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El Estructuralismo Historia, Problemas Y Métodos

Estructuralismo, historia del

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GO 4-* Í3> U n procedimiento tal se llama definición recursiva de un concepto o definición por enumeración recursiva. U na gramática caracteriza pues todas las reglas que de ella se derivan, y las caracteriza con simultaneidad ló­ gica, ya que las reglas de un tal sistema no describen un proceso que transcurre en el tiempo. Son meramente un esquema lógico, que determina qué combinaciones de elementos pueden formarse. En este sentido, la gramá­ tica castellana es una definición recursiva del concepto frase de la lengua castellana. Podemos también concebir una gramática por analogía con el programa de un au­ tómata calculador, programa que determina relaciones abstractas susceptibles de muy distintas relaciones físicas según el autómata que lo ejecute. 7.2. De la estructura de un sistema generativo, de la form a de sus reglas y de la interacción entre ellas, de­ penden el conjunto y la especie de los elementos que 47 podrá enumerar. El esquema general para las gramáti­ cas de lenguas naturales debe por consiguiente tener en cuenta todos los aspectos de las posibles estructuras de frases. En primer lugar, el carácter de sistema de signos in­ herente al lenguaje significa que cada frase enlaza una estructura fónica con un significado. Podemos pues con­ siderar las frases como parejas de estructuras, formadas por una matriz fonológica y una combinación de rasgos semánticos. En consecuencia, la gramática tiene que ge­ nerar para cada frase a la vez una estructura fónica y una estructura de significado. Partiendo de tal premi­ sa, una gramática puede concebirse también como un mecanismo que coordina un conjunto infinito de estruc­ turas semánticas con un conjunto infinito de estructuras fónicas. Por ejemplo, establece que la sucesión fónica Bebe se enlaza con un significado que puede parafra­ searse así: El hablante invita al oyente a ingerir un lí­ quido. Pero con esto no precisamos todavía bastante la ta­ rea de la gramática. En las lenguas naturales, la coordi­ nación entre la estructura lógica y la semántica no es biunívoca. Una sucesión fónica puede tener varios sig­ nificados, y un significado puede expresarse por varias sucesiones fónicas. Así, la palabra alemana Absatz, ex­ cepcionalmente rica en polisemia, puede significar entre otras muchas cosas “tacón” , “volumen de ventas” , “pá­ rrafo”, “pausa”, “rellano” . La sucesión fónica que es la frase Der Absatz ist zu niedrig “El X es demasiado bajo” tiene pues por lo menos tres significados, y cada uno de ellos puede expresarse igualmente mediante la frase Der Absatz ist nicht hoch genug “El X no es bas­ tante alto” . En casos dados, pues, la gramática tiene que hacer corresponder varias estructuras de significado a una estructura fónica, y la misma estructura de signifi­ cado tiene que reaparecer en las frases sinónimas. Si una frase tiene varios significados es cosa que de­ pende de variados factores. En el ejemplo que acabamos de dar la ambigüedad procede de la polisemia de la pa­ labra Absatz. Pero la frase castellana Teníamos a la 48 niña encima del televisor posee dos significados que re­ sultan de distintas agrupaciones sintácticas de sus ele­ mentos. Utilizando la representación mediante árboles de derivación, explicada en los ejemplos (5) y (6), podemos expresar el hecho así: adverbio prep. Teníamos a la (b) niña art. sustantivo i i i i encima de el televisor frase verbo prep. nominal / \ art. Teníamos a preposicional / \ sustant. adverbio nominal / \ prep. art. sustantivo l i l i l í la niña encima de el televisor 49 (En ambos casos, una regla m orfofonológica realiza la “contracción” , o sea el paso de de el a del.) Con la estructura (a), la frase significa Teníamos a la niña puesta encima del televisor, mientras que con la estructura (b) puede corresponder a Por si no bastara con el ruido del televisor, teníamos a la niña. D e ahí se sigue que, si la gramática tiene que dar completa cuenta del modo com o una frase es comprendida, está obligada a señalar la es­ tructura sintáctica, además de la estructura fónica y de las combinaciones de rasgos semánticos. Ello puede ha­ cerse formalmente mediante un árbol de derivación de la forma indicada, donde en los puntos de ramificación se consignan las categorías sintácticas y las ramas seña­ lan la pertenencia de los elementos sintácticos de base, los morfemas y las palabras. Esta concepción, precisa­ mente, era base común de la glosemática, del distribucionalismo, y en general de la teoría taxonómica. Pero ahora nos incumbe explicar por qué es insuficiente para las lenguas naturales. Las sencillas frases de las figuras (10 a) y (10 b) lo muestran ya. (T am b ién e n este caso u n a re g la m o rfo fo n o ló g ic a d a a l soldado.) L a e stru c tu ra sin táctica d e am b as frases es d istin ta, si sólo consid eram o s la segm en tació n ta x o n ó ­ m ica. P e ro tien en el m ism o significado, y ello se debe a q ue en u n nivel m ás a b stracto p resen tan las m ism as relaciones sintácticas e n tre los elem entos com ponentes. L a diferen cia es, en u n sentido que puede especificarse con precisión, superficial. P a ra expresar este hecho, la gram ática tiene que co nstruir, adem ás de las estructuras (10 a) y (10 b) p a ra las sendas frases, un a estructura profunda abstracta, com ún a am bas. T al estructura p ro ­ fu n d a se halla tam bién en la base de la versión, en frase subordinada, La comedia term ina con que el diablo se lleva al soldado. Y otras num erosas versiones, por ejem ­ plo El diablo es quien se lleva al soldado, o Se ve com o el diablo se lleva al soldado, o V em os al diablo llevarse al soldado, de estructuras superficiales muy distintas, de­ rivan de la misma estructura profunda de las frases ( \0 a) y (10 b). P ara com prender por ejemplo la últim a frase, hay que saber, en efecto, que la com binación el 50 (10) (a) frase predicado sujeto art. sustantivo pron. El diablo objeto verbal verbo se prep. lleva a nominal art. sustantivo el soldado frase prep. A nom inal art. sustantivo el soldado p ron. p ron. verbo se lo lleva art. sustantivo el diablo 51 diablo tiene a la vez dos funciones sintácticas: es objeto en la frase Vemos al diablo, y es sujeto latente del grupo de infinitivo llevarse al soldado, lo cual resulta visible en la frase casi sinónima Vemos al diablo que se lleva al soldado, donde el relativo que, según el análisis tra­ dicional, representa a el diablo y es sujeto de la subor­ dinada. También la estructura profunda puede represen­ tarse mediante un árbol de derivación, que sin embargo no puede referirse ya directamente a las palabras con­ cretas, a su forma y a su orden de sucesión. Prescin­ diendo de detalles, las frases que comentamos tienen la siguiente estructura profunda común: ( 11) frase definido diablo definido soldado verbo tiempo llevarse presente El elemento definido es en este esquema la forma abstracta del artículo, que en ciertas construcciones pue­ de contraerse con la preposición que indica el objeto de la estructura de superficie. A su vez, toda la estructu­ ra (11) puede incrustarse en una estructura supraordinada, y entonces, según hemos visto, aparece en la su­ 52 perficie como una frase subordinada o un grupo de infinitivo. Así como para la estructura fónica hacían falta una representación más abstracta y otra más concreta, tam­ bién para la sintaxis tenemos que postular dos niveles: la estructura profunda y la estructura de superficie. Am­ bos pueden representarse mediante árboles de derivación, y hay que referirlos el uno al otro mediante reglas des­ tinadas a garantizar que a una estructura profunda se le subordinarán todas las estructuras de superficie lícitas, y sólo éstas. Así, como en castellano un verbo prono­ minal no admite el pasivo, de (11) no puede derivarse la frase E l soldado es llevado por el diablo, cuyo verbo es distinto del que figura en (11), ni tampoco El soldado se fue llevado por el diablo, que corresponde a su vez a otra estructura profunda, ni mucho menos El soldado fue llevádose por el diablo, frase defectuosamente for­ mada. En cambio, sí puede derivarse la interrogativa ¿Se lleva el diablo al soldado? La noción de que la concreta estructura sintáctica de las lenguas naturales tiene en su fondo una forma abs­ tracta, más cercana a las relaciones lógicas, es vieja de siglos y fue formulada explícitamente en la Grammaire générale et raisonnée de Port-Royal. Posteriormente, rea­ parece en el concepto de form a interna de las lenguas, en Wilhelm von Humboldt. Sólo esta estructura abstracta determina el significado de las frases: las variaciones de forma en la estructura de superficie no ejercen ningún influjo sobre la semántica. En cambio, determinan cier­ tas propiedades de la estructura fónica, tales como las formas de flexión, la acentuación y la entonación de la frase. 7.3. Si resumimos los aspectos de la estructura de las frases que un oyente o hablante tiene que dominar, y las informaciones que una gramática tiene que dar como mínimo sobre las frases, resulta un sistema de cinco niveles: cada frase tiene que caracterizarse mediante una representación concreta y otra abstracta tanto de la es53 tructura sintáctica como de la fónica, y además por la estructura de su significado: (12) significado sintaxis estructura fónica estructura profunda = complejos de rasgos semánticos = árbol de derivación abstracto estructura de superficie = árbol de derivación concreto estructura = matriz clasificatoria morfofonológica estructura fonética = matriz fonológica Al conjunto de las cinco representaciones de una fra­ se lo llamaremos su descripción estructural. Con ello po­ demos definir una gramática, más precisamente, como un mecanismo que produce un conjunto infinito de descrip­ ciones estructurales. Toda descripción estructural coor­ dina árboles de derivación, matrices y complejos de ras­ gos semánticos, del modo pertinente para una lengua dada. Esto implica una modificación del concepto len­ gua según lo hemos definido en la sección 7.1. Por una lengua hay que entender ahora un conjunto infinito de estructuras a las que es posible representar mediante des­ cripciones estructurales del tipo (12). Las frases de las lenguas naturales han resultado ser conformaciones complicadas, y además cuyas estructuras se correlacionan de múltiples maneras. Pero sus carac­ teres obedecen a condiciones exactamente formulables y universales. Aunque hemos ilustrado los detalles con formas particulares de unas pocas lenguas, el esquema general constituye una hipótesis sobre las posibilidades estructurales de todas las lenguas naturales. Los cinco niveles y sus elementos y relaciones característicos son universales formales, de la especie indicada a propósito 54 de la glosemática. Con lo cual el sistema de los niveles se convierte también en una hipótesis sobre un aspecto de la facultad de lenguaje humana: el sistema nervioso central del hombre tiene que estar organizado de tal modo que en él puedan generarse y representarse estruc­ turas complejas del tipo (12). Entendido así, como pos­ tulado de la psicología del lenguaje, el sistema puede verificarse y corregirse contrastándolo con hechos tanto lingüísticos como psicológicos. 7.4. De la multiplicidad de estratos en la estructura de las frases resulta una correspondiente complejidad en la edificación de la gramática. Su investigación ha hecho grandes progresos en los últimos años, y los conocimien­ tos hasta ahora adquiridos han sido expuestos por Chomsky, Halle, Postal, Katz y otros. Según ellos, las reglas que una gramática contiene se articulan en tres componentes: sintaxis, semántica y fonología. En primer lugar, las reglas sintácticas generan un conjunto infinito de estructuras sintácticas, coordinadas por una parte con su significado mediante las reglas semánticas, y por otra parte con su estructura fónica mediante las reglas fono­ lógicas. La sintaxis encierra dos tipos de reglas, cuyas fun­ ciones son enteramente distintas. Como fundamento para todas las ulteriores propiedades de una frase, las reglas de formación generan una jerarquía de categorías y re­ laciones sintácticas. El resultado es un árbol de deriva­ ción abstracto, en cuyos puntos terminales las reglas léxicas introducen los morfemas o las palabras parti­ culares, resultando una estructura profunda como la mostrada en el ejemplo (11). Para pasar de estas estruc­ turas profundas a las estructuras superficiales de cada frase, hay que emplear una segunda clase de reglas. Las reglas de transformación alteran el orden de los ele­ mentos del árbol de derivación, añaden marcas de flexión (la preposición a para ciertos objetos directos en caste­ llano, la desinencia personal adecuada para el verbo, et­ cétera), y eliminan elementos que en cada frase se so­ breentienden, ya que figuran en su estructura abstracta pero no en la realización efectiva, por ejemplo el sujeto tú en la frase ¡Bebe! Las reglas de transformación, pues, se aplican a árboles de derivación para modificarlos. Las dos clases de reglas corresponden a dos distintos carac­ teres básicos de todas las lenguas naturales: las reglas de formación asignan a las frases su estructura jerárquica y determinan las funciones de los morfemas y complejos de morfemas, en tanto que las reglas de transformación precisan las diversas modificaciones posibles o necesa­ rias para una estructura profunda dada, siempre con referencia a su conformación jerárquica, y de modo tal que aparecen siempre nuevos complejos jerárquicos. Im ­ piden, entre otras cosas, que de (11) surja una forma­ ción como E l soldado fu e llevádose por el diablo. Esta concepción imposibilita el concebir una frase como un encadenamiento puramente lineal de palabras o de