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Un Traje Hecho A La Medida De Otro

Un Traje Hecho a La Medida de Otro

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UN TRAJE HECHO A LA MEDIDA DE OTRO Marcelo Percia Roberto Arlt, yo mismo es una comunicación leída para presentar un libro. Creo que fue en 1965 cuando Masotta tenía treinta y cinco años. Parece un texto escrito con la sensibilidad y la inteligencia vulneradas, pero con la seguridad intacta. Deja entrever cosas que se piensan (en él) mientras escribe. Cosas que hablan en las marcas que posa sobre las palabras. En el gesto contundente de poner dos puntos antes de descargar una afirmación. Al abrir un paréntesis o soportar una ambigüedad. Por momentos, Masotta se desprende de lo que esta diciendo, salta una valla, se rompe una pierna; pide algo a gritos o nos hace escuchar un comentario callado. Piensa, se piensa. A veces, algo no dicho en una escritura se insinúa en una pausa o se sugiere a través de la intercalación de otras ideas. La digresión es un desvío, pero también un tropiezo que hace que nos agarremos de otra cosa para no caer. Masotta saca provecho de la situación paradojal de hablar de sí mismo sintiéndose otro. Se pregunta qué ha pasado en su vida entre 1958 y 1965. Qué hizo que durante ese tiempo escribiera tan poco. Quiere saber quién era cuando puso s u firma en ese libro. Entra en sus recuerdos como un extraño que se prueba lo que no es suyo. Se encuentra, hoy, menos ignorante, más cauteloso; aunque admite que la indigencia lo impulsó y le permitió escribir. De pronto se pone en el lugar de quienes lo escuchan, se pregunta por lo que acaba de decir, se reprocha estar haciendo una confesión. Se responde que no tiene nada que confesar. Escribir, estar analizante. analizante. Masotta  Masotta escribe su presentación como un analizante. Habla de sí mismo inquieto. Con la visión dividida, vigila la presencia de lo otro saltando entre sus palabras. El estilo no es sólo estilo, la expresión no es sólo expresión y el lenguaje no es sólo lenguaje. El estilo, la expresión y el lenguaje son, también, rendijas por las que saca la cabeza algo no previsto. Masotta, por momentos, sabe peregrinar en el lenguaje sin esperar nada. Las palabras sacudidas de indecisiones cosquillean en su corazón ajeno. Interrumpen la continuidad de sí mismo como unidad plena. Ponen a la mismidad en suspenso. O la anuncian como un desenlace que no llega. Cada vez que se pone a hablar constata que el decir lo habita incompleto. Pienso que Masotta se atiende en consulta desde el titulo de su presentación. Elige el nombre propio de un escritor, hace una pausa y declara que el otro es él mismo. ¿Celebra el equívoco llamándose con otro nombre? ¿Malicias de la inconformidad? ¿Vocación por su doble? Si se pudiera hablar de un escritura clínica en Masotta, la buscaría en los párrafos que tiemblan. En las notas que ponen a la vista pensamientos que viven en discordia y en disidencia. En las afirmaciones que se disfrazan de asertos para espiar en territorio enemigo. En las palabras pronunciadas en la rompiente. En los trazos que localizan lugares sin habla en el pensamiento. ¿Cualquiera que hubiera leído a Sartre podría haber escrito ese libro?  El texto al que se refiere es Sexo y traición en Roberto Arlt. Cuenta que escribió ese libro apasionado por Sartre. El sujeto de esa escritura fue la pasión. Dice: Lean ustedes el Saint Genet de Sartre y lean después El juguete rabioso, luego de leer a Sartre no sólo es sencillo encontrar lo fundamental de las intuiciones de Arlt, sino que es imposible no hacerlo. Dice que su libro sobre Arlt ya estaba escrito. Que él mismo no fue esencial en esa escritura. Que cualquiera que lea a Sartre podría escribir ese libro. Cualquiera lo hubiera podido hacer, cierto. Pero ¿por qué Masotta? ¿Por qué cualquiera se hace singular sin contar con algo original? Tener algo que decir. Pero la escritura del libro le ocasionó una sorpresa: entre el proyecto del libro y el libro como resultado no todo estaba en Sartre. ¿Lo que no estaba en Sartre estaba en él? ¿Se hace autor de lo que no pudo leer en otro? "Y lo que no estaba en Sartre estaba en mí. No en mi talento (no hablo de eso): me refiero a las tensiones que viniendo de la sociedad operaban sobre mí a la vez que no se diferenciaban de mí, y de cuya conciencia (una cierta incompleta conciencia) extraje, creo, esa certeza que me acompaña desde hace más de quince años. Que efectivamente, tengo algo que decir". Escribe en los márgenes de los libros que lee. Escribe en los pies de cada página. Escribe al finalizar el capítulo. Ocupa todo hueco blanco que encuentra. Explica que, cuando el espacio disponible en el libro de otro no alcanza para poner lo que piensa, (en ese momento) necesita convertirse en escritor. El mensaje de Arlt: en el hombre de clase media hay un traidor en potencia.  