropos, pp. 223248. Farr, R. M. (1983), «Wilhelm Wundt (18321920) and the origins of psychology as an experimental and social Science», Bri ti sh Jour nal of Social Psy  chol ogy, 22, pp. 289301. — (1986«), «Theoretical cohesion vs. a sophisticated eclecticism: Some sobcr questions about contrasting valúes», Bri ti sh Journ al of Social Psychology, 25, pp. 193194. — (1986¿?), «Las representaciones sociales», en S. Moscovici (comp.), Psicolo  gía social I I . Pensami ent o y vida social . Psicología social y probl emas so  ciales, Barcelona, Paidós. — (1990), «Waxing and waning of interest in societal psychology: a historical perspective», en H. T. H immelweit y G. Gaskell (comps.), Societal Psy  chology, Londres, Sage. o de la psicología social , Fernández Dols, J. M. (1990), Patrones par a el di señ Madrid, Morata. Festinger, L. (1957/75), T eoría de la di sonancia cognoscitiva,   Madrid, Instituto de Estudios Políticos. —, y Aronson, E. (1968/ 82), «Activación y reducción de la disonancia en contextos sociales», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studios  básicos de psicología social, Barcelona, H ora, pp. 281297. Fiske, S. T., y Taylor, S. T. (1984), Social cogni ti on,  Londres, AddisonWesley. Forgas, J. P. (1981), «What is social about social cognition», en J. P. Forgas (comp.), Social cogni ti on, Londres, Academic Press. Fransella, F. (1984), «K elly's constructs and Durkheim's representations», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social R epr esent at ions,  Cambridge, Cambridge University Press, pp. 149164. Fraser, C. (1980), «The social psychology of unemployement», en M. Jeeves (comp.), Psychol ogy Survey, núm. 3, Londres, Alien and Unwin. — (1986), «Attitudes, social representations and widespread beliefs», Con  greso I nt er nacional de Psicologí a Social A plicada, Jerusalén (julio). —, y Gaskell, P. (1990), T he social and psychological stu dy o f wi despread be  liefs,  Oxford, Claredon Press. Bi bli ograf ía  133 Graumann, C. F. (1987), «History as a múltiple reconstruction: of main streams, tributaries and undercurrents», en G. R. Semin y B. K rahé, ls-  sues in contempor ar y germ an social psychology,  Londres, Sage. — (1988), «Introduction to a history of social psychology», en M. H ew stone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), I ntr oducti on  to Social P sychology,  Oxford, Basil Blackwell. todos de la psicología social , Madrid, Morata. Grisez, J . (1977), M é Haines, H., y Vaughan, G. M. (1979), «Was 1898 a “great date” in the history of experimental social psychology?», Journal of the H istory of the  B ehavi oral Sciences, 15, pp. 323332. Harré, R. (1983), «Nuevas direcciones en psicología social», en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspecti vas y contex tos de la psicología  social, Barcelona, H ispanoeuropea. —, y Secord, P. F. (1972), T he ex planati on of social behavi our,  Oxford, Basil Blackwell. —; Clarke, I)., y De Cario, N. (1989), M otivos y mecanismos. I nt roducci ón a  la psicología d e la acción,  Madrid, Paidós. Heider, F. (1944), «Social perception and phcnomenal causality», Psychologi-  cal R eview,  51, pp. 358374. — (1946), «Attitudcs and cognitive organization», Jour nal of Psychology,  21, pp. 107112. — (1958), T hepsychol ogy of in terpersonal r elat ions,  N ueva York, Wiley. Hewitt, J. P. (1988), Self and soci ety: A symbolyc i nteracci onist social psycho  logy,  Massachusetts, A llyn and Bacon. Hewstone, M. (1992), L a atri bución causal. D el proceso cogni ti vo a las creen  cias colecti vas,  Buenos Aires, Paidós. —, y Antaki, Ch. (1988), «Attribution theory and social explanations», en M. Hewstone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), Intro-  ducti on to Social Psychol ogy , Oxford, Basil Blackwell. Himmelweit, H. T. (1990), «Societal psychology: Implications and scope», en H. T. H immelweit y G. G askell (comps.), Societal Psychology,   Londres, Sage. Hofstede, G. (1984), «Culture's consequences», I nternat ional di fferences in  work -r ela ted val úes, Londres, Sage. Homans, G. C. (1959/ 77), El grupo humano , Buenos Aires, Eudeba. — (1961), Social behavi or: I ts element ar y form s,   Nueva York, H arcourt, Brace and World. — (1970/ 82), «Procesos sociales fundamentales», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studi os básicos de psicología social ,   Barcelona, Hora. House, J. S. (1991), «Sociology, psychology and social psychology (and social Science)», en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), T he fu t ur e of social psychol ogy , Nueva York, SpringerV erlag, 132 Bi bliografía  Freud, S. (1921/69), Psicología de l as masas , Madrid, Alianza. Garfinkel, H. (1967), Studi es in E thn ometodology,  Englewood Cliffs, Pren tice Hall. Garrido Luque, A. (1992), E fectos psicosocial es de las tr ansi ciones de los j óve  nes al m ercado de trabaj o,  Madrid, Universidad Complutense. Garzón, A. (1984), «La psicología social cognitiva», Boletín de Psicología,  3, pp. 7798. —, y Rodríguez, A. (1989), «El individuo y los procesos colectivos», en A. Rodríguez y J. Seoane (comps.), Creencias, acti tu des y val ores,  Madrid, Alhambra. Gaskell, G. (1990), «Collective behavior in a societal context», en H. T. Himmelweit y G. Gaskell (comps.), Societal Psychology,   Londres, Sage, pp. 252272. —, y Smith, P. (1982), Social representat ions: a conceptu al clar if icati on, Department of Social P sychology, London School of E conomics, Mimeo. Georgudi, M. (1983), «Modern dialectics in social psychology: a reapprai sal», E ,uropean Jour nal o f Social Psychology,  13, pp. 7793. —, y Rosnow, R. L. (1985), «Notes toward a contextualist understanding of social psychology», Personalit y and Social Psychology Bul letin,   11, pp. 522. Gergen, K. (1973), «Social psychology as history», Journ al of P ersonalit y  and Social Psychology,  26, pp. 309320. — (1982), T oward t ransformaron in social k nowledge,  N ueva York, Sprin gerV erlag. — (1985), «The social constructionist mouvement in social psychology», A meri can Psychologist,  40, 3, pp. 266275. —, y Gergen, M. M. (1982), «Explaining human conduct: form and func tion», en P. F. Secord (comp.), E x plaining human hehaviour,  Londres, Sage. —, y Morawski, J. (1980), «An alternative metatheory for social psychology», R evi ew of P ersonali ty a nd Social Psychology,  vol. 1, Londres, Sage. t odo sociológi co,  Buenos Giddens, A. (1967/87), L as nu evas reglas del m é Aires, Amorrortu. — (1982), «On the relation of sociology to philosophy», en P. F. Secord (comp.), E xplaining human behavior,  Londres, Sage. Goffman, E. (1959/87), L a pr esent ación de la persona en la vi da coti diana, Buenos Aires, Amorrortu. — (1961/ 70), I nt ernados. E nsayos sobre la situación soci al de los enf ermos  mentales, Buenos Aires, Amorrortu. — (1963/ 70), E sti gma, Buenos Aires, Amorrortu. — (1983), «The interaction order», A meri can Sociological R eview,  48, pp. 117. Grande, P., y Rosa, A. (1993), «Antecedentes y aparición de la psicología del procesamiento de la información: un estudio histórico», E studi os de Psi  col ogía,  50, pp. 107124. 134 Bi bli ografía  Hovland, C. I .; Lumsdaine, A. A., y Sheffield, F. D. (1949), E x peri ments on  mass comm un icati on , Princeton, Princeton U niversity Press. —; Janis, I., y Kelley, H. (1953), C ommunication and persuasión, New Ha ven, Y ale University Press. Howitt, D.; Billig, M.; Cramer, D; Edwards, D.; Kniveton, B.; Potter, J., y Radley, A. (1989), Social psycbol ogy: C onfli cts and conti nui ti es,  Milton K eynes, Open University Press. Huici, C. (1987a), «Psicología social cognitiva: algunas contribuciones europeas», en H. Peraita (comp.), Psicología cogni tiva y ciencia cognit iva,  Madrid, UNED, pp. 251296. — (1987b),  «Relaciones intergrupales I. Enfoques teóricos», en C. H uici (comp.), E str uctur a y procesos de grupo, Madrid, UNED, vol. 2, pp. 5585. — (1987c), «Relaciones intergrupales II. El paradigma del Grupo Mínimo», en C. H uici (comp.), E structura y pr ocesos de grupo, Madrid, UNED, vol. 2, pp. 87109. —, y Morales, J. F. (1991), «Relaciones entre grupos», en W. Doise y G. Mugny (comps.), Psi cología social ex perimental: investi gaciones de la es  cuela d e G inebra,  Barcelona, Anthropos. Ibáñez, T. (1988), «Representaciones sociales. Teoría y método», en T. Ibá ñez (comp.), L as ideologías de la vi da coti diana, Barcelona, Sendai. — (1990), A proximaciones a la psicología social,  Barcelona, Sendai. — (1991), «Naturaleza del conocimiento psicosocial construido por las revistas “estándar” de la disciplina», I nt eracción Social, 1, pp. 4564.  