m or­ femas, para el que la gramática no puede indicar más que la probabilidad de que una palabra siga a otra. Tal interpretación lineal y estadística de la sintaxis desem­ peñó un papel considerable en los primeros intentos de encontrar una formulación matemática de la sintaxis de las lenguas naturales. Su plausibilidad es falaz, ya que disimula la articulación jerárquica de todas las fra­ ses naturales. Requieren también explicación particular las reglas léxicas, cuyo conjunto determina el voluminoso compo­ nente de la gramática que es el vocabulario. Para cada morfema particular, tales reglas precisan bajo qué con­ diciones puede ser introducido en un árbol de deriva­ ción. En el ejemplo El diablo se lleva al soldado, sería sintácticamente correcto poner agarra en el lugar de lleva, y también lo sería poner agarra, así como mata o sigue, en vez de se lleva, pero no lo sería poner mata en vez de lleva: El diablo se mata al soldado es abe­ rrante. Podríamos reemplazar diablo por rey, pero no por tenedor, obteniendo El tenedor se lleva al soldado. Los morfemas, pues, deben clasificarse desde variados pun­ tos de vista, no sólo según las tradicionales clases de palabras: verbo, sustantivo, adjetivo, etc., sino diferen­ ciando verbo con objeto directo obligatorio, sustantivo 56 personal, adjetivo graduable, etc. Esto puede hacerse mediante rasgos clasificatorios sintácticos, de modo que a cada morfema le corresponda un complejo de rasgos sintácticos: normalmente, un morfema puede usarse sólo cuando dicho complejo concuerda con las condiciones que se especifican en un árbol de derivación. El mor­ fema en sí mismo viene caracterizado por su forma fóni­ ca y se representa mediante una matriz clasificatoria. Esta matriz tiene que distinguir el morfema en cuestión de todos los demás, por ejemplo en de un, por de par, etc. y para tal fin no necesita indicar todos los rasgos dis­ tintivos que componen los morfofonemas. Arriba hemos indicado que el morfema alemán köniG termina en un elemento abstracto G del que pueden salir tanto g como x. Pero de acuerdo con la estructura fónica de la lengua alemana, un morfema que empieza por köniy le falta sólo un segmento para terminar, sólo puede terminar en consonante. Por lo tanto, es innecesario es­ pecificar los rasgos -vocálico, + consonantico, en el vo­ cabulario, para el segmento final G. Tales rasgos se deducen de reglas de redundancia generales. En vez de la representación morfofonológica completa, el vocabu­ lario contiene, pues, tan sólo una caracterización mínima de los morfemas singulares. Las reglas de redundancia, que ulteriormente garantizan la posibilidad de completar las matrices morfofonológicas, explican el principio de conformación de los posibles morfemas, y con ello otro hecho de gran importancia. En castellano, por ejemplo, la inexistencia de los morfemas plavo y tlavo resulta de dos razones enteramente heterogéneas: tlavo es imposi­ ble como forma fónica castellana, mientras que plavo es una forma fortuitamente no usada (compárese plato y clavo), que podemos introducir inmediatamente en el vocabulario como un neologismo. Las reglas de redun­ dancia, que distinguen entre tales morfemas imposibles y permisibles, tienen que formularse independientemente para cada lengua, y explican el que Tbilissi sea una for­ ma existente en georgiano, mientras que ni en alemán ni en castellano es una sucesión normal de sonidos. Ade­ más de los rasgos sintácticos y morfofonológicos, el vocabulario da para cada unidad los rasgos semánticos, que caracterizan su significado. También en este punto hay que evitar la redundancia. Del sustantivo hermano, por ejemplo, sabemos que comparte con padre, rey, sol­ dado y muchos otros los rasgos animado y humano. Pero estos rasgos se deducen ambos automáticamente del rasgo más especial grado de parentesco, y pueden, pues, introducirse mediante reglas de redundancia, exac­ tamente como los rasgos fónicos. En resumen, cada unidad del vocabulario se com­ pone de una matriz morfofonológica, de un complejo de rasgos sintácticos y de otro complejo de rasgos se­ mánticos. Para que un morfema (representado por sus rasgos morfofonológicos) pueda'introducirse con sus ras­ gos semánticos en un árbol de derivación, la condición necesaria y suficiente es que sus rasgos sintácticos lo permitan. La representación reducida de todos estos complejos de rasgos, que las reglas de redundancia ha­ brán de completar, descarga de una multitud de infor­ maciones predecibles la parte de la gramática en la que deben acumularse la mayor parte de las formaciones individuales. Ello corresponde psicológicamente al hecho de que un hablante, al aprender una palabra nueva, ya “sabe” muchas de sus propiedades fónicas y semánticas, porque aquella palabra no se añade simplemente a una lista amorfa, sino que se integra en un sistema altamente estructurado de conexiones, el vocabulario con sus re­ glas de redundancia. La estructura del vocabulario, pues, se correlaciona estrechamente con el hecho de que no cuesta ningún esfuerzo aprender un gran número de vocablos suplementarios cuando se conocen los princi­ pios estructurales del léxico, mientras que es difícil re­ cordar unas pocas palabras en una lengua extranjera. Las reglas de formación sintáctica forman, junta­ mente con el vocabulario, la base de la sintaxis y de la entera gramática. Las reglas de la base fijan para cada frase su estructura fundamental: los morfemas compo­ nentes, las funciones sintácticas de los mismos, y el sig­ nificado. Pero los significados de los morfemas singulares no son sin más el significado de la frase entera. Por 58 ello tienen que operar, sobre la estructura profunda, las reglas semánticas, que, a partir de las conexiones sintác­ ticas, amalgaman los significados de los morfemas en significados de complejos mayores, y finalmente en el de toda la frase. Sobre la misma estructura profunda ope­ ran también las reglas de transformación, pero sin con­ siderar el significado ni influir sobre él. La concreta su­ cesión de morfemas que entonces resulta viene comple­ tada, mediante las reglas de redundancia, hasta dar la representación morfofonológica, de la cual las reglas fonológicas derivan la matriz fonológica, de! modo ya conocido. Los cinco niveles del esquema (12) se aplican, pues, gradualmente en la generación de una frase, correlacio­ nados unos con otros por las reglas de la gramática. Los tipos de reglas y sus interconexiones, aquí sólo delinea­ dos aproximadamente, pueden formularse de modo exac­ to y general con medios matemáticos, y se puede estudiar con precisión el efecto de las diversas premisas. Inves­ tigaciones formales de este tipo han sentado los cimien­ tos de una exacta teoría matemática de la competencia lingüística, que no consiste en una matematización me­ ramente externa de la lingüística, sino que ha surgido de su evolución autónoma, como la formulación matemáti­ ca de problemas astronómicos o físicos surgió del des­ arrollo de la física y de la astronomía. 7.5. Tenemos que considerar algo más de cerca la con­ formación del significado de la frase y la función de las reglas semánticas. Si el significado de una frase resulta del de sus particulares morfemas y de las relaciones sin­ tácticas entre ellos, entonces unos mismos morfemas enlazados por distintas estructuras profundas deben pro­ ducir distintos significados de frase. En (9) hemos con­ siderado ejemplos de este hecho. Por otra parte, la mul­ tiplicidad de sentidos de una frase puede resultar de la polisemia de una palabra, como la palabra alemana Absatz, considerada en la sección 7.2. Por consiguiente, las palabras con más de un sentido deben registrarse en el léxico con más de un complejo de rasgos semánticos. 59 La regla léxica para Absatz debe contener como mínimo complejos de rasgos para los significados “parte del za­ pato”, “venta de mercancías” , “interrupción en un con­ tinuo” , y este último complejo tiene que subdividirse a su vez en “interrupción en un texto”, “interrupción en un proceso temporal”, “interrupción en ciertos objetos espaciales”. En principio los cinco significados están dis­ ponibles, cuando una estructura profunda contiene la palabra A bsatz■ Pero como la frase Der Absatz steigt sólo tiene un sentido, “El volumen de ventas sube” , re­ sulta que dada la combinación de Absatz con steig- (el radical de “subir”) las reglas semánticas tienen que ex­ cluir todos los sentidos de Absatz excepto el segundo. En la frase Der Absatz ist zu niedrig tienen que conservarse los significados primero, segundo y quinto, excluyendo en cambio las posibilidades “párrafo” y “pausa” . Estas posibilidades podrían ligarse con kurz “corto”, pero no con niedrig “bajo” . Esto ilustra la primera función de las reglas semánticas. Por otra parte, todo hablante del alemán sabe que las frases Der Absatz ist zu niedrig y Der Absatz ist nicht hoch genug significan aproximada­ mente lo mismo, incluyendo la triple polisemia, a pesar de que se componen de morfemas diferentes. Aquí en­ tra la segunda función de las reglas semánticas. Los complejos de rasgos semánticos deben disponerse de tal modo que para expresiones sinónimas resulten finalmen­ te las mismas estructuras de significado, aunque en la base tengan palabras distintas. Ahora hay que distinguir dos modos esencialmente distintos de combinación de los elementos básicos del significado. Por una parte, los ras­ gos semánticos tienen que agruparse en el léxico for­ mando significados de palabras. Estas combinaciones hay que aprenderlas, son parte de la competencia del ha­ blante, y form an entre los elementos dados de la con­ formación de la lengua. A partir de ellas, y de acuerdo con las reglas de formación, pueden componerse nuevas y mayores combinaciones, con una variabilidad ilimita­ da. Este sistema de combinación opera dentro del marco de las reglas aprendidas, que constituyen la competencia lingüística. Pero, además, todo hablante o toda comuni60 dad lingüística puede form ar también nuevas combina­ ciones de rasgos e introducirlas en el léxico, sea que a un m orfem a se le atribuya un nuevo significado — por ejemplo cuando se dota a la palabra cáncer de los rasgos de tumor maligno— , sea que se introduzca un morfema enteramente nuevo, como sputnik con el sentido de saté­ lite artificial. En ambos casos aparecen nuevas combina­ ciones de rasgos, no mediante la aplicación de la gra­ mática aprendida, sino mediante su alteración, o sea mediante una modificación del léxico. Es evidente que éste es uno de los procedimientos por los que una lengua cambia, y que en toda lengua viviente se utiliza sin cesar esta posibilidad. Sin embargo, hay que distinguir riguro­ samente entre la generación de nuevos significados por aplicación de las reglas adquiridas, y su generación por modificación de las reglas. El término generar tiene significados distintos en uno u otro caso. En el primer caso significa la utilización de reglas dadas, mientras que en el segundo incluye una intervención en el sistema de reglas. 7.6. Los variados tipos de reglas gramaticales y su in­ teracción en los componentes de la gramática vienen motivados empíricamente por propiedades que reapare­ cen en todas las lenguas. Junto con las premisas sobre las propiedades formales básicas de la estructura de las frases, constituyen el sistema de universales formales, que caracteriza el conjunto de todas las lenguas natu­ rales. Form ulado exhaustivamente, este sistema es la armazón form al de la teoría del lenguaje humano, y la descripción de cada lengua particular es un caso espe­ cial de tal teoría. Lógicamente, los universales formales pueden concebirse como una m etateoría que estudia las propiedades de toda gramática, mientras que cada gra­ m ática es la teoría de una lengua determinada. Esta ar­ mazón de la teoría del lenguaje puede formularse como una teoría matemática, y ocupa un puesto dentro del álgebra y de la teoría de los autómatas abstractos. Psi­ cológicamente, los universales formales son una hipótesis sobre la disposición del organismo hum ano que lo capa­ 61 cita para dominar las lenguas naturales. Ya que el do­ minio del lenguaje es uno de los más específicos logros del hombre, el estudio matemático de los universales lin­ güísticos aporta significativas conclusiones sobre la capa­ cidad de la inteligencia humana y los procesos neurofisiolcgicos de que resulta. H ay que dar por supuesto que existen dos cotos: por arriba, no se puede salir del dominio de los autómatas con memoria finita, y por abajo hay que garantizar como mínimo la complejidad necesaria para la generación de las lenguas naturales. La delimitación estricta de este dominio todavía muy vasto es uno de los problemas más interesantes de la lingüís­ tica matemática. ' También falta completar el sistema de los universa­ les sustantivos: los particulares elementos con que se construyen las gramáticas. Entre otras consideraciones, lo demuestra lo siguiente. Para comprender el sentido de una frase hay que saber por lo pronto su estructura sintáctica profunda y los significados de cada morfema. Ahora bien, el análisis de distintas lenguas ha mostrado que, a pesar de todas las divergencias de los tipos es­ tructurales, las estructuras profundas presentan caracte­ res esenciales comunes. Sin saber el chino o el mohawk, comprendemos la estructura semántica de sus frases si se nos dice el sentido de sus morfemas y la estructura profunda. Esto lleva a la conclusión de que las unidades sintácticas básicas, tales como sujeto, predicado, objeto, verbo, adverbio, nombre, etc., son universales sustanti­ vos. Paralelamente al inventario fundamental de los rasgos distintivos fonológicos y semánticos se da, pues, un conjunto de categorías sintácticas entre las que cada lengua hace su elección. Es precisamente ésta la con­ cepción que se hallaba en la base de la tradicional gra­ mática universal. Sin embargo, su demostración convin­ cente fracasaba por la insuficiencia del instrumental teó­ rico. Podemos incluso dar un paso más por este camino. N o sólo las categorías sintácticas, sino también las re­ glas de formación esenciales que las combinan en los árboles de derivación de las estructuras profundas, son 62 posiblemente universales, y no hay que aprenderlas de nuevo para cada lengua. Pero esto significa que, ade­ más de los elementos con que operan las gramáticas de las lenguas singulares, también una parte de sus reglas sale de un depósito general y, en tanto que universales sustantivos, determinan las capacidades humanas que hemos designado como faculté de langage. Y esto no vale sólo para el terreno de la sintaxis. Con gran pro­ babilidad, también las reglas semánticas son en gran parte independientes de las gramáticas particulares: la agrupación de los significados de los varios constituyen­ tes, 1a. resolución de ambigüedades, se realizan del mis­ mo modo en todas las lenguas. Incluso las reglas que determinan la estructura fónica no son todas peculiares a cada lengua. Un problema abierto, y muy importante para la investigación venidera, es el de determinar en qué medida ciertas reglas generales restringen las im­ previsibles posibilidades de variación en la estructura de las lenguas naturales y en sus gramáticas, o sea, en qué medida todas las lenguas' naturales se caracterizan por propiedades invariantes, cuya base hay que buscar en las capacidades innatas del organismo humano. 