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EDICIONES DE LA VICESECRETARIA DE EDUCACIÓN POPULAR MADRID 1941 Ramiro Ledesma, que nos ha dejado como huella de su paso por el mundo todos los emblemas y consignas que inspiraron el sentido más profundo de la revolución que se está llevando a cabo en estas horas, siquiera sea con propósitos y decisiones, ha muerto asesinado en una cárcel de Madrid el día 29 de octubre de 1936. Lo que soñó para el Estado y el pueblo españoles nos llega con el ardor de la polémica al través de artículos y ensayos; su personalidad, la que dio origen y expresión a esas ideas, queda en el recuerdo de los que le conocimos envuelta en el temblor de lo sagrado. La obra política que nos ha dejado escrita no es bastante para conocer las corrientes de pasión que agitaban su alma, porque, aparte de que la pasión no halla siempre medios apropiados de expresarse, Ramiro Ledesma era una de esas almas herméticas que se pasan la vida luchando entre lo que quisieran decimos y lo que pueden expresar con esfuerzo y con dolor. No es posible conocer a Ramiro Ledesma con sólo el estudio de su obra. Cualquiera habrá encontrado muchas veces en la vida hombres que parecen condenados a vivir en un perpetuo encierro; parece que la tarea más inaplazable de estas almas estriba en buscar por todas partes medios de expresión que las saquen del dolor de su aislamiento. Y Ramiro padecía esta tortura como pocos; sus escritos nos hacen creer que era uno de esos hombres que nacieron con el alma aterida y que no acertaron jamás a ver nada amable en parte alguna. Em hermetismo que padecía Ramiro agrandaba la tortura de su alma con la pasión que no podía echar fuera de si; y esto fué ante todo el fundador de las J. O. N. S., un hombre apasionado que vive preso en su pasión y que ni siquiera puede hacérsela presentir a los demás. No es posible conocer lo que fué la personalidad de Ramiro más que a sus amigos de todos los días, a los que discutían con él y podían vislumbrar la inmensa ternura que guardaba aquel corazón fuerte que jamás vivió sin un destello de esperanza, aunque, como sucede siempre con la esperanza, no acertara jamás a saber a ciencia cierta qué esperaba. Solo tuvo que afrontar la crisis temerosa que se adueñó como una plaga de las almas cuando se vino abajo el mundo de la Ilustración; solo tuvo que afrontar la tremenda faz de España en las postrimerías del régimen monárquico y en los comienzos de este infausto régimen que ha costado ríos de sangre y de ilusión, y solo tuvo que afanarse en buscar un credo y un hontanar de ensueños que nos permitieran vivir, aunque fuera como los lirios del campo y los pájaros del aire, que Dios provee de esplendor y de sustento. Y en medio de estas desazones y malos presagios, cuando encontrábamos a Ramiro ajetreado en sus quehaceres de la vida cotidiana, nos hablaba de lo más alejado, de lo que ni siquiera le estremecía; era un alma, condenada a vivir siempre de sí misma, y así llegó hasta la linde del misterio un día de otoño. No sabe lo que dice quien aspira a conocer la doctrina política de un hombre sin procurar primero ahondar con sobresalto en su corazón. Las doctrinas políticas serían meras juegos de ideas a merced del viento y propicias en toda ocasión a extinguirse como un rayo de luna en la sombra de la noche. Aunque no se entienda bien esto, voy a atreverme a decir que se conoce mejor la armazón ideológica de un hombre cuando se conocen sus íntimos anhelos e incertidumbres; las ideas son bien poca cosa la pasión o la tortura que las anima lo es todo* y lo que hallamos en la obra escrita de Ramiro Ledesma es fruto de una pasión incontenible que no encuentra nunca modos propios de expresión. Quien pretenda usar las ideas que nos quedan de Ramiro como palancas de una acción posible, hará bien en estudiarlas sin cuidarse del manantial de que brotaron, pero quien no se contente con lo que se le da a primera vista y pretenda entrever el sello inefable de personalidad que las animaba... tendrá que renunciar a su empeño. Ramiro n