Jackson, J. M. (1988), Social P sychology, Past and Pr esent. A n I nt egrat iv e  Onentation,  H illsdale (NJ), L awrcnce Erlbaum Associates.  Jahoda, G. (1981), Pi ctori al percepti on and t he pr oblem of uni versals, en B. Lloyd y J. Gay (comps.), U niversals of H uman T hought,  Cambridge, Cambridge University Press. — (1986), «Nature, culture and social psychology», E uropean Jour nal of So  cial Psychology,  16, pp. 1730.  Jahoda, M. (1986¿), «Small selves in small groups», Brit ish Jour nal of Social  Psychology,  25, pp. 253254. — (1986b), «In defence of a nonreductionist social psychology», Social Be-  havior, 1, pp. 2529. — (1989), «Why a nonreductionist social psychology is almost too difficult to be tackled but too fascinating to be left alone», Brit ish Jour nal of Social  Psychology, 28, pp. 7178. —; Lazarsfeld, P. F., y Zeisel, H. (1933/ 72), M ari enthal : T he sociobi ogra phy  of u nemployed communi ty,  NuevaY ork, AldineAtherton.  Jaspars, J. (1986), «Forum and focus: a personal view of European Social Psychology», E uropean Jour nal of Social Psychology, 16, pp. 315. —, y Fraser, C. (1984), «Attitudes and social representations», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social R epr esent ati ons, Cambridge, Cambridge University Press. Bi bli ograf ía  133 Graumann, C. F. (1987), «History as a múltiple reconstruction: of main streams, tributaries and undercurrents», en G. R. Semin y B. K rahé, ls-  sues in contempor ar y germ an social psychology,  Londres, Sage. — (1988), «Introduction to a history of social psychology», en M. H ew stone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), I ntr oducti on  to Social P sychology,  Oxford, Basil Blackwell. todos de la psicología social , Madrid, Morata. Grisez, J . (1977), M é Haines, H., y Vaughan, G. M. (1979), «Was 1898 a “great date” in the history of experimental social psychology?», Journal of the H istory of the  B ehavi oral Sciences, 15, pp. 323332. Harré, R. (1983), «Nuevas direcciones en psicología social», en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspecti vas y contex tos de la psicología  social, Barcelona, H ispanoeuropea. —, y Secord, P. F. (1972), T he ex planati on of social behavi our,  Oxford, Basil Blackwell. —; Clarke, I)., y De Cario, N. (1989), M otivos y mecanismos. I nt roducci ón a  la psicología d e la acción,  Madrid, Paidós. Heider, F. (1944), «Social perception and phcnomenal causality», Psychologi-  cal R eview,  51, pp. 358374. — (1946), «Attitudcs and cognitive organization», Jour nal of Psychology,  21, pp. 107112. — (1958), T hepsychol ogy of in terpersonal r elat ions,  N ueva York, Wiley. Hewitt, J. P. (1988), Self and soci ety: A symbolyc i nteracci onist social psycho  logy,  Massachusetts, A llyn and Bacon. Hewstone, M. (1992), L a atri bución causal. D el proceso cogni ti vo a las creen  cias colecti vas,  Buenos Aires, Paidós. —, y Antaki, Ch. (1988), «Attribution theory and social explanations», en M. Hewstone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), Intro-  ducti on to Social Psychol ogy , Oxford, Basil Blackwell. Himmelweit, H. T. (1990), «Societal psychology: Implications and scope», en H. T. H immelweit y G. G askell (comps.), Societal Psychology,   Londres, Sage. Hofstede, G. (1984), «Culture's consequences», I nternat ional di fferences in  work -r ela ted val úes, Londres, Sage. Homans, G. C. (1959/ 77), El grupo humano , Buenos Aires, Eudeba. — (1961), Social behavi or: I ts element ar y form s,   Nueva York, H arcourt, Brace and World. — (1970/ 82), «Procesos sociales fundamentales», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studi os básicos de psicología social ,   Barcelona, Hora. House, J. S. (1991), «Sociology, psychology and social psychology (and social Science)», en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), T he fu t ur e of social psychol ogy , Nueva York, SpringerV erlag, pp. 4560. Bi bli ografía  135  Javaloy, F. (1990), «Psicología social y comportamiento colectivo», en G. Musitu (comp.), Pr ocesos psi cosocial es básicos, Barcelona, PPU, pp. 259267.  Jiménez Burillo, F. (1980), «Conducta y psicología social», A nálisis y M odifi  cación de Conducta,  6, 1112, pp. 207211. — (1982), «El sujeto en la psicología social, el Sujeto en la psicología científica actual», V II C ongreso N acional de Psicología, pp. 3538. — (1985), Psicología social , vols. 1y 2, Madrid, UNED. —; Sangrador, J. L .; Barrón A., y De Paul, P. (1992), «Análisis interminable: sobre la identidad de la psicología social», I nt eracción Social , 2, pp. 1144.  Joas, H. (1985), G. H. M ead. A contemporar y re-ex aminat ion of bis thought, Cambridge, Polity Press.  Jodelet, D. (1986), «La representación social: fenómenos, concepto y teoría», en S. Moscovici, Psicología social, Madrid, Paidós, pp. 469494.  Jones, E. E., y Davis, K. E. (1965), «From acts to dispositions: the attribution process in person perception», en L. Berkowitz (comp.), A dvances in ex   peri mental social psychology, vol. 2, NuevaYork, Academic Press. Kantor, J. R. (1924), «The institutional foundation of a scientific social psychology», A meri can Journ al of Sociology, 29, pp. 674685. K elley, H. H. (1967), «Attribution theory in social psychology», en D. L e vine (comp.), N ebrask a symposiu m on motivat i on, N ebraska, University of N ebraska Press. — (1973), «The processes of causal atributtion», A meri can Psychologist, 28, pp. 107128. K elly, G. A. (1955), T he psychology o f per sonal constr ucts,  vol. 1, Nueva  York, Norton. K erlinger, F. N . (1984), L iberali sm and conservat ism. The nat ur e and struc-  tur e of social atti tudes, Londres, Lawrence Erlbaum. K roeber, A. (1917), «The possibility of a social psychology», A merican Jour   nal of S ociol ogy, 23, pp. 633650. Kuhn, M. H. (1964), «Major Trends in Symbolic Interaction Theory in the Past Twenty Five Y ears», The Sociological Q uart erl y, 5, pp. 6184. —, y McPartland, T. S. (1954), «An empirical investigation of selfattitudes», A meri can Sociol ogical R eview, 19. Lazarsfeld, P. (1949), «The american soldier. An expository review», Public  Opini ón Quar terl y, 13, pp. 377404. Le Bon, G. (1895/ 1983), Psicología d e las masas, Madrid, Morata. Leontiev, A. N . (1959/ 81), L os pr oblemas del desarr ollo del psiq ui smo, La Habana, Pueblo y Educación. Leyens, J. P. (1982), «Psicología social, experimentación y cuestiones éticas», en J. P. L eyens, Psicología Social, Barcelona, H erder, pp. 223229. —, y Codol, J. P. (1988), «Social cognition», en M. Hewstone, W. Stroebe,  J. P. Codol y G. M. Stephcnson (comps.), I nt roducti on to Social P sycho-  logy, Oxford, Basil Blackwell. Lewin, K. (1935/ 69), D inámica de la pe nal idad,  Madrid, Morata. 134 Bi bli ografía  Hovland, C. I .; Lumsdaine, A. A., y Sheffield, F. D. (1949), E x peri ments on  mass comm un icati on , Princeton, Princeton U niversity Press. —; Janis, I., y Kelley, H. (1953), C ommunication and persuasión, New Ha ven, Y ale University Press. Howitt, D.; Billig, M.; Cramer, D; Edwards, D.; Kniveton, B.; Potter, J., y Radley, A. (1989), Social psycbol ogy: C onfli cts and conti nui ti es,  Milton K eynes, Open University Press. Huici, C. (1987a), «Psicología social cognitiva: algunas contribuciones europeas», en H. Peraita (comp.), Psicología cogni tiva y ciencia cognit iva,  Madrid, UNED, pp. 251296. — (1987b),  «Relaciones intergrupales I. Enfoques teóricos», en C. H uici (comp.), E str uctur a y procesos de grupo, Madrid, UNED, vol. 2, pp. 5585. — (1987c), «Relaciones intergrupales II. El paradigma del Grupo Mínimo», en C. H uici (comp.), E structura y pr ocesos de grupo, Madrid, UNED, vol. 2, pp. 87109. —, y Morales, J. F. (1991), «Relaciones entre grupos», en W. Doise y G. Mugny (comps.), Psi cología social ex perimental: investi gaciones de la es  cuela d e G inebra,  Barcelona, Anthropos. Ibáñez, T. (1988), «Representaciones sociales. Teoría y método», en T. Ibá ñez (comp.), L as ideologías de la vi da coti diana, Barcelona, Sendai. — (1990), A proximaciones a la psicología social,  Barcelona, Sendai. — (1991), «Naturaleza del conocimiento psicosocial construido por las revistas “estándar” de la disciplina», I nt eracción Social, 1, pp. 4564.  Jackson, J. M. (1988), Social P sychology, Past and Pr esent. A n I nt egrat iv e  Onentation,  H illsdale (NJ), L awrcnce Erlbaum Associates.  Jahoda, G. (1981), Pi ctori al percepti on and t he pr oblem of uni versals, en B. Lloyd y J. Gay (comps.), U niversals of H uman T hought,  Cambridge, Cambridge University Press. — (1986), «Nature, culture and social psychology», E uropean Jour nal of So  cial Psychology,  16, pp. 1730.  