8. El reconocimiento del carácter productivo de la ca­ pacidad lingüística arroja nueva luz sobre la relación en­ tre lengua y habla, entre el conocimiento y el uso de la lengua. La analogía, que antes hemos mencionado, en­ tre una sonata y sus ejecuciones, no es ya suficiente. Desde nuestro punto de vista actual, la competencia del hablante se parece menos a la partitura de una sonata que a sus reglas de composición. En cierto modo, el hablante une en un solo acto los papeles del compositor y del intérprete. El uso del lenguaje se parece, pues, más bien a una improvisación musical siguiendo las reglas de un determinado sistema tonal. Pero de las reglas de la gramática y de su conexión sistemática no se siguen de ningún modo directamente los procesos psíquicos o neurológicos que operan en un concreto acto de habla. Para captar este aspecto, hay que enlazar la gramática con diversas estrategias que determinan su aplicación ajustada a las condiciones psicológicas. Se necesita una estrategia para el papel del hablante y otra para el del oyente, que interfieren de manera complicada. No es fácil formular hipótesis con fundamento sobre la edifi­ cación de dichas estrategias, y en este terreno la inves­ tigación apenas ha empezado. La teoría del uso del len­ guaje investiga los mecanismos psíquicos que regulan la aplicación de la competencia lingüística. D e todos mo­ dos, tales estrategias no pueden depender de las diver­ sidades de las lenguas particulares: forman parte de la constitución general del hombre, que le posibilita el uso de una lengua cualquiera. 8.1. Lo que hace el hablante al form ular y pronunciar una frase puede sugerirse más o menos del modo si­ guiente. Un pensamiento, un deseo, una imagen — o, con toda generalidad: una intención comunicativa— son acomodados a las estructuras de significado que la gra­ mática hace posibles; se elige la form a sintáctica y fo­ nológica adecuada a aquella estructura de significado; y finalmente los órganos del habla se innervan según el patrón fonológico de la frase, y se produce una corriente fónica. De modo que la estrategia del hablante puede considerarse como un mecanismo en el que se introduce el pensamiento y del que se extrae una señal acústica: (13) Estructura del pensamiento Estrategia del hablante Ondas sonoras Este proceso general, que encierra una comunicación dentro de una sucesión de señales físicas, se compone de varias estrategias parciales, entrelazadas de modos complicados. Un componente relativamente autónomo introduce la estructura sintáctica superficial, de acuerdo con las reglas fonológicas, en los patrones de inerva64 ción para los órganos del habla. Para el uso escrito de la lengua, a este componente periférico tiene que subor­ dinársele u n a estrategia especial, que organiza los im ­ pulsos para la actividad de escribir según la estructura sintáctica de superficie. Esta estrategia parcial tiene que apoyarse también en un componente modificado de la gramática, y a que las estructuras fónica y escrita de una lengua n o se corresponden. Ambos componentes vienen controlados po r estrategias cen trak ;, que encierran la comunicación intentada dentro de la estructura sintác­ tica requerida. Según la hipótesis que hemos fundamentado en la sección 5.3, la estructura del pensamiento viene deter­ minada p o r inclinaciones o disposiciones generales hu­ manas que son base de los rasgos semánticos. Si esto es cierto, entonces las ideas que el hablante intenta co­ m unicar tienen una estructura discreta, enlazada, de un modo todavía desconocido, con la estructura de la len­ gua. Lo seguro es que no todo pensamiento puede ex­ presarse en toda lengua de manera análoga: donde en chino será adecuada una breve frase, el alemán nece­ sitará una secuencia larga y complicada, y viceversa. La causa son las diferencias léxicas y sintácticas en las gra­ máticas de las distintas lenguas. Por consiguiente, un proceso parcial esencial en la estrategia del hablante tiene que acom odar la estructura del pensamiento a la construcción del significado de una frase o parte de fra­ se posible en la lengua, que pueda ser representada me­ diante una estructura sintáctica profunda. La estructura del pensamiento organiza un plan sintácticamente estruc­ turado, que pone en movimiento los detalles concretos del acto de habla. N o sabemos por ahora describir con mayor precisión el modo como se elabora este plan sin­ táctico. U na simple coordinación entre conceptos y pa­ labras o entre juicios y planes de frase queda excluida ya por el hecho de que primero hay que generar las propias estructuras lingüísticas, que sólo están dadas en form a de reglas de formación. N o se puede, pues, pos­ tular que el pensamiento tiene una existencia autónoma anterior a su estructuración lingüística, aunque ciertas investigaciones psicológicas muestran que tampoco cabe excluir esto, como una posibilidad entre otras. Por con­ siguiente, se puede entrever que hay grados distintos en cuanto a la dependencia en que los pensamientos que hay que codificar se encuentran respecto al lenguaje. Otro complejo parcial de la estrategia traslada los elementos y relaciones sintácticos que son base de la es­ tructura del significado al plan más concreto de ia estructura sintáctica de superficie. Esto se realiza sobre la base de las reglas sintácticas transformacionales, se­ gún la capacidad de la memoria operacional: estructuras complicadas, que desbordan de la capacidad de realiza­ ción de la estrategia, son bloqueadas, alteradas estructu­ ralmente, despedazadas, reconstruidas. Sólo entonces pueden las estrategias periféricas producir la efectiva form a fónica o escrita. Este esbozo, necesariamente indeterminado, muestra claramente que la gramática es una de las condiciones previas decisivas para la estrategia del hablante: la gra­ mática ofrece las estructuras requeridas para la codifi­ cación, para la producción de una frase. Sin embargo, no hay que confundir la generación de una frase según las reglas de la gramática con el habla efectiva. Una com­ paración con la aritmética aclarará esta importante dis­ tinción. Las reglas de la multiplicación o de la adición determinan formalmente cómo hay que construir el pro­ ducto o la suma de cualesquiera números. El conoci­ miento, por lo menos inconsciente, de dichas reglas es condición necesaria para toda operación de cálculo, o sea que las reglas tienen que estar, com o la gramática, presentes en el cerebro. Pero el m odo como se ejecuta una operación determinada de cálculo mental depende de una estrategia calculatoria que no es parte de la aritmética. La condicionan, entre otras cosas, las limi­ taciones de la memoria. Una multiplicación que ya re­ sulta imposible mentalmente se hace fácil cuando un lápiz y papel extienden el alcance de la memoria. Y no por ello cambian las reglas almacenadas en el cerebro. Análogamente, un enunciado concreto no se produce aplicando las reglas según la constitución lógica de la 66 gramática. Esta prescribe sólo que el resultado de todas las operaciones de la estrategia del hablante tiene que presentar determinada estructura. N o es, pues, de rigor que se genere primero una estructura profunda com­ pleta, que luego se la traslade a la estructura de super­ ficie y finalmente se la recubra fonológicamente. Puede ser también que se produzca en seguida una parte de una frase y se la pronuncie con todas sus propiedades fono­ lógicas, y que luego se complete la estructura profunda. Los distintos procedimientos parciales tienen, pues, que poder recorrer múltiples ciclos y contener muchas re­ troacciones. Como en el cálculo mental, al producir fra­ ses puede suprimirse la limitación resultante de las es­ trecheces de la memoria. Una frase que supera la capacidad de alcance de la memoria operacional y, por consiguiente, cae en el anacoluto, puede fácilmente rec­ tificarse de acuerdo con las reglas de la gramática me­ diante lápiz y papel. De ahí resulta que no sólo las partes periféricas de la estrategia, sino también partes centrales, operan de modos muy variables tanto en el habla como en la escritura, lo.cual podemos percibir con toda facilidad reflexionando sobre el proceso del es­ cribir. 8.2. Dicho con alguna tosquedad, el oyente tiene que invertir el acto del habla: a partir de una sucesión de ondas sonoras o de trazos en un papel, tiene que des­ cubrir la estructura de la frase con todas sus propiedades esenciales. La estrategia del oyente es, pues, un meca­ nismo de entrada y salida que recibe las ondas sonoras y entrega la descripción estructural de la frase, según está presente en el cerebro: (14) Ondas sonoras Estrategia del oyente Descripción ^ estructural También la estrategia del oyente se compone de va­ rias estrategias parciales imbricadas. Una vez más, sólo 67 podemos esbozar la edificación. Por lo pronto, hay que disipar un error en el que es fácil caer. Muchos tienden a pensar que el comprender una frase en una lengua conocida es un proceso en gran parte pasivo, que regis­ tra, como una cinta magnetofónica, los ruidos oídos y sus propiedades lingüísticas. Las investigaciones de los últimos decenios han demostrado que tal concepción es inadecuada incluso para el aspecto meramente acústico. El oído separa ya, según un proceso activamente dirigi­ do — aunque inconsciente— , determinados fenómenos sonoros, modifica las impresiones ajustándolas a ciertos esquemas, y éstos no están de ningún modo presentes en la señal acústica. El hecho se puede observar direc­ tamente escuchando a dos personas que hablan a la vez: podemos concentrarnos sobre lo que dice una, y apenas percibimos lo que dice la otra, aunque objetiva­ mente hable más alto. Por otra parte, registramos a menudo sonidos que acústicamente no se han presenta­ do, pero que el oído ha “completado” . Este proceso de selección se produce a varios niveles, y la estructura sintáctica y semántica de la frase — que el oyente tiene que reconstruir por su parte— interviene en casi todos estos niveles. Los procesos fundamentales de la estrategia del oyente operan más o menos como sigue. El oído toma de la corriente fónica ciertas informaciones básicas, y no sólo las que determinan la estructura lingüística. Por la señal fónica, el oyente se entera de la edad, el sexo, el estado de ánimo y otras características del ha­ blante. Estas informaciones básicas se almacenan en una memoria de corto alcance y se someten a una descom­ posición fonológica provisional. El resultado de este análisis previo es comparado con una estructura fónica producida en un subcomponente de la estrategia del ha­ blante. Si hay coincidencia, la estructura fónica queda identificada y puede ser transmitida al siguiente paso del análisis. Si no hay coincidencia, hay que producir una nueva estructura fónica y compararla a su vez. Esta alternancia de producción y comparación se prolonga hasta que el sonido oído puede ser subordinado a una 68 estructura fónica ajustada a la gramática. De modo pa­ recido, la estructura fónica sirve de disparadero de los componentes sintáctico y semántico de la estrategia del oyente, hasta que se identifican todos los niveles estruc­ turales de la frase y se reconstruye su sentido. También la estrategia del oyente puede recorrer varios ciclos o estrategias parciales repetidamente, y las decisiones sobre la estructura sintáctica o semántica pueden influir sobre el análisis fónico. Muchas veces nos damos cuenta de las correcciones retroactivas, por ejemplo si identificamos una señal como Tenía una rara actitud, y a consecuen­ cia de otras conexiones posteriores lo entendemos como Tenía una rara aptitud. Que ya el mero oír depende de la estructura semántica, se muestra claramente en la in­ seguridad con que entendemos los nombres propios, se­ mánticamente indeterminados, o en la dificultad de iden­ tificación acústica de las frases de una lengua extranjera. 