Dice que escribir el libro sobre Arlt lo ayuda a comprender una banalidad que lo había acompañado desde su nacimiento: que sus actos más íntimos son, también, historia impresa en su alma. Automatismos que delatan rasgos de su origen social. Reconoce que hay cosas que siente por pertenecer a la clase media. Dice que actuamos (a cada instante) sin conocer lo que nos pasa. Que somos solicitados. Que la sociedad pone signos en cada uno. A veces, imprecisos y absurdos. Dice que algunos tuercen sus destinos. Si en las ideas imitaba a Sartre, en la prosa copiaba a Merleau-Ponty. Lee a MerleauPonty fascinado por la elegancia de un profesor parisino que habla (sintiéndose con derecho) desde la cumbre de la cultura. Imagino a Masotta amando esa escritura. Entiendo que desee escribir como Merleau-Ponty. Imita el buen gusto por el lenguaje. La delicadeza para tomarle el pulso a las palabras. Los suaves fraseos que alisan la superficie de un pensamiento mientras le arrancan la piel sin inmutarse. La música de cadencias y de ritmos, de tonos y de voces. La prosa que investiga ideas acariciando vocablos. O que se coloca guantes de cirugía para intervenir en una herida. Masotta desea esa escritura. "En mi libro sobre Arlt intentaba esa prosa, me esforzaba por establecerme en ella, o en que ella se estableciera en mí. Quiero decir: que la imitaba. Y esto no es malo en sí mismo, ni me ocasiona hoy problemas de conciencia, puesto que imitar una prosa es la mejor manera de apresar desde adentro su pensamiento."  Inventa lo que no leyó. Me dice que siendo adolescente comenzó a inventar textos que no leyó (en base a textos que sí leyó). Me explica que, desde entonces, fabula que Marx dijo tal cosa, que Freud tal otra, o que Nietzstche tal otra. Pero aclara que, entre todos, los preferidos de sus invenciones son Sartre y Merleau-Ponty, Arlt y Masotta. Piensa que, tal vez, con esa mezcla haga su yo mismo. Agrega que (para su sorpresa) mucha gente inteligente cree en sus inventos. Reconoce que, cuando son creíbles, disfruta extraordinariamente. Me dice que, si modera sus ficciones, encuentra, en esa costumbre, los materiales con los que comienza a trabajar el ensayo. Exótico como la foto de un hombre en África vestido con ropas nativas y calzado con botines. Se da cuenta que el acento de esa voz que imita y los tonos de ese refinado que ama, no le sirven para escribir sobre Roberto Arlt. Advierte que traba, con las novelas de Arlt, una relación estrecha, igualitaria. Explica que ambos salieron de la misma salsa, los mismos ruidos, los mismos olores, las mismas calles, los mismos miedos. Dice que se siente un poco exótico escribiendo sobre Arlt con las ideas de Sartre y el estilo de Merleau-Ponty. Entiende que ese exotismo lo aproxima (a la vez) a  Arlt y a sí mismo. Recuerda una foto de Arlt en África vestido con ropas nativas y calzado con botines. Regando de saliva el género. Dice que estuvo loco. Tenía miedo de todo. Temía, por ejemplo, ver brotar agua del agujero de una canilla. Temía que las personas que quería lo mandaran al demonio. "¿Quién era yo? En 1960 iba a comenzar a conocerme: de la noche a la mañana mi salud mental se quiebra y una insufrible enfermedad cae sobre mí".Enfermo, no puede seguir escribiendo. Tampoco puede leer. No puede trabajar. No puede nada. "Enfermo (aunque con el cuerpo sano) me veía obligado a pasarme las horas, los días, los meses, con la cara contra la almohada, oliendo el neutro y espantoso olor a las sábanas (me parecía espantoso: lo era) regando de saliva el género". ¿Cómo entender que yo había hecho (y, por lo mismo, querido) todo esto? "Uno hace su enfermedad, ¿pero que podía yo sacar, ahora, de eso que había hecho de mi? No entendía nada. Era un infierno". Masotta pregunta sin respuestas. Pone en escena su desconcierto. Repone los espacios mudos de su historia. Aunque se exaspera por hallar razones sabe que se encuentra ante algo que vive callado. Trata de razonar su enfermedad hasta en el límite de lo razonable. Dirige