Jahoda, M. (1986¿), «Small selves in small groups», Brit ish Jour nal of Social  Psychology,  25, pp. 253254. — (1986b), «In defence of a nonreductionist social psychology», Social Be-  havior, 1, pp. 2529. — (1989), «Why a nonreductionist social psychology is almost too difficult to be tackled but too fascinating to be left alone», Brit ish Jour nal of Social  Psychology, 28, pp. 7178. —; Lazarsfeld, P. F., y Zeisel, H. (1933/ 72), M ari enthal : T he sociobi ogra phy  of u nemployed communi ty,  NuevaY ork, AldineAtherton.  Jaspars, J. (1986), «Forum and focus: a personal view of European Social Psychology», E uropean Jour nal of Social Psychology, 16, pp. 315. —, y Fraser, C. (1984), «Attitudes and social representations», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social R epr esent ati ons, Cambridge, Cambridge University Press. Bi bli ografía  135  Javaloy, F. (1990), «Psicología social y comportamiento colectivo», en G. Musitu (comp.), Pr ocesos psi cosocial es básicos, Barcelona, PPU, pp. 259267.  Jiménez Burillo, F. (1980), «Conducta y psicología social», A nálisis y M odifi  cación de Conducta,  6, 1112, pp. 207211. — (1982), «El sujeto en la psicología social, el Sujeto en la psicología científica actual», V II C ongreso N acional de Psicología, pp. 3538. — (1985), Psicología social , vols. 1y 2, Madrid, UNED. —; Sangrador, J. L .; Barrón A., y De Paul, P. (1992), «Análisis interminable: sobre la identidad de la psicología social», I nt eracción Social , 2, pp. 1144.  Joas, H. (1985), G. H. M ead. A contemporar y re-ex aminat ion of bis thought, Cambridge, Polity Press.  Jodelet, D. (1986), «La representación social: fenómenos, concepto y teoría», en S. Moscovici, Psicología social, Madrid, Paidós, pp. 469494.  Jones, E. E., y Davis, K. E. (1965), «From acts to dispositions: the attribution process in person perception», en L. Berkowitz (comp.), A dvances in ex   peri mental social psychology, vol. 2, NuevaYork, Academic Press. Kantor, J. R. (1924), «The institutional foundation of a scientific social psychology», A meri can Journ al of Sociology, 29, pp. 674685. K elley, H. H. (1967), «Attribution theory in social psychology», en D. L e vine (comp.), N ebrask a symposiu m on motivat i on, N ebraska, University of N ebraska Press. — (1973), «The processes of causal atributtion», A meri can Psychologist, 28, pp. 107128. K elly, G. A. (1955), T he psychology o f per sonal constr ucts,  vol. 1, Nueva  York, Norton. K erlinger, F. N . (1984), L iberali sm and conservat ism. The nat ur e and struc-  tur e of social atti tudes, Londres, Lawrence Erlbaum. K roeber, A. (1917), «The possibility of a social psychology», A merican Jour   nal of S ociol ogy, 23, pp. 633650. Kuhn, M. H. (1964), «Major Trends in Symbolic Interaction Theory in the Past Twenty Five Y ears», The Sociological Q uart erl y, 5, pp. 6184. —, y McPartland, T. S. (1954), «An empirical investigation of selfattitudes», A meri can Sociol ogical R eview, 19. Lazarsfeld, P. (1949), «The american soldier. An expository review», Public  Opini ón Quar terl y, 13, pp. 377404. Le Bon, G. (1895/ 1983), Psicología d e las masas, Madrid, Morata. Leontiev, A. N . (1959/ 81), L os pr oblemas del desarr ollo del psiq ui smo, La Habana, Pueblo y Educación. Leyens, J. P. (1982), «Psicología social, experimentación y cuestiones éticas», en J. P. L eyens, Psicología Social, Barcelona, H erder, pp. 223229. —, y Codol, J. P. (1988), «Social cognition», en M. Hewstone, W. Stroebe,  J. P. Codol y G. M. Stephcnson (comps.), I nt roducti on to Social P sycho-  logy, Oxford, Basil Blackwell. Lewin, K. (1935/ 69), D inámica de la personal idad,  Madrid, Morata. 2,383 Í O  136 Bi bliografía  — (1936), Pr incipi es of t opological psychology , Nueva York, McGrawHill. — (1951/ 78), L a teoría del campo en la ciencia social , Buenos Aires, Paidós. Likert, R. (1932), «A technique for the measurement of attitudes», A rchives  of Psychology, núm. 140, pp. 4453. Lindzey, G., y Aronson, E. (1985), H andbook of Social Psychology,  Nueva  York, Random House. Lorenz, K. (1978), Sobre la agresión. El pr etend ido mal,  Madrid, Siglo XXI. Lück, H. E. (1987), «A historical perspective on social psychological theo ries», en G. R. Semin y B. K rahe (comps.), I ssues in C ontempora ry G er  mán Social P sychology. H istory, T heori es and A pplicati ons, Londres, Sage, pp. 1635. Lukcs, S. (1973), E mile D urk heim. H is li fe and his work : A hi storical and cri -  ti cal stu dy, Londres, Alien Lañe. Luria, A. R. (1976/ 87), El d esarr oll o histórico de los pr ocesos cogniti vos, M adrid, Akal. —, y Yudovich, F. I. A. (1984), L enguaje y desarr oll o in telectual en el n iño, Madrid, Siglo XXI. Manicas, P. T. (1982), «The human sciences», en P. F. Secord (comp.), Ex  plain ing human behaviour,  Londres, Sage. Mannheim, K. (1963), Sociología y psi cología social,  Fondo de Cultura Económica, México. Manstead, A. S., y Semin, G. R. (1988), «Methodology in Social Psychology:  Turning ideas into actions», en M. Flewstone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), I nt rodu cin g Social Psychology, Oxford, Basil Blackwell. Marsh, C. (1982), T he survey method. T he contr ibu ti ons oj surveys to soci olo-  gical ex planation, Londres, George Alien and Unwin. — (1988), E x plori ng data. A n int roducti on to data anal ysis to social scientists, Cambridge, Polity Press. —, y Alvaro, J. L. (1990), «A crosscultural perspective on the social and psychological distress caused by unemployment: A comparison of Spain and the United Kingdom», E uropean S ociol ogical R eview, 6, pp. 237255. Marsh, P.; Roser, E., y Harré, R. (1978), T he rules of disorder, Londres, Rout ledge and K egan Paul. MartínBaró, I. (1985), A cción e ideología. Psicología social desde C entroamé -  rica, El Salvador, Ucla Editores. Martín Cebollero, J. B. (1988), «Posibilidades deuna psicología social dialéctica», Psicología social de l os pr obl emas sociales, Granada, Universidad de Granada, pp. 693695. Martín López, E. (1983), «La hipertrofia de la sociología como razón de ser de la psicología social», en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Pers  pectivas y contex tos de la psicología social,  Barcelona, Hispanoeuropea, pp. 117145. Bi bli ografía  137 — (1920), T he G roup M ind, NuevaYork, Putnam's Sons. — (1921), I s A meri ca Safefo r D emocra cy ?, Nueva York, Scribners. McGuire, W. J. (1980), «The devclopment of theory in social psychology», en S. Duke y R. Gilmour (comps.), T he development of social psychology, Londres, Academic Press, pp. 5380. — (1983), «A contextualist theory of know’ledge: Its implications for innova tion and reform in psychological research», en L. Berkowitz (comp.), A d-  van ces in ex peri ment al social psychology, vol. 16, Nueva York, Academic Press, pp. 147. Mead, G. H. (1909), «Social psychology as counterpart to physiological psychology», T he Psychological Bul letin,  6, pp. 401411. — (1934/ 72), E spíri tu, persona y sociedad, Madrid, Paidós. Mcliá, J. L. (1987), Pr oyecto d ocent e para concur so a ti tu lar idad  (inédito), Barcelona, Departamento de Psicología Social de la Universidad Central. Meltzer, B. N .; Petras, J. W., y Reynolds, L. (1975), Symboli c int eractioni sm. G enesis, var ieti es and cri ti cism, Londres, Routledge and K egan Paul. Milgram, S. (1973/ 80), O bediencia a la autoridad. Un punt o de vista experi   mental, Bilbao, Desclée de Brouwer. —, y Toch, H. (1969), «Collective behavior: crowds and social movements», en G. L indzey y E. Aronson (comps.), H andbook of Social Psychology, Reading, Mass., AddisonWesley. Miller, N. F.., y Dollard, J. (1941), Social learni ng and i mitati on, New Haven,  Yale University Press. Montero, M. (1994¿í), «Un paradigma para la psicología social. Reflexiones desde el quehacer en América Latina», en M. Montero (comp.), Construc  ción y crítica de la psicología social , Barcelona, Anthropos, pp. 2747. — (1994b), «Indefinición y contradicciones de algunos conceptos básicos en la psicología social», en M. Montero (comp.), C onstr ucción y crítica de la  psi cología social ,  Barcelona, Anthropos, pp. 109126. Morales, J. F. (198\ a), M etodol ogía y t eoría de la psi cología,  vols. 1y 2, Madrid, UNED. — (1981¿>), L a conducta social como intercambi o, Bilbao, Desclée de Brower. — (1987), «El estudio de los grupos en el marco de la psicología social», en C. Huici (comp.), E structura y procesos de grupo,  vol. 1, Madrid, UNED, pp. 2565. Moraw'ski, J. G. (1979), «The structure of social psychological communi ties», en L. H . Srickland (comp.), Soviet and western perspectives in social  psychology,  Oxford, Pergamon. Moreno, J. L. (1934), W ho shall sur vivef, Beacon, Beacon Flouse. Moscovici, S. (1961/ 79), El psicoanáli sis, su i magen y su públi co,  Buenos Aires, Huemal. — (1976/ 81), Psicología de las min orías acti vas,  Madrid, Morata. 