8.3. Los procesos en el hablante y en el oyente se co­ rresponden como los de codificación y “descodificación” o desciframiento de una comunicación. Sin embargo, ambos procesos no se desarrollan según estrategias se­ paradas y en cierto modo opuestas. Como cada hablante es oyente potencial y viceversa, las estrategias para am­ bos papeles se entrelazan estrechamente. Para muchas partes esenciales cabe asumir que los mismos mecanis­ mos entran en juego, con fines distintos. Ambas estra­ tegias se apoyan en la misma gramática, que genera las estructuras necesarias tanto para la codificación como para el desciframiento, de modo que carece de sentido la noción, defendida por ciertos lingüistas, de que hay una gramática para el hablante y otra distinta para el oyente. No es posible siquiera separar las estrategias ne­ cesarias para la aplicación de la gramática. Es muy verosímil que los procesos que hemos reuni­ do bajo el concepto de estrategia del hablante-oyente reaparezcan de modo parecido en otras tareas y con­ ductas: también en el cálculo se aplica una estrategia psicológicamente determinada, para poner en acción re­ glas o leyes formales aprendidas. Lo mismo vale para el juego de ajedrez, para la obediencia a las leyes del tráfico — o su violación— , para el tocar el piano o para el pensamiento lógico. Y de la combinación de la estra­ tegia del hablante-oyente para dos distintas gramáticas resulta inmediatamente el esquema básico de la traduc­ ción. En todos estos casos la conexión de sentido, el plan de la conducta y los procesos mentales se forman según reglas aprendidas y se desarrollan y realizan en pasos estratégicos numerosos y estrechamente entrelaza­ dos. El ptogreso reciente de la psicología ha precisado, en un grado muy superior a lo aquí esbozado, las con­ cepciones sobre la conformación y el funcionamiento de tales operaciones. Hay que admitir que las estrategias de pensamiento y de conducta en el uso del lenguaje no se distinguen fundamentalmente de las aplicadas en actividades complejas semejantes. Los conocimientos so­ bre la estructura lingüística y sobre las condiciones ne­ cesarias para su uso pueden ser, pues, un hilo guiador para el análisis de otras estructuras psicológicas. 9. En el horizonte más amplio donde hay que situar la teoría de la estructura de las lenguas humanas se en­ cuentra finalmente el problema de la capacidad de apren­ dizaje del lenguaje. Como en el caso del uso del len­ guaje, se trata de un problema psicológico general, cuyo aspecto lingüístico es especialmente importante. En una evolución normal, un niño se apropia en pocos años to­ dos ios aspectos esenciales de su lengua materna y domi­ na entonces un conjunto indefinidamente ampliable de frases, incluyendo las que nunca ha oído ni dicho. Esta apropiación se produce espontánea y activamente, o sea que un niño aprende una lengua aunque nadie se preocu­ pe de enseñársela. La única condición necesaria es que viva dentro de una comunidad lingüística: que se hable a su alrededor y que le hablen a él. En el desarrollo del niño, el aprendizaje del lenguaje está tan fijado como la 70 fase en que aprenderá a tenerse de pie, a correr o a usar las manos con fines instrumentales. Toda persona que haya observado este proceso sabe que un niño no aprende una lista de palabras o de frases, sino que, pa­ sando por distintas etapas, la primera de las cuales es ]a de la frase de una sola palabra, comprende estructu­ ras progresivamente complejas, luego las produce, y así, paso a paso, asimila toda la gramática de la lengua aprendida. O mejor: la construye. Porque en tal proceso es necesaria una reelaboración activa de las experiencias concretas: un niño oye frases, pero lo que tiene que extraer son sus regularidades. Para caracterizar este pro­ ceso con alguna mayor precisión, necesitamos aclarar algunos conceptos previos. 9.1. Por análisis lingüístico pueden entenderse dos pro­ cesos muy distintos. Por una parte, la expresión designa la determinación de los elementos y de sus conexiones en frases concretas, según reglas previamente dadas. Esta form a de análisis la ejecuta inconscientemente el oyente o el lector en el proceso de la comunicación, se hace conscientemente en el análisis de las frases en las clases de gramática, y tendría que ejecutarlo mecánica­ mente una máquina destinada a la traducción automá­ tica, lo que implica un correspondiente programa de análisis para las frases que le fueran sometidas. Por otra parte, designamos con aquella expresión el descubrimien­ to de las reglas que están en la base de un conjunto de frases dadas, o sea las reglas que hacen posible un aná­ lisis en el primer sentido. Este proceso determina el trabajo del lingüista que intenta descubrir las reglas de una lengua, su gramática, y se lleva a cabo inconscien­ temente en el proceso de aprendizaje del niño, que se construye su gramática a partir de frases oídas, repeti­ das y corregidas. En ambos sentidos, el análisis es un procedimiento que se aplica a frases dadas, pero el re­ sultado y las presuposiciones son distintos. En el primer caso, a cada frase singular se le asigna su descripción estructural, y la presuposición es el conocimiento de las 71 reglas que están en la base de las frases. En el segundo caso se asigna una gramática a un corpus. La gramática tiene que poder luego generar todas las frases de la lengua de que el corpus es un ejemplo representativo. La presuposición es una correspondiente estrategia de aná­ lisis y una concepción de la forma del resultado que hay que alcanzar, o sea de la forma de la gramática. La relación entre los dos distintos procedimientos se repite a un nivel superior: podemos analizar una lengua adoptando como premisa una cierta teoría de la gramá­ tica, o podemos analizar varias lenguas con el fin de descubrir aquella teoría, o sea los universales del len­ guaje. E n el segundo caso se presuponen única y exclu­ sivamente los principios generales de la metodología. Por lo demás, ambos sentidos del término “análisis” no se limitan de ningún modo al problema lingüístico. Se puede analizar un orden social sobre la base de una teoría económica dada, lo cual significa, en el primer sentido del término, aplicar a un caso singular reglas o leyes aceptadas. O se puede intentar hallar precisamente tales leyes mediante el análisis de diversas transformacio­ nes sociales. Del mismo modo, una sonata puede anali­ zarse dando por supuesto la form a de la sonata. O pue­ den analizarse varias composiciones musicales buscando sus principios de composición. Es evidente que el análi­ sis en el primer sentido no es posible sin el resultado del análisis en el segundo sentido, pero que, inversamente, el análisis en el segundo sentido se hace posible mediante una serie de análisis provisionales en el primer sentido, cuyo resultado debe juzgarse según su utilidad para un análisis general. El análisis provisional de frases aisladas, según lo ejecuta un lingüista, tiene por consiguiente que controlarse siempre con miras a la gramática que de él resulta. Y el niño que aprende a hablar verifica cons­ tantemente su tentativa estructuración de frases aisladas contrastándola con casos análogos construidos como prueba. De la relación entre ambos procesos de análisis de­ riva finalmente la aporía metodológica de la llamada in­ terpretación hermenéutica. Su principio consiste en que 72 dado un objeto — un poema, una novela, una melodía, etcétera— hay que aplicarle a la vez ambos procedi­ mientos de análisis. No se presupone ningún sistema de análisis, con lo cual cada análisis es necesariamente pro­ visional, pero cuando este análisis provisional es con­ trastado con otras pruebas de análisis, tampoco se hace el contraste mirando a reglas generales. La contamina­ ción de ambos procedimientos lleva al conocido dilema de que cualquier resultado singular es tan justificado como cualquier otro, y, en definitiva, es inverificable. El hecho de que para el análisis que lleva al descu­ brimiento de la gramática hayamos aducido a la vez el trabajo de investigación del lingüista y el proceso de aprendizaje del niño no tiene un valor meramente ilus­ trativo. Se puede concebir una misma situación lógica como un problema teórico o como un problema psico­ lógico. Y a hemos adoptado esta doble interpretación para la mayoría de los conceptos introducidos hasta aho­ ra: gramática, lengua, estructura, rasgos semánticos, sin­ tácticos, fonológicos, son concebidos a la vez como con­ ceptos de la teoría y como designaciones de hechos psíquicos. La relación entre ambas interpretaciones es parecida a la que se da entre una fórmula estructural química y la disposición de los átomos en una molécula, o el esquema de enlaces de un aparato de radio y los cables y piezas en el aparato mismo. Por consiguiente, las reglas formalizadas de la gramática representan a la vez, de modo más abstracto, ciertas conexiones psicoló­ gicas o, más precisamente, neurofisiológicas, sin que has­ ta ahora dispongamos ni siquiera de un barrunto de cómo se realizan. Para la teoría del aprendizaje del len­ guaje, resulta de ahí la hipótesis fundamental de que los medios auxiliares y los criterios con cuya ayuda el lin­ güista construye una gramática tienen que tener una co­ rrespondencia en las condiciones que capacitan a un niño para el aprendizaje del lenguaje. Sin embargo, para el descubrimiento de la teoría de la gramática, o sea de los universales, esta doble interpretación no tendría ni sentido ni justificación: este proceso no se corresponde con ningún proceso psicológico. 9.2. Para descubrir la gramática de una lengua se re­ quiere que, a partir de un conjunto limitado de enun­ ciados, se construyan las reglas para todas las frases de la lengua. Aquí tenemos que señalar una asimetría, has­ ta ahora no observada, entre lenguaje y gramática. El conjunto de frases generado por un sistema de reglas está unívocamente determinado. U na gramática no pue­ de enumerar dos lenguas distintas. Inversamente, en cambio, un conjunto de frases, una lengua cualquiera, puede ser generada por más de un sistema de reglas, si concebimos las frases como cadenas de palabras o de fonemas subyacentes a la sucesión fónica. Así, una gra­ mática del castellano podría contener entre otras las dos reglas de formación una frase se compone de sujeto y predicado y un predicado se compone de verbo transi­ tivo y objeto, mientras que otra gramática podría conte­ ner en vez de aquellas dos la regla única una frase se compone de sujeto, verbo transitivo y objeto. Este trozo de gramática podría formalizarse del modo siguiente: (15) Gramática I: Frase —>- Sujeto Predicado Predicado -->■ Verbo Objeto Gramática II: Frase —>■ Sujeto Verbo Objeto Si todas las demás reglas de las gramáticas I y II son iguales, ambas generan la misma lengua. Pero a las fra­ ses se Ies adscriben estructuras distintas: en la estructura profunda la gramática I reúne verbo y objeto en un constituyente único, “predicado”, que no se da en la gramática II. Ambas gramáticas generan ciertamente el mismo conjunto de frases, pero con diferentes descrip­ ciones estructurales. De modo que el resultado del pro­ cedimiento de análisis no viene unívocamente determi­ nado por las frases del corpus dado. Pero si se dan 74 varias gramáticas para una misma lengua, ¿cómo cons­ truye, pues, el niño “su” gramática, cómo escoge el lin­ güista entre distintos análisis? El primer hecho decisivo es que el resultado del pro­ ceso de análisis tiene una form a predeterminada en mu­ chos puntos. Los elementos de base de que se dispone para la estructuración de la forma fónica y del signifi­ cado vienen dados previamente con el inventario uni­ versal de los rasgos semánticos y fonológicos, y las po­ sibles relaciones sintácticas con el repertorio de las categorías y reglas universales. La totalidad de las pro­ piedades universales, según las hemos enumerado pro­ gresivamente, forman, pues, algo así como un tamiz innato, por el que tienen que pasar todas las experien­ cias lingüísticas. Esto significa que una persona no pue­ de extraer de su experiencia conceptos, categorías y relaciones de un modo completamente amorfo, sino que sólo llega a obtener los que pueden edificarse con los elementos v esquemas de combinación preformados. Sin embargo, los conceptos y las estructuras no se forman de ningún modo independientemente de la experiencia: en la competencia lingüística y en la estructura de pen­ samiento enlazada con ella, sólo entran como elementos las disposiciones que han sido estimuladas o activadas por la experiencia y el trato con el mundo exterior. Pero las experiencias concretas en el proceso de aprendizaje no se registran en una tabula rasa, sino que producen una conformación característica de las predisposiciones. Los posibles resultados de la estrategia de análisis, las gramáticas que un niño puede alcanzar, quedan con ello circunscritas en gran medida: los universales formales y sustantivos excluyen, de entre el conjunto infinito de las gramáticas posibles para una lengua dada, la mayoría. Sin embargo, es verosímil que queden todavía varias gramáticas, incluso tal vez en número infinito, que pue­ dan generar una lengua dada, en aquellas condiciones restringidas. Si es así, se escoge de entre ellas el sistema de reglas más sencillo, o sea la gramática que contiene menos y más breves reglas, y, por lo tanto, requiere la menor capacidad de memoria. La estrategia del análi­ 75 sis, por consiguiente, tiene que disponer, además del in­ ventario de universales potenciales, de un procedimiento para la selección de la gramática más sencilla. Esta pre­ suposición es muy plausible, pero de ninguna manera trivial. De estas consideraciones sobre el doble aspecto del proceso de análisis se sigue que el aprendizaje del len­ guaje presupone también el desarrollo de la estrategia del hablante-oyente. Es seguro que antes del aprendizaje de la lengua materna un niño no posee ninguna estrate­ gia desarrollada que le permita analizar frases según una gramática que todavía tiene que aprender. Esta capa­ cidad se adquiere a través de las experiencias lingüísticas del período de aprendizaje. Pero, como las propiedades universales de la gramática, está contenida en estado la­ tente en la predisposición innata, como posibilidad nor­ mal de desarrollo. La transición desde