para sí palabras que MerleauPonty escribe para el Greco: "las deformaciones de las figuras que pintaba no podían ser explicadas a partir del astigmatismo que el artista padecía, sino al revés, las figuras explicaban su astigmatismo, revelaban el carácter intencional de la enfermedad. El Greco había hecho su astigmatismo para explorar el mundo a su manera". Se dice para curarse una frase dedicada para otro. Pero no persigue una dicha descifrada. Creo que busca otra cosa: escuchar algo que todavía no tuvo lugar en su pensamiento Para comprender algo hay que pensarlo todo. "¿Pero cómo pensar algo cuando no se comprende nada? Poco a poco. Tenía que darme tiempo". No quiere justificarse. No quiere exaltar su enfermedad. Pero admite que estuvo ahí. Recuerda que cada uno hace su enfermedad. Se pregunta por qué había hecho (y por lo mismo había querido) ese infierno. Dice que en medio de sus pánicos, de sus obsesiones, de su aislamiento, se repite una frase de Freud (la enfermedad mental es inútil) con la esperanza de curarse reconociendo su inutilidad. Mi padre había muerto. Masotta hace una enfermedad, en ocasión de esa muerte.  "Y desde el día que caí enfermo (fue de la noche a la mañana) me tuve que olvidar de golpe de Merleau-Ponty y de Sartre, de la política y del compromiso, y de las ideas que me había forjado sobre mí mismo. Tuve entonces que buscarme un  psicoanalista."  ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Un amor escondido? ¿Su padre y él, como dos amantes? ¿Amor y repulsión? ¿El empleado bancario y sus miedos de fin de mes? ¿Un hombre que se vestía con gustos mediocres? ¿Masotta que ruega a un compañero del servicio militar que le venda un traje de corte perfecto? En un momento quise saber si era cierto. Llora dormido. Llora mientras duerme. Un hombre llora, en mi sueño, la muerte de su padre. Es una muerte que lleva (varios días) escondida. Llora desesperado y sin consuelo. Tiene convulsiones. Me digo que debo avisar a mis amigos. En otra parte del sueño, hablo con mi padre sobre un problema que tengo sin resolver. Le explico que no quiero preocuparlo. Pienso, mientras se lo estoy diciendo, que (puesto que tengo a mi padre al lado) él no está muerto. En un momento quiero saber si es cierto y no puedo decidirme. Todavía siento esa congoja. En esos momentos yo estaba mas cerca del cálculo infinitesimal que de la razón, me parecía más a un personaje de Arlt que a mí mismo. ¿Histeria o esquizofrenia? ¿Aislamiento o conducta de corte con lo real? ¿Sordera creciente o audición extremada? Silbidos que taladran sus oídos. Seducción. Teatralización del sufrimiento. No puede creer que todo en él sea falso. Explica que el trabajo sobre Arlt lo sostiene. Ese trabajo lo salva de desaparecer. Escribe: "La enfermedad había puesto al descubierto la ligazón con mi padre, y la ligazón de esa ligazón con el dinero." Traza una dirección. Un camino ficticio para salir de un encierro falso. Se cierne en el aire. Encuentro en su ensayo, por momentos, un pensamiento que está a gusto en la disonancia. Un pensamiento que no fuerza lo inconciliable. Un pensamiento que desencaja. Un pensamiento que se escucha en desacuerdo. Que cultiva la belleza de lo que no guarda relación. Un pensamiento de cabos sueltos. De lo que queda sin resolver. Un pensamiento sin causa, sin origen, sin domicilio. Ese pensamiento que le viene a Kafka cuando tiene la ocurrencia de hablarse como si fuera otro (1910): "De hecho, todas las cosas que se me ocurren, no se me ocurren desde su raíz, sino sólo desde algún punto situado en su mitad. Que intente entonces alguien agarrarlas, que alguien intente coger una hierba y retenerla junto a sí, cuando esta hierba sólo crece desde la mitad del tallo para arriba. Tal vez puedan hacerlo algunos individuos, por ejemplo, algunos malabaristas japoneses que se suben a una escalera de mano cuya parte inferior no está posada en el suelo sino en las plantas de los pies de una persona semitendida, y cuya parte superior no se apoya en la pared, sino que se cierne en el aire". ¿No se han fijado ustedes que la gente que adquiere una enfermedad mental tiene una manera huidiza de mirar? De vuelta de los infiernos: escribe, lee, trabaja, vuelve a tratar con amigos. Siente la alegría de mirar a los ojos de la gente. Tiene algo que decir, lo dice: cuando escribo, repito porque deseo traicionar. Cuando escribo, transformo porque deseo repetir. En su Introducción a la lectura de Jacques Lacan, Masotta (pocos años después) presenta el trabajo del ensayo como paradoja de la repetición y la traición. Explica: "Todo aquí es diferencia. Un autor sospechoso que escribe sobre temas de psicoanálisis sin ser un psicoanalista, un libro escrito en el español del Río de la Plata y que no intercambia casi una palabra en común con otros libros sobre el tema escritos en el mismo español, un texto que repite y transforma el texto de un autor europeo sin dejar de avisar al lector que ahí donde repite tal vez traiciona y que ahí donde transforma no es sino porque quiere repetir". Escribo sobre temas que me ponen en relación con el peligro.  