136 Bi bliografía  Bi bli ografía  137 — (1936), Pr incipi es of t opological psychology , Nueva York, McGrawHill. — (1951/ 78), L a teoría del campo en la ciencia social , Buenos Aires, Paidós. Likert, R. (1932), «A technique for the measurement of attitudes», A rchives  of Psychology, núm. 140, pp. 4453. Lindzey, G., y Aronson, E. (1985), H andbook of Social Psychology,  Nueva  York, Random House. Lorenz, K. (1978), Sobre la agresión. El pr etend ido mal,  Madrid, Siglo XXI. Lück, H. E. (1987), «A historical perspective on social psychological theo ries», en G. R. Semin y B. K rahe (comps.), I ssues in C ontempora ry G er  mán Social P sychology. H istory, T heori es and A pplicati ons, Londres, Sage, pp. 1635. Lukcs, S. (1973), E mile D urk heim. H is li fe and his work : A hi storical and cri -  ti cal stu dy, Londres, Alien Lañe. Luria, A. R. (1976/ 87), El d esarr oll o histórico de los pr ocesos cogniti vos, M adrid, Akal. —, y Yudovich, F. I. A. (1984), L enguaje y desarr oll o in telectual en el n iño, Madrid, Siglo XXI. Manicas, P. T. (1982), «The human sciences», en P. F. Secord (comp.), Ex  plain ing human behaviour,  Londres, Sage. Mannheim, K. (1963), Sociología y psi cología social,  Fondo de Cultura Económica, México. Manstead, A. S., y Semin, G. R. (1988), «Methodology in Social Psychology:  Turning ideas into actions», en M. Flewstone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (comps.), I nt rodu cin g Social Psychology, Oxford, Basil Blackwell. Marsh, C. (1982), T he survey method. T he contr ibu ti ons oj surveys to soci olo-  gical ex planation, Londres, George Alien and Unwin. — (1988), E x plori ng data. A n int roducti on to data anal ysis to social scientists, Cambridge, Polity Press. —, y Alvaro, J. L. (1990), «A crosscultural perspective on the social and psychological distress caused by unemployment: A comparison of Spain and the United Kingdom», E uropean S ociol ogical R eview, 6, pp. 237255. Marsh, P.; Roser, E., y Harré, R. (1978), T he rules of disorder, Londres, Rout ledge and K egan Paul. MartínBaró, I. (1985), A cción e ideología. Psicología social desde C entroamé -  rica, El Salvador, Ucla Editores. Martín Cebollero, J. B. (1988), «Posibilidades deuna psicología social dialéctica», Psicología social de l os pr obl emas sociales, Granada, Universidad de Granada, pp. 693695. Martín López, E. (1983), «La hipertrofia de la sociología como razón de ser de la psicología social», en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Pers  pectivas y contex tos de la psicología social,  Barcelona, Hispanoeuropea, pp. 117145. McDougall, W. (1908), I nt roducti on t o Social P sychology, Londres, Methuen. — (1920), T he G roup M ind, NuevaYork, Putnam's Sons. — (1921), I s A meri ca Safefo r D emocra cy ?, Nueva York, Scribners. McGuire, W. J. (1980), «The devclopment of theory in social psychology», en S. Duke y R. Gilmour (comps.), T he development of social psychology, Londres, Academic Press, pp. 5380. — (1983), «A contextualist theory of know’ledge: Its implications for innova tion and reform in psychological research», en L. Berkowitz (comp.), A d-  van ces in ex peri ment al social psychology, vol. 16, Nueva York, Academic Press, pp. 147. Mead, G. H. (1909), «Social psychology as counterpart to physiological psychology», T he Psychological Bul letin,  6, pp. 401411. — (1934/ 72), E spíri tu, persona y sociedad, Madrid, Paidós. Mcliá, J. L. (1987), Pr oyecto d ocent e para concur so a ti tu lar idad  (inédito), Barcelona, Departamento de Psicología Social de la Universidad Central. Meltzer, B. N .; Petras, J. W., y Reynolds, L. (1975), Symboli c int eractioni sm. G enesis, var ieti es and cri ti cism, Londres, Routledge and K egan Paul. Milgram, S. (1973/ 80), O bediencia a la autoridad. Un punt o de vista experi   mental, Bilbao, Desclée de Brouwer. —, y Toch, H. (1969), «Collective behavior: crowds and social movements», en G. L indzey y E. Aronson (comps.), H andbook of Social Psychology, Reading, Mass., AddisonWesley. Miller, N. F.., y Dollard, J. (1941), Social learni ng and i mitati on, New Haven,  Yale University Press. Montero, M. (1994¿í), «Un paradigma para la psicología social. Reflexiones desde el quehacer en América Latina», en M. Montero (comp.), Construc  ción y crítica de la psicología social , Barcelona, Anthropos, pp. 2747. — (1994b), «Indefinición y contradicciones de algunos conceptos básicos en la psicología social», en M. Montero (comp.), C onstr ucción y crítica de la  psi cología social ,  Barcelona, Anthropos, pp. 109126. Morales, J. F. (198\ a), M etodol ogía y t eoría de la psi cología,  vols. 1y 2, Ma- 138 Bi bli ografía  Bi bli ografía  (comp.), A dvances in ex peri mental social p sychol ogy,  vol. 13, Nueva  York, Academic Press. — (1981/ 85¿), T he age of t he crowd. A h istori cal t reati se on mass psychology, Cambridge, Cambridge University Press. — (1984), «The phenomenon of social representations», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social R epresentat ions  , Cambridge, Cambridge University Press, pp. 369. — (1985¿>), «Social influence and conformity», en G. L indzey y E. A ronson (comps.), H andbook of Social P sychology , vol. 2, Nueva York, Random House. — (1988), «Notes towards adescription of social representations», E uropean  Journ al of Social Psychology, 18, pp. 211250. —; Mugny G., y Pérez, J. A. (1991), L a in fl uencia social in consciente. E stu  dios de psicología social ex perimental,  Barcelona, Anthropos. —; —, y Van Avermaet, E. (1985), Perspecti ves on m in ori ty i nf lu ence, Cambridge, Cambridge University Press. Mugny, G. (1981), El pod er de las minorías. P sicología social de la influencia  de las minor ías e ilu str ación experimental , Barcelona, Rol. —, y Pérez, J. A. (1988), Psicología de la influencia social, Valencia, Promolibro. Munné, F. (1986), L a construcción de la psicología social como ciencia teórica, Barcelona, Alamex. — (1989), E ntr e el i ndivi duo y la sociedad. M arcos y teorías actu ales sobr e el  comportam iento i nterpersonal, Barcelona, PPU. — (1991), «La dominación epistemológica y la crítica externa en las ciencias sociales», I nt eracción Social, 1, pp. 3341. — (1993), «Pluralismo teórico y comportamiento social», Psicothema,  5, pp. 5364. Newcomb, T. M. (1943), Personalit y and social change: A tti tudeformat ion in  a stu dent communi ty,  Nueva York, D ryden Press. — (1958/82), «El desarrollo de las actitudes en función del grupo de referencia: el estudio de Bennington», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studi os básicos de psicología social, Barcelona, H ora, pp. 299313. Orne, M. T. (1962), «On the social psychology of the psychological experi ment: with particular reference to demand characteristics and their impli cations», A meri can Psychologist,  17, pp. 776783. Ortega y Gasset, J. (1930/ 83), L a rebelión de las masas   (Obras completas, vol. 4), Madrid, Revista de Occidente. Osgood, C., y Tannenbaum, P. (1955), «The principie of congruity in the prediction of attitude change», Psychological R eview,  62, pp. 4255. Ovejero, A. (1992), «Algunas consideraciones sobre la psicología social de Ortega», I nt eracción Social , 2, pp. 85108. Páez, D. (1986), Salud menta l y f actor es psicosodal es, Madrid, Fundamentos. —, y Blanco, A. (1994), Psicología social l atinoameri cana. U na visión crítica y  drid, UNED. — (1981¿>), L a conducta social como intercambi o, Bilbao, Desclée de Brower. — (1987), «El estudio de los grupos en el marco de la psicología social», en C. Huici (comp.), E structura y procesos de grupo,  vol. 1, Madrid, UNED, pp. 2565. Moraw'ski, J. G. (1979), «The structure of social psychological communi ties», en L. H . Srickland (comp.), Soviet and western perspectives in social  psychology,  Oxford, Pergamon. Moreno, J. L. (1934), W ho shall sur vivef, Beacon, Beacon Flouse. Moscovici, S. (1961/ 79), El psicoanáli sis, su i magen y su públi co,  Buenos Aires, Huemal. — (1976/ 81), Psicología de las min orías acti vas,  Madrid, Morata. — (1980), «T oward a theory of conversión behavior», en L. Berkowitz 139 —; V alencia, J., y E chevarría, A. (1992¿i), «El papel de la metodología en psitodos y té c  cología social», en M. Clemente (comp.), Psicología social. M é nicas de i nvesti gación,  Madrid, E udema, pp. 3554. —; —; Morales, J. F., y Ursua, N. (1992b), «Teoría, metateoría y problemas metodológicos en psicología social», en D. Páez, J. Valencia, J. F. M orales, B. Sarabia y N. Ursua (comps.), T eoría y mé todo en psicología