el estado pre-lingüístico al dominio de la lengua incluye, pues, además de la apropiación de una determinada gramática, el des­ arrollo de la estrategia del hablante-oyente. Una vez fijado este mecanismo, disponemos de él también para el análisis y la producción de frases de otras lenguas, habiendo aprendido su gramática. El aprendizaje de una segunda o una tercera lengua es, pues, un proceso dis­ tinto del del aprendizaje de la primera lengua o del habla en general: lo simplifica la ya desarrollada compleja ca­ pacidad para analizar experiencias lingüísticas. Ahora podemos esbozar la interacción de los tres componentes que parecen necesarios para el aprendizaje del lenguaje: universales, evaluación de simplicidad, y mecanismo del uso de la lengua. Un niño es sometido a una cantidad grande, pero limitada, de experiencias lin­ güísticas: oye frases, intenta repetirlas y formar otras, es comprendido o se le comprende mal y se le corrige, y pone en conexión enunciados lingüísticos con otros fe­ nómenos. Las experiencias de este tipo son los datos de entrada para la estrategia del análisis. Se los somete a una determinación estructural provisional, cuyo alcance depende del estado de desarrollo de la estrategia del oyente, y de los conocimientos lingüísticos ya almacena­ 76 dos. Por esto se presenta al principio la identificación y la imitación de las “palabras-frases”, totalidades apenas analizables todavía lingüísticamente. El mejor modo de concebir la progresiva conformación y ampliación del conocimiento de la lengua es como un no-reflexivo tra­ bajo de investigación: basándose en los universales in­ natos, el niño construye reglas, “hipótesis” , que explican las experiencias tenidas hasta entonces. Tales hipótesis se ordenan según !a simplicidad, en el sentido de que las más sencillas son las que primero se someten a prue­ ba. Por esto el niño produce generalizaciones falsas tales como decir ando en vez de anduvo, volve en vez de vuelve, porque la flexión de los verbos regulares se ge­ nera mediante reglas más sencillas que las de los irre­ gulares. Las hipótesis quedan incorporadas al conoci­ miento lingüístico, hasta que nuevas experiencias las desmienten. Entonces se forman reglas suplementarias, se modifican viejas reglas, y la gramática mejora. Si se producen nuevas discordancias entre el conocimiento y la experiencia, la gramática es reconstruida de nuevo. Las reglas desarrolladas se someten a prueba en seguida, activa y espontáneamente. De ahí resultan muchas de las combinaciones de palabras aparentemente sin senti­ do, los juegos venales y el hablar para sí mismo. Por tales procedimientos se completa y comprueba el cono­ cimiento lingüístico, y se desarrolla la estrategia del ha­ blante-oyente. La gramática desarrollada en cada estadio del proceso de aprendizaje queda, pues, en seguida a disposición para el uso del lenguaje. Así resulta el si­ guiente ciclo de trabajo para la total estrategia de aná­ lisis: Estrategia hablanteoyente -> Evaluación de simpli­ —> Gramática cidad t 77 Repetidas veces hemos insistido en que todas estas operaciones se realizan en gran medida de m odo incons­ ciente. Pero el esquema (16) representa a la vez estra­ tegia y medios auxiliares del análisis lingüístico cons­ ciente. En este caso, hay que reemplazar el primer componente por las reflexiones heurísticas y la verifica­ ción de las reglas admitidas, y el segundo y el tercero constituyen la teoría lingüística presupuesta. 9.3. Si concebimos el aprendizaje espontáneo de una lengua como una investigación lingüística no-reflexiva, que dispone de todos los medios incluidos en la teoría del lenguaje, entonces la capacidad de aprender una len­ gua se caracteriza por una multitud de condiciones es­ peciales, basadas en predisposiciones biológicas. Para fundamentar más precisamente esta hipótesis rica en consecuencias, es útil compararla con la teoría “behaviorista” del aprendizaje, que es la única concepción alternativa, explícitamente formulada, sobre el aprendi­ zaje del lenguaje. Según esta teoría, un organismo aprende sus esque­ mas de conducta mediante dos procesos que se intercondicionan: en primer lugar se generalizan inductiva­ mente ciertas impresiones sensoriales características, y en segundo lugar ciertas señales de excitación o estímu­ los se enlazan asociativamente con una reacción, con un significado. B. F. Skinner, uno de los principales defen­ sores de esta teoría del aprendizaje, logró demostrar experímentalmente que una rata es evidentemente capaz de aprender por este procedimiento a introducir una ficha en una máquina automática para obtener comida. La rata se apropia el “significado” , la finalidad, de la ficha. De modo semejante, los animales logran distinguir ruidos, colores y formas geométricas, y relacionarlos con significados experimentalmente determinados. Los expe­ rimentos de Pavlov con perros fueron la primera de­ mostración, además fisiológicamente fundada, de esta capacidad. El motor para la abstracción y ¡a asociación de significado y señal, para la aparición de un arco de reflejos, es la confirmación, por el éxito repetido, de la 78 reacción que al principio era fortuita. De igual modo, esta concepción, diferencia un niño que aprende a hablar las señales fónicas y los fenómenos del mundo exterior, y los asocia formando un signo lingüístico. Se­ gún esto, las propiedades de las señales que sirven para la constitución de las formas lingüísticas estarían tan poco predeterminadas como la estructura de las condi­ ciones del medio ambiente que son base del significado, en el caso de que ambos fenómenos pertenezcan al do­ minio de la percepción sensorial. El mecanismo de aprendizaje del lenguaje podría, pues, tener una estruc­ tura mucho menos complicada que la postulada en (16). Sólo tendría que realizar dos operaciones: generalizar inductivamente, o sea formar clases de percepciones, y asociar tales clases en signos o complejos de signos. Son precisamente los dos principios de la teoría taxonómica del lenguaje, que ya Saussure aceptó y que en el distribucionalismo se enlazó consecuentemente con la psico­ logía “behaviorista”. Sobre la base de este esbozo, tos­ camente simplificado, de la teoría del aprendizaje basada sobre el concepto de reflejo, tenemos que demostrar que es insuficiente para explicar el aprendizaje del lenguaje. Sólo marginalmente mencionaremos que ya no es capaz de explicar la adquisición de los modos de conducta na­ turales y espontáneos, no manipulables experimentalmen­ te, de los animales, por ejemplo la capacidad de cons­ truir nidos. Discutiremos dos entre las numerosas razones que afectan a las condiciones especiales del aprendizaje del lenguaje. Primero. Hemos mostrado que un hablante, al en­ tender o formar una frase, se refiere entre otras cosas a la estructura profunda de la misma, y con ello a mu­ chos elementos que no aparecen de ningún modo en la estructura de superficie. Un ejemplo sencillo lo presentan las frases imperativas castellanas. ¡Venid! contiene un sujeto latente vosotros, que no aparece en la estructura de superficie, pero sí pertenece a la estructura profunda. La prueba la proporciona la imposibilidad, en los im­ perativos de los verbos esencialmente intransitivos, de tener otros pronombres reflexivos que os o te (prescin­ segú n 79 diendo del “tratamiento de respeto” usted)- Como, según una regla general, el pronombre reflexivo tiene que con­ cordar con el sujeto, incluso cuando éste es latente, que­ dan excluidas frases como ¡Caedme! o ¡Caedse! Pero los elementos latentes no pueden nunca figurar como señal en el proceso del aprendizaje. Para aprender reglas de las que resultan frases con elementos latentes, el orga­ nismo tiene que estar dotado desde el principio con me­ dios para dirigir, de manera muy sistemática, la opera­ ción de completar la estructura de superficie, o más precisamente la estructura de la señal, hasta la descrip­ ción estructural entera. Argumentos semejantes, aunque menos directos, valen para la comprensión de los signi­ ficados complejos de elementos singulares. También aquí, en general, las percepciones sensoriales no ofrecen una base suficiente para el proceso de aprendizaje. La dis­ posición para completar y combinar componentes ele­ mentales, o sea los rasgos semánticos, tiene que aportar­ la consigo el sujeto que aprende. Segundo. El número de las frases que un niño de pocos años usa correctamente, y sabe distinguir de las frases mal formadas o sin sentido, supera con mucho lo que en aquellos años podría aprender enlazando asocia­ ciones. Un niño, en particular, comprende también frases con las que no se ha encontrado nunca, que, por lo tan­ to, no ha podido nunca adquirir por el camino de la asociación, y de las que dispone sólo gracias a su facul­ tad innata de construir y extrapolar. Además, el niño se apropia la gramática completa y correcta basándose en un material de experiencia extraordinariamente defec­ tuoso, que incluye una multitud de frases corruptas. El hecho de que no aprenda aquellos defectos, sino las re­ glas de que constituyen una desviación, no puede tam­ poco explicarse mediante la teoría de la asociación. Fi­ nalmente, la asombrosa convergencia de los resultados del aprendizaje de numerosos niños, que han pasado por experiencias individuales muy distintas, sólo se explica si aquellas experiencias han sido filtradas por un sistema muy especial de iguales predisposiciones. Estas consideraciones no demuestran que sea impo­ 80 sible la formación de asociaciones y modos de conducta por el camino que concibe la teoría “behaviorista” . M u­ chos experimentos han demostrado de modo convincente la acción de tales procesos. Pero se trata de que los resultados de tales experimentos no permiten sacar con­ clusiones arbitrariamente para hechos más complejos, para los que la asociación y la inducción no ofrecen ya explicación alguna. Los conocimientos más complicados, como el dominio del lenguaje, tienen que apoyarse en inclinaciones heredadas del sujeto, las cuales, disparadas por el enfrentamiento con el medio ambiente objetivo, se convierten en efectivas capacidades. De la experiencia concreta resulta el que ciertas de aquellas inclinaciones se activen y desplieguen. De la comunidad lingüística que lo rodea depende, pues, el que un niño aprenda tal lengua, pero no el que aprenda una lengua. Poseemos claros indicios de que el aprendizaje del lenguaje viene condicionado por disposiciones biológicas que no se limitan de ningún modo a los órganos exter­ nos, sino que abarcan estructuras neurofisiológicas muy hondas. En primer lugar, la capacidad ’de aprender una lengua es una propiedad de la especie de los homínidos. Ningún otro ser viviente es capaz de aprender ni si­ quiera un trozo de una lengua natural. L a capacidad de lenguaje está, pues, ligada, con una muy determinada especificidad, a las disposiciones hereditarias humanas. Otro indicio del condicionamiento biológico del aprendizaje del lenguaje es la gran transformación que sufre esta capacidad durante el desarrollo del organismo en general. Se presenta espontáneamente en una edad determinada, antes de la cual fracasa todo intento de que un bebé aprenda ni una sola palabra, alcanza pronto una cumbre y disminuye rápidamente después de la pu­ bertad. Un adulto sólo puede ya ampliar su gramática mediante reglas aisladas, y en particular puede introdu­ cir sin cesar nuevas combinaciones en su léxico. Pero apenas es capaz de asimilar gramáticas globalmente, como hace un niño. El hecho se muestra claramente en las diferentes maneras como los niños y los adultos aprenden lenguas extranjeras: en gran medida, el adulto 81 tiene que recurrir a la traducción, o sea a la analogía con una lengua ya conocida, como medio auxiliar, y su conocimiento lingüístico se extiende de modo puramen­ te aditivo. El niño se apropia una segunda o una tercera lengua con autonomía y con un gasto de energía en el aprendizaje mucho menor, con tanta espontaneiddad como su lengua materna. Por ahora desconocemos qué procesos fisiológicos están en la base de este cambio. Salta a la vista el paralelismo con el retroceso de otras capacidades fisiológicamente determinadas. Así, un adul­ to aprende a esquiar, a nadar o a ir en bicicleta de modo muy distinto al de un niño o un adolescente. Desde este punto de vista la teoría del aprendizaje del lenguaje se emparenta con resultados de las recientes investigaciones europeas sobre la conducta, obtenidos so­ bre todo por Lorenz y Tinbergen. El aprendizaje del lenguaje aparece ahora, en contraste con la concepción “behaviorista”, como un complejo entrelazamiento de disposiciones instintivas y de experiencias sociales in­ citadoras. 