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Entre La Libertad Y El Miedo | Germán Arciniegas

Description: Haya de la Torre es un idealista. Carece del cálculo, la malicia, la garra dura que han tenido caudillos más dominantes en la historia de la América Latina. Cuantas veces ha tenido que elegir entre...

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Haya de la Torre es un idealista. Carece del cálculo, la malicia, la garra dura que han tenido caudillos más dominantes en la historia de la América Latina. Cuantas veces ha tenido que elegir entre la violencia y la paz, ha optado por la paz. Ni la lucha contra las dictaduras, ni la cárcel, ni la pasión por transformar la vida política del Perú han podido apartarle jamás de un interés de humanista que le mueve a amar la música —toca piano desde niño—, el teatro, la poesía, las especulaciones puras. Mezcla en su conversación versos de Shakespeare —se sabe de memoria trozos de muchas de sus obras— o anécdotas de Beethoven, donde un zorro peruano preferiría estar haciendo malas memorias de personajes locales como Riva Agüero. Ha cultivado amistades con Romain Rolland, con Wall Disney, con Einstein, moviéndose en la gama más variada que la curiosidad intelectual pueda ofrecer a un espíritu refinado. Los largos años de destierros y prisiones o la forzada vida de clandestinidad le han dejado muchas horas para leer. Mientras se montaba contra él una máquina infernal en el Perú, escribía un ensayo sobre "El espacio-tiempo histórico" que es una contribución original a la filosofía de la historia. Conversando con él queda siempre la duda de que pueda triunfar de las celadas y artimañas en que son maestros los políticos viejos. Pero, de otra parte, el desprendimiento de una vida consagrada a la lucha peligrosa y apostólica cautiva a quienes le oyen, le leen, le siguen a distancia. Sobre ningún otro político de nuestro tiempo en la América Latina se han escrito tantos libros, biografías, ensayos, artículos de periódico, impregnados siempre de admiración y fervor. Se le llama más fácilmente maestro que jefe. En los Estados Unidos, donde nunca ha velado su campaña contra el imperialismo de la diplomacia del dólar, ha hallado sus mejores amigos. Algunos de sus más enconados adversarios han acabado por rendirse ante su estatura moral, como al final de su vida ocurrió con el presidente Benavides. Mozos apristas que han ido a morir fusilados se han acercado a la muerte cantando los himnos de Haya de la Torre. Cuando Haya fué proclamado candidato a la presidencia, hasta las piedras cantaban su nombre. Las manos torpes de humildes campesinos pintaban su nombre en las rocas de los páramos, de los desiertos, en las viejas murallas de los incas. Organizó Haya de la Torre una cruzada en el Perú en favor del árbol. Instauró la Navidad del niño del pueblo. Tú que pasas y levantas contra mí tu brazo —decía la leyenda por el árbol que los apristas grabaron en las aldeas del Perú—, antes de hacerme daño, mírame bien. Yo soy el calor de tu hogar en las noches largas de invierno. Soy la sombra amiga que te protege contra el sol de Febrero. Mis nudos y cogollos sacian tu hambre y calman tu sed. Yo soy la viga y el madero que soporta el techo de tu casa, las tablas de tu mesa, la cama en que descansas, tu ataúd y tu cuna. Yo soy el mango de la herramienta, la pala que desterrona y limpia de arenas tus acequias, la mancera, timón y clavijero de tu arado, la coyunda de tus bueyes, la compuerta y gusanillo de tus tomas, la puerta de tu choza. Soy el pan y la bondad y la flor de la belleza. Soy el paisaje. Y soy la base del acueducto que construyera tu antepasado. Sí me amas como merezco, defiéndeme contra los insensatos. En la Navidad del niño del pueblo —cuenta en su libro Fernando León de Vivero, ex-presidente del Congreso del Perú—, cada chiquillo poseyó un juguete: Haya de la Torre, y sus compañeros y compañeras del partido, visitaban las casas de vecindad y los suburbios de Lima regalando, en representación del aprismo, juguetes, dulces y bizcochos...