social, Barcelona, Anthropos. Park, R. E. (1904/ 72), T he crowd and the publ ic and oth er essays, Chicago, University of Chicago Press. Parker, I. (1989), T he cri sis in modern socia l psychol ogy and how t o end i t, Londres, Routledge. —, y Shotter, J. (1990), D econstru cti ng socia l psychol ogy,  Londres, Routledge. Peiró, J. M. (1992), Psicología de la or gani zación   (vols. 1 y 2), Madrid, UNED. Pennington, D. C. (1988), E ssenti al Social P sychology, Londres, Arnold. Pérez, J. A ., y Mugny, G. (1988), Psi cología de la inf luencia social,  Valencia, Promolibro. Pettigrew, T. F. (1991), «Toward unity and bold theory: Popperian sugges tions for two persistent problems of social psychology», en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), T hefu tu r e of social psy  chology, Nueva York, SpringerVerlag, pp. 1327. Pinillos, J. L. (1980), Pr incipios de psicología,   Madrid, Alianza Universidad. Popper, K. R. (1962), L a lógica de la i nvesti gación cient ífi ca, Madrid, Tecnos. Potter, J., y Wetherell, M. (1987), D iscourse and social psychol ogy. B eyond  atti tudes and behaviour,  Londres, Sage. Ramírez Dorado, S. (1992), L iada una psicología socia l del nadonal ismo,  Madrid, Universidad Complutense. Rist, R. C. (1977), «On the relations among educational research paradigms: from disdain to detente, A nthr opology and E ducation Q uart erl y  , 8, pp. 4249. Roda, R. (1989), M edios de comu ni caáón d e masas. Su inf luend a en la socie  dad y en la cult ur a contemporánea, M adrid, Centro de Investigaciones Sociológicas/ Siglo XXI. Rodríguez, A. (comp.) (1995), L os recur sos humanos en l as admi ni str aciones  públicas, Madrid, Tecnos. Rodríguez Pérez, A. (1989), «Interpretación de las actitudes», en A. Rodríguez yj. Seoanc (comps.), Creendas, acti tudes y valor es, M adrid, Alhambra. — (1993), «La imagen del ser humano en la psicología social»,Psicothema, 5, pp. 6579. Rokeach, M. (1963/ 82), «El dogmatismo», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studios básicos de psk ología social, Barcelona, Hora, pp. 315327. Ros, M. (1976), «Aportaciones de Bandura a la psicología social», Cuadernos  138 Bi bli ografía  (comp.), A dvances in ex peri mental social p sychol ogy,  vol. 13, Nueva  York, Academic Press. — (1981/ 85¿), T he age of t he crowd. A h istori cal t reati se on mass psychology, Cambridge, Cambridge University Press. — (1984), «The phenomenon of social representations», en R. Farr y S. Moscovici (comps.), Social R epresentat ions  , Cambridge, Cambridge University Press, pp. 369. — (1985¿>), «Social influence and conformity», en G. L indzey y E. A ronson (comps.), H andbook of Social P sychology , vol. 2, Nueva York, Random House. — (1988), «Notes towards adescription of social representations», E uropean  Journ al of Social Psychology, 18, pp. 211250. —; Mugny G., y Pérez, J. A. (1991), L a in fl uencia social in consciente. E stu  dios de psicología social ex perimental,  Barcelona, Anthropos. —; —, y Van Avermaet, E. (1985), Perspecti ves on m in ori ty i nf lu ence, Cambridge, Cambridge University Press. Mugny, G. (1981), El pod er de las minorías. P sicología social de la influencia  de las minor ías e ilu str ación experimental , Barcelona, Rol. —, y Pérez, J. A. (1988), Psicología de la influencia social, Valencia, Promolibro. Munné, F. (1986), L a construcción de la psicología social como ciencia teórica, Barcelona, Alamex. — (1989), E ntr e el i ndivi duo y la sociedad. M arcos y teorías actu ales sobr e el  comportam iento i nterpersonal, Barcelona, PPU. — (1991), «La dominación epistemológica y la crítica externa en las ciencias sociales», I nt eracción Social, 1, pp. 3341. — (1993), «Pluralismo teórico y comportamiento social», Psicothema,  5, pp. 5364. Newcomb, T. M. (1943), Personalit y and social change: A tti tudeformat ion in  a stu dent communi ty,  Nueva York, D ryden Press. — (1958/82), «El desarrollo de las actitudes en función del grupo de referencia: el estudio de Bennington», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studi os básicos de psicología social, Barcelona, H ora, pp. 299313. Orne, M. T. (1962), «On the social psychology of the psychological experi ment: with particular reference to demand characteristics and their impli cations», A meri can Psychologist,  17, pp. 776783. Ortega y Gasset, J. (1930/ 83), L a rebelión de las masas   (Obras completas, vol. 4), Madrid, Revista de Occidente. Osgood, C., y Tannenbaum, P. (1955), «The principie of congruity in the prediction of attitude change», Psychological R eview,  62, pp. 4255. Ovejero, A. (1992), «Algunas consideraciones sobre la psicología social de Ortega», I nt eracción Social , 2, pp. 85108. Páez, D. (1986), Salud menta l y f actor es psicosodal es, Madrid, Fundamentos. —, y Blanco, A. (1994), Psicología social l atinoameri cana. U na visión crítica y  plural, Barcelona, Anthropos. 140 Bi bli ografía  Rose, A. M. (1971/ 82), «El interaccionismo simbólico», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studi os básicos de psi cología social, Barcelona, Hora. Rosenthal, R. (1966), E x peri menter eff ects in behavi ora l resear ch,  N ueva  York, Appleton Century Crofts. Ross, E. A. (1904), «The present problems of social psychology», A meri can  Journal of S ociology, 10, pp. 456472. — (1908), Social Psychology, Nueva York, Macmillan. Ross, L., y N isbett, R. E. (1991), T heperson and t he sit uati on. P erspectives of  social p sychol ogy, N ueva York, McGrawHill. Rotter, J. B. (1966), «Generalized expectancies for internal versus extcrnal control of reinforcement», Psychological M onographs, 80, núm. 609. Sampson, E. E. (1981), «Cognitive psychology as ideology», A meri can Psy-  chologist, 36, pp. 730743. Sangrador, J. L. (1991c?), «Psicología social y cognición social», en C. Fernández, J. M. Torregrosa, F. Jiménez Burillo y F. Munné (comps.), Cues  tiones de Psi cología Social, Madrid, Universidad Complutense, pp. 115134. — (1991¿>), «Estereotipos y cognición social: una perspectiva crítica», Inter  acción Social,  1, pp. 6587. Sarabia, B. (1983), «Limitaciones de la psicología social experimental. N ecesidad de nuevas perspectivas», en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspectivas y contex tos d e la psicologí a social , Barcelona, H ispanoeuropca. — (1992), «Explicación, deducción, inducción y abducción en psicología social», en D. Páez, J. Valencia, J. F. M orales, B. Sarabia y N . Ursua (comps.), T eoría y mé todo en psicología social ,  Barcelona, Anthropos, pp. 207221. Saris, W., y Stronkhorst, H. (1984), Causal modell in g in nonex peri menta l r e  search. A n int roduction to t he L isrel approach, Amsterdam, Sociometric Research Foundation. Schutz, A. (1972), The phenomenology of the social world,   Londres, Heine mann. Seligman, M. E. P. (1975), H elplessness, San Francisco, Freeman [ I ndefen  sión, Madrid, D ebate, 1981]. Sheriff, M. (1936), T hepsychol ogy of social norms, N ueva York, H arper and Row. Sighele, S. (1891), L esfou les cri mi nelles, Paris, Alean. Sloan, T. S. (1994), «La personalidad como construcción ideológica», en M. Montero (comp.), C onstr ucción y críti ca de la psicología social, Barcelona, Anthropos, pp. 177188. Smith, M. B. (1983), «The shaping of american social psychology: apersonal perspective from the periphere», Personal ity and Social Psychology Bu ll e-  tin, 9, pp. 165180. Stephan, C. W., y Stephan, W. G. (1991), «Social psychology at the cross roads», en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), T he  Bi bli ografía  139 —; V alencia, J., y E chevarría, A. (1992¿i), «El papel de la metodología en psitodos y té c  cología social», en M. Clemente (comp.), Psicología social. M é nicas de i nvesti gación,  Madrid, E udema, pp. 3554. —; —; Morales, J. F., y Ursua, N. (1992b), «Teoría, metateoría y problemas metodológicos en psicología social», en D. Páez, J. Valencia, J. F. M orales, B. Sarabia y N. Ursua (comps.), T eoría y mé todo en psicología social, Barcelona, Anthropos. Park, R. E. (1904/ 72), T he crowd and the publ ic and oth er essays, Chicago, University of Chicago Press. Parker, I. (1989), T he cri sis in modern socia l psychol ogy and how t o end i t, Londres, Routledge. —, y Shotter, J. (1990), D econstru cti ng socia l psychol ogy,  Londres, Routledge. Peiró, J. M. (1992), Psicología de la or gani zación   (vols. 1 y 2), Madrid, UNED. Pennington, D. C. (1988), E ssenti al Social P sychology, Londres, Arnold. Pérez, J. A ., y Mugny, G. (1988), Psi cología de la inf luencia social,  Valencia, Promolibro. Pettigrew, T. F. (1991), «Toward unity and bold theory: Popperian sugges tions for two persistent problems of social