Cuando escribe se expone desgarrado. Pero, esa intimidad no le interesa como secreto, como palabra callada, como intención que no se confiesa, como reserva, como vergüenza, como miseria que se esconde. La intimidad le importa como propagación, derramado, esparcido de tiempo. Paisaje vaporoso. Rocío de silencio que impregna su existencia dispuesta a ser contada para otro; para otro que es, también, una sombra. La escritura piensa en los tropiezos y caídas de uno mismo en el pensamiento.  En la década del cuarenta Adorno escribe un texto íntimo, fragmentario y dialogal (Mínima Moralia). Dice que una idea es verdadera cuando no oculta lo que no entiende. Afirma que "la astilla en el ojo es la mejor lente de aumento". Entiendo que Masotta diga que escribe en estado de peligro. Urgido por entender lo que no entiende. Pienso que el deseo de entender es potencia sin desenlace. Y que esa potencia es, en ocasiones, como la queja, una potencia malograda. Me faltan palabras. No conozco el nombre de las cosas.  "Cómo nombrar lo que  pienso. Me pierdo en el sonido de los vocablos que se me presentan. No me decido. No me contento. Escribir, a veces, parece una locura". Quiere ser escritor. Pero, ¿cómo escribir cuando no se conoce el nombre de las cosas? ¿Cuando nos faltan palabras o vienen uniformadas? ¿Cuando no podemos distinguir entre una presión, un nerviosismo o un ardor? ¿Entre una inquietud, una tristeza o un remordimiento? ¿Cuando el cuerpo parece una población de postergados que aúllan en los rincones excluidos de la conciencia? "Si el protagonista baja por una escalera, y apoya la mano mientras baja, ¿dónde la apoya? ¿En la baranda o en la barandilla? Y si el personaje mira a través del balcón, ¿cómo nombrar a los travesaños del balcón? Travesaños, simplemente. O, tal vez, barrotes". Se pierde en el sonido de las palabras. Le parece grotesco y desmesurado llamar barrotes a los travesaños. Si se decide por la palabra travesaños, le parece pobre y no se conforma. Sus descripciones no lo contentan. Si el personaje camina por la calle, y quiere decir que camina bajo los árboles, ¿cómo se llaman los árboles? ¿Tipas o cipreses? El miedo nunca me ha abandonado. Dice que el miedo se refleja en una fotografía que muestra su rostro desnudo: la cara irregular, la nariz algo torcida, el labio inferior ancho y un poco caído, la mirada floja, incapaz de penetrar nada. Cree ver un germen congénito de anormalidad en ese retrato. En cuanto a la ropa que llevaba: un traje de franela cruzado, oscuro con rayas blancas; camisa blanca y corbata. Dice que al mirar la foto con cuidado se observa cómo el saco se estrecha en forma grotesca a la altura de su pecho. Explica que la hechura es, sin embargo, perfecta: "El traje lo había hecho  Anselmo Spinelli. Pero ese sastre no lo había hecho para mí: habrían sido necesarios más de dos sueldos de mi padre para pagarle la hechura. Ese traje, sobre mi cuerpo, era ya una locura sociológica, por decirlo así. Yo lo había comprado -después de rogarle para que me lo vendiera- a un compañero en el servicio militar. El hijo de un  juez de la Capital y de una familia dueña de algunos campos en la provincia de Buenos Aires". No esconde que desea ponerse ropa ajena. A veces, amparado en esas prendas, anda cómodo y seguro. Pero, cuando la prenda es chica o le queda grande se siente extraño. Tal vez, la escritura de Masotta sea como un traje hecho a la medida de otro. Pero no hay ropa a su medida. Ni el saco perfecto de Spinelli, ni las ideas de Sartre, ni la prosa de Merleau-Ponty, ni la clase media de Arlt, ni los gustos mediocres de su padre, ni los ronroneos de su enfermedad. En el espeso género de su escritura se notan costuras y desajustes, pliegues y abultamientos. La obstinada presencia de un cuerpo que traiciona.