9.4. Un componente necesario de la teoría del apren­ dizaje del lenguaje es el sistema de los universales lin­ güísticos, de la que resulta una universal predisposición de la estructura del pensamiento. Si rechazamos esta premisa, no podemos mantener la teoría del aprendizaje en la forma expuesta. Se hace, por consiguiente, necesa­ rio discutir una tesis de Benjamin Lee Whorf, un dis­ cípulo de Sapir, que encierra implícitamente una nega­ ción de la hipótesis sobre los universales. Alrededor de 1935, W horf elaboró la idea de que la estructura del pensamiento, y con ella toda la relación con el mundo, viene determinada por la estructura específica de cada lengua. Cada comunidad lingüística quedaría, pues, m ar­ cada por su lengua en cuanto a su relación con el uni­ verso, y se distinguiría de toda otra comunidad. Entre otros argumentos, Whorf ilustró su hipótesis mediante el análisis de las relaciones espacio-temporales según se expresan en ciertas lenguas indígenas americanas, con­ cluyendo que dichas lenguas manifiestan una concepción del espacio y del tiempo impenetrable para el europeo: 82 según Whorf, la comprensión que las tribus indias ame­ ricanas tienen del espacio y del tiempo no se ajusta a la geometría euclídea ni a la lógica aristotélica, ligadas específicamente a las lenguas indoeuropeas. Por otros caminos, también Leo Weisgerber ha desarrollado la idea de este “relativismo lingüístico”, convirtiéndola en la noción de la “visión lingüística del mundo” , punto de apoyo de la “gramática del contenido”, escuela que desde la última guerra ha influido mucho en la lingüís­ tica alemana. A pesar de las numerosas ilustraciones de la hipótesis de Whorf, han fracasado todos los intentos de precisarla en grado suficiente para que de ella resul­ taran proposiciones empíricamente verificables y suscep­ tibles de refutar la hipótesis de los universales semánti­ cos. Tales intentos se han hecho, por ejemplo, señalando las muy distintas subdivisiones que los términos de co­ lor en diversas lenguas introducen en el espectro cromá­ tico. Para justificar estrictamente la hipótesis, debería resultar de ahí que la percepción de los colores difiere de una comunidad lingüística a otra. Pero los experi­ mentos sólo han demostrado que la estructura de la lengua determina la dificultad de dar un nombre a cier­ tas distinciones cromáticas. No difieren las percepciones, sino la posibilidad de expresarlas. La designación es tan­ to más fácil cuanto más sencilla es la expresión que una lengua ofrece para la distinción percibida. Pero esto no refuta de ningún modo la universalidad de los elementos semánticos básicos. Es cierto que el esquimal dispone de más de una docena de palabras para otros tantos tipos de agua helada, y que el alemán tiene que distinguirlos mediante perífrasis complicadas y, por lo tanto, difíciles de hallar. Pero su estructura semántica puede aproxi­ marse a la de las palabras sencillas del esquimal con toda la precisión deseable. Si ni la teoría de Whorf ni la de los universales son susceptibles de verificación inmediata, tienen que decidir las consideraciones indirectas y las implicaciones teóri­ cas. Y aquí la hipótesis de W horf lleva a una aporía. Puesto que la teoría “behaviorista” se ha mostrado insu­ ficiente, y que hay que presuponer una disposición más 83 complicada e innata del mecanismo de aprendizaje, de la tesis del relativismo lingüístico en sentido estricto se seguiría que cada niño está predispuesto para aprender una determinada lengua y un determinado sistema de pensamiento. Pero la experiencia lo desmiente. Un niño aprende, sin limitación alguna, la lengua de la comuni­ dad en que crece, con entera independencia de la raza o la cultura a que pertenecían sus padres. La tesis del relativismo lingüístico debe tenerse pues por refutada en todos los puntos en que choca con la hipótesis de los universales. De otro modo, no comprenderíamos cómo un niño aprende cualquier lengua materna, dependiendo sólo de su medio ambiente. 10. La lingüística estructural ha aportado una compren­ sión más precisa de la relación entre lenguaje y gramá­ tica, de su estructura formal, de sus elementos básicos, y de los mecanismos psicológicos que posibilitan el apren­ dizaje y el uso de la lengua. Con todo ello, cobran un nuevo sentido los resultados de la lingüística histórica del siglo xix. Todas las propiedades de una lengua que vie­ nen determinadas por universales lingüísticos tienen que darse por históricamente constantes. Pero en el interior de este marco todo es mudable, resultado de la historia, y susceptible de nuevos cambios. Partiendo de las evo­ luciones observadas y de ios presupuestos de la teoría del lenguaje, una teoría del cambio lingüístico tiene que mos­ trar los caminos y los mecanismos que permiten o pro­ vocan tales cambios. 10.1. Las leyes fonéticas de los Junggrammatiker, que caracterizan el cambio fonético de una lengua, resultan ser ahora reglas fonológicas que en un determinado mo­ mento se añaden a la gramática de la lengua. En el siglo vi, por ejemplo, el alemán reemplazó, en ciertos contextos fonéticos, las oclusivas p, t, k por las corres­ pondientes espirantes /, s, x. Así, el antiguo dorp se transformó en dorf “aldea”, dat en das “esto”, y maken 84 en maxen “hacer” . La regla que corresponde a esta lla­ mada “mutación consonántica alto-alemana” dice, con cierta simplificación: (17) U na oclusiva se convierte en espirante en fin de palabra y entre vocales La regla cambia un solo rasgo distintivo fonológico. El proceso histórico consiste pues en que los miembros de la comunidad lingüística pre-alto-alemana introduje­ ron en su gramática la regla (17). Las reglas de este tipo no se establecen forzosamente de un modo unitario en la totalidad de una comunidad lingüística. Si sólo determi­ nados grupos adoptan nuevas reglas, se producen dife­ renciaciones geográficas o sociales. Así, la regla (17) se ha impuesto en el alto-alemán, pero no en el bajo-alemán. En las regiones del medio-alemán han actuado diferentes reglas parciales, dando como resultado una dispersión de matices en los dialectos alemanes. Una transformación más reciente, expresable por la regla (18) __ _ • au y ai se convierten en o y e, no ha entrado en la gramática de la lengua común o standard: sólo coloquialmente o en dialectos se dice ~bx kene por auch keine “tampoco ninguno” . Reglas como (17) o (18) pueden haber sido aceptadas desde hace tiem­ po en la gramática de una lengua, sin que cambie la forma abstracta, morfofonológica, de sus palabras. Lo único que se somete al cambio son los fenómenos foné­ ticos de superficie. La estructura morfofonológica, al principio inalterada, permite una fácil comprensión en­ tre los hablantes de distintos dialectos: sus gramáticas difieren sólo en un número relativamente pequeño de reglas. Pero en el curso del tiempo pueden introducirse tantas reglas nuevas que el sistema resultante no es ya la más favorable gramática de la lengua que ha surgido. Un niño que aprende una lengua en esta situación, obe­ 85 deciendo a la evaluación de simplicidad que dirige el proceso de aprendizaje, construirá una gramática fuer­ temente alterada, reduciendo las reglas, pero a la vez cambiando las estructuras fónicas abstractas. Tal muta­ ción de la gramática sólo puede darse en la transmisión de la lengua de una generación a la siguiente, ya que los adultos, según hemos visto, sólo pueden modificar aditivamente su conocimiento del lenguaje. En la super­ ficie de la lengua, la mutación no será visible, ya que la nueva gramática sigue generando la misma lengua. Si concebimos de este modo el cambio fonético como ampliación y mutación de la gramática, o sea como cam­ bio en la competencia lingüística, se esfuman numerosas dificultades y especulaciones que antes eran necesarias para explicar las causas del cambio fonético. Los Jung­ grammatiker explicaban cambios como el que describe la regla (17) en términos de un desplazamiento progresivo de la articulación, por ejemplo mediante un aumento de la aspiración y una disminución de la energía en la oclu­ sión. Prescindiendo de que con ello había que presupo­ ner a su vez una desconocida causa fisiológica, existen numerosos cambios fonéticos que quedan completamente inexplicables. U n ejemplo craso es la metátesis, o sea el trueque de posición de dos fonemas, por ejemplo en el paso del castellano antiguo miraglo (del latín miraculu) al moderno milagro. U n cambio progresivo de la ar­ ticulación es aquí imposible, en tanto que el proceso se hace comprensible admitiendo que en determinado mo­ mento el hablante castellano introdujo una especie de regla de “preferencia” de los grupos de oclusiva más r más vocal respecto a los grupos con l, resolviendo esta preferencia mediante el trueque con una r vecina (pa­ labra por parabla, etc.). El cambio fonético no tiene pues ninguna causa fisiológica, y resulta más bien de la va­ riabilidad de la competencia lingüística como norma so­ cial, tan cambiable como las normas del vestir o del trato entre personas. Necesidades sociales, el deseo de distinguir mejor o de mudar, pueden expresarse en el cambio e incluso provocarlo. En la propagación de inno­ vaciones lingüísticas el prestigio social ha resultado tan 86 actuante como en otros dominios de la convivencia. La sociología lingüística ha descubierto en este punto regu­ laridades precisas, por muy lejos que estemos de poder dar explicaciones generales. Igual que el cambio fonético cabe explicar las varia­ ciones históricas de la estructura sintáctica: la gramática es ampliada primero por reglas de transformación, que a una estructura profunda le subordinan una estructura de superficie alterada. Luego las mutaciones alteran también la estructura profunda, en la medida que es posible den­ tro de las condiciones universales. En este punto, las in­ vestigaciones detalladas se encuentran en sus inicios. 10.2. No es verosímil que los significados cambien por una variación de las reglas semánticas que asignan a una expresión su sentido general sobre la base de sus mor­ femas y de la estructura sintáctica: tales reglas tienen que considerarse en gran medida universales. El cambio de significado descansa sólo en una reestructuración de los complejos semánticos en el léxico. En este punto son concebibles dos procesos, el primero de los cuales, la desaparición de ciertos significados, no presenta ningún problema teórico. Ciertos complejos de rasgos dejan de usarse y finalmente no son ya aprendidos. Más intere­ sante es la aparición de nuevos significados. A menudo, una palabra extranjera o una abreviación se introducen en el vocabulario como nuevos portadores de significado. Pero es más frecuente que morfemas ya existentes sean dotados de nuevas combinaciones de rasgos semánticos, por ejemplo cuando la palabra grupo adquiere un sen­ tido muy especial en sociología, y otro en matemática. Todavía más a menudo, nuevos significados se coordinan no con morfemas aislados, sino con uniones sintácticas de morfemas, compuestos o giros como autopista o ter­ cer mundo, que a veces dan en nuevas abreviaturas, como en la liga por el Campeonato de la Liga de Clubs de Fútbol. Tales combinaciones se lexicalizan y adquie­ ren un significado más rico en rasgos semánticos, o con los rasgos diferentemente organizados, de lo que les co­ rrespondía en principio. 87 La formación de nuevos significados está sometida a varias condiciones. En primer lugar, un nuevo complejo de rasgos no se introduce en el vocabulario por mera adición, sino que tiene que incorporarse a la estructura general. Cuando un concepto hasta entonces no existente se introduce en el léxico, por ejemplo mediante el m or­ fema extraño auto o mediante un sentido secundario de coche, entra en una red de complejos de rasgos, que determina en seguida sus relaciones sistemáticas: tiene antónimos y términos más generales bajo los cuales se subsume, el nuevo significado comparte estructuras con complejos ya existentes, etc. Así se explica que muchas veces puedan introducirse nuevos significados sin ningu­ na definición explícita. Se comprenden por el uso y por la estructura previa del léxico, y entonces se adoptan. Pero, recíprocamente, cada nuevo significado modifica la estructura por lo menos de ciertos sistemas parciales del léxico total. Lo que indicamos vagamente mediante estos ejem­ plos requiere una explicación teórica precisa, en la que los procesos queden formulados sistemáticamente con ayuda de los rasgos semánticos. Pero para una tal teoría de los cambios semánticos nos faltan todavía la mayo­ ría de las premisas. En la lingüística precedente, las ob­ servaciones empíricas eran fortuitas y se mezclaban con especulaciones indeterminadas. La enumeración de los elementos semánticos de base no ha pasado de los prin­ cipios, de modo que incluso la estructura sincrónica del léxico está en gran parte en la oscuridad, y a fortiori las leyes de su cambio. Pero son ya posibles dos afirmacio­ nes. En primer lugar, mientras que la estructura fonoló­ gica de las unidades léxicas se altera en casos relativa­ mente raros, o sea cuando se da una mutación de la estructura fónica, pero entonces se altera igualmente para todos los morfemas, la estructura semántica está sujeta a constantes posibilidades de variación. Y lo que se altera son sistemas parciales más o menos vastos, con­ dicionados por nuevos contenidos de pensamiento, inten­ ciones comunicativas y variaciones del medio ambiente. Éste es el principal proceso mediante el cual se acumula 88 lingüísticamente el conocimiento adquirido por la socie­ dad. Las estructuras fónica y significativa del léxico va­ rían pues con completa independencia una de otra y de modos muy distintos. En segundo lugar, la varia­ bilidad del significado viene influida por reglas de moti­ vación que tienen que formar parte de la propia estruc­ tura del léxico. Es decir, que en cada momento pueden ser formadas y comprendidas metáforas y traslaciones o desplazamientos de sentido que no afectan de modo permanente a la estructura del léxico, sino que desapa­ recen del inventario una vez usadas. Las reglas que ope­ ran en este punto operan también en la formación de nuevos significados lexicalizados. Tales reglas metafóri­ cas tienen evidentemente un carácter en gran medida universal. Los detalles del cambio semántico son difíciles de en­ tender, porque en ellos se interfieren dos procesos que antes hemos tenido que distinguir expresamente: la uti­ lización de reglas y la generación de nuevas reglas, en este caso de nuevas unidades léxicas. Dicho de otro modo: la productividad por aplicación de la gramática, y la productividad por su transformación. Muchas es­ peculaciones etimológicas o filológicas caen en el engaño porque no distinguen al primer proceso del segundo: toman una antigua conexión de motivaciones por toda­ vía activa, o sea por un elemento intencional de la frase analizada, cuando en realidad hace mucho tiempo que ha desaparecido detrás del nuevo significado. 