psychology», en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), T hefu tu r e of social psy  chology, Nueva York, SpringerVerlag, pp. 1327. Pinillos, J. L. (1980), Pr incipios de psicología,   Madrid, Alianza Universidad. Popper, K. R. (1962), L a lógica de la i nvesti gación cient ífi ca, Madrid, Tecnos. Potter, J., y Wetherell, M. (1987), D iscourse and social psychol ogy. B eyond  atti tudes and behaviour,  Londres, Sage. Ramírez Dorado, S. (1992), L iada una psicología socia l del nadonal ismo,  Madrid, Universidad Complutense. Rist, R. C. (1977), «On the relations among educational research paradigms: from disdain to detente, A nthr opology and E ducation Q uart erl y  , 8, pp. 4249. Roda, R. (1989), M edios de comu ni caáón d e masas. Su inf luend a en la socie  dad y en la cult ur a contemporánea, M adrid, Centro de Investigaciones Sociológicas/ Siglo XXI. Rodríguez, A. (comp.) (1995), L os recur sos humanos en l as admi ni str aciones  públicas, Madrid, Tecnos. Rodríguez Pérez, A. (1989), «Interpretación de las actitudes», en A. Rodríguez yj. Seoanc (comps.), Creendas, acti tudes y valor es, M adrid, Alhambra. — (1993), «La imagen del ser humano en la psicología social»,Psicothema, 5, pp. 6579. Rokeach, M. (1963/ 82), «El dogmatismo», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studios básicos de psk ología social, Barcelona, Hora, pp. 315327. Ros, M. (1976), «Aportaciones de Bandura a la psicología social», Cuadernos  de Psicología, 2, pp. 811. Bi bli ografía  141 Stouffer, S. A.; Suchman, E. A .; Devinney, L. C.; Star, S. A., y Williams, R. M. (1949), Studies in Social P sychology in W orld War I I : T heA meri can  Soldier. A djusment duri ng A rmy L ife, Princeton (NJ ), Princeton University Press. —; Lumsdaine, A. A.; L umsdaine, M. H .; Williams, R. M.; Smith, M. B.; Ja nis, J. L .; Star, S. A., y Cottrell, L. S. (1949), Studi es in Social Psychology  in W orld W ar I I (vol. 2): T he A merican Soldier. Combat and its A fter-  math, Princeton (NJ), Princeton University Press. Strauss, A. (1963), «The hospital and its negotiated order», en E. Friedson (comp.), The hospit al in m odern society,  N ueva York, The Free Press. Stroebe, W. (1979), «The level of social psychological analysis», en L. H . Strickland (comp.), Soviet an d western perspectives in social psychology, Oxford, Pergamon. Stryker, S. (1983), «Tendencias teóricas de la psicología social: hacia una psicología social interdisciplinar», en J. R. T orregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspectivas y contex tos de la psi cología social,  Barcelona, H ispanoeuropea. — (1987), «The utilization of Symbolic I nteractionism», Social Psychol ogy  Quarterly,  50, pp. 8394. — (1991), «Consequences of the gap between the two social psychologies», en C. W. Stephan; W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), The futu re  of social psychol ogy, N ueva Y ork, SpringerV erlag, pp. 8398.  Tajfel, H. (1977), «Social psychology and social reality», N ew Society, 39, pp. 653654. — (1978a), «The structure of our views about society», en H. Tajfel y C. Fraser (comps.), I nt r oducing social psychol ogy,   Middlesex, Penguin, pp. 302321. — (1978b),  «Intergroup behaviour, group perspectives», en H. T ajfel y C. Fraser (comps.), I nt r oducin g social psychol ogy,   Middlesex, Penguin, pp. 423446. — (1981), H uman group s and social categori es. St udies in social psychol ogy, Cambridge, Cambridge University Press. — (1982a), Social i dent it y and int ergroup r elat ions,  Cambridge, Cambridge University Press. — (1982¿»), «Social psychology of intergroup relations», A nnual Review of  Psychology, 33, pp. 139. — (1983), «Psicología social y proceso social», en R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspecti vas y cont ex tos de la psicología social, Barcelona, Hispanoeuropea. —, y Fraser, C. (1978), «Social Psychology as Social Science», en H. T ajfel y C. Fraser (comps.), I nt r oducing social p sychol ogy,  Middlesex, Penguin, pp.2153. —; Billig, M. G .; Bundi, R. P., y Flament, C. (1971), «Social categorization and intergroup behaviour», E an Journ al of So ial Psychology   1/2 140 Bi bli ografía  Bi bli ografía  141 Rose, A. M. (1971/ 82), «El interaccionismo simbólico», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E studi os básicos de psi cología social, Barcelona, Hora. Rosenthal, R. (1966), E x peri menter eff ects in behavi ora l resear ch,  N ueva  York, Appleton Century Crofts. Ross, E. A. (1904), «The present problems of social psychology», A meri can  Journal of S ociology, 10, pp. 456472. — (1908), Social Psychology, Nueva York, Macmillan. Ross, L., y N isbett, R. E. (1991), T heperson and t he sit uati on. P erspectives of  social p sychol ogy, N ueva York, McGrawHill. Rotter, J. B. (1966), «Generalized expectancies for internal versus extcrnal control of reinforcement», Psychological M onographs, 80, núm. 609. Sampson, E. E. (1981), «Cognitive psychology as ideology», A meri can Psy-  chologist, 36, pp. 730743. Sangrador, J. L. (1991c?), «Psicología social y cognición social», en C. Fernández, J. M. Torregrosa, F. Jiménez Burillo y F. Munné (comps.), Cues  tiones de Psi cología Social, Madrid, Universidad Complutense, pp. 115134. — (1991¿>), «Estereotipos y cognición social: una perspectiva crítica», Inter  acción Social,  1, pp. 6587. Sarabia, B. (1983), «Limitaciones de la psicología social experimental. N ecesidad de nuevas perspectivas», en J. R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspectivas y contex tos d e la psicologí a social , Barcelona, H ispanoeuropca. — (1992), «Explicación, deducción, inducción y abducción en psicología social», en D. Páez, J. Valencia, J. F. M orales, B. Sarabia y N . Ursua (comps.), T eoría y mé todo en psicología social ,  Barcelona, Anthropos, pp. 207221. Saris, W., y Stronkhorst, H. (1984), Causal modell in g in nonex peri menta l r e  search. A n int roduction to t he L isrel approach, Amsterdam, Sociometric Research Foundation. Schutz, A. (1972), The phenomenology of the social world,   Londres, Heine mann. Seligman, M. E. P. (1975), H elplessness, San Francisco, Freeman [ I ndefen  sión, Madrid, D ebate, 1981]. Sheriff, M. (1936), T hepsychol ogy of social norms, N ueva York, H arper and Row. Sighele, S. (1891), L esfou les cri mi nelles, Paris, Alean. Sloan, T. S. (1994), «La personalidad como construcción ideológica», en M. Montero (comp.), C onstr ucción y críti ca de la psicología social, Barcelona, Anthropos, pp. 177188. Smith, M. B. (1983), «The shaping of american social psychology: apersonal perspective from the periphere», Personal ity and Social Psychology Bu ll e-  tin, 9, pp. 165180. Stephan, C. W., y Stephan, W. G. (1991), «Social psychology at the cross roads», en C. W. Stephan, W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), T he  fu t ur e of social p sychology, N ueva Y ork, SpringerV erlag, pp. 2943. Strauss, A. (1963), «The hospital and its negotiated order», en E. Friedson (comp.), The hospit al in m odern society,  N ueva York, The Free Press. Stroebe, W. (1979), «The level of social psychological analysis», en L. H . Strickland (comp.), Soviet an d western perspectives in social psychology, Oxford, Pergamon. Stryker, S. (1983), «Tendencias teóricas de la psicología social: hacia una psicología social interdisciplinar», en J. R. T orregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspectivas y contex tos de la psi cología social,  Barcelona, H ispanoeuropea. — (1987), «The utilization of Symbolic I nteractionism», Social Psychol ogy  Quarterly,  50, pp. 8394. — (1991), «Consequences of the gap between the two social psychologies», en C. W. Stephan; W. G. Stephan y T. F. Pettigrew (comps.), The futu re  of social psychol ogy, N ueva Y ork, SpringerV erlag, pp. 8398.  Tajfel, H. (1977), «Social psychology and social reality», N ew Society, 39, pp. 653654. — (1978a), «The structure of our views about society», en H. Tajfel y C. Fraser (comps.), I nt r oducing social psychol ogy,   Middlesex, Penguin, pp. 302321. — (1978b),  «Intergroup behaviour, group perspectives», en H. T ajfel y C. Fraser (comps.), I nt r oducin g social psychol ogy,   Middlesex, Penguin, pp. 423446. — (1981), H uman group s and social categori es. St udies in social psychol ogy, Cambridge, Cambridge University Press. — (1982a), Social i dent it y and int ergroup r elat ions,  Cambridge, Cambridge University Press. — (1982¿»), «Social psychology of intergroup relations», A nnual Review of  Psychology, 33, pp. 139. — (1983), «Psicología social y proceso social», en R. Torregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspecti vas y cont ex tos de la psicología social, Barcelona, Hispanoeuropea. —, y Fraser, C. (1978), «Social Psychology as Social Science», en H. T ajfel y C. Fraser (comps.), I nt r oducing social p sychol ogy,  Middlesex, Penguin, pp.2153. —; Billig, M. G .; Bundi, R. P., y Flament, C. (1971), «Social categorization and intergroup behaviour», E uropean Journ al of Social Psychology,  1/2, pp. 149178. 142 Bibli ografía  Bi bli ografía  —; Jaspars, J ., y Fraser, C. (1984), «The social dimensión in European social psychology», en H. Tajfel (comp.), T he social di mensión. E uropean stu-  dies in social psychology,  vol. 1, Cambridge, Cambridge University Press, PP15  Tarde, G. (1901/ 86), L a opinión y la mul ti tud,  Madrid, Taurus.  Tedeschi, J. T.; Schlenker, B. R., y Bonoma, T. V. (1971), «Cognitive di sonnance: private ratiocination or public spectacle», A meri can Psycholo-  gist, 26, pp. 685695.  Thibaut, J. W., y K elley, H. H . (1959), T he soci al psychol ogy o f gr oups, Nueva York, Wiley.  Thomas, W. I., y Znaniecki, F. (191820), T he Polish peasant i n E urope and   (5 vols.), Boston, Badger. A merica   Thurstone, L . L. (1929), «Theory of attitude measurement», Psychological  R eview,  36, pp. 222241.  Torregrosa, J. R. (1968), «El estudio de las actitudes: perspectivas psicológicas ola de la O pini ón P úbli ca,   11, pp. 155165. y sociológicas», R evista E spañ — (1982), «Introducción», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E stu  di os básicos de psi cología social , Barcelona, H ora, pp. 1152. — (1983), «La identidad personal como identidad social», en J. R. T orregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspecti vas y contex tos de la psicología social,  Barcelona, Hispanoeuropea. — (1986), «Ortega y la psicología social histórica», R evi sta de Psi cología So-  cial, 0, pp. 5563.  Totman, R. (1980), «The incompleteness of ethogenics», E uropean Journal of  Social Psychology,  núm. 10, pp. 1741.  Triandis, H. (1978), «Some universals of social behavior», Personali ty and  Social Psychology Bulletin, 4, pp. 116.  Triplett, N. (1898), «The dynamogenic factors in pacemaking and competi tion», A meri can Jour nal of Psychology, 9, pp. 507532.  Turner, J. C. (1982), «Towards a cognitive redefinition of the social group», en H. Tajfel (comp.), Social i dent it y and int ergroup r elat ions, Cambridge, Cambridge University Press. — (1987/ 90), R edescubr ir el gru po social , Madrid, Morata. — (1988), «Tema de discusión: teoría, método y situación actual de la psicología social», R evista de Psicología Social, 3, pp. 99128. —, y Oakes, P. J. (1986), «The significance of the social identity concept for social psychology with reference to individualism, interaccionism and social influence», Bri ti sh Jour nal of Social Psychology, 25, pp. 237252.  Turner, R. H. (1962), «Role taking: process versus conformity», en A. M. Rose (comp.), H uman beha vi or and soci al process. A n ínt er accion i st  approach, Londres, Routledge and K egan Paul. —, y Killian, L. M. (1957), C ollecti ve Behavior, Englewood Cliffs, Prentice Hall. Uriz Pemán, M. J. (1992), L a for mación social de la persona desde el i nt erac  Stouffer, S. A.; Suchman, E. A .; Devinney, L. C.; Star, S. A., y Williams, R. M. (1949), Studies in Social P sychology in W orld War I I : T heA meri can  Soldier. A djusment duri ng A rmy L ife, Princeton (NJ ), Princeton University Press. —; Lumsdaine, A. A.; L umsdaine, M. H .; Williams, R. M.; Smith, M. B.; Ja nis, J. L .; Star, S. A., y Cottrell, L. S. (1949), Studi es in Social Psychology  in W orld W ar I I (vol. 2): T he A merican Soldier. Combat and its A fter-  math, Princeton (NJ), Princeton University Press. 143 Pamplona, Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Pública de Navarra. Vigotski, L. S. (1934/ 85), Pensami ent o y l enguaj e: t eoría d el desarr oll o cul tu   ral de l asfu nci ones psíqui cas, Buenos Aires, Pléyade. Weiner, B. (1986), «Attribution, emotion and action», en R. M. Sorrentino y E. T. H iggins (comps.), L landbook of motivati on and cognit ion, Nueva  York, Guildford. Wexler, P. (1983), Cr it ical social psychology, Londres, Routledge and Kegan Paul. Wilson, E. O. (1983), Sobre la natur aleza humana , Madrid, Fondo de Cultura Económica. Willer, D. (1989), «Crítica al libro R edi scoveri ng t he Social G roup, de J. C.  Turner, M. A. Hogg, P. J. Oakes, S. D. Reicher y M. S. Wetherell», Con-  temporar y Sociology, 18, 4, p. 646. Wundt, W. (1916), E lements of folk psychology. O utl ines of a psychological  history of the development of t he mank ind, Londres, Alien and Unwin.  Young, K. (1945), H andbook of Social Psychology, N ueva York, Crofts. Zaiter Mejía, J. (1992), La i dent id ad social y nacional en l a R epúbli ca D omi  ni cana: un análi sis psicosocial , Madrid, Universidad Complutense. Zajonk, R. B. (1965), «Social facilitation», Sci ence, 149, pp. 269274. — (1980), «Cognition and social cognition: A historical perspective», en L. Festinger (comp.), R etrospecti ons in Social Psychology, Nueva York, Oxford University Press, pp. 180204. — (1989), «Styles of explanation in social psychology», E uropean Jour nal of  Social Psychology, 19, pp. 345368. 142 Bibli ografía  Bi bli ografía  Pamplona, Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Pública de Navarra. Vigotski, L. S. (1934/ 85), Pensami ent o y l enguaj e: t eoría d el desarr oll o cul tu   ral de l asfu nci ones psíqui cas, Buenos Aires, Pléyade. Weiner, B. (1986), «Attribution, emotion and action», en R. M. Sorrentino y E. T. H iggins (comps.), L landbook of motivati on and cognit ion, Nueva  York, Guildford. Wexler, P. (1983), Cr it ical social psychology, Londres, Routledge and Kegan Paul. Wilson, E. O. (1983), Sobre la natur aleza humana , Madrid, Fondo de Cultura Económica. Willer, D. (1989), «Crítica al libro R edi scoveri ng t he Social G roup, de J. C.  Turner, M. A. Hogg, P. J. Oakes, S. D. Reicher y M. S. Wetherell», Con-  temporar y Sociology, 18, 4, p. 646. Wundt, W. (1916), E lements of folk psychology. O utl ines of a psychological  history of the development of t he mank ind, Londres, Alien and Unwin.  Young, K. (1945), H andbook of Social Psychology, N ueva York, Crofts. Zaiter Mejía, J. (1992), La i dent id ad social y nacional en l a R epúbli ca D omi  ni cana: un análi sis psicosocial , Madrid, Universidad Complutense. Zajonk, R. B. (1965), «Social facilitation», Sci ence, 149, pp. 269274. — (1980), «Cognition and social cognition: A historical perspective», en L. Festinger (comp.), R etrospecti ons in Social Psychology, Nueva York, Oxford University Press, pp. 180204. — (1989), «Styles of explanation in social psychology», E uropean Jour nal of  Social Psychology, 19, pp. 345368. —; Jaspars, J ., y Fraser, C. (1984), «The social dimensión in European social psychology», en H. Tajfel (comp.), T he social di mensión. E uropean stu-  dies in social psychology,  vol. 1, Cambridge, Cambridge University Press, PP15  Tarde, G. (1901/ 86), L a opinión y la mul ti tud,  Madrid, Taurus.  Tedeschi, J. T.; Schlenker, B. R., y Bonoma, T. V. (1971), «Cognitive di sonnance: private ratiocination or public spectacle», A meri can Psycholo-  gist, 26, pp. 685695.  Thibaut, J. W., y K elley, H. H . (1959), T he soci al psychol ogy o f gr oups, Nueva York, Wiley.  Thomas, W. I., y Znaniecki, F. (191820), T he Polish peasant i n E urope and   (5 vols.), Boston, Badger. A merica   Thurstone, L . L. (1929), «Theory of attitude measurement», Psychological  R eview,  36, pp. 222241.  Torregrosa, J. R. (1968), «El estudio de las actitudes: perspectivas psicológicas ola de la O pini ón P úbli ca,   11, pp. 155165. y sociológicas», R evista E spañ — (1982), «Introducción», en J. R. Torregrosa y E. Crespo (comps.), E stu  di os básicos de psi cología social , Barcelona, H ora, pp. 1152. — (1983), «La identidad personal como identidad social», en J. R. T orregrosa y B. Sarabia (comps.), Perspecti vas y contex tos de la psicología social,  Barcelona, Hispanoeuropea. — (1986), «Ortega y la psicología social histórica», R evi sta de Psi cología So-  cial, 0, pp. 5563.  Totman, R. (1980), «The incompleteness of ethogenics», E uropean Journal of  Social Psychology,  núm. 10, pp. 1741.  Triandis, H. (1978), «Some universals of social behavior», Personali ty and  Social Psychology Bulletin, 4, pp. 116.  Triplett, N. (1898), «The dynamogenic factors in pacemaking and competi tion», A meri can Jour nal of Psychology, 9, pp. 507532.  