11. Las adquisiciones de la lingüística estructural arrojan también nueva luz sobre problemas que no pertenecen inmediatamente al dominio de la lingüística. Desde este punto de vista, rozaremos por un instante dos proble­ mas: el lenguaje de la literatura y la relación entre len­ guaje y lógica. 11.1. Numerosas propiedades que, en combinaciones variables, caracterizan el lenguaje poético frente al ordi­ 89 nario, pueden hacerse remontar a dos principios: recu­ brimiento de la lengua por estructuras secundarias, y desviación consciente de la estructura normal. La métrica y la rima manifiestan el primer principio: ciertas propiedades de la estructura fónica — sucesión si­ lábica y acentuación, ciertos complejos de rasgos fono­ lógicos— se convierten en elementos de un esquema en cierto modo parasitario, al que tienen que acomodarse las estructuras primarias de la frase. Esta reorganización secundaria de la estructura lingüística no se limita al ni­ vel fónico. La sintaxis y la semántica pueden sometér­ seles también. El epigrama en cinco versos de Brecht A un león de raíz de té chino está construido esencial­ mente sobre la organización paralelística de elementos sintácticos y semánticos: Los malos temen tus garras Los buenos se complacen en tu gracia Lo mismo Quisiera yo oír De mi verso. Las dos primeras frases están estructuradas en estre­ cho paralelismo sintáctico, pero tres pares de categorías correspondientes están ocupadas por antónimos: Los ma­ los / Los buenos, temen ! se complacen, tus garras / tu gracia. Este principio del paralelismo se encuentra en innumerables variantes por toda la literatura, desde la poesía popular ingenua hasta el más artístico refinamien­ to. Se nos ofrece pues la hipótesis de que la formación y la comprensión de las estructuras poéticas obedece a reglas semejantes a las de las estructuras lingüísticas pri­ marias. U na “gramática de la poesía” , por consiguiente, describiría la competencia poética, tal como la gramá­ tica ordinaria describe la competencia lingüística. Pero su arquitectura general tendría que tener en cuenta nu­ merosos fenómenos extralingüísticos. Análogos principios de orden — paralelismo, repetición, semejanza, oposi­ ción, etc.— rigen con parecidos efectos la música y la gesticulación, los juegos de niños y la publicidad. La gra­ 90 mática de la poesía resulta ser pues un caso especial de una teoría general de la competencia estética. También en ella hay que distinguir entre los universales y las re­ laciones convencionales. El segundo principio se opone, en cierto sentido, al primero. No consiste en la obediencia a reglas suple­ mentarias, sino en la desviación respecto a reglas dadas. Los ejemplos siguientes presentan una escala de tales anomalías: El General Quiroga va en coche al muere. Borges Estoy cansado de estar vivo, Aunque más cansado sería el estar muerto; Estoy cansado del estar cansado Entre plumas ligeras sagazmente, Plumas del loro aquel tan familiar o triste, El loro aquel del siempre estar cansado. CernuJa. Quiere su rojo el mal, el bien su rojo enrojecido por el hacha suspensa, por el trote del ala a pie volando, y no quiere y sensiblemente no quiere aquesto el hombre; no quiere estar en su alma acostado, en la sien latidos de asta, el bimano, el muy bruto, el muy filósofo. Vallejo. Las desviaciones van desde una semántica inusitada hasta la descomposición de la estructura sintáctica, y se echa de ver que no sólo pueden violarse reglas lingüís­ ticas, sino también poéticas, cuando se apuntan parale­ lismos pero no se realizan, cuando intencionadamente se deforman la rima y el metro. Ahora bien, no todo de­ fecto de la estructura regular, voluntario o involuntario, puede producir un efecto estético, de sorpresa o de in­ novación. También las desviaciones poéticas tienen que someterse a determinadas regularidades. U n ejemplo sen91 cilio es el último verso de Vallejo, que sugiere una terna de constituyentes idénticos, pero no la realiza (o un ver­ so de Hans Arp que dice Zweimal entzwei dreimal entdrei “dos veces dividir tres veces trividir”), o sea que el paralelismo y la desviación se constituyen recíprocamen­ te. La formulación de tales condiciones tendría que en­ trar en una teoría de los efectos estéticos, al par de las regularidades de paralelismo, ritmo y métrica. Tales consideraciones permiten caracterizar con algu­ na mayor precisión la impresión vaga de que el lenguaje literario es “más denso” que el discurso cotidiano. Las estructuras secundarias poéticas, así como las desviacio­ nes intencionadas, introducen en la lengua, en todos los niveles de su estructura, relaciones y constelaciones que la gramática regular no permite. Esto encierra un ele­ mento, pero no es el esencial, de añadido ornamental. Las estructuras de la lengua literaria — enriquecidas o abreviadas, disueltas, extrañamente compuestas— llenan un depósito de todavía no ensayados modelos de pen­ samiento y de intuición, al cual recurre incesantemente el proceso cognoscitivo general. Sobre el trasfondo de las nociones lingüísticas, las condiciones de tales estruc­ turas pueden esclarecerse en buena medida. Con ello apuntamos a problemas de una poética estructural que explicaría de modo general y empírico la especificidad de los textos literarios, y no mediante evaluaciones esta­ dísticas, que siempre tienen que prescindir precisamente del caso único interesante. U na tal poética no sería una teoría de la literatura, pero sí una parte esencial de la misma. 11.2. Durante mucho tiempo, lingüistas y lógicos estu­ vieron de acuerdo en que las lenguas naturales no están construidas lógicamente. Por consiguiente, unos rechaza­ ban las cuestiones planteadas por la lógica en el análisis de las lenguas naturales, en tanto que los otros edificaban sus cálculos independientemente de las lenguas natura­ les, para evitar las insuficiencias de éstas. Hace tiempo que tal aislamiento se ha roto, gracias a lógicos como Carnap y Quine por una parte, y al estructuralismo por 92 otra parte. Sin embargo, hasta ahora se ha prestado muy poca atención a un hecho notable. Toda persona que do­ mina un cálculo lógico es capaz de decir en seguida si y cómo una frase de su lengua materna puede expre­ sarse en dicho cálculo. Mediante el llamado cálculo de predicados se puede por ejemplo expresar la frase Perro que ladra no muerde en la fórmula (22), pasando por los estadios (20) y (21): (19) Perro que ladra no muerde. (20) Para todo perro vale: si ladra, no muerde. (21) Para todo objeto x vale: si x es un perro, vale: si x ladra, x no muerde. (22) V x A x D (Bx D ~ Cx), donde los predicados de un lugar A, B, C re­ presentan respectivamente ser perro, ladrar y morder, ~ es el signo de la negación, O el de la implicación, y V es el cuantificador todos. Todo lógico es capaz de ejecutar tales traducciones con una total generalidad, y Carnap ha mostrado que de este modo se descubren, en relación a un cálculo dado, ambigüedades, incorrecciones y faltas de sentido de las lenguas naturales. Si una lengua natural fuera realmente alógica, o si los cálculos fueran independientes de la len­ gua, este hecho resultaría inexplicable. Las fórmulas de un cálculo, en efecto, están ciertamente formadas según reglas rigurosas, pero no se da ninguna regla que las enlace con el lenguaje cotidiano. La relación entre ambos 93 sistemas tiene que descansar pues en la estructura in­ manente de las lenguas naturales. El hecho queda ve­ lado en tanto que sólo consideramos la estructura de superficie, que desde el punto de vista de la lógica parece en gran medida irregular y fortuita. Pero el descubri­ miento sistemático de la estructura profunda ha hecho patente la estructura lógica de las frases naturales, y ha mostrado que se hallan en una relación enteramente re­ gular con correspondientes expresiones lógicas. Esto in­ duce a la siguiente concepción de las relaciones entre lenguas naturales y cálculos lógicos: la estructura pro­ funda de una frase, por la cual queda enteramente de­ terminado su significado — o sus significados— , adquiere mediante las reglas de transformación y el componente fonológico de la gramática una forma fónica concreta. Pero a la misma estructura profunda se le puede coordi­ nar, mediante otra serie de “transformaciones secunda­ rias” , una expresión en un cálculo especial, siempre y cuando a la frase le corresponda una fórmula del cálculo. A la estructura profunda de la frase (19), por ejemplo, le corresponde según tales reglas la fórmula (22) del cálculo de predicados. La estructura profunda de las lenguas na­ turales aparece pues como el más general de los cálculos lógicos, del que derivan todos los lenguajes artificiales, orientados hacia fines especiales. Esto no excluye natu­ ralmente el que los cálculos formales se desarrollen y enriquezcan según las leyes que les son inmanentes, hasta contener elementos no dotados ya de ninguna corres­ pondencia simple con las lenguas naturales. Pero incluso las extensiones más audaces sólo son posibles y com­ prensibles cuando parten de cálculos apoyados directa­ mente en la estructura profunda de las lenguas natura­ les. A no ser que concibamos tales cálculos como juegos arbitrarios, se comprende que junto con su conocimiento dominemos también su traducción en la lengua natural. Los análisis lingüísticos han aportado numerosas confir­ maciones de esta suposición. Así, por ejemplo, las frases interrogativas e imperativas se distinguen por morfemas especiales de las frases declarativas, de las cuales la ló­ gica se ocupa en principio exclusivamente, ya que sólo 94 ellas pueden ser verdaderas o falsas. Una estructura pro­ funda que encierra un morfema interrogativo o impera­ tivo, no puede luego trasladarse por transformaciones se­ cundarias a una expresión del cálculo lógico. De modo que la estructura profunda sintáctica y la semántica lin­ güística resultan ser, en un sentido riguroso, una lógica de la lengua cotidiana. De todo ello resulta otra consecuencia. La crisis de fundamentos de la matemática, y la necesidad de dotar a los lenguajes formales científicos de un fundamento teórico seguro, fueron la incitación para el rápido des­ arrollo de la lógica formal. Entonces resultó que ciertos conceptos, ante todo el de la sinonimia, requerían una clarificación exacta. Carnap introdujo con este fin los llamados postulados de significado, para establecer sim­ plemente qué elementos de un cálculo tienen el mismo significado. Ahora bien, tales postulados podían estable­ cerse de manera arbitraria, con tal de que no condujeran a ninguna contradicción. Prescindiendo de que tal arbi­ trariedad no corresponde a la situación efectiva de la ciencia, los postulados dejaban sin explicación el con­ cepto de sinonimia. Ciertamente, era posible establecer que los términos mayor, más largo y más alto tenían que ser sinónimos en determinado cálculo, pero por tal ca­ mino no se llegaba nunca a explicar la comprensión, su­ puesta como previa, de la sinonimia, comprensión que forma parte también del hecho lógico y que arraiga en la general capacidad de lenguaje. Y de hecho Jerrold Katz ha mostrado que los conceptos de sinonimia y antonimia, de proposición analítica, contradictoria y sin­ tética, pueden definirse exactamente con los medios de la teoría de las lenguas naturales. Con lo cual la lingüís­ tica se convierte en disciplina fundamentadora de la ló­ gica, como ésta es a su vez la disciplina fundamentadora de la matemática. Lógica y lingüística empiezan apenas a entrever las consecuencias de esta idea. Pero en el curso del tiempo arrojarán luz sobre los complicados encadenamientos por los que todos nuestros conocimien­ tos y teorías se basan en el fundamento de las lenguas naturales. 95 12 . Las perspectivas de la sección precedente permiten entrever cómo los métodos, las orientaciones y los con­ ceptos de la lingüística estructural pueden resultar fe­ cundos para el análisis de otras capacidades y conductas humanas, para el folklore y la sociología, la teoría del arte y la antropología. Tales posibilidades tienen que partir en cada caso de los problemas concretos de las distintas disciplinas, y no es posible desarrollarlas aquí. Cerraremos con algunas conclusiones generales esta ojea­ da sobre la evolución y el estado presente de la lin­ güística. 