Turner, J. C. (1982), «Towards a cognitive redefinition of the social group», en H. Tajfel (comp.), Social i dent it y and int ergroup r elat ions, Cambridge, Cambridge University Press. — (1987/ 90), R edescubr ir el gru po social , Madrid, Morata. — (1988), «Tema de discusión: teoría, método y situación actual de la psicología social», R evista de Psicología Social, 3, pp. 99128. —, y Oakes, P. J. (1986), «The significance of the social identity concept for social psychology with reference to individualism, interaccionism and social influence», Bri ti sh Jour nal of Social Psychology, 25, pp. 237252.  Turner, R. H. (1962), «Role taking: process versus conformity», en A. M. Rose (comp.), H uman beha vi or and soci al process. A n ínt er accion i st  approach, Londres, Routledge and K egan Paul. —, y Killian, L. M. (1957), C ollecti ve Behavior, Englewood Cliffs, Prentice Hall. Uriz Pemán, M. J. (1992), L a for mación social de la persona desde el i nt erac  cioni smo simbólico de G eorge H erbert M ead   (manuscrito no publicado), J ÍN DICE DE NOMBRES Abranson, L., 42 Adorno, T. W., 31 Allport, F. H., XIII, XIV, 15, 17, 23, 24, 25, 26, 27, 50, 76, 91 Allport, G. W., 2, 26, 79 Alvaro, J. L., 88, 104, 123 Antaki, Ch., 57 Ardrey, R., 22 Aristóteles, xvn Aronson, E., 36, 52, 108 109 143 Boas, F., 27 Bogardus, E. S., 26 Bond, M. H., 28, 88, 104, 117 Brown, R., 67 Bryman, A., 102, 106 Budilova, E. A., 4, 10 Buss, A. R., xvn Caballero, J. J., 38 Campbell, D 108 109, 110 ÍN DICE DE NOMBRES Abranson, L., 42 Adorno, T. W., 31 Allport, F. H., XIII, XIV, 15, 17, 23, 24, 25, 26, 27, 50, 76, 91 Allport, G. W., 2, 26, 79 Alvaro, J. L., 88, 104, 123 Antaki, Ch., 57 Ardrey, R., 22 Aristóteles, xvn Aronson, E., 36, 52, 108, 109 Asch, S., 30, 72, 87, 112 Axsom, D., 92, 118 Bandura, A., 29, 36, 37, 47, 48, 49, 50 BangcrtDrowns, R. L., 103 BarTal, D., XV, 83, 85, 86, 88, 90, 91.92 BarT al, Y ., XV, 83, 85, 86, 88, 90, 91.92 Bartlett, F. C., 27 Bem, D., 42, 52 Benedict, R., 27 Berger, P., 37, 76, 88, 95, 97, 98 Bergere, J., 2, 123 Berkowitz, L., 29, 36, 50 Bezzy, J. W., 89 Billig, M., 78, 87,105,113 Blalock, H., 107 Blanch, J. M., 42, 123 Blanco, A., XIII, 1, 5, 10, 21, 26, 30, 118 Blau, P., 42, 45, 46 Blumer, H., 17, 21, 33, 35, 39, 77, 94, 101 Boas, F., 27 Bogardus, E. S., 26 Bond, M. H., 28, 88, 104, 117 Brown, R., 67 Bryman, A., 102, 106 Budilova, E. A., 4, 10 Buss, A. R., xvn Caballero, J. J., 38 Campbell, D., 108, 109, 110 Canto, J. M., 73 Carabaña, J., 40 Cicourel, A. V., 39, 99 Clarke, D., 65 Clemente, M., 109, 123 Codol, J. P., 60 Collier, G., XVIII, 1, 2, 22, 24, 27, 45, 53,60, 109, 122 Cooley, C. H., 33 Crespo, E., 54, 79,81,87 Cronbach, L. J., 107 Davis, K. E., 54, 55 Dazinger, K., 4, 8, 9 De Cario, N., 65 Deconchy, J. P, 106 Deschamps, J. C., 68,111 Deutsch, M., 44 Dewey, J, 33 Di Giacomo, J. P., 78 Dilthey, W., 104 Doise, W., 68, 74, 78, 108, 111, 112, 116 Dollard, J., 29, 42, 47 Doob, L., 29 146 I ndi ce de nombres  Durkheim, E., 7, 8, 12, 13, 23, 75, 76, 77 Eberle, T. S., 96 Echevarría, A., 57, 119 EiblE ibesfeldt, I., 22 Eiser, J. R., 51, 60, 80, 87 Ekman, P., 89 Elejabarrieta, F. J., 79, 112 Evans, 117 Farr, R. M., 4, 5, 8, 9,18, 78 Fernández Dols, J. M., 2, 3, 107, 113 Festinger, L., 30, 52, 53, 54, 112 Fiske, S. T., 58, 87 Forgas, J. P., 59, 61 Fransella, F., 77 Fraser, C., 26, 65, 79, 81, 117 Freud, S., 10 Friesen, W. V., 89 Fuentes, C., IX, 123 Garfinkel, H., 38 Garrido Luque, A., 123 Garzón, A ., 16, 63 Gaskell, G., 16, 17,18, 76, 81 Georgudi, M., 89, 97, 117 Gergen, K., XV, XVII, 15, 53, 83, 84, 85, 87, 90,91,92, 98, 116, 120 Gergen, M. M., 83 Giddens, A., 94, 95, 96, 120 Goffman, E., 35, 36, 37, 39, 40, 41 Grande, P., 58 Graumann, C. F., xvn, 1, 8, 9, 12, 16, 23,27 Grisez, J., 111, 112 Haines, H., 3 Harré, R., 38, 39, 40, 65, 87, 108, 110 Heider, F., 30, 31, 52, 54, 55, 56, 60, 77,87 Hewitt, J. P., 38 Hewstone, M., 57 Himmehvcit, H. T., 49 Hofstede, G., 89 Holt, E. B., 23, 24 Homans, G. C., 42, 43, 44, 45, 46 House, J. S., 113,114, 117,122 Hovland, C. I ., 22, 23, 28, 42 Howitt, D., 57, 58 Huici, C., 52, 57, 61, 64, 66, 67, 68 Hull, C. L., 29, 47 Ibáñez, T., 1, 10, 32, 62, 79, 82, 109, 112,114  Jackson, J. M., 28, 31  Jahoda, G., 28, 85  Jahoda, M., 27, 49, 68, 80, 96, 102, 114, 120  James, W., 33, 81  Janis, I., 23, 42  Jaspars, J., 9, 26, 65, 74, 79  Javaloy, F., 16  Jiménez Burillo, F., XVIII, 17, 23, 37, 42,108, 122  Joas, H., 35  Jodelet, D., 78  Jones, E. E., 54, 55 K antor, J. R., 26 K ellcy, FI. H., 23, 42, 43, 44, 54, 55, 56 K elly, G. A., 77 K erlinger, F. N., 81 K illian, L. M., 16 Koch, R., 12 Krauss, R. M., 44 Kroeber, A., 26 Kuhn, M. H., 35, 41, 101 Laín Entralgo, P., 84 Lamo de Espinosa, E., 40 L azarsfeld, P. F ., 27, 28, 80, 90, 114 Lazarus, M., 4, 5 Le Bon, G., 10, 11, 12, 15, 17, 23 Leontiev, A. N., 63, 86 Lewin, K., 15,27, 30, 98, 120 Leyens, J. P., 60, 108 Likert, R., 26 Lindzey, G., 36 Linton, R., 27 Lorenz, K., 22 Lück, H. E., 1, 4 Luckman, T., 37, 76, 88, 95, 97, 98 Lukes, S., 75 Lumsdaine, A. A., 28 Luria, A. R., 7, 63, 86 Munné, F., 3, 41, 42, 45, 49, 50, 84, 119 Murchison, C. M., 26 Manicas, P. T., 95, 121 Mannheim, K., 121 Manstead, A. S., 108 Marsh, C., 88, 98, 104, 107 Marsh, P., 87 MartínBaró, I., 97, 117, 120 Martín Cebollero, J. B., 117 Martín López, E., 121 McDougall, W., XIII, 3, 13, 14, 15, 17, 19, 20,21,22, 23 McG uire, W. J ., 92, 98, 118, 119, 120 McPartland, T. S., 101 Mead, G. H ., 7, 8, 9, 15, 21, 22, 24, 27, 32, 33, 34, 35, 37, 62, 63 Mead, M., 27 Meliá, J. L., 1 Meltzer, B. N ., 32, 35, 40,101 Milgram, S., 16, 30,112 Miller, N. E., 29, 42, 47 Minton, H. L ., 2, 22, 24, 45, 53 Montero, M., 78,79,117, 122 Morales, J. F., 42, 46, 47, 67, 68, 108, 109, 111 Morawski, J. F,, 1, 87, 90, 91 Moreno, J. L., 27 Moscovici, S., 12, 15, 16, 17, 27, 30, 64, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 81,82, 108, 112 Mowrer, O. FL, 29 Mugny, G., 72, 73, 111 Páez, D., 88, 118, 119,122 Palmonari, A., 74 Park, R. E., 10 Parker, I ., 65 Pasteur, L., 12 Peiró, J. M., 123 Pennington, D. C., 57,112 Pepitone, 23 Pérez, J. A., 72, 73 Petras, J. \ V., 32,35, 101 Pettigrew, T. F., 1, 92 Pinillos, J. L., 41 Platón, xvn Popper, K. R., 110 Potter, J., 65, 87 Sampson, E. E., 51 Sangrador, J. L., 61, 63, 77 Sarabia, B., 103, 108, 112 Saris, W., 107 Schutz, A., 37, 63, 100 Sears, R. R., 29 Secord, P. F., 38, 108, 110 Seligman, M. E. P., 42 Semin, G. R., 108 Sheffield, F. D., 28 Sheriff, M., 27, 112 Shotter, J., 65 Sighele, S., 11 Skinner, B. F., 43, 44 Sloan, T. S., 113 Smith, M. B., 28 Smith, P., 76 New'comb, T. M., 27 Nisbett, R. E., 57 Oakes, P. J., 69, 83 Orne, M. T., 109 Ortega y Gasset, J., 10, 15, 16 Osgood, C., 52 Ovejero, A., 15 Ramírez Dorado, S., 123 Reynolds, G., 2, 22, 24, 45, 53 Reynolds, L., 32, 35,101 Rist, R. C., 100 Roda, R., 17,28 Rodríguez, A., 16, 123 Rodríguez Pérez, A., 27, 43, 61 Rokeach, M., 31 Rosa, A., 58 Rose, A. M., 35 Rosenthal, R., 109 Roser, E., 87 Rosnow, R. L., 89, 97,117 Ross, E. A., XIII, 3, 20, 22, 23 Ross, L., 57 I ndi ce de nombres  148 Rotter, J. B., 42 147 I ndi ce de nombres   Thomas, W. I., 26, 33, 74, 79, 80  Thurstone, L. L., 26  Toch, FL, 16  Torregrosa, J. R., 15, 47, 68, 80, 117, 123  Totman, R., 96, 120  Triplett, N., 2, 3  Triandis, H., 89  Turner, J. C., 66, 68, 69, 83, 113  Turner, R. H., 16, 39 Uriz Pemán, M. J., 35 Valencia, J., 119 Van Avermaet, E., 73 Vaughan, G. M., 3 Vigotski, L. S., 7, 63, 86 Wagner, W., 112 148 Rotter, J. B., 42 Sampson, E. E., 51 Sangrador, J. L., 61, 63, 77 Sarabia, B., 103, 108, 112 Saris, W., 107 Schutz, A., 37, 63, 100 Sears, R. R., 29 Secord, P. F., 38, 108, 110 Seligman, M. E. P., 42 Semin, G. R., 108 Sheffield, F. D., 28 Sheriff, M., 27, 112 Shotter, J., 65 Sighele, S., 11 Skinner, B. F., 43, 44 Sloan, T. S., 113 Smith, M. B., 28 Smith, P., 76 Stanley, J., 108, 109, 110 Steinthal, H., 4, 5 Stephan, C. W., xvm, 114,121 Stephan, W. G., XVIII, 121 Stouffer, S. A., 28, 90 Strauss, A., 39 Stroebe, W., 67 Stronkj^orst, H., 107 Stryker, S., 36, 40, 41, 64, 95, 96, 116,120  Tajfel, H., 64, 65, 66, 67, 69, 96, 108, 123  Tannenbaum, P., 52  Tarde, G., 10, 11, 12, 13, 15  Taylor, S. T., 58, 87  Tedeschi, J. T., 52  Thibaut, J. W., 42, 43, 44 I ndi ce de nombres   Thomas, W. I., 26, 33, 74, 79, 80  Thurstone, L. L., 26  Toch, FL, 16  Torregrosa, J. R., 15, 47, 68, 80, 117, 123  Totman, R., 96, 120  Triplett, N., 2, 3  Triandis, H., 89  Turner, J. C., 66, 68, 69, 83, 113  Turner, R. H., 16, 39 Uriz Pemán, M. J., 35 Valencia, J., 119 Van Avermaet, E., 73 Vaughan, G. M., 3 Vigotski, L. S., 7, 63, 86 Wagner, W., 112 Walters, R. FE, 29, 47, 48, 50 Watson, J. B., 23, 33 Weber, M., 38, 63, 105, 106 Weiner, B., 57 Wetherell, M., 65, 87 Wexler, P., 117 Willer, D., 69 Wilson, E. O., 22 Wundt, W., xm, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 15, 21,33  Young, K., 91  Yudovich, F. I. A., 63 Zaiter Mejía, J., 84 Zajonk, R. B., 1, 42, 59, 61, 62, 110 Zeisel, H., 27, 80, 114 Znaniecki, F., 26, 74, 79, 80