12.1. Una serie de principios metodológicos, estableci­ dos en las ciencias naturales, se han hecho también im­ prescindibles para la lingüística. Ante todo, resulta ma­ nifiesto que los conceptos y nociones ingenuos, en su mayoría fundados en la intuición inmediata, que a me­ nudo imperan en las ciencias “humanísticas”, son insu­ ficientes, o peor, engañadores. Estructura profunda, regla de transformación, rasgo semántico, son conceptos tan abstractos y ligados a Ja teoría como por ejemplo el punto de masa, el electrón o el campo gravitatorio de la física, como el gene, la mutación o la sinapsis de la bio­ logía. Esto requiere, respecto al modo de pensar tradi­ cional, dos modificaciones decisivas. En primer lugar, los conceptos y las proposiciones de la lingüística no pueden ya formularse ni siquiera definirse directamente con los medios del lenguaje cotidiano. No alcanzan su sentido preciso hasta que se introducen dentro de la teoría en­ tera que, como un todo, tiene que abarcar el campo de estudio en su integridad. Sólo en el marco de la teoría gramatical es posible entender con suficiente precisión términos como morfema, regla sintáctica, significado, palabra o frase. En la lengua cotidiana, tales términos poseen ciertamente un sentido determinable con preci­ sión, cuya descripción es tarea de la semántica, pero para construir la teoría del lenguaje es imposible usarlos tal cual. Un ejemplo drástico lo proporciona la infinita lista 96 de las definiciones preteóricas que se han dado de la frase. La investigación lingüística no puede pues empe­ zar por un mejoramiento de conceptos aislados, sino por la construcción de una teoría suficientemente general. Por lo demás, esto no contradice nuestras afirmaciones sobre la relación entre la lógica y el lenguaje cotidiano. Significa simplemente que los conceptos científicos no tienen sentido más que dentro de una teoría. Luego, esta teoría puede exponerse mediante un formalismo o me­ diante el lenguaje cotidiano. En segundo lugar, los conceptos teóricos no pueden ya aplicarse simple e inmediatamente a observaciones concretas. Lo que les corresponde son relaciones abstrac­ tas y unidades teóricas, inasequibles a toda observación directa. Su legitimidad resulta simplemente de que sólo con su ayuda es posible edificar una teoría que explica complejas conexiones y fenómenos de la realidad. Con ello se altera radicalmente el papel, para la teoría, de los hechos concretos, de los fenómenos observables, y se derrumba la concepción del positivismo, que sólo per­ mitía conceptos referibles directa o indirectamente a da­ tos sensoriales. El más reciente desarrollo de la teoría de la ciencia vale sin limitaciones para la lingüística: las proposiciones científicas no resultan de meras generali­ zaciones sobre datos de la observación, sino que se cons­ truyen como hipótesis, utilizando incluso unidades inob­ servares, y luego se contrastan con la realidad. Los hechos desempeñan el papel decisivo cuando — y sólo cuando— mediante ellos es posible refutar una premisa hasta entonces tenida por válida. Las observaciones a las que no se logra incorporar en el marco de la teoría admitida son el estímulo para el progreso científico. El que la estructura superficial de las frases no puede por sí sola explicar la formación y la comprensión de las mismas, es un — muy complicado— hecho de este orden, que ha llevado a la hipótesis de una estructura profunda, completamente inasequible a la observación inmediata. Los constructos de tipo semejante no se encuentran tan sólo en las ciencias naturales. Valía y plusvalía son ejem­ plos tradicionales de la economía. 97 Otro principio que ha alterado hondamente el modo de trabajo de la lingüística es la necesidad de una idea­ lización motivada. Las lenguas naturales son tan com­ plicadas que es imposible abarcar en un solo intento la multiplicidad de los hechos que se interaccionan. Hay que excluir al principio determinados fenómenos, aislar aspectos parciales, para avanzar, mediante la explicación de los mismos, hacia la comprensión de conexiones más complejas. Por ejemplo, el estudio de una lengua tiene que apoyarse al principio en frases normales y comple­ tas. Sólo sobre esta base se puede pasar a la explicación de desviaciones, frases elípticas, metáforas, que en el diálogo normal o en poesía, por razones muy distintas, parecen inevitables. De ahí resulta que cada frase dicha no es ni mucho menos un dato que se puede o se debe incluir en el análisis. En conjunto, por consiguiente, el proceso científico viene determinado por una acción recíproca, siempre guiada por la teoría y controlada en los hechos, entre la construcción hipotética y la comprobación o la obser­ vación. En el fondo, esto no es más que una muy an­ tigua sabiduría, e incluso nuestro comportamiento coti­ diano procede exactamente según este principio. En el caso del aprendizaje y el uso del lenguaje lo hemos ya expuesto y fundamentado hasta cierto punto. Sin em­ bargo, es frecuente que quede deformado en la formu­ lación de principios metodológicos, y que lo reemplace una artificial e ingenua concepción de los datos de la observación. 12.2. Como consecuencia decisiva del modo de pensar estructuralista resulta aparente que se ha derrumbado el tradicional muro de separación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales, y ello no por una trans­ posición externa y arbitraria de conceptos y métodos de las ciencias naturales al dominio de las ciencias huma­ nísticas y sociales — aunque también se encuentran tales violencias, por ejemplo en ciertos intentos de manipu­ lar estadísticamente fenómenos lingüísticos o estéticos— , 98 sino gracias a un análisis más hondo de los fenómenos en el propio dominio de las ciencias sociales. En el campo de las ciencias hasta ahora tenidas por exactas se desarrollan, en concomitancia con dicho pro­ ceso, nuevos conceptos y problemas en el marco de la cibernética: se trazan modelos teóricos de ciertos pro­ cesos fundamentales en las influencias recíprocas de los elementos de un sistema, prescindiendo en absoluto de si se trata de sistemas técnicos, de organismos o de grupos de organismos. La cibernética y el estructuralismo han surgido con completa independencia uno de otro, y pre­ cisamente el estructuralismo considerablemente antes que la cibernética. La tendencia — legítima en sí, pero exa­ gerada por la moda— a explicar mediante términos téc­ nicos de la cibernética todos los imaginables aspectos del arte, de la literatura, del lenguaje y de los procesos inte­ lectuales, hace que parezca que el modo de pensamiento estructural en las ciencias humanas sea un subproducto del desarrollo de los computadores electrónicos y de la cibernética. Sin embargo, según hemos visto, tiene sus raíces propias e inmanentes, y en particular la lingüística estructural no ha nacido de los intentos de obtener me­ dios de traducción mecánica, intentos que por un tiempo la convirtieron en objeto de interés espurio y errado. Precisamente la relativa independencia de los varios enfoques muestra que el estructuralismo y la cibernética son dos importantes componentes en la formación de una unidad de la ciencia, que nos permite incluso con­ cebir hechos históricos concretos, no como casos singu­ lares a los que meramente hay que registrar, sino como explicables en el marco de una teoría general, convir­ tiéndolos inversamente en piedra de toque de la teoría. Y la lingüística no traza solamente una teoría de la es­ tructura de los actos de habla singulares, sino también de la variación histórica de esta estructura. Por lo de­ más, la primera orientación de gran estilo hacia esta unificación de las ciencias empíricas se remonta por lo menos al siglo xix: la teoría de Marx sobre las relacio­ nes de producción precapitalistas y capitalistas no ex­ presa sólo, en principio, una interpretación teórica de 99 procesos históricos y sociales en sentido estricto. Es a la vez un caso modélico de una teoría concreta y empírica­ mente verificable, que formula reglas generales y explica complicados fenómenos a partir de estructuras subya­ centes. 12.3. A la unificación de la ciencia, la lingüística es­ tructural no contribuye sólo con su metodología, sino con ideas sustanciales. En diversos pasajes hemos seña­ lado la imbricación entre problemas lingüísticos y otros de la psicología, de la epistemología, de la lógica, de la matemática y de la acústica. En este aspecto, la lingüís­ tica es por una parte independiente de la solución de problemas psicológicos, matemáticos y acústicos, pero por otra parte propone respuestas a cuestiones de la psi­ cología y la teoría del aprendizaje, de la epistemología, de la lógica y de la filosofía del lenguaje, o bien plantea cuestiones que no son formulables sin ideas específica­ mente lingüísticas. Con lo cual encontramos de nuevo, en la relación entre la lingüística y otras disciplinas, una notable complicación del conjunto del conocimiento. Por una parte, la lingüística demuestra que ciertas condicio­ nes esenciales de la formación de conceptos y de la ló­ gica descansan en disposiciones innatas del organismo humano, o sea, en último término, en su estructura bio­ lógica y en las leyes físicas del universo. Pero por otra parte, necesita, para la formulación de sus premisas teó­ ricas, las leyes de la lógica y de la matemática, que ella misma ayuda a fundamentar. En esta aparente paradoja se expresa una característica del saber humano, que no edifica sobre cimientos dados, sino que tiene que funda­ mentarse a sí mismo como un todo, en un enredado proceso dialéctico. La relación entre la lingüística y la filosofía lo refleja una vez más: po r una parte la lingüís­ tica prepara la teoría, empíricamente motivada, del me­ dio de todo conocimiento, pero por otra parte es uno de los dominios temáticos a que se aplica, integrándolos, la explicación filosófica. La unidad de las ciencias, a que apunta de este modo el estructuralismo, se distingue pues fundamentalmente de la idea del Círculo de Viena, en 100 los años de preguerra, según la cual la unidad de la ciencia tenía que resultar de un análisis de las ciencias particulares y de su unificación en un todo para el cual el lenguaje de la física era el modelo. En definitiva, pues, la filosofía tenía que ser absorbida por el análisis del lenguaje. Es la propia lingüística moderna la que ha revelado la aporía encerrada en dicha concepción, al ponerse a investigar las regularidades de las lenguas na­ turales, los universales lingüísticos, refiriéndolos a sus raíces en la realidad. Si, pues, la lingüística desempeña un papel esencial para la filosofía, es porque constituye la teoría de aquella esfera inteligible del individuo con­ creto, en la que se realiza ante todo la liberación del hombre por sí mismo, según la concibieron Hegel y Marx. 101 Apéndice Breve lista de autores y de libros. F e r d i n a n d d e S a u s s u r e (1857-1913), estudió indoeuropeísmo, entre otras universidades, en Leipzig, el centro de la escuela de los Junggrammatiker, y dio su prim era obra maes­ tra en 1878, con su M ém oire sur le system e prim itif des voyelles dans les langues indo-européennes. Enseñó en París, y a p artir de 1891 en Ginebra. Sus ideas básicas sobre los fun­ dam entos de la teoría lingüística, expuestas en tres cursos de sus últimos años, fueron compiladas, a base de los apuntes de los alumnos, en el Cours de linguistique générale, publi­ cado en 1916 por Charles Bally, A lbert Séchehaye y A lbert Riedlinger. E d w a r d S a p i r (1884-1939) fue discípulo del antropólogo y lingüista F ranz Boas, y fundó con él el estudio de las len­ guas indias americanas. A partir de 1931, profesor de A n­ tropología en Yale. Su libro Language (1921) sigue siendo la m ejor introducción a la lingüística general, y encierra el más refinado ensayo de tipología de las lenguas. Sus artículos Sound Patterns in Language (1925) y La réalité psychologique des phonem es (1933) trazan el prim er program a de un análisis sistemático de la estructura fónica. Selected Writings publicados en 1949. L e o n a r d B l o o m f i e l d (1887-1948) estudió indoeuropeística, en particular indoiogía, eslavística y germanística. Profe­ sor en varias universidades, sobre todo Chicago y Yale. Con Sapir, el prim ero que obtuvo resultados notables aplicando el m étodo com paratista a las lenguas indias americanas. Su m anual Language (1933) es la prim era exposición vasta de los problem as y los métodos de la lingüística estructural, y durante más de dos decenios fue la base de la labor estructuralista norteamericana. N i k o l a y S e r g e y e v i c h T r u b e t s k o y (1890-1938) estudió eslavística y las lenguas ugro-finesas y caucásicas. Profesor en Viena. Su o bra maestra, Grundzüge der Phonologie (1939), no term inada y aparecida póstumam ente, expresa la concep­ ción de la estructura fónica característica de la escuela de Praga. R o m a n O s s i p o v i c h J a k o b s o n (n. 1896) estudió en Moscú eslavística y lingüística general. Profesor en Bratislava, y fi­ nalm ente en H arvard University y en el Massachusetts Insti­ tute of Technology. Junto a Trubetskoy, el principal fonólogo de la escuela de Praga. En Kindersprache, Aphasie und allgemeine Lautgesetze (1942) expuso una teoría, psicológica­ 102 m ente fundam entada, de las propiedades universales de la estructura fónica. E n Preliminaries to Speech A nalysis (1951), con M orris Halle y G unnar F ant, dio la base p ara el estudio de la estructura acústica del sonido lingüístico. Selected Writings, en varios volúmenes, en curso de publicación. L ouis H j e l m s l e v (1899-1965) estudió lingüística com pa­ rada. Desde 1937 profesor en Copenhague. F undador y princi­ pal representante del Círculo Lingüístico de Copenhague. Otto Jespersen y Saussure influyeron en su prim era exposición general de la teoría del lenguaje, Príncipes de Grammaire générale (1929), teoría desarrollada en trabajos posteriores, sobre todo en los dos tom os sobre L a catégorie des cas (1935-1937), y resumida en Omkring sprogteoriens grundlaggelse (1943), la form ulación clásica de la glosemática. Z e l l i g S a b b a t t h e i H a r r i s (n. 1909), discípulo de Sapir y Bloomfield, profesor de lingüística en Filadelfia. M ethods in Structural Linguistics (1951) condensa en un sistema rigu­ roso los planteam ientos del estructuralismo am ericano a par­ tir de Bloomfield. Alrededor de 1955 em pezó a desarrollar una teoría de las transformaciones gramaticales, distinta de la de Chomsky. Papers in Structural Linguistics (1970). M o r r i s H a l l e (n. 1923). Discípulo de R om an Jakobson, profesor de lingüística y de lenguas modernas en el M assa­ chusetts Institute of Technology. Combinando la teoría de los rasgos distintivos de Jakobson y la gram ática generativa, es el fundador de la teoría fonológica en áu form a más re ­ ciente, expresada en The Sound Pattern o f Russian (1959), y sobre todo, en colaboración con Chomsky, en The Sound Pattern o f English (1968). N o a m A v r a m C h o m s k y (n. 1928). Discípulo de Zellig Harris, profesor en el Massachusetts Institute of Technology. Fundó la teoría de la gram ática transform acional, form ulada prim ero en Syntactic Structures (1957) y rectificada y am ­ pliada en Aspects o f the Theory o f Syntax (1965). H a publi­ cado m uchos otros trabajos más técnicos en que, con un rico instrum ental matem ático, fundam enta con generalidad una teoría